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martes, 19 de agosto de 2014

Cosechando fruto apropiado para el reino de Dios (Segunda parte)

EL ELEMENTO EN EL CUAL CULTIVAMOS CARACTERÍSTICAS

Aun en la congregación cristiana puede haber un ambiente o asociación que no sea de lo más beneficioso desde el punto de vista espiritual. Algunos que han salido recientemente del mundo y han simbolizado su dedicación a Dios por bautismo en agua tal vez tiendan a introducir en la congregación algo que todavía se les adhiere... un grado de mundanalidad.

Recordemos que fue a una congregación cristiana a la cual el apóstol Pablo escribió: “En mi carta [anterior] les escribí que cesaran de mezclarse en la compañía de fornicadores, . . . Mas ahora les estoy escribiendo que cesen de mezclarse en la compañía de cualquiera que llamándose hermano sea fornicador, o avariento, o idólatra, o injuriador, o borracho, o que practique extorsión, ni siquiera comiendo con tal hombre.”—1 Cor. 5:9-11.

También, a las congregaciones radicadas en la provincia romana de Galacia, en Asia Menor, el mismo apóstol escribió: “No se extravíen: de Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará; porque el que está sembrando teniendo en mira su carne, segará de su carne la corrupción; mas el que está sembrando teniendo en mira el espíritu, segará del espíritu vida eterna.” (Gál. 6:7, 8)

La persona que afirma ser cristiana puede estar sembrando para su carne caída por medio de tratar de desarrollar las características de su personalidad en un ambiente mundano que complace a su carne caída.

Hoy, en la congregación, ¿nos sentimos atraídos y nos inclinamos hacia los miembros en los cuales todavía queda algo de mundanalidad? Estos se entregan a prácticas mundanas con regularidad y quieren tener la compañía de otros miembros a fin de sentirse hasta cierto grado justificados por satisfacer frecuentemente sus propios deseos.

¿Permitimos que nuestro ambiente o asociaciones sociales dentro de la congregación impidan que corramos bien en la carrera por la vida eterna? ¿Dejamos que miembros de la congregación que todavía se inclinan hacia la mundanalidad nos persuadan a ir en la misma dirección que ellos, porque el hacer esto le sea muy grato a nuestra carne caída?

Al principio los efectos de nuestro proceder de darnos gusto tal vez no se puedan distinguir en lo que toca a la clase de cristianos declarados que finalmente resultaremos ser. Esto se debe a que la “tierra” o el ambiente en el cual escogemos circular produce fruto gradualmente. El “tallo de hierba” parece inocente a los observadores, no peligrosamente dañino. Dormimos de noche y nos levantamos de día, y el crecimiento de nuestras características personales adelanta implacablemente, sin que sepamos precisamente cómo va sucediendo eso.

El que persistamos en este proceder de despreocupación, liberal, llevará a un resultado inescapable, a saber, el crecimiento a plena madurez de características personales que se deben al ambiente que es semejante a tierra, en el cual hemos dejado que se nos nutra. ¿Nos capacitará acaso para enfrentarnos con éxito a las pruebas del día del ajuste de cuentas lo que cosechemos al meter la hoz?

No olvidemos que, a modo de “tierra,” o suelo, el ambiente en el cual estén enterradas y se nutran las semillas de nuestras características personales afecta nuestro desarrollo. Tal ambiente puede hacer de nosotros una variedad defectuosa de la realidad esperada, lo que buscábamos cuando empezamos a sembrar.

