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martes, 8 de abril de 2014

La desobediencia humana no invalida las perspectivas de vida en el Paraíso (Primera parte)

La desobediencia humana no invalida las perspectivas de vida en el Paraíso
HA PASADO algún tiempo. El primer hombre y la primera mujer ya no están desnudos inocentemente. Están vestidos... con prendas de vestir largas de piel de animales. Se hallan precisamente fuera del perfecto jardín de Edén. Están de espaldas al jardín. Fijan la atención en lo que se extiende ante su vista. Solo ven terreno inculto. Es obvio que este suelo no tiene la bendición de Dios. Lo que ven es espinos y cardos. ¿No es este el suelo de la Tierra que se suponía que sojuzgaran? Sí, pero ahora el primer hombre y la primera mujer no están afuera con el fin de extender el jardín de Edén sobre aquel terreno inculto.

Puesto que su situación contrasta tanto con la de antes, ¿por qué no dan la vuelta y entran de nuevo en el jardín paradisíaco? Es fácil decir eso, pero vea lo que está detrás de ellos en la entrada al jardín. Querubines, criaturas que ellos nunca habían visto antes, ni siquiera dentro del jardín, y la hoja llameante de una espada que continuamente da vueltas. ¡Nunca podrían el hombre y la mujer pasar con vida más allá de los querubines y entrar en el jardín! (Génesis 3:24.)

¿Qué había ocurrido? No es un misterio tan complicado como para confundir a la ciencia por miles de años. Se explica sencillamente. El primer hombre y la primera mujer tenían la posibilidad de ver realizadas las maravillosas perspectivas que la comisión divina había puesto ante ellos en su día de bodas, pero a condición de que obedecieran hasta el mandato más pequeño de su Padre celestial.

Su obediencia perfecta sería sometida a prueba por una sola prohibición en cuanto a alimento: no deberían comer del fruto del “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo”. (Génesis 2:16, 17.) Si lo hacían, contra las órdenes de Dios, positivamente morirían. Eso fue lo que Adán, como profeta de Dios, dijo a su esposa, aquella criatura humana más joven que él.

Pero algo sorprendente ocurrió: aquella na·jásch o serpiente negó la veracidad de lo que Dios había dicho a Adán cuando le advirtió que no comiera del prohibido “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo”. La serpiente engañó a la mujer; le hizo creer que el violar la ley de Dios y comer del fruto prohibido la haría semejante a Dios y le daría independencia de Dios para determinar lo que fuera bueno y lo que fuera malo. (Génesis 3:1-5.)

No es mito


¿Increíble? ¿Se parece demasiado a un mito esto, a una leyenda sin base en la realidad y por lo tanto no aceptable a las mentes adultas iluminadas de nuestros tiempos? No; no para un escritor que todavía es extensamente leído, un escritor que merece confianza, un apóstol especialmente escogido que sabía que lo que escribía era correcto. A la congregación de cristianos adultos de la ciudad de Corinto (una ciudad sabia a la manera del mundo) este apóstol, Pablo, escribió: “Tengo miedo de que de algún modo, así como la serpiente sedujo a Eva por su astucia, las mentes de ustedes sean corrompidas y alejadas de la sinceridad y castidad que se deben al Cristo”. (2 Corintios 11:3.)

Pablo difícilmente se referiría a un mito, una fábula, ni usaría algo tan ficticio para comunicar su punto a aquellos corintios, que estaban bien familiarizados con los mitos de la religión griega pagana. En una cita de las Escrituras Hebreas inspiradas, de las cuales él dijo que eran la “palabra de Dios”, el apóstol Pablo afirmó que “la serpiente sedujo a Eva por su astucia”. (1 Tesalonicenses 2:13.) Además, en una carta a un superintendente cristiano que tenía el deber de enseñar “el modelo de palabras saludables” el apóstol Pablo dijo: “Adán fue formado primero, luego Eva. También, Adán no fue engañado, sino que la mujer fue cabalmente engañada y llegó a estar en transgresión”. (2 Timoteo 1:13; 1 Timoteo 2:13, 14.)

El que la mujer fue engañada por la serpiente es un hecho, no un mito, tan seguramente como que las consecuencias de su desobediencia cuando comió del fruto prohibido son hechos sólidos de la historia. Después de haber transgredido así contra Dios, ella indujo a su esposo a comer también, pero él no comió porque, como ella, hubiera sido cabalmente engañado. (Génesis 3:6.)

La narración del ajuste de cuentas que tuvieron ante Dios después dice: “Y pasó el hombre a decir: ‘La mujer que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí’. Ante eso, Jehová Dios dijo a la mujer: ‘¿Qué es esto que has hecho?’. A lo cual respondió la mujer: ‘La serpiente... ella me engañó, y así es que comí’”. (Génesis 3:12, 13.)

La mujer no estaba inventándose un cuento acerca de aquella na·jásch o serpiente, y Jehová no consideró la explicación de ella como algo ficticio, un mito. Él trató con aquella serpiente como el instrumento que se había usado para engañar a la mujer y llevarla a transgredir contra Él, su Dios y Creador. No estaría de acuerdo con la dignidad de Dios el que él tratara con una simple serpiente mitológica.

El relato pasa a describir el trato judicial de Dios con aquella serpiente en el jardín de Edén: “Y Jehová Dios procedió a decir a la serpiente: ‘Porque has hecho esta cosa, tú eres la maldita de entre todos los animales domésticos y de entre todas las bestias salvajes del campo. Sobre tu vientre irás, y polvo es lo que comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón’”. (Génesis 3:14, 15.)

Todo tribunal sensato trata con hechos y busca prueba verdadera, no leyendas. Jehová Dios no estaba obrando tontamente mediante dirigir su sentencia judicial a una serpiente mítica, sino que estaba juzgando a una criatura real, existente, que llevaba responsabilidad. No sería cosa de risa, sino una lástima, el que aquella misma serpiente nos engañara a nosotros y nos llevara a pensar que nunca existió, que fue un simple mito, que no fue responsable de ningún mal en la Tierra.

El relato acerca de la esposa del hombre trata como un hecho la declaración de la mujer respecto a la serpiente, pues dice: “A la mujer dijo: ‘Aumentaré en gran manera el dolor de tu preñez; con dolores de parto darás a luz hijos, y tu deseo vehemente será por tu esposo, y él te dominará’”. (Génesis 3:16.)

No se había dicho nada de esa índole en la bendición que Dios pronunció cuando casó a la mujer con Adán y les dijo: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra”. (Génesis 1:28.) Aquella comisión bendita que la pareja humana perfecta recibió había indicado que la mujer se hallaría embarazada muchas veces, pero no con dificultades indebidas ni dolores de parto extremos ni opresión por el esposo. Aquel juicio pronunciado contra la mujer transgresora afectaría a sus hijas y nietas, generación tras generación.



Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Agosto de 1989, para ampliar el tema vea la revista del 01 de Enero del 2011 "El jardín de Edén ¿Una simple leyenda?"