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miércoles, 19 de marzo de 2014

¡La Palabra de Jehová es segura!

‘Yo, Jehová, hago que se cumpla la palabra de mi siervo.’ (Isaías 44:24-26)

¿QUÉ nos traerá el día de mañana? La gente quisiera saber eso. Pero ¡cuán poco satisfactorias son sus predicciones! Por ejemplo: Allá en 1864 el naturalista Alfred R. Wallace predijo que el hombre forjaría el siguiente ‘futuro para la raza humana’: “Cada cual forjará su propia felicidad en relación con la de su prójimo; las facultades morales bien equilibradas nunca permitirán a nadie violar la igualdad de libertad de otras personas; cada cual será guiado por lo óptimo en lo que respecta a leyes; una consumada comprensión de los derechos de todos los que lo rodean, junto con perfecta simpatía con los sentimientos de éstos”.

De hecho, ¡Wallace predijo que el hombre transformaría la Tierra en “el paraíso más brillante que se haya presentado alguna vez en los sueños de un vidente o un poeta”!

El autor de esas palabras murió solamente nueve meses antes de que la humanidad se sumiera en la oscura noche de la I Guerra Mundial. ¿Dónde estuvo, entonces, aquel ‘brillante paraíso’ lleno de gente compasiva? ¿Y qué hay de hoy? Indiscutiblemente, ‘se ha enfriado el amor de la mayor parte’ de la gente... y esto a pesar de las predicciones que habían anunciado lo contrario (Mateo 24:12). Pero ¿debería esto llevarnos a dudar de toda profecía?

Jehová Dios se identifica como Aquel ‘que vuelve a los sabios al revés y torna el conocimiento de ellos en tontedad, mientras hace que se cumpla la palabra de Su siervo’ (Isaías 44:24-26, By). Sin embargo, algunos tal vez pregunten: ‘¿Podemos confiar en las profecías bíblicas? ¿Es verdaderamente segura la Palabra de Jehová?’.

Ruina y restauración

Hay prueba abundante de que realmente podemos confiar en la profecía bíblica. Por ejemplo, profecías de ruina y de restauración se realizaron en el caso del antiguo pueblo de Dios, los israelitas. Cuando ellos adoraban fielmente a Jehová, prosperaban en la ‘tierra de leche y miel’ que Dios les había dado (Levítico 20:24; 1 Reyes 4:1, 20).

Pero se les había advertido que, si desobedecían, aquella tierra que virtualmente era un paraíso se convertiría en un lugar desierto y devastado (Levítico 26:27-35). En el año 607 a. de la E.C., unos 900 años después que Moisés hubo puesto por escrito el libro de Levítico, los babilonios conquistaron a Judá y Jerusalén. Poco tiempo después, los judíos que quedaron en aquella tierra huyeron a Egipto, y así se completó la predicha desolación. (Jeremías 39:8-10; 40:5; 41:2; 43:1-7.)

Sin embargo, más de un siglo antes de la destrucción de Jerusalén, Jehová había prometido que haría regresar a su pueblo arrepentido a la tierra desolada de ellos y que restauraría el esplendor paradisíaco de ésta (Isaías 35:1-4).

Dios también había dicho: “Yo, Jehová, [...] que hago que se cumpla la palabra de mi siervo y que se realice el plan de mis mensajeros, soy el que dice acerca de Jerusalén: ‘será habitada’, y en cuanto a las ciudades de Judá: ‘serán reconstruidas y restauraré sus ruinas’” (Isaías 44:24-26, By). En 539 a. de la E.C. los medos y los persas, bajo el mando de Ciro, conquistaron a Babilonia, tal como lo había predicho Isaías (Isaías 44:27–45:6).

El decreto de Ciro que permitió a los judíos regresar a su tierra de procedencia y reconstruir el templo entró en vigor en 537 a. de la E.C., y con el tiempo la tierra de Judá sí vio la predicha transformación. (Esdras 1:1-4; Isaías 35:5-10; Ezequiel 36:35). ¡Cuán segura es la Palabra de Jehová!

