Entradas populares

Buscar en este blog

jueves, 14 de agosto de 2014

Aprendiendo de un experimento que fracasó (Primera parte)

DURANTE toda la historia se han hecho numerosos esfuerzos por influir en la gente para que viva de un modo más recto. Llevaron a cabo un experimento de esa clase los fariseos, un grupo de hombres que recibe considerable atención en las inspiradas Escrituras Griegas Cristianas. El experimento que hicieron fracasó.

El término “fariseo” viene de una raíz hebrea que quiere decir “separado,” “distinguido.” Al grupo que se conocía por ese nombre se le menciona por primera vez en escritos históricos que tratan de acontecimientos que ocurrieron en el segundo siglo a. de la E.C. Aunque los fariseos vivían en los mismos lugares que los demás judíos, los extraordinarios esfuerzos que hacían por observar plenamente la ley mosaica los separaba o distinguía de ellos.

A los fariseos se les llegó a conocer especialmente por el hecho de que pagaban diezmos y observaban las reglas de la limpieza ceremonial. La ley que Dios dio a los israelitas por medio de Moisés requería que ellos dieran la décima parte del producto de su tierra, manadas y rebaños. Se empleaba ese diezmo para el sostén del sacerdocio levítico y para otras cosas necesarias relacionadas con la adoración de Dios. (Deu. 14:22, 23)

Los fariseos llegaron al extremo de diezmar hasta las cosas más diminutas, como los frutos de vainas (frijoles, guisantes y otras legumbres), hojas y hierbas aromáticas. No solo daban la décima parte del producto de sus propios campos, sino también de los artículos que adquirían por medio de compra, cambio u otra negociación. (Luc. 11:42; 18:11, 12) Hacían esto por temor de que los dueños originales no hubiesen diezmado los artículos debidamente.

Bajo la ley mosaica, había ocasiones en que la limpieza ceremonial exigía lavados rituales. Esto era especialmente cierto en el caso de los sacerdotes, quienes tenían que estar física y ceremonialmente limpios cuando servían en el santuario de Jehová. (Éxo. 30:17-21; Lev. 21:1-7; 22:2-8) Antes de participar de su porción de las comidas relacionadas con los sacrificios, los sacerdotes tenían que lavarse las manos y los pies en agua.

La mayoría de los fariseos no eran sacerdotes. No obstante, ellos mismos optaron por obligarse a observar las leyes sacerdotales de limpieza ceremonial hasta en los asuntos cotidianos que no estaban relacionados directamente con la adoración. Practicaban el lavado ritual de las manos antes y después de cada comida. Si la comida consistía en varios platos, también se lavaban las manos después de terminar cada plato.

El evangelista Marcos explica: “Los fariseos y todos los judíos no comen a menos que se laven las manos hasta el codo, teniendo firmemente asida la tradición de los hombres de otros tiempos, y, al volver del mercado, no comen a menos que se limpien por rociadura; y hay muchas otras tradiciones que han recibido para tenerlas firmemente asidas: bautismos de copas y cántaros y vasos de cobre.”—Mar. 7:3, 4.

Aunque estos esfuerzos extensos por observar el diezmar y la limpieza ceremonial no violaban la ley escrita de Dios, sí iban más allá de lo que la ley exigía. Es de interés el hecho de que una leyenda rabínica da una descripción en la cual la congregación de Israel dice: “Señor del universo, me he impuesto más restricciones que las que Tú me has impuesto, y las he observado.”

“UNA VALLA” PARA IMPEDIR LA COMISIÓN DE MALES
La resolución de los fariseos de no cometer transgresión contra la ley de Dios, ni siquiera en detalles diminutos, los hizo ir hasta más allá de lo prescrito por ella. El historiador judío Flavio Josefo escribe: “Los fariseos habían pasado al pueblo ciertos reglamentos que las generaciones anteriores habían transmitido y que no estaban registrados en las Leyes de Moisés.” Estos reglamentos incluían una grandísima cantidad de preceptos para la observancia correcta del Sábado o Día de Descanso.

Respecto a aquellos “reglamentos” no bíblicos, el código judío de leyes tradicionales, conocido como La Mishna, declara: “Las reglas acerca del Sábado, Ofrendas Festivas y el Sacrilegio son como si fueran montañas colgadas de un pelo, pues [la enseñanza de] la Escritura [respecto a ellas] es escasa y las reglas muchas.”

¿Cuál era el propósito de tener tantas reglas de conducta? Nos ayuda a penetrar en el porqué de ello la siguiente declaración pronunciada por líderes religiosos judíos antes de la era común: “Sed deliberados en juicio, levantad muchos discípulos, y haced una valla alrededor de la Ley.” La “valla” se refiere a tradiciones que supuestamente impedirían que las personas violaran la ley escrita de Dios. Según la teoría, si uno no cruzaba la valla, nunca sería culpable de trasgredir un decreto que fuera verdaderamente bíblico.

¿Tuvo buen éxito dicho experimento? ¿Logró aquella imponente recopilación de tradiciones orales hacer mejores personas de los israelitas, y de los fariseos en particular?

BUSCANDO EL FAVOR DE DIOS MEDIANTE ACTOS
El dar atención excesiva a reglamentos detallados tuvo un efecto perjudicial. Llevó a la gente a creer que el llegar a ser justo a los ojos de Dios simplemente era asunto de llevar a cabo actos religiosos y caritativos en conformidad con lo prescrito. Se creía que cada acto bueno ganaba “mérito” para uno ante Dios, mientras que con cada acto malo se incurría en “demérito” o “deuda.” Supuestamente, llegaría el día en que Dios sumaría los méritos y las deudas y los compararía para determinar si la persona era justa o inicua.

Los escritos rabínicos dejan ver el grado a que llegó a estar arraigada esta idea cuando hablan del “fariseo calculador, es decir, el que hace un acto bueno y luego un acto malo, poniendo así uno contra el otro.” También se menciona al “fariseo [que exclama constantemente:] ‘¿Cuál es mi deber, para que lo haga?’” Pero, ¿no es eso una virtud? El relato rabínico responde: “No; lo que él dice es: ‘¿Qué otro deber me queda, para que lo haga?’” Estos individuos, que confiaban en sí mismos, creían que habían hecho todo lo necesario para recibir el favor de Dios.

Un joven rico desplegó esa actitud cuando le preguntó a Jesús: “¿Qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?” Después que Jesús le recalcó la importancia de obedecer los mandamientos de la ley escrita de Dios, el hombre respondió: “Todos éstos los he guardado; ¿qué me falta aún?”—Mat. 19:16-20.


Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Septiembre de 1980. Para leer mas acerca de la vida de Jesucristo lea el libro "El hombre más grande de todos los tiempos". También disponible en audio libro. Ambos distribuidos por los testigos de Jehová.