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sábado, 12 de abril de 2014

El “pan de la vida” al alcance de todos


“Yo soy el pan vivo que bajó del cielo; si alguien come de este pan vivirá para siempre; y, de hecho, el pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo.”
(Juan 6:51.)

EL MUNDO de la humanidad se ha alimentado de pan desde hace mucho tiempo, siendo este el alimento más común de la Tierra. Por esa razón el pan ha llegado a ser sinónimo de sustento. Sin embargo, hoy en día la falta de pan está alcanzando niveles trágicos. El hambre afecta a una cuarta parte de los habitantes de la Tierra. El periódico The Globe and Mail, de Toronto, Canadá, dijo recientemente: “El hambre, como la guerra, no conoce fronteras”. Según el mismo periódico, un dirigente de las operaciones de emergencia de la ONU en África advirtió que el continente estaba al borde de “una de las mayores tragedias humanas, uno de los mayores desafíos humanos de la historia”.

Jesús profetizó que las escaseces de alimento serían parte de la señal de su presencia en el poder del Reino. (Mateo 24:3, 7, 32, 33; 25:31, 32; Lucas 21:11.) ¡Qué contentos podemos estar de que su Reino esté cerca! En poco tiempo este Rey glorioso vencerá a todos los enemigos de la humanidad y eliminará las injusticas políticas y económicas causantes de tal cruel sufrimiento. En aquel tiempo todos los pueblos se regocijarán al recibir el pan de cada día. (Mateo 6:10, 11; 24:21, 22; Daniel 2:44; Proverbios 29:2.)

Bajo un gobierno justo, nuestra fértil tierra será capaz de producir alimento en “sobre abundancia”, suficiente para satisfacer a una población mundial muy superior a la actual. (Salmo 72:12-14, 16, 18.) Jehová dará “un banquete” de buenas cosas para su pueblo. (Isaías 25:6.) Pero se necesita algo más. ¿Seguirá el ser humano enfermando y muriendo con el paso de los años? Felizmente, Isaías 25:8 sigue diciendo con respecto a Jehová: “Él realmente se tragará la muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará las lágrimas de todo rostro”. ¿Cómo se realizará esa promesa?

La provisión amorosa de Jehová

Cuando José era el administrador de alimentos de Egipto, había grano en abundancia. Esta abundancia se debió a que José, después de ser nombrado por el Faraón, se preparó con sentido previsor para los siete años de hambre que habían sido predichos, y Jehová amorosamente bendijo su labor. (Génesis 41:49.)

Había alimento en abundancia para todos, incluso para almacenar. Cuando Jacob, el padre de José, los hermanos de este y sus familias llegaron a Egipto, se beneficiaron de aquella manifestación de la providencia divina. Aquellos israelitas debieron conocer bien el pan de masa de trigo fermentada, pues parece que proviene de Egipto.

Posteriormente, Jehová hizo más provisiones amorosas para su pueblo. Fue cuando millones de israelitas salieron de Egipto y atravesaron el desierto del Sinaí. ¿Cómo podía aquella gran muchedumbre hallar sustento en el desolado e inhóspito desierto? Aunque Jehová se había encolerizado con ellos debido a su falta de fe, “abrió las mismísimas puertas del cielo. Y siguió haciendo llover sobre ellos maná para comer, y el grano del cielo les dio”. “Con pan del cielo siguió satisfaciéndolos” durante 40 largos años. (Salmo 78:22-24; 105:40; Éxodo 16:4, 5, 31, 35.)

No debe olvidarse tampoco que los israelitas no fueron los únicos en comer del maná. “Una vasta compañía mixta” de personas que no eran israelitas ejercieron fe en Jehová y se unieron a ellos en el éxodo de Egipto. A ellos Dios también les proveyó el maná. (Éxodo 12:38.)

Sin embargo, la humanidad ha tenido siempre una necesidad mayor que la del “pan del cielo” literal. Los que comieron del maná provisto milagrosamente también envejecieron y murieron, puesto que la condición pecaminosa heredada del hombre hace que la muerte sea inevitable, independientemente de la alimentación. (Romanos 5:12.)

Los sacrificios de Israel le permitieron mantener una buena relación con Dios, pero aquellos sacrificios también pusieron de relieve la pecaminosidad de la nación. “En ningún tiempo [pudieron] quitar los pecados completamente.” Además, aquellas ofrendas representaron el “solo sacrificio” de Jesús que hace posible eliminar “perpetuamente” los pecados. Desde su posición ensalzada en el cielo, Jesús puede ahora administrar los beneficios de aquel sacrificio. (Hebreos 10:1-4, 11-13.)

“Verdadero pan del cielo”

Consideremos ahora el capítulo 6 de Juan. Lo que Jesús explica en este capítulo no es una continuación de lo registrado en el capítulo 5. El contexto es diferente, pues había pasado todo un año. Era el año 32 E.C. Jesús ya no se encontraba entre los judíos de Jerusalén, pagados de su propia justicia, sino entre la gente común de Galilea. Acababa de ejecutar el milagro de alimentar a 5.000 hombres con cinco panes y dos pescados pequeños.

