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jueves, 17 de julio de 2014

Respeto piadoso por la sangre (Primera parte)

“Los llamo para que este mismo día sean testigos de que estoy limpio de la sangre de todo hombre.” (HECHOS 20:26.)

ESAS palabras del apóstol Pablo como cristiano reflejan su respeto saludable por la sangre, el fluido de la vida. Más adelante en esta consideración examinaremos lo que Pablo quiso decir con esta declaración. Pero primeramente consideremos lo que el Creador de las almas, tanto humanas como animales, dice respecto a la sangre. Ya hemos observado que Jehová Dios considera la sangre —que representa la vida— como sagrada.

Las personas que derraman sangre de manera indiscriminada o sin importarles, y en particular la sangre humana, llegan a ser culpables ante Dios de derramamiento de sangre. Sin embargo, ¿hay formas en que la sangre pudiera utilizarse para el beneficio de la humanidad?

La ley que Dios dio a Israel con relación a la sangre declaraba enfáticamente: “No deben comer la sangre de ninguna clase de carne, porque el alma [la vida, La Biblia al Día] de toda clase de carne es su sangre. Cualquiera que la coma será cortado”.

Para los israelitas y los residentes forasteros que vivían entre ellos, el comer sangre era un pecado castigable con pena de muerte, aunque fuera para alimentación necesaria. Antes de comerse la carne, tenían que derramar la sangre de esta y cubrirla con polvo; así, de manera figurativa, devolvían la vida a Dios. (Levítico 17:13, 14.)

Esa era una ley divina. Al obedecerla, los israelitas mantenían una relación espiritual saludable con Jehová, la Fuente de la vida. Y también disfrutaban de beneficios secundarios, pues preservaban la salud física.

La sangre de Cristo
No obstante, Jehová tenía presente un uso sobresaliente de la sangre. Este era el de rescatar a la humanidad del pecado y la muerte por medio de la “sangre preciosa” de Cristo Jesús. Aun antes de “la fundación del mundo” (cuando los pecaminosos Adán y Eva produjeran prole redimible) Jehová sabía de antemano cómo libertaría a la humanidad. (1 Pedro 1:18-20; Romanos 6:22, 23.)

Es “la sangre de Jesús su Hijo lo que nos limpia de todo pecado”. (1 Juan 1:7.) Este uso de la sangre es tan importante que Dios hizo que se registraran en las Escrituras Hebreas muchos tipos y sombras que señalaban al sacrificio perfecto de Jesús. (Hebreos 8:1, 4, 5; Romanos 15:4.)

Siglos antes que diera la Ley a Israel, Jehová mandó a Abrahán que sacrificara a Isaac en el monte Moría. De esta manera, Dios ilustró cómo él sacrificaría a su Hijo unigénito, Jesús. La sujeción de buena voluntad de Isaac en este dramático episodio prefiguró la obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre al derramar su sangre en sacrificio. (Génesis 22:1-3, 9-14; Hebreos 11:17-19; Filipenses 2:8.)

La Ley mosaica también suministró “una sombra de las buenas cosas por venir”, señalando al sacrificio de Jesús a favor de la humanidad. La Ley permitía que la sangre se usara de una sola manera: en el sacrificio de animales a Jehová. Aquellos sacrificios no eran simplemente rituales. Tenían un profundo significado espiritual. En todo detalle, prefiguraron el sacrificio de Jesús y todo lo que se lograría mediante este. (Hebreos 10:1; Colosenses 2:16, 17.)

Por ejemplo, la manera como Aarón manejaba los sacrificios del Día de Expiación prefiguró cómo el gran Sumo Sacerdote, Jesús, usa el mérito de su propia sangre preciosa al proveer la salvación, en primer lugar, a su “casa” sacerdotal de 144.000 cristianos ungidos para que se les impute justicia y adquieran una herencia como reyes y sacerdotes con él en los cielos.

En segundo lugar, el sacrificio a favor del “pueblo” prefiguró el rescate que Jesús ofrecería por todas las personas que heredarán la vida eterna aquí en la Tierra. Hoy día hay “una gran muchedumbre” de estas personas a quienes se atribuye justicia, lo cual resultará en que sobrevivan la inminente gran tribulación. Esto se debe a que “han lavado sus ropas largas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”, y demuestran su fe al rendir servicio sagrado a Dios. (Levítico 16:6, 15, 18-22; Hebreos 9:11, 12; Revelación 14:1, 4; 7:4, 9, 14, 15.)

‘La vida está en la sangre.’ La sangre de Jesús era perfecta, de modo que su sacrificio causa que se conceda vida perfecta a todas las personas que ejercen fe. ¡Cuánto podemos alegrarnos de que aquellos tipos antiguos se hayan cumplido mediante el sacrificio amoroso de Jesús! (Levítico 17:14; Hechos 20:28.)

La sangre... una cuestión moral
Una asombrosa sabiduría es evidente en el diseño de la sangre. Los evolucionistas, al no poder explicar el origen de la vida, tal vez traten de decirnos que nuestra sangre evolucionó de algún modo. ¡Increíble!

Nuestra compleja sangre realmente desempeña funciones maravillosas. Lleva el oxígeno sustentador de la vida y sustancias nutritivas a todas partes del cuerpo. La sangre remueve desechos. Transporta corpúsculos blancos para combatir enfermedades, y lleva plaquetas que reparan las heridas menores y las graves.

Ayuda a regular la temperatura del cuerpo. Puesto que la sangre de cada persona es diferente, los expertos en genética en Inglaterra hasta están considerando valerse de las “huellas dactilares del ADN” tomadas de muestras de sangre para identificar a los criminales. La sangre es un órgano entre los muchos miembros del cuerpo que hicieron que el rey David exclamara: “Oh Jehová, tú me has escudriñado completamente, y me conoces. Te elogiaré porque de manera que inspira temor estoy maravillosamente hecho”. (Salmo 139:1, 14.)

¿No debería ser el justo Modelador de la humanidad, el Diseñador de la sangre, quien determine cómo se debe usar correctamente esa corriente de vida? (Job 36:3.) Eso es lo que él ha hecho, y no ha dejado duda al respecto. Él declaró a nuestro antepasado Noé: “Solo carne con su alma —su sangre— no deben comer”. (Génesis 9:4.)

Y al repetir su Ley a Israel, él claramente dijo: “Simplemente queda firmemente resuelto a no comer la sangre, porque la sangre es el alma y no debes comer el alma con la carne. No debes comerla. Debes derramarla sobre el suelo como agua”. (Deuteronomio 12:23, 24.)

Sin duda David tenía presente este mandamiento cuando tres de sus guerreros arriesgaron su vida para poder traerle agua potable de la cisterna de Belén. Él “la derramó a Jehová” en representación de la sangre de aquellos hombres. (2 Samuel 23:15-17.) Ni siquiera en una emergencia podría pasarse por alto lo sagrado de la sangre. (Véase también 1 Samuel 14:31-34.)


Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Septiembre de 1986. Para complementar el tema lea "¿Dice la Biblia algo acerca de las transfusiones de sangre?. Ambos producidos por los testigos de Jehová.