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lunes, 18 de noviembre de 2013

La conclusión del asunto, habiéndose oído todo, es: Teme al Dios verdadero y guarda sus mandamientos. Porque este es todo el deber del hombre. Porque el Dios verdadero mismo traerá toda clase de obra a juicio con relación a toda cosa escondida, en cuanto a si es buena o es mala.
(Eclesiastés 12: 13 y 14) 


El conocimiento no es garantía de sabiduría, es solo el camino. 
El dolor y el sufrimiento templan el espíritu, pero no todos los que lo hayan vivido se vuelven compasivos; de nuevo solo son un camino. 
El cariño y la alegría no resultan en felicidad. Pero una persona verdaderamente feliz es: sabia, compasiva, cariñosa y alegre.
Aunque temo decirlo: no todos los que son sabios o compasivos o cariñosos o alegres son felices. pues están siguiendo un camino, una meta y una corona. 

Y a pesar de todo esto, no sientas pesar, no te sientas infeliz en tu camino hacia la felicidad, se feliz aquí y ahora, ten paz y conocimiento sabiendo que te esforzaste en cumplir con el propósito por el que Jehová te creo. 
Gray Le Forge Biod

Le quedan cinco días de vida

Lecciones que se aprenden de una tragedia
FUE un sábado por la tarde que, después de haber terminado su trabajo del día, Wilson Rojas, obrero de equipo pesado, y su ayudante entraron en un almacén móvil para guardar el equipo. Wilson esperaba con placer volver a casa para estar con su esposa, Clarissa, y su hijita de tres años de edad, Iriabeth.

Pero, por razones que todavía se desconocen, en ese momento estallaron en reacción en cadena unos 200 detonadores, 100 cartuchos de dinamita, 50 litros de gasolina y tres tanques de gas acetileno. El ayudante de Wilson murió instantáneamente. La explosión lanzó a Wilson a través de la pared del almacén y vino a parar a una distancia de ocho metros en estado inconsciente.

Así comenzó una experiencia difícil y penosa para la familia Rojas. Wilson y Clarissa nos cuentan lo que sucedió.

Clarissa: A eso de las 3:30 de la tarde mi suegra pasó por casa. Ya se había enterado de la explosión y temía lo peor, pero trató de no asustarme demasiado. Inmediatamente telefoneé al hospital, pero no pudieron hacer más que confirmar que había ocurrido una explosión.
Por fin, a eso de las 4:00 de la tarde, un amigo telefoneó del hospital para darme la espantosa noticia: “Wilson está gravemente herido. En este momento están tratando de salvarle la vida. Si vive, puede que tengan que amputarle el brazo derecho y la pierna izquierda.”

Cuando por fin se me permitió ver a Wilson, lo hallé entre la vida y la muerte. La explosión le había arrancado pedazos de carne completos y tenía quemaduras graves en el resto del cuerpo. El gas acetileno que inhaló le carbonizó la boca, la garganta y los pulmones. Centenares de fragmentos metálicos le perforaron la mitad del cuerpo que estuvo expuesto a la explosión. La cara le quedó en una condición que no se le podía reconocer. El personal médico no me dio esperanzas de que viviría.


Wilson:
No recuerdo nada de lo que ocurrió desde el momento en que cerré la puerta del almacén hasta que desperté en el hospital ocho días después. Quedé sumido en la desesperación cuando se me informó de lo grave que era mi condición. Tenía un ojo, un oído, un brazo y una pierna que me habían quedado inútiles. No podía comer, y solo con gran esfuerzo podía hablar en voz muy baja y ronca. Se me mantenía vivo mediante alimentación por vía intravenosa.
Poco después de recobrar el conocimiento, una enfermera se paró al lado de mi cama y, como cosa rutinaria, comenzó a preparar el equipo que se utiliza para transfusiones de sangre. Cuando le expliqué que no podía aceptar tal tratamiento, llamó al médico encargado de mi caso. Al principio él trató de persuadirme, diciendo: “El único modo de salvarle la vida es mediante una transfusión de sangre. Su volumen sanguíneo está extremadamente bajo.”
Estaba deseoso de explicarle por qué yo no podía aceptar sangre como una forma de tratamiento médico. Muchos textos bíblicos me vinieron a la mente, como el de Hechos 15:28, 29, que muestran que los cristianos se abstienen de sangre.
“No estoy interesado en sus creencias ni en su modo de pensar,” dijo el médico. Encolerizándose más con cada palabra, siguió diciendo: “Tampoco estoy interesado en su fanatismo ni en sus ideas necias. No se esfuerce en hablarme más porque no me va a convencer. A mí me interesa salvarle la vida. Si usted rehúsa aceptar una transfusión de sangre, entonces suspendo el tratamiento. Renuncio al caso suyo. Además, voy a hacer un informe de esto a la administración del hospital, lo cual significa que ningún otro médico aceptará el caso suyo.”
Al dar la vuelta para irse, esforcé la voz para que me oyera: “Pero doctor, espere un minuto. He oído acerca de un tratamiento especial en el cual se emplean sustancias de hierro que fortalecen la sangre. Otro médico me lo recomendó. ¿No me ayudaría eso?”