Al día siguiente, la muchedumbre siguió a Jesús esperando otra comida gratuita. De modo que Jesús les dijo: “Ustedes me buscan, no porque vieron señales, sino porque comieron de los panes y quedaron satisfechos. Trabajen, no por el alimento que perece, sino por alimento que permanece para vida eterna”. Jesús había sido enviado por su Padre para suministrar tal alimento a todos aquellos que ejercieran fe en él. Este sería “el verdadero pan del cielo”, con efectos más duraderos que los que tuvo el maná literal que comieron los antiguos israelitas. (Juan 6:26-32.)

Jesús siguió explicando los beneficios que se derivarían de aquel “alimento”, diciéndoles: “Yo soy el pan de la vida. Al que viene a mí, de ninguna manera le dará hambre, y al que ejerce fe en mí no le dará sed nunca. [...] Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que contempla al Hijo y ejerce fe en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. (Juan 6:35-40.)

Aquellos judíos materialistas consideraron polémicas esas palabras de Jesús. Solo veían en Jesús al hijo de José y de María. Jesús les advirtió: “Dejen de murmurar entre ustedes. Nadie puede venir a mí a menos que el Padre, que me envió, lo atraiga; y yo lo resucitaré en el último día”. Entonces repitió: “Yo soy el pan de la vida. Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto y sin embargo murieron. Éste es el pan que baja del cielo, para que cualquiera pueda comer de él y no morir. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo; si alguien come de este pan vivirá para siempre; y, de hecho, el pan que yo daré es mi carne a favor de la vida del mundo”. (Juan 6:42-51.)

Por consiguiente, fue “a favor de la vida del mundo” —el mundo entero de la humanidad redimible— que Jesús dio su carne. Y “cualquiera” del mundo de la humanidad que come simbólicamente de ese “pan”, por medio de ejercer fe en el poder redentor del sacrificio de Jesús, puede entrar en el camino que lleva a la vida eterna. La “vasta compañía mixta” que comió con los israelitas del maná en el desierto representó a la gran muchedumbre de “otras ovejas” de Jesús quienes, junto con el resto ungido del “Israel de Dios”, están ahora comiendo la carne de Jesús en sentido figurado. Comen esa carne por medio de ejercer fe en su sacrificio. (Gálatas 6:16; Romanos 10:9, 10.)

El discurso de Jesús escandalizó a muchos de aquellos oyentes galileos. Esto no fue óbice para que Jesús, todavía hablando sobre su carne, fuera un poco más allá: “Muy verdaderamente les digo: A menos que coman la carne del Hijo del hombre y beban su sangre, no tienen vida en ustedes. El que se alimenta de mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día; porque mi carne es verdadero alimento, y mi sangre es verdadera bebida”. (Juan 6:53-55.) ¡Realmente chocante! No solamente les repugnaba a aquellos judíos la idea del canibalismo, sino que la Ley, en Levítico 17:14, prohibía específicamente comer “la sangre de cualquier clase de carne”.

Por supuesto, con estas palabras Jesús estaba destacando que cualquiera que quisiera vida eterna tenía que ejercer fe en el sacrificio que él iba a hacer al ofrecer su cuerpo humano perfecto y derramar su sangre vital. (Hebreos 10:5, 10; 1 Pedro 1:18, 19; 2:24.) Esa provisión no es solo para los coherederos de Jesús. También incluye a la “gran muchedumbre” que sobrevive a “la gran tribulación”, puesto que estos “han lavado sus ropas largas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”. Su fe en el sacrificio de Jesús, fe que demuestran también por el “servicio sagrado” que rinden a Dios, resulta en que se les conserve con vida a través del mayor tiempo de angustia para la Tierra. De modo similar, Rahab fue declarada justa y sobrevivió cuando Josué dio a Jericó irrevocablemente a la destrucción. (Revelación 7:9, 10, 14, 15; Josué 6:16, 17; Santiago 2:25.)

“Vida en ustedes”

En Juan 6:53 y 54 Jesús relaciona las expresiones “vida eterna” y “vida en ustedes”. De modo que, en este contexto, la expresión “vida en ustedes” parece tener un significado diferente del que tiene en Juan 5:26. En otras partes de las Escrituras Griegas se usan expresiones de construcción gramatical similar a tener “vida en ustedes”. Por ejemplo: “Tengan sal en ustedes” (Marcos 9:50) y “recibiendo en sí mismos la recompensa completa”. (Romanos 1:27.)

