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martes, 13 de mayo de 2014

Hemos buscado primero el Reino (Primera parte)


RELATADO POR OLIVE SPRINGATE

Nuestra madre había apagado la vela y había salido de la habitación después de oír nuestras oraciones. Mi hermano menor me preguntó sin dilación: “Olive, ¿cómo puede vernos y oírnos Dios a través de paredes de ladrillo?”.

“MAMÁ dice que puede ver a través de cualquier cosa —repuse—, incluso ve el interior de nuestro corazón.”
Nuestra madre era una mujer temerosa de Dios y una ávida lectora de la Biblia, e infundió en nosotros desde pequeños un profundo respeto a Dios y a los principios bíblicos.

Nuestros padres pertenecían a la Iglesia Anglicana y vivían en el pequeño pueblo de Chatham, en el condado de Kent (Inglaterra). Aunque mamá iba regularmente a los servicios religiosos, creía que ser cristiana significaba más que calentar un asiento en la iglesia una vez a la semana. También estaba segura de que Dios debía tener solo una iglesia verdadera.

Aprecio por la verdad bíblica


En 1918, cuando yo tenía 5 años, mamá obtuvo los volúmenes titulados Estudios de las Escrituras, redactados por Charles T. Russell, el primer presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract. Unos pocos años después, cuando vivíamos en un pequeño lugar llamado Wigmore, uno de los Estudiantes de la Biblia (ahora, testigos de Jehová) se puso en contacto con mamá.

Ella aceptó un libro para el estudio de la Biblia titulado El arpa de Dios, en el que empezó a hallar la contestación a muchas de sus preguntas bíblicas. Todas las semanas llegaba por correo una tarjeta rosa con preguntas impresas sobre cada capítulo. La tarjeta también mostraba dónde hallar las respuestas en el libro.

En 1926 mis padres, mi hermana Beryl y yo dejamos la Iglesia Anglicana porque nos disgustaba su intromisión en la política y tampoco estábamos de acuerdo con muchas de sus enseñanzas irrazonables. Una enseñanza importante decía que Dios atormentaría a la gente por toda la eternidad en un infierno de fuego. Mi madre, que buscaba sinceramente la verdad bíblica, estaba convencida de que la Iglesia Anglicana no era la verdadera.

Poco después, en respuesta a las fervientes oraciones de mamá, nos visitó la Sra. Jackson, una Estudiante de la Biblia. Habló con mamá y conmigo por casi dos horas, y contestó nuestras preguntas bíblicas. Nos encantó saber, entre otras cosas, que nuestras oraciones debían dirigirse a Jehová Dios, el Padre de Jesucristo, y no a ninguna misteriosa Trinidad. (Salmo 83:18; Juan 20:17.)

Pero para mí, la pregunta más inolvidable que hizo mamá fue: “¿Qué quiere decir buscar primero el Reino?”. (Mateo 6:33.)

La respuesta, basada en la Biblia, afectó profundamente nuestras vidas. Desde aquella misma semana empezamos a asistir a las reuniones de los Estudiantes de la Biblia y a comunicar lo que aprendíamos a otras personas. Estábamos convencidas de que habíamos encontrado la verdad. Unos cuantos meses más tarde, en 1927, mamá se bautizó en símbolo de su dedicación a servir a Jehová, y en 1930, yo también me bauticé.

Empezamos el servicio de precursor

Nuestra familia asistía a la congregación Gillingham, compuesta por unas veinticinco personas. Varias de ellas eran ministros de tiempo completo, llamados precursores, y todas tenían la esperanza celestial. (Filipenses 3:14, 20.) Su celo cristiano era contagioso. Durante la adolescencia serví de precursora por un tiempo en Bélgica, a principios de los años treinta.

Esta experiencia despertó en mí el deseo de participar más de lleno en el servicio del Reino. En aquel tiempo distribuimos entre todos los clérigos un ejemplar del folleto El Reino, la esperanza del mundo.

Con el tiempo papá se opuso con fuerza a nuestra actividad cristiana, y en parte debido a ello me mudé a Londres en 1932 para ir a la universidad. Después trabajé de maestra cuatro años, y durante ese tiempo asistí a la congregación Blackheath, una de las cuatro que había en Londres en aquel tiempo. Entonces empezaron a llegarnos noticias del encarcelamiento y sufrimiento de nuestros hermanos en la Alemania de Hitler debido a que rehusaban apoyar el esfuerzo bélico nazi.