“Aquí se hace lo que nosotros, los médicos, decimos, no lo que dice el paciente,” contestó. “De todos modos, a usted solo le quedan cinco días más de vida. ¿Qué me importa si usted no quiere salvarse? Si usted quiere morir como fanático, ¡eso es asunto suyo!” Con eso, dio la vuelta y se fue.

Clarissa: El caso de Wilson era tan crítico que lo habían trasladado a uno de los hospitales más grandes y mejor equipados de la capital. Las quemaduras habían comenzado a curarse lentamente; ya había recobrado el conocimiento y había logrado mantenerse vivo por ocho días después del accidente. Por eso, me parecía que posiblemente había razón para tener esperanza. No obstante, poco después que entré en la sala del hospital aquel octavo día, una enfermera me llamó aparte. Tres médicos y la que estaba a cargo de las enfermeras querían hablar conmigo.

“Señora Rojas, se nos ha presentado un problema. Su esposo tiene necesidad apremiante de una transfusión de sangre, puesto que ha perdido mucha sangre. El recuento de glóbulos rojos en la sangre es extremadamente bajo. Pero él ha rehusado aceptar sangre. Por supuesto, sabemos que en su condición de moribundo tal vez no se dé cuenta de lo que dice. Por eso, queremos que usted nos autorice a hacerle una transfusión de sangre.”
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, pero pude contestarles inmediatamente. “No puedo autorizar un tratamiento que mi esposo rehúsa aceptar, porque respeto la posición de él. Nuestra posición no se basa en fanatismo ciego, sino, más bien, en el estudio de la Biblia.”
Pero el médico encargado del caso golpeó la mesa con el puño apretado y dijo: “Es inútil seguir hablando de esto. Que muera, si eso es lo que ustedes dos quieren. No murió en la explosión, pero morirá de todos modos por haber perdido tanta sangre. Le quedan cinco días de vida, no más.” Con eso, salió del cuarto. El otro médico me miró y dijo: “La única razón por la que no enviamos a su esposo a casa es porque es un desecho humano, en condición demasiado crítica para moverlo.”
Al salir del cuarto me sentía humillada. Pero lo que más me entristeció fue el que no me permitieran explicar por qué, como testigos de Jehová, mostrábamos tal firmeza en nuestra resolución de evitar el uso de sangre en tratamientos médicos. Además, nada se dijo en cuanto a algún tratamiento sustitutivo, y ni siquiera se me permitió sugerir alguno. Todo parecía estar perdido. No quedaba otro remedio sino esperar a que Wilson muriera, en un plazo de cinco días.

Después que firmé el formulario que libraba al hospital de toda responsabilidad respecto al caso de Wilson, se suspendió todo tratamiento salvo el cambio rutinario del vendaje. Lo trasladaron a una cama apartada en un rincón.

Cuando él se dio cuenta de lo que había sucedido, me llamó a su lado para que pudiera oírle. En voz apenas audible, me dijo: “No me interesa salvar la vida para este sistema de cosas. Es duro pensar en dejarte a ti y a Iriabeth solas, pero tenemos la esperanza de la resurrección y nos veremos en el Nuevo Mundo.” Los dos oramos en silencio.

Wilson: Parecía que todo el mundo sabía que yo era el paciente que rehusaba aceptar sangre y a quien se le había dicho que solo le quedaban cinco días de vida.

Recuerdo muy bien a una enfermera joven que pasó más de una hora tratando de convencerme de que todos ellos estaban sinceramente interesados en mi bienestar. Ella dijo: “Con solo un poco de sangre usted puede salvarse. Si usted quiere, a eso de la medianoche, cuando los demás estén durmiendo, yo puedo volver y hacerle una transfusión. Nadie sabrá jamás que usted aceptó sangre. ¿Qué le parece? ¿Lo hago?”