Tiro no pudo desafiar la profecía

En la antigua ciudad de Tiro, a la cual apropiadamente se llamaba “la Reina del Mar”, también se cumplió profecía recibida por inspiración divina. Respecto a este puerto marítimo fenicio, Jehová había declarado: “Estoy contra ti, oh Tiro, y ciertamente haré subir contra ti muchas naciones [...] Aquí estoy trayendo contra Tiro a Nabucodonosor el rey de Babilonia [...] y tus torres derruirá [...] Y tus piedras y tu maderaje y tu polvo colocarán en el medio mismo del agua. [...] Y ciertamente haré de ti una superficie brillante y pelada de peñasco. Un secadero para redes barrederas es lo que llegarás a ser”. (Ezequiel 26:3-14.)

Tal caída parecía imposible. De acuerdo con el historiador judío Josefo, los babilonios sitiaron a Tiro por un período de 13 años (Josefo, Contra Apión, libro I, capítulo 21). No hay registro histórico de cuán eficaces fueron los esfuerzos de Nabucodonosor, aunque Tiro tiene que haber sufrido enormes pérdidas en términos de propiedad y vidas. Una declaración profética posterior dada mediante Zacarías indicó que Dios destruiría completamente la ciudad (Zacarías 9:3, 4). Esta profecía se cumplió unos 200 años después de ser dada.

Para entonces, los que vivían en la cercana ciudad insular de Tiro se sentían seguros detrás de sus formidables murallas. Sin embargo, en 332 a. de la E.C. las fuerzas de Alejandro Magno destruyeron aquella ciudad insular por medio de construir un terraplén hasta la isla, usando los escombros de la Tiro continental.

Desde entonces, esta península artificial ha sido agrandada por la arena que el agua ha depositado allí. Además, en la aldea marítima que actualmente se halla allí se pueden ver pescadores secando sus redes... otro cumplimiento de profecía. ¡La Palabra de Jehová ciertamente es segura!

Se rinde la “ciudad de derramamiento de sangre”


La Palabra profética de Dios también resultó ser veraz en el caso de la antigua Nínive, la capital del Imperio Asirio, opresor del pueblo de Jehová (2 Reyes 17:1-6; 1 Crónicas 5:6, 26). Cuando Nínive estaba en su apogeo, Jehová dijo lo siguiente acerca de ella mediante Sus profetas: “Saqueen plata; saqueen oro; pues no hay límite a las cosas en arreglo. [...] ¡Vacío y vacuidad, y una ciudad asolada! [...] ¡Ay de la ciudad de derramamiento de sangre!” (Nahúm 2:9, 10; 3:1). “Hará de Nínive un yermo desolado [...] y en medio de ella, hatos ciertamente se echarán estirados.” (Sofonías 2:13, 14.)

¿Sería posible que esto se realizara? Nínive era “la gran ciudad” (Jonás 1:2). De acuerdo con el historiador antiguo Diodoro, Nínive tenía una muralla de 30 metros (100 pies), lo suficientemente ancha como para que tres carros viajaran sobre ella lado a lado. En los días del profeta Jonás (el siglo IX a. de la E.C.), más de 120.000 hombres vivían en aquella ciudad (Jonás 4:11). ¿Había de convertirse todo esto en un “yermo desolado”?

En el año 632 a. de la E.C., después de 16 años o más de la profecía de Sofonías, los babilonios y los medos sitiaron a Nínive. De acuerdo con Diodoro (libro II, capítulo 27), “lluvias fuertes y continuas” hicieron que el río Éufrates se desbordara. El río “inundó parte de la ciudad y derribó los muros por una distancia de veinte estadios”.

Nínive fue tomada. “Se llevaron mucho despojo de la ciudad y de la zona del templo y convirtieron la ciudad en un montón de tierra y en una ruina”, declara la antigua Crónica babilonia. Por siglos Nínive llegó a ser una ciudad perdida. Su caída ciertamente fue “buenas nuevas” para el pueblo de Dios, al cual se confirmó que “Jehová es bueno” y “está informado de los que buscan refugio en él” (Nahúm 1:7, 15).