En estos ejemplos la expresión no significa el poder de conceder a otros sal o una recompensa. Más bien, hace referencia a plenitud interior. Así, según el contexto de Juan 6:53, el tener “vida en ustedes” debe significar entrar al fin en la misma plenitud de la vida. Los del “rebaño pequeño” de herederos del Reino experimentan esta condición cuando resucitan para vida en los cielos. Las “otras ovejas” la experimentan después del fin de los mil años, cuando son probados y declarados justos para vida eterna en la Tierra paradisíaca. (1 Juan 3:2; Revelación 20:4, 5.)

Otros también pueden beneficiarse del “pan del cielo”. Jesús dijo del que ‘come su carne y bebe su sangre’ y que muere: “Lo resucitaré en el último día”. Se entiende que los cristianos ungidos que están durmiendo en la muerte son levantados al tocar la “última trompeta”, lo cual tiene lugar durante la “manifestación” de Jesucristo en la gloria del Reino. (1 Corintios 15:52; 2 Timoteo 4:1, 8.)

Pero ¿qué sucede en el caso de las “otras ovejas” en perspectiva que se duermen en la muerte? Son de interés las palabras de Marta al tiempo de la muerte de Lázaro, puesto que en aquel tiempo los judíos temerosos de Dios no tenían otra esperanza que la resurrección terrestre. La fe de Marta se expresó en las siguientes palabras: “Yo sé que [Lázaro] se levantará en la resurrección en el último día”. (Juan 11:24.)

Los que estamos viviendo ahora en el tiempo de la presencia de Cristo podemos, por lo tanto, esperar que los fieles de la “gran muchedumbre” que se duerman en la muerte tendrán una resurrección temprana en la Tierra, de modo que puedan de nuevo participar del “pan del cielo” con la perspectiva de vida eterna. ¡Qué grandiosa esperanza es esta, una esperanza garantizada por la misma resurrección de Jesús de entre los muertos! (1 Corintios 15:3-8.)

“En unión con Cristo”
Jesús continuó: “El que se alimenta de mi carne y bebe mi sangre permanece en unión conmigo, y yo en unión con él”. (Juan 6:56.) Esto, pues, es cierto en el caso de “cualquiera” que de este modo ejerza fe en el sacrificio de Jesús con la perspectiva de tener ‘vida en sí mismo’. Todos los que manifiesten tal fe pueden llegar a estar “en unión con” Jesús.

Por supuesto, la “gran muchedumbre” de otras ovejas que tienen esperanza terrestre no están “en unión con Cristo” en el sentido de ser coherederos con él, miembros de su novia que reciben una resurrección celestial como la de él. (Romanos 8:1, 10; 1 Corintios 1:2; 2 Corintios 5:17; 11:2; Gálatas 3:28, 29; Efesios 1:1, 4, 11; Filipenses 3:8-11.) Aun así, todos los que tienen esperanza terrestre pueden y deben estar en completa armonía con el Padre y el Hijo, conociendo y haciendo la “perfecta voluntad de Dios”, al igual que el “rebaño pequeño”. (Romanos 12:2; compárese con Juan 17:21.)

En consecuencia, el valor sacrificatorio de la carne y de la sangre de Cristo está disponible a todos los que hoy ejercen fe, y cualquiera que se aproveche de él puede estar “en unión con” Jesús. Todos tienen que llegar a ser parte de la familia universal de Jehová Dios. En estos críticos “últimos días” disfrutan de una unidad mundial de creencia, propósito y trabajo. Al ejercer fe en Jesús, pueden hacer “obras mayores” en su alcance que las que Jesús realizó en la Tierra.

Se espera que muchas más personas interesadas asistan a la celebración de la Conmemoración. Millones de las “otras ovejas” estarán presentes, junto con los menguantes miles del “rebaño pequeño”: todos con un profundo aprecio por la provisión amorosa de Jehová mediante Cristo, y con pleno reconocimiento de lo vitales que son la carne y la sangre de Cristo.

Sin embargo, todos deben discernir con claridad su posición. El participar de los emblemas de la Conmemoración no garantiza la vida eterna. Estos son símbolos del sacrificio de Jesús, el cual se aplica primero en relación con el “nuevo pacto”. Los ungidos introducidos en ese pacto, y solo ellos, pueden propiamente participar de los emblemas. Uno ha sido introducido en ese nuevo pacto, o no lo ha sido. (1 Corintios 11:20, 23-26.)

Los que no están en el nuevo pacto y que no han sido introducidos por Jesús en un pacto para un Reino no participan de los emblemas de la Conmemoración, pero deben reconocer de todos modos lo importantes que son para ellos la carne y la sangre sacrificadas de Jesús. (Lucas 22:14-20, 28-30.) Este sacrificio es el medio por el cual pueden obtener vida eterna en la Tierra.

A medida que se acerca el tiempo para la Conmemoración, que todos discernamos con claridad todo lo que el sacrificio de Jesús significa para la humanidad. ¡Cuán felices nos sentimos de que “el pan de la vida” esté ahora disponible para todos!

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 15 de Febrero de 1986; editada por los testigos de Jehová. Para complementar el tema lea: "Un acontecimiento que no puede perderse"