“Usted está perdiendo el tiempo porque no voy a aceptarla.”


“Bueno, considérelo detenidamente, porque usted va a morirse aquí mismo. Regresaré mañana.”

Al día siguiente, como si fuera por casualidad, dos médicos amables se detuvieron al lado de mi cama. Después de hablar de asuntos en general, me preguntaron lo que yo creía sobre las transfusiones de sangre. Aunque casi no podía hablar, logré explicar en pocas palabras el punto de vista de Dios sobre la sangre.

“Lo mejor que usted puede hacer es olvidarse de esas ideas tontas,” me dijeron.
“La sangre le dará vida. Mire, nuestro lema es ‘Dar vida,’ y le aseguramos que la sangre que le pongamos no le hará ningún daño.”

Se me hizo aún más difícil tener que oír la súplica emocional de Eduardo, el paciente en la cama del lado. Al ir transcurriendo el tercer día de los cinco, Eduardo me rogaba: “¡Solo te quedan dos días y puedo ver que realmente vas a morirte!”

“Dios nos ha dado la esperanza de la resurrección, Eduardo. Si tengo que morir para sostener los principios de Dios, me sentiré orgulloso de hacerlo.”Quizás el tiempo que se me hizo más difícil de soportar fueron las largas noches que pasé adolorido y desvelado. Hasta cierto punto, el dolor intenso me ayudó. Tenía el cuerpo tan adolorido que no podía concentrarme en pensamientos mórbidos relacionados con la muerte ni en compadecerme de mí mismo. Solo, y encarando el hecho de que nadie realmente pensaba que iba a vivir, aprendí a confiar en Jehová Dios como nunca antes.

Mis oraciones se hicieron más largas, eran virtualmente “conversaciones” con Dios.
Me sentía más cerca de él cada día. Esto, y únicamente esto, fue lo que me sostuvo emocional, espiritual y hasta físicamente.

Clarissa: El temible quinto día llegó y pasó, y Wilson se sentía un poquito mejor que antes. Puesto que el hospital había suspendido todo tratamiento, mi familia y yo habíamos comenzado nuestro propio tratamiento. Le dimos alimentos ricos en proteína y le administramos el tratamiento para fortalecer la sangre que un médico le había recomendado a Wilson anteriormente. Lentamente, pero muy lentamente, luego más rápidamente, comenzó a mejorar. ¡Pronto se hizo patente a todos que Wilson sencillamente no iba a morir!
Poco después otro médico se encargó de su caso. Mandó que se le hiciera un análisis de sangre. Cuando vio los resultados, inmediatamente hizo que se hiciera otro análisis. Dijo que tuvo que haberse cometido algún error en el laboratorio. No obstante, el segundo análisis dio el mismo resultado. El médico quedó asombrado de lo mucho que había mejorado el recuento sanguíneo de Wilson. Dijo: “Por supuesto, su modo de vida —sin malos hábitos ni tensiones dañinas— ayudan a explicar una recuperación tan rápida, pero solo en parte. Realmente no puedo explicarlo en su totalidad.”
Wilson: Aunque mi recuperación rápida impresionó a todos, un cambio súbito empañó el cuadro. La pierna izquierda, que estaba lastimada, comenzó a dolerme terriblemente. Cuando me quitaron el enyesado, descubrieron que gangrena había comenzado a atacar la pierna a causa de un coágulo en la rodilla.

Trajeron a un especialista. Después de hacer un examen, concluyó que el coágulo había estado allí por algún tiempo, sin duda debido al accidente. Dijo que en cualquier momento podía desprenderse y poner fin a mi vida en cuestión de segundos. Sin embargo, había la posibilidad de que pudiera disolverse el coágulo utilizando ciertas drogas. De lo contrario, tendrían que amputarme la pierna.
El tratamiento con drogas disolvió el coágulo, y una vez más estaba fuera de peligro. Un día el especialista se acercó a mi cama y se sentó a mi lado. Comentó sobre lo rápido que recuperé de mis quemaduras e infecciones, y ahora del coágulo de sangre.

Me preguntó, supuse que lo hizo por curiosidad, por qué unas semanas atrás yo no había aceptado una transfusión de sangre. Le expliqué por qué y todavía puedo recordar vívidamente sus palabras: “La razón por la cual ese coágulo no se desprendió y le causó la muerte fue el bajo volumen de sangre y la fluidez de la sangre. Si usted hubiera aceptado una transfusión, es probable que ahora mismo estuviera muerto. Lo felicito.”