Hoy día la persona que visita las ruinas de Nínive, en Iraq, puede ver ovejas pastando cerca de sus montículos, tal como se predijo. Esto es prueba adicional de que la Palabra de Jehová es segura.

Se quiebra “un cuerno conspicuo”

En una visión profética, Daniel vio que un macho cabrío que tenía “un cuerno conspicuo” mataba a un carnero de dos cuernos. El cuerno conspicuo fue quebrado, y cuatro cuernos lo reemplazaron (Daniel 8:1-8). ¿Qué pudiera significar esto? El ángel Gabriel explicó: “El carnero que tú viste que poseía los dos cuernos representa a los reyes de Media y Persia. Y el macho cabrío peludo representa al rey de Grecia; y en cuanto al gran cuerno que estaba entre sus ojos, representa al primer rey. Y puesto que ése fue quebrado, de modo que hubo cuatro que finalmente se levantaron en lugar de él, hay cuatro reinos de su nación que se pondrán de pie, pero no con su poder”. (Daniel 8:16, 20-22.)

La poderosa Babilonia había sido conquistada por Medopersia, el carnero de dos cuernos de la visión. Pero el ángel de Dios había predicho que “el macho cabrío peludo”, Grecia, mataría al carnero. Eso fue exactamente lo que ocurrió en el siglo IV a. de la E.C., cuando los ejércitos de habla griega de Alejandro Magno derrocaron al Imperio Medopersa. Sin embargo, Alejandro murió inesperadamente a la edad de 32 años en 323 a. de la E.C. sin haber dejado un sucesor capacitado.

Con la muerte de Alejandro “el cuerno conspicuo” fue quebrado. Pero ¿qué hay de los predichos ‘cuatro cuernos que finalmente se levantaron en lugar de éste’?

Alejandro tenía varios generales, pero cuatro de ellos finalmente se establecieron en el poder. Fue así como el “cuerno conspicuo” fue quebrado, y con el tiempo ‘cuatro cuernos’, o “cuatro reinos”, lo reemplazaron. Para 301 a. de la E.C. estos generales se habían establecido en el poder: Ptolomeo Lago (Egipto y Palestina); Seleuco Nicátor (Mesopotamia y Siria); Casandro (Macedonia y Grecia); y Lisímaco (Tracia y Asia Menor). De nuevo vemos que la Palabra de Dios es segura.

¡Aparece “Mesías el Caudillo”!


El libro de Daniel también suministra prueba particularmente sobresaliente de que la Palabra de Jehová es segura. Con siglos de anterioridad, Daniel escribió por inspiración acerca del tiempo exacto en que el Mesías aparecería en la Tierra.

Esta emocionante profecía dijo, en parte: “Hay setenta semanas que han sido determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para poner fin a la transgresión, y para acabar con el pecado, y para hacer expiación por el error, y para introducir la justicia para tiempos indefinidos, y para imprimir un sello sobre visión y profeta, y para ungir el Santo de los Santos. Y debes saber y tener la perspicacia de que desde la salida de la palabra de restaurar y reedificar a Jerusalén hasta Mesías el Caudillo, habrá siete semanas, también sesenta y dos semanas”. (Daniel 9:24, 25.)

¿Se trataba aquí de “semanas” literales? No, pues las cosas profetizadas aquí tocante al Mesías no acontecieron todas dentro de un período de 70 semanas, o menos de año y medio. Éstas resultaron ser “semanas” en las cuales cada día contaba por un año. (Compare con Números 14:33, 34.) “La palabra de restaurar y reedificar a Jerusalén” salió en el año vigésimo del rey persa Artajerjes, llamado Longimano (Nehemías 2:1-18).

Desde que éste comenzó a gobernar en 474 a. de la E.C., su vigésimo año fue 455 a. de la E.C. Por eso, las 69 semanas de años desde ‘la palabra de reedificar a Jerusalén hasta Mesías el Caudillo’ sumaron 483 años (7  69) y se extendieron hasta el 29 E.C.