En 1938, el mismo mes que saldé una deuda por unos libros que había adquirido, abandoné el empleo para realizar mi deseo de ser precursora. Mi hermana Beryl empezó el precursorado en Londres al mismo tiempo, pero vivía en otra casa de precursores. Mi primera compañera fue Mildred Willett, que después se casó con John Barr, ahora un miembro del Cuerpo Gobernante de los testigos de Jehová. Salíamos en bicicleta al territorio junto con otros del grupo, y pasábamos todo el día predicando, muchas veces a pesar de la lluvia.

Se cernían nubes de guerra sobre Europa. A los ciudadanos se les enseñaba a utilizar las máscaras de gas y habían empezado los preparativos para evacuar a los niños a las zonas rurales o a pequeños pueblos en caso de conflicto. Yo solo tenía ahorrado suficiente dinero para comprar un par de zapatos, y mis padres no podían ayudarme económicamente. Pero ¿no había dicho Jesús que ‘todas estas otras cosas nos serían añadidas si buscábamos primero el Reino’? (Mateo 6:33.)

Tenía una fe absoluta en que Jehová satisfaría todas mis necesidades, y lo ha hecho copiosamente a lo largo de los años. Durante la guerra, a veces suplementaba mis pequeñas raciones con hortalizas que caían en la carretera cuando pasaban los camiones cargados. Y muchas veces conseguía alimento cambiando publicaciones bíblicas por frutas y hortalizas.

Mi hermana Sonia nació en 1928. Tenía solo 7 años de edad cuando dedicó su vida a Jehová. Ella dice que ya a esa joven edad había hecho del servicio de precursor su meta. En 1941, poco después de simbolizar su dedicación por bautismo en agua, alcanzó esa meta cuando fue asignada de precursora con mamá a Caerphilly, en el sur de Gales.

Nuestro ministerio durante los años bélicos

En septiembre de 1939 empezó la II Guerra Mundial, y nuestros hermanos de Gran Bretaña fueron encarcelados por las mismas razones que sus compañeros de creencia de la Alemania nazi: su postura neutral con respecto a la participación en la guerra. Los bombardeos de Inglaterra empezaron a mediados de 1940. La guerra relámpago alemana era ensordecedora, noche tras noche, pero con la ayuda de Jehová pudimos dormir un poco y descansar para la predicación del día siguiente.

A veces íbamos al territorio y encontrábamos la mayoría de las casas en ruinas. En noviembre cayó una bomba a tan solo unos metros de la casa donde vivíamos varios de nosotros, y rompió las ventanas en mil pedazos. La pesada puerta de entrada cayó con estrépito y la chimenea se desplomó. Tras pasar el resto de la noche en un refugio antiaéreo, nos separamos y fuimos a vivir a casas de diferentes Testigos.

Poco después me asignaron a Croydon, en la zona metropolitana de Londres. Mi compañera fue Ann Parkin, cuyo hermano Ron es ahora el coordinador del Comité de la Sucursal de Puerto Rico. Después me mudé a Bridgend, en el sur de Gales, donde seguí mi servicio de precursora y viví en un remolque tirado por caballos unos seis meses. Desde allí íbamos en bicicleta a la congregación grande más cercana, la de Port Talbot, a unos 6 kilómetros de distancia.

En ese entonces el público era bastante hostil con nosotros, y nos llamaba conchies (objetores de conciencia). Por ello nos resultaba difícil hallar alojamiento; pero Jehová se ocupó de nosotros según su promesa.

Posteriormente se nos asignó a ocho de nosotros de precursores especiales a Swansea, una ciudad portuaria del sur de Gales. A medida que la guerra se recrudecía, así lo hacía el prejuicio contra nosotros. En especial los artículos periodísticos que censuraban nuestra posición neutral habían provocado esta hostilidad. Con el tiempo, siete de nosotros fuimos encarcelados, uno después del otro.

Yo pasé un mes en la cárcel de Cardiff en 1942, y más tarde mi hermana Beryl también fue encarcelada allí. Aunque teníamos poco en sentido material y se nos criticaba y vituperaba, éramos ricas en sentido espiritual.
Entretanto, mamá y Sonia servían de precursoras en Caerphilly y vivían experiencias similares. El primer estudio que Sonia dirigió fue con una señora a la que quedó en visitar un viernes por la noche. Sonia estaba segura de que mamá la acompañaría, pero ella le explicó: “Tengo otra cita. Tú has quedado con la señora, de modo que tendrás que ir sola”.

Aunque Sonia tenia solo 13 años, fue sola; la señora progresó espiritualmente y con el tiempo llegó a ser una Testigo bautizada.

 
Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Febrero de 1994. Puede leer mas experiencias en el "Anuario de los testigos de Jehová 2014".