Más tarde, cuando le relaté a mi esposa lo que el especialista me había dicho, juntos lloramos y dimos gracias a Jehová. Esta experiencia nos convenció de que la obediencia a Dios siempre es el mejor proceder. En el caso mío, ¡literalmente me salvó la vida!
Tres meses después del accidente, pude salir del hospital. Me esperaban meses de terapia y tratamientos como paciente no internado, pero ya había pasado lo peor.

Mi recuperación seguía desafiando todas las predicciones. Se suponía que nunca dejaría de usar una silla de ruedas. Pero yo pensaba que por lo menos podría caminar con muletas.

Clarissa: Sencillamente no se daba por vencido. No puedo recordar las veces que tuve que ayudarlo a levantarse del piso. Pero, por fin logró caminar por dondequiera con las muletas. Pero todavía no estaba satisfecho. Quería caminar con solo un bastón. Bueno, después de más caídas, también logró esa meta. Recuerdo que un Testigo quería regalarle un hermoso bastón de madera dura, pero Wilson no aceptó el regalo. Dijo que pronto no lo necesitaría. Para sorpresa de todos, ¡no lo necesitó! Ya han pasado más de tres años desde que ocurrió el accidente. Wilson puede hacer mucho más de lo que cualquiera se hubiera imaginado.

Wilson: Tan pronto como pude caminar un poco, volví a visitar a mis amigos en la sala del hospital. La mayor parte de ellos todavía estaban allí y se alegraron de ver mi recuperación. Al ir caminando por el pasillo, me crucé con el médico que había predicho que me quedaban solo cinco días de vida. “Hola, doctor,” dije yo.
“¿Quién es usted?” preguntó, con una mirada perpleja en la cara.

“Soy el paciente a quien le quedaban solo cinco días de vida.”
Él no pudo disimular su sorpresa. “Oh, usted realmente se ve bien. Ejem, uh, parece que usted ha engordado bastante. Y, uh, realmente da gusto ver que se haya restablecido tan rápidamente.” Luego se fue apresuradamente.

Muchos otros médicos, enfermeras y asistentes me reconocieron. A todos parecía que les dio gusto verme. Estoy seguro de que todos ellos, hasta los que trataron de convencerme a aceptar sangre, se interesaban en verme vivir. Ellos mismos también estuvieron bajo presión.

Una cosa es leer experiencias acerca de personas que, haciendo frente a la muerte, rehúsan transfusiones de sangre. Pero, es otro asunto el realmente vivir tal experiencia. Cuando se le dice a uno que le quedan cinco días de vida, y uno piensa en su familia que está esperándolo en casa, las consecuencias de la decisión que uno tome se hacen muy claras.

Qué agradecidos estuvimos Clarissa y yo por haber estudiado la Biblia a fondo y haber aumentado nuestro conocimiento acerca de Dios de antemano. Y, ¡cuánto hemos aprendido a apreciar a nuestros hermanos cristianos! Sus visitas fueron tan animadoras.

Sobre todo, aprendimos a apreciar el don de la oración. Nunca cesamos de dar gracias a Jehová por habernos dado las fuerzas para perseverar cuando más las necesitábamos.—Contribuido.

Experiencia relatada en la revista ¡Despertad! con fecha 22 de Junio de 1982, puede leer y descargar mas numeros en el siguiente enlace.


Comentario personal: Es cierto, al encararnos a pruebas en las que esta envuelta nuestra vida, se demuestra nuestra confianza y certeza en el amor a Jehová, en el año 2010 en un intento de robo y secuestro, recibi un impacto de bala que atraveso mi cara y mi hombro derechos; tambien perdi mucha sangre.

Desde que ingrese al hospital hable con los paramedicos y enfermeras de mi negativa hacia recibir sangre, me preguntaron que religion profesaba, cual era mi nivel de estudio seglar, desde cuando pensaba asi; gracias a Jehová llegue a un buen hospital pues en solo unos minutos me dieron un documento para que lo firmara: una responsiva medica donde se mencionaba que respetarian mis desiciones y seleccion de tratamiento medico.

Por eso es importante investigar y estudiar hasta estar plenamente convencidos de que hacer ante una emergencia medica; es nuestro derecho escoger un tratamiento medico que no cause conflicto con nuestra conviccion de abstenernos de sangre como lo menciona Hechos 15: 28 y 29.
Fin del comentario personal.


Para mayor información lea el folleto: ¿Cómo puede salvarle la vida la sangre? editado y publicado por los Testigos de Jehová.