En ese año Juan el Bautizante estaba ocupado “predicando bautismo en símbolo de arrepentimiento para perdón de pecados”. ¿Y qué hay de los judíos? “Estando el pueblo en expectativa y todos discurriendo en sus corazones acerca de Juan: ‘¿Acaso será él el Cristo?’” (Lucas 3:3-6, 15).

Respecto a tal expectativa, el erudito judío Abba Hillel Silver declaró: “En el primer siglo, sin embargo, especialmente durante la generación anterior a la destrucción [de Jerusalén], hubo un extraordinario brote de emocionalismo mesiánico. Esto se debió [...] no a una intensificación de la persecución romana, sino a la creencia común entonces, inducida por la cronología popular de aquellos días [...] Se esperaba al Mesías alrededor del segundo cuarto del primer siglo E.C.”. Aquella “cronología popular” se basaba en el libro de Daniel.

La profecía de Daniel había indicado que las 69 semanas de años se extenderían hasta dentro del año 29 E.C. Pues bien, ¿apareció el Mesías a tiempo en aquel año? ¡Ciertamente que sí! Juan el Bautizante había comenzado a predicar y bautizar “en el año decimoquinto del reinado de Tiberio César” (Lucas 3:1-3).

Puesto que Tiberio llegó a ser emperador romano el 17 de agosto del año 14 E.C. (según el calendario gregoriano), la obra de Juan comenzó durante el año decimoquinto después de eso, o en la primavera del 29 E.C. En el otoño de aquel año Juan bautizó a Jesús de Nazaret, y entonces el espíritu santo descendió del cielo para ungir a Jesús como el Cristo, o Mesías (Lucas 3:21, 22). La profecía mesiánica se había cumplido. Nuevamente se había probado que la Palabra de Jehová es segura.

Muchas otras profecías de las Escrituras Hebreas tuvieron cumplimiento con relación a Jesucristo.

  • Por ejemplo, Jesús nació de una virgen, en Belén (Isaías 7:14; Miqueas 5:2; Mateo 1:18-23; 2:3-6).

  • Después que él nació, se dio muerte a unos niñitos (Jeremías 31:15; Mateo 2:16-18). Tuvo un precursor (Isaías 40:3; Mateo 3:1-3).

  • Jesús llevó nuestras enfermedades (Isaías 53:4; Mateo 8:16, 17).

  • Entró en Jerusalén sobre un pollino de asna (Zacarías 9:9; Juan 12:12-15).

  • Un apóstol lo traicionó por 30 piezas de plata (Salmo 41:9; Zacarías 11:12; Mateo 26:14-16, 46-56; Juan 13:18).

  • Después que Jesús hubo sido colgado en el madero, varios soldados se repartieron las ropas de él y echaron suertes por Su prenda interior de vestir (Salmo 22:18; Juan 19:23, 24).

  • No le quebraron los huesos, pero lo traspasaron con una lanza (Salmo 34:20; Zacarías 12:10; Juan 19:33-37).

  • Después de estar partes de tres días en el sepulcro, fue resucitado (Jonás 1:17; 2:10; Mateo 12:39, 40; Marcos 9:31; Hechos 10:40).

Éstos son simplemente ejemplos de cómo Jesús cumplió las profecías mesiánicas. Pero también prueban que la Palabra de Jehová es segura.

Se puede saber el futuro


Jesús mismo, el Mesías, dio profecías que inspiran esperanza. Por ejemplo, predijo su futura “presencia” (Mateo 24:3-14). De hecho, diferentes escritores bíblicos pusieron por escrito profecías alentadoras que tendrían significado e importancia en el siglo XX y XXI. Por eso, no es inútil preguntar: ‘¿Qué nos traerá el día de mañana?’. ¡Podemos hallar la contestación!

19 Hasta ahora hemos considerado algunas profecías bíblicas que se cumplieron en el pasado. Pero ¿qué hay de nuestro día? ¿Tenemos más prueba emocionante de que la Palabra de Jehová es segura?

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Abril de 1984. Para complementar el tema lea el libro: "Acerquémonos a Jehová", ambos publicados por los testigos de Jehová.