Lo que ocurrió en el desierto de Sinaí en los días de Moisés nos proporciona un ejemplo histórico del efecto de las malas asociaciones aun entre el pueblo de Jehová. Recordamos la “vasta compañía mixta” que salió de Egipto con los israelitas y cruzó el mar Rojo. (Éxo. 12:38) En cuanto a este elemento no israelita, el profeta Moisés nos dice:

Y la muchedumbre mixta que se hallaba en medio de ellos [los israelitas] expresó anhelo egoísta, y también los hijos de Israel se pusieron a llorar de nuevo y decir: “¿Quién nos dará a comer carne? ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos de balde en Egipto, de los pepinos y las sandías y los puerros y las cebollas y el ajo! Pero ahora nuestra alma se halla seca. Nuestros ojos no se posan en cosa alguna sino en el maná.”. . . Llegó a llamarse aquel lugar por nombre Kibrot-hataava [lo cual significa Sepulturas del Anhelo Egoísta].—Números 11:4-34; vea también 1 Corintios 10:1-6, 10, 11.


Así, aquella ‘vasta muchedumbre mixta’ puso en marcha ciertos asuntos entre los israelitas. Debido a que no estaban satisfechos con la provisión de Jehová de pan del cielo, regresaron en su corazón a Egipto porque anhelaban egoístamente las cosas de que antes habían disfrutado en aquella tierra idólatra. (Sal. 105:40)

Hicieron de su vientre su dios, porque trajeron consigo el anhelo egoísta de las comodidades materiales de Egipto, que estaba controlado por demonios. (Fili. 3:19) De modo que contagiaron a los israelitas con dicho apetito. En aquella ocasión resultaron ser mala asociación para Israel, el pueblo escogido de Jehová. Este ejemplo histórico nos sirve de buena advertencia hoy día. No podemos poner sobre Dios la responsabilidad por los malos efectos que seguemos del ambiente malo que escojamos.

Si no podemos introducir a Dios en el cuadro en el caso de las parábolas de las cuatro clases de tierra y del trigo y la mala hierba, ¿es lógico, consecuente, poner a Dios personalmente en el cumplimiento de Marcos 4:26-29? De modo general, “la tierra misma produce su brote” y “el jardín mismo hace brotar las cosas que se siembran en él.” (Isa. 61:11)

Se ve, pues, que la marihuana, el hachís, el tabaco y las amapolas o adormideras que se cultivan con el propósito de hacer el opio, crecen de la tierra cultivada lo mismo que los cereales. Claro está, pues, que lo que se cosecha depende de lo que el sembrador siembra y de la clase de tierra en la cual echa la semilla.

El ambiente en el cual se halla la semilla ejerce su efecto. No olvidemos que no todas las tierras tienen las mismas propiedades químicas. Una clase es agria o ácida, otra es salina, y así por el estilo. Así, cuando los holandeses quisieron arrancar terreno del Zuiderzee, construyeron diques y embalsaron las aguas salobres en pólderes.

Entonces desecaron el agua de mar mediante bombeo, lo cual dejó una zona de tierra baja. Pero esta tierra que se había arrancado del mar estaba impregnada de la sal del mar. Al principio no era adecuada para el cultivo de granos para alimento. De modo que los holandeses primero tuvieron que adaptar el terreno por medio de plantar en él hierbas juncosas que crecían bien en suelo salino. Esto contribuyó a la purificación de la tierra. Entonces pudieron cultivar granos que produjeran buenas cosechas.

Lo mismo sucede respecto a las semillas de las características de nuestra personalidad: es inevitable que las sembremos en algún lugar, por lo general en el ambiente que nosotros mismos escojamos. Es inevitable que nos encaremos a una cosecha, una siega. ¿Será lo que seguemos adecuado para que disfrutemos de una relación aprobada con el reino de Dios? El ambiente o la asociación que buscamos con regularidad tendrán mucho que ver con eso.

Aun dentro de la congregación cristiana es posible que busquemos compañerismo social con personas bautizadas que todavía se adhieran a cosas mundanas, pero que no sientan ningún remordimiento de conciencia al introducir estas cosas en la congregación a hurtadillas. Nuestra personalidad y conducta cristianas no pueden menos que ser afectadas por estas cosas infectivas.

En el caso del cristiano infectado, su crecimiento en una dirección mundana será gradual, pues el ángulo de divergencia con relación al camino cristiano es tan leve al principio que no es discernible. Es como cuando brota el “tallo de hierba” de la semilla. Pero el tiempo de la siega revelará finalmente de manera inequívoca lo que hemos llegado a ser, porque habrá que pagar las consecuencias.

