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viernes, 22 de agosto de 2014

El Reino ¿es una realidad para usted?

“Mi reino no es parte de este mundo. Si mi reino fuera parte de este mundo, mis servidores habrían peleado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero, como es el caso, mi reino no es de esta fuente.”—Juan 18:36.

HACE más de 2.600 años Isaías, con vista profética, dijo lo siguiente respecto al asunto de gobierno y reino:

“Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; y el gobierno principesco vendrá a estar sobre su hombro. Y por nombre se le llamará Maravilloso Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. De la abundancia del gobierno principesco y de la paz no habrá fin, sobre el trono de David y sobre su reino a fin de establecerlo firmemente y sustentarlo por medio del derecho y por medio de la justicia, desde ahora en adelante y hasta tiempo indefinido. El mismísimo celo de Jehová de los ejércitos hará esto.” (Isa. 9:6, 7)

Siglos antes de que Isaías escribiera eso, nuestro Padre celestial habló figurativamente de este mismo reino y gobierno y de cómo entraría en acción. Encabezado por la ‘descendencia de Su mujer,’ habría de dar un golpe de muerte al archienemigo del gobierno del Reino.—Gén. 3:15.

El Creador del cielo y la Tierra no dejó que esa promesa original muriera. Años después, Jehová dijo a su amigo Abrahán:

“Ciertamente bendeciré a los que te bendigan, y al que invoque mal sobre ti lo maldeciré, y ciertamente se bendecirán por medio de ti todas las familias del suelo.” (Gén. 12:3)

La bendición para “todas las familias del suelo” se realizaría únicamente por medio del cumplimiento de aquella primera promesa, y Abrahán reconoció esto. Por eso, el apóstol cristiano Pablo informa:

“Por fe [Abrahán] residió como forastero en la tierra de la promesa como en tierra extranjera, y moró en tiendas con Isaac y Jacob, herederos con él de la mismísima promesa. Porque esperaba la ciudad [reino] que tiene fundamentos verdaderos, cuyo edificador y hacedor es Dios.” (Heb. 11:9, 10)

Abrahán estaba tan absorto en su esperanza en el gobierno de ese Reino que actuó como extranjero y como residente forastero, aunque estaba residiendo en la Tierra Prometida.

¿Qué punto de vista adoptamos nosotros personalmente acerca de este mundo? ¿Nos vemos como ‘extranjeros’ y ‘forasteros,’ aunque quizás estemos morando en la tierra de nuestro nacimiento con nuestra propia raza? ¿Nos consideran diferentes de otras personas los de nuestra comunidad? ¿Nos ven como personas separadas de las demás? Si no, ¿cuán fuerte es nuestra fe en el gobierno del Reino? ¿Estamos simplemente ‘entremezclándonos’ con nuestra comunidad, o somos amigos de Dios, como lo fue Abrahán?—Sant. 2:23.

Jehová mantuvo viva aquella esperanza dentro de Abrahán por medio de recordarle mucho más tarde:

“Seguramente te bendeciré y seguramente multiplicaré tu descendencia como las estrellas de los cielos y como los granos de arena que hay en la orilla del mar; y tu descendencia tomará posesión de la puerta de sus enemigos. Y por medio de tu descendencia ciertamente se bendecirán todas las naciones de la tierra debido a que has escuchado mi voz.” (Gén. 22:17, 18)

En realidad, por medio de la misma “descendencia” que se menciona en Génesis 3:15 se bendecirían, no solo algunas, sino todas las naciones de la tierra. Sí, y también lo haría todo individuo de esas naciones, sin importar de qué raza fuera, ni si fuera rico o pobre, con tal que reconociera y confesara la importancia de aquella “descendencia.” En realidad, en conformidad con el resultado de las cosas, “todo el que ejerce fe en él no [será] destruido, sino que [tendrá] vida eterna.” Hay oportunidad para que muchos sean súbditos de ese gobierno, si ejercen fe.—Juan 3:16; Hech. 10:34, 35.

¿Cómo sabemos que Jesucristo fue verdaderamente aquella “descendencia” principal de Abrahán? Con franqueza sorprendente, Pablo dice: “Ahora bien, las promesas se hablaron a Abrahán y a su descendencia. No dice: ‘Y a descendencias,’ como si se tratara de muchos, sino como tratándose de uno solo: ‘Y a tu descendencia,’ que es Cristo.” (Gál. 3:16) Entonces, al escribir a los cristianos efesios, el apóstol señala a cómo Jehová maneja los asuntos respecto a la unificación de los discípulos de Jesús bajo Cristo, la prometida “Descendencia” y Rey, y a poner al resto de la humanidad en la Tierra en armonía con Dios mediante Su Hijo. Pablo escribió:

“Es según su beneplácito que él se propuso en sí mismo para una administración al límite cabal de los tiempos señalados, a saber, de reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas que están en los cielos y las cosas que están sobre la tierra.”—Efe. 1:8-10.

EL GOBIERNO DEL REINO LLEGA A SER LA CUESTIÓN
Antes de residir temporáneamente en la Tierra, “el Cristo” había actuado como la Palabra, Verbo (o Logos), el vocero de nuestro Padre celestial. (Juan 1:1) De modo que Jesús estaba enterado de las profecías registradas en Génesis 3:15 e Isaías 9:6, 7. Estaba al tanto de las palabras dirigidas a Abrahán. (Gén. 12:3; 22:17, 18) Adicionalmente, estaba consciente del hecho de que él sería el que cumpliría las maravillosas promesas relacionadas con la descendencia prometida y con el gobierno del Reino.

Durante la residencia temporal de Jesús en la Tierra y especialmente los tres años y medio de su ministerio, Jesús llamó atención al papel de rey que desempeñaría. De sus labios se oyeron tales expresiones como “el reino de Dios en medio de ustedes está” y “el reino de Dios se ha acercado.” Por medio de sus muchas ilustraciones y parábolas, Jesús llamó atención a ese reino.—Mat. 13:1-52; Mar. 1:14, 15; Luc. 17:21.

Como la persona designada para ser Rey, Jesús también hizo muchas cosas milagrosas. Por medio del poder del espíritu santo, anduvo sobre el agua. Dio vista a los ciegos y oído a los sordos. Jesús sanó a los enfermos y cojos, y devolvió la vida a los muertos. Si tal hombre estuviera hoy día ante un entrevistador de la televisión, ¡imagínese las preguntas que probablemente le dirigirían! ‘¿Es usted el hombre que anduvo sobre el agua? ¿Cómo pudo usted dar vista a los ciegos, oído a los sordos y vida a los muertos? ¿Cómo es posible eso?’ Bueno, cuando se halló ante el “entrevistador” Poncio Pilato, ¿qué hizo Jesucristo?

Sobresalientemente Jesús hizo del Reino la cuestión de importancia. Por decirlo así, Pilato siguió dócilmente a Cristo en esto al continuar con el tema del gobierno del reino y enfatizarlo. Por supuesto, Pilato no pudo hacer otra cosa, debido a la manera diestra en que Jesús manejó los asuntos en aquellas últimas horas de su vida terrestre. Tomemos nuestras Biblias y dirijámonos al capítulo 18, versículo 33, del Evangelio de Juan.

La primera pregunta que Pilato le dirigió a Jesús fue: “¿Eres tú el rey de los judíos?” De modo que, en la mente del gobernador romano, ya se había fijado el tema. Era precisamente el tema con el cual era necesario proseguir aquel día, porque cuando Pilato había preguntado a los judíos qué acusación presentaban contra Jesús, habían dicho: “A este hombre lo hallamos subvirtiendo a nuestra nación y prohibiendo pagar impuestos a César y diciendo que él mismo es Cristo, un rey.” Fue propio, pues, que Pilato preguntara a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”—Luc. 23:1-3.