Cuando por fin el cristianismo verdadero sea lo único que pueda enfrentarse con éxito a la prueba, cada persona tendrá que meter su hoz y cosechar lo que haya llegado a ser. ¿Quedará desilusionada la persona por lo que siegue, expuesta como falsa respecto a sus afirmaciones de ser persona cristiana? Feliz es el cristiano que tenga razones bíblicas para estar satisfecho con lo que su hoz siegue.—Compare con Salmo 126:5, 6.

Estamos creciendo constantemente en un sentido o en otro, en sentido mundano o en sentido espiritual. ¡Ay de nosotros si nos extraviamos o dejamos que otros nos extravíen y nos hagan creer que podemos mantener malas asociaciones sin que se echen a perder nuestros hábitos útiles de cristianos! (1 Cor. 15:33) No podemos burlarnos de Dios, tratando de anular su ley incambiable de que, tal como hay una siembra, tiene que haber una siega, y, además, de que el lugar donde sembramos afecta lo que segamos.

Dios nos advierte que nuestra santidad personal no se transmite automáticamente a otros y los hace santos. Más bien, el que descuidadamente estemos en constante contacto con personas mundanas que son inmundas resultará en que nosotros también nos hagamos inmundos.—Ageo 2:10-14.

Por nuestra premeditación basada en la Biblia podemos determinar qué resultado se puede esperar de nuestro proceder. ¿Tenemos, como mira nuestra, una continua relación pacífica con el reino de Dios? ¡Las “obras de la carne” jamás nos permitirán lograrla! Por otra parte, hay “el fruto del espíritu,” y por medio de cultivar este fruto no cederemos a las pasiones y a las obras de la carne. El que sigamos este cuidadoso proceder tendrá por resultado grato el que cosechemos fruto adecuado para el reino de Dios mediante Cristo.—Gál. 5:19-24.

El reino de Dios, por el cual los discípulos de Cristo han orado por mucho tiempo, ya está a punto de lanzarse contra los gobiernos enemigos en el interés de vindicar la soberanía universal de Dios. Junto con eso nos queda por delante a cada uno una temporada de siega o cosecha personal con relación a ese reino. Es preciso ejercer el mayor cuidado respecto a la “tierra” ambiental en la cual estamos plantando las semillas de las características de nuestra personalidad.

Nuestra asociación social, recreativa, moral y religiosa debe ser con los que están a favor del reino de Dios mediante Cristo en medio de toda circunstancia y con una profundidad de devoción invencible. El que pensemos seriamente de antemano en lo que estamos sembrando, y dónde, y siempre con miras al reino de Dios, será recompensado con una cosecha abundante del fruto de una personalidad madura y activa semejante a la de Cristo. ¡Cuánto le agradará esto a Jehová Dios! Él nos favorecerá con la expresión de su aprobación sin reserva y con todas las bendiciones que son el resultado de tener su aprobación.

Por eso, ante la creciente urgencia de los tiempos, nos conviene prestar atención a la siguiente exhortación oportuna: “Considerémonos unos a otros para incitarnos al amor y a las obras excelentes, no abandonando el reunirnos, como algunos tienen por costumbre, sino animándonos unos a otros, y tanto más al contemplar ustedes que el día va acercándose.” (Heb. 10:24, 25)

Esto resultará para nosotros en un cumplimiento favorable de la breve, pero poderosa, parábola del sembrador y la semilla, en Marcos 4:26-29. Entonces experimentaremos “el regocijo del tiempo de la siega.” Con gran emoción comprenderemos cabalmente que “el que está sembrando teniendo en mira el espíritu, segará del espíritu vida eterna.”—Gál. 6:8; Isa. 9:3.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Noviembre de 1980. Complemente la información con el tema: ¿Qué le gustaría preguntarle a Dios?. Ambos distribuidos por los testigos de Jehová.