Si usted hubiese estado en el lugar de Jesús y se le hubiese hecho la misma pregunta, ¿qué respuesta habría dado? En un esfuerzo por conseguir un juicio más ligero, y así posiblemente evitar una sentencia de muerte, ¿habría usted relatado todo lo que hubiera o no hubiera hecho? Para la mayoría de las personas, ése hubiese sido el modo normal de responder, pero no lo fue para Jesús. Él pudiera haber desviado a Pilato del tema del Reino. Pero el gobierno del Reino realmente era el punto en cuestión. A través de las décadas el Reino siempre ha sido la cuestión, y ahora, con el pueblo de Dios del día moderno, la cuestión todavía es el Reino. Lo fue durante la II Guerra Mundial en la Alemania nazi, la Italia fascista, los Estados Unidos, Australia, Canadá y otras partes de la Tierra.

La cuestión ha sido: ¿Qué gobierno es supremo en la vida de la persona?... ¿el del hombre, o el de Dios? En los últimos tiempos, también, la cuestión sigue siendo la misma, sea en Malawi, China, o en cualquier otro país. El principal punto en cuestión no es uno que tenga que ver con transfusiones de sangre ni con ninguna otra prohibición, sino que siempre la cuestión es al fin: ¿Qué gobierno es esencialmente superior en la vida de la persona?

Jesús no contestó directamente la pregunta que le hizo Pilato, sino que respondió:

“Mi reino no es parte de este mundo. Si mi reino fuera parte de este mundo, mis servidores habrían peleado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero, como es el caso, mi reino no es de esta fuente.”

Note que en su breve respuesta Jesús mencionó el Reino tres veces. Esto hizo que Pilato y todos los que estaban escuchando volvieran al tema del gobierno del Reino, puesto que Pilato entonces dijo: “Bueno, pues, ¿eres tú rey?” (Juan 18:36, 37) La escena ya se había fijado firmemente en aquel escenario dramático, y nadie podría pasar por alto la razón por la cual Cristo se hallaba sometido a juicio. Note la sucesión de acontecimientos. Jesús respondió y dijo:

“Tú mismo dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz.”—Juan 18:37.


A estas alturas Pilato dijo a los líderes religiosos y a la chusma judía: “No hallo ningún crimen en este hombre.” Sin embargo, la muchedumbre insistió y le dijo a Pilato que la enseñanza de Jesús acerca del Reino se había esparcido por toda Judea, empezando desde Galilea. En aquel tiempo Herodes Antipas era tetrarca de Galilea y aspiraba al puesto de rey de los judíos. Según el parecer de Pilato, ¿qué pudiera ser más apropiado que el confrontar a Jesús con Herodes, ya que Herodes estaba en Jerusalén en aquella ocasión?

De modo que envió a Jesús a Herodes, quien le interrogó extensamente con la esperanza de que Jesús ejecutara alguna señal. Pero Jesús, el Rey ungido de Jehová, no tuvo el menor deseo de rebajar su dignidad real simplemente para satisfacer la curiosidad de Herodes. Permaneció callado. Sintiéndose frustrado, Herodes, el aspirante a rey, se burló de la dignidad real de Jesús e hizo que sus soldados vistieran a Jesús con una prenda de vestir regia y lo envió de nuevo a Pilato.—Luc. 23:4-11.

Aunque Pilato se hizo amigo de Herodes desde aquel día, eso no benefició a Herodes de modo alguno. De paso, podemos notar el contraste entre el resultado final del asunto de la dignidad real en el caso de Herodes y el de Jesús. La historia relata que, algunos años después, el ambicioso Herodes, al ser incitado por su adúltera esposa, Herodías, fue a Roma y le pidió dignidad real, el puesto de rey, al emperador Calígula. Pero esto airó a César, quien desterró a Herodes a Galia.

Herodes perdió su puesto y también sus riquezas. Jesús, por su parte, había rehusado dejar que lo hicieran rey terrestre. Se había despojado de todo lo que pudiera haber poseído aquí en la Tierra. (Mat. 8:20; Juan 6:15) Se humilló, haciéndose completamente sumiso a la voluntad de Jehová. Le ocasionó gozo cumplir con aquella voluntad y hacer del reino celestial su meta. “Por el gozo que fue puesto delante de él” aguantó toda la indignidad y el tormento que le pudieron imponer sus enemigos, pues sabía que su integridad hasta la muerte lo capacitaría para la gloriosa dignidad real que le esperaba.—Heb. 12:2; Mat. 25:31.

De nuevo Jesús se halló delante de Pilato. Y de nuevo se destacó la cuestión del Reino, puesto que Pilato preguntó a la chusma judía: “¿Desean que les ponga en libertad al rey de los judíos?” Pero el asunto no terminó allí. Los soldados romanos captaron el tema de que había dignidad real y gobierno como cuestión. En burla, hicieron una corona de espinas y tomaron una prenda de vestir exterior de color púrpura y se las pusieron a Jesús. Lo abofetearon a la vez que lo llamaron rey de los judíos. (Juan 18:39-19:3)

No hay nada que indique que Jesús haya tratado de quitarse aquella corona de espinas. Esta permaneció sobre su cabeza, y eso sirvió para hacer resaltar la cuestión de que se trataba. Nadie había de quedar en dudas. Cuando Pilato sugirió a los judíos que ellos mismos tomaran a Jesús y lo fijaran en un madero, ellos, muy astutamente, pero con falsedad, enfocaron el asunto como una infracción de la autoridad gubernamental de Roma, diciendo: “Si pones en libertad a éste no eres amigo de César. Todo el que se hace rey habla contra César.”—Juan 19:12.

Parecía que Pilato estaba sirviendo para el propósito de Dios en aquel día, como Ciro el persa lo había hecho en el pasado. (Compare con Isaías 45:1-7.) Luego Pilato empezó a llevar los asuntos a su culminación al decir: “¡Miren! ¡Su rey!” Ante eso, los judíos insistieron en que Jesús fuera fijado al madero, por lo cual Pilato preguntó: “¿A su rey fijo en un madero?” ¿Cómo respondieron? “No tenemos más rey que César.” (Juan 19:14, 15) En esencia, estas personas mismas estaban testificando acerca de la cuestión por la cual Cristo estaba a punto de ser muerto, y no fue necesario que Jesús dijera una sola palabra. Por boca de la chusma el asunto se estaba enfatizando muy bien.

Finalmente el énfasis sobre la cuestión del gobierno del Reino resaltó cuando Pilato hizo que en el madero de tormento de Jesús se colocara un título escrito en hebreo, latín y griego. Todos los que estaban presentes allí aquel día podían leerlo y no quedarían en duda en cuanto a por qué había acontecido la ejecución en el madero. Este título decía: “Jesús el nazareno el rey de los judíos.” Cuando los sacerdotes principales de los judíos vieron el título, se indignaron y dijeron a Pilato: “No escribas ‘El rey de los judíos,’ sino que él dijo: ‘Soy rey de los judíos.’” No obstante, Pilato respondió: “Lo que he escrito, he escrito.”—Juan 19:19-22.

Los acontecimientos dramáticos de aquel día penoso deberían hacer muy claro a todos los cristianos en qué asunto debería estar concentrada su vida hoy día. Todo siervo dedicado de Jehová debería hacer un examen para determinar cuán real es el Reino para él o para ella ¿Nos vemos como súbditos futuros de ese gobierno? ¿Qué esfuerzos estamos haciendo como apoyadores del gobierno del Reino? ¿Cuán celosa es nuestra actividad en apoyo de ese gobierno? ¡‘Que el Señor esté con el espíritu que manifestemos’ al apoyar el Reino!—2 Tim. 4:22.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Septiembre de 1981. Los testigos de Jehová lo invitan a la asamblea regional: "Sigamos buscando primero el reino de Dios"

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