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viernes, 15 de agosto de 2014

Aprendiendo de un experimento que fracasó (Segunda parte)

La enseñanza acerca de ganarse mérito y favor con Dios mediante actos buenos hizo que muchos fariseos se creyeran muy buenos, que fueran pagados de su propia rectitud, y condenaran a otras personas.

Una parábola que Jesús dio respecto a “algunos que confiaban en sí mismos de que eran justos y consideraban como nada a los demás” declara: “Dos hombres subieron al templo a orar, el uno fariseo y el otro recaudador de impuestos. El fariseo se puso en pie y oraba para sí estas cosas: ‘Oh Dios, te doy gracias de que no soy como los demás hombres, dados a extorsión, injustos, adúlteros, ni aun como este recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana, doy el décimo de todas las cosas que adquiero.’” (Luc. 18:9-12)

Como ejemplo de los extremos a los que puede llevar a la gente una actitud como ésta, se cita el siguiente pasaje tomado de antiguos escritos judíos:

“El R[abí] Ezequías dijo en nombre del R[abí] Jeremías: Así dijo el R[abí] Simeón b[en] Yohai: El mundo posee no menos de treinta hombres tan justos como Abrahán. Si hay treinta, mi hijo y yo somos dos de ellos; si hay diez, mi hijo y yo somos dos de ellos; si hay cinco, mi hijo y yo somos dos de ellos; si hay dos, somos mi hijo y yo; si solo hay uno, soy yo.”

Puesto que los fariseos consideraban ritualmente impura a la gente común, evitaban tener contacto estrecho con ella. En el libro The Life and Times of Jesus the Messiah (La vida y tiempos de Jesús el Mesías), Alfred Edersheim explica que el fariseo “se encargaba de no venderle [al individuo ordinario] ningún líquido ni sustancia seca [alimento nutritivo o fruta], de no comprar de él tal líquido, de no ser convidado junto con él, ni hospedarlo como convidado en su propia ropa (debido a la posible impureza de ésta).”

Eso explica por qué los fariseos se oponían a que Jesús ‘comiera con los pecadores y recaudadores de impuestos.’ (Mar. 2:16) Ellos creían que el que se asociaba con personas ritualmente impuras contraía aquella impureza.

JESÚS Y LOS FARISEOS
Para el tiempo en que el Hijo de Dios empezó su ministerio terrestre, los fariseos habían estado en existencia por aproximadamente dos siglos. Eso era suficiente tiempo como para que se viera si su experimento en cuanto a promover la rectitud o justicia por medio de obras buenas tendría buen éxito o no. No lo tuvo. En su Sermón del Monte, Jesús declaró: “Si su justicia no abunda más que la de los escribas y fariseos, de ningún modo entrarán en el reino de los cielos.”—Mat. 5:20.

En sus tratos con los fariseos y sus comentarios acerca de ellos, el Hijo de Dios aclaró lo que la teoría de ellos tenía de incorrecto. Note lo que dijo acerca de los esfuerzos escrupulosos de los fariseos por diezmar: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! porque dan el décimo de la hierbabuena y del eneldo y del comino, pero han desatendido los asuntos de más peso de la Ley, a saber, la justicia y la misericordia y la fidelidad.” (Mat. 23:23)

En los escritos rabínicos se hace referencia a mandamientos “ligeros” (que exigen poco sacrificio personal) y mandamientos “pesados” (que exigen gran esfuerzo). Jesús mostró que los requisitos “de más peso” de Dios tienen que ver con el mostrar verdadero interés en el semejante de uno, tratarlo con justicia, misericordia y fidelidad.

Con referencia a los lavados rituales de las manos y otros rasgos de la limpieza ceremonial, Jesús dijo: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas’ porque limpian el exterior de la copa y del plato, pero por dentro están llenos de saqueo e inmoderación. Fariseo ciego, limpia primero el interior de la copa y del plato, para que su exterior también quede limpio.” (Mat. 23:25, 26)

A los fariseos se les había desviado de modo que creían que la impureza se adquiría por contacto con alguna fuente externa de contaminación. Jesús declaró que la verdadera fuente de la impureza es interna. En otra ocasión aclaró aún más el asunto al decir enfáticamente:

“‘¿No se dan cuenta de que nada que de fuera entra en el hombre puede contaminarlo, puesto que no entra en su corazón, sino en sus intestinos, y sale a la cloaca?’ . . . Además dijo: ‘Lo que procede del hombre es lo que contamina al hombre; porque de dentro, del corazón de los hombres, proceden razonamientos perjudiciales: fornicaciones, hurtos, asesinatos, adulterios, codicias, actos de iniquidad, engaño, conducta relajada, el ojo envidioso, blasfemia, altanería, irracionalidad. Todas estas cosas inicuas de dentro proceden y contaminan al hombre.’”—Mar. 7:18-23.

A los ojos de Dios la verdadera fuente de la impureza es el pecado que el hombre ha heredado. (Job 14:4; Sal. 51:5; Rom. 5:12) Ninguna cantidad de lavados rituales ni de otros actos piadosos pueden limpiar al individuo de la contaminación que se debe al pecado. Solo el arrepentimiento y el poner fe en el arreglo de Dios para la cancelación de los pecados por medio de Jesucristo pueden lograr el perdón y la salvación. (Hech. 4:12) Por eso Zacarías, padre de Juan el Bautista, profetizó que Dios estaba a punto de “dar conocimiento de salvación a su pueblo,” no por medio de librarlos de una nación enemiga, sino “por el perdón de sus pecados.”—Luc. 1:77.

A los fariseos no les agradaba aquel mensaje, puesto que ‘confiaban en sí mismos de que eran justos y consideraban como nada a los demás.’ (Luc. 18:9, 10) Pero la piedad de ellos era solamente externa, superficial. No desarraigaba la inmundicia interna manifestada por vicios como las “codicias,” “el ojo envidioso” y la “altanería.” (Mar. 7:22) Los escritos judíos testifican en cuanto a esto. Por ejemplo, leemos del “fariseo shikmi,” que “lleva sus deberes religiosos sobre el hombro (shekem), es decir, ostentosamente.”

También se hace mención del “fariseo nikpi... éste es uno cuyos pies chocan el uno contra el otro” porque anda con exagerada humildad. Además, está el “fariseo kizai,” quien al dar intencionadamente contra la pared y lastimarse “hace que su sangre corra contra las paredes” en los esfuerzos que hace por no mirar a una mujer. Con buena razón Jesús dijo de los escribas y fariseos:

“Todas las obras que hacen las hacen para ser vistos por los hombres; porque ensanchan las cajitas que contienen escrituras que llevan puestas como resguardos, y agrandan los flecos de sus prendas de vestir. Les gusta el lugar más prominente en las cenas y los asientos delanteros en las sinagogas, y los saludos en las plazas de mercado y el ser llamados por los hombres Rabí.”—Mat. 23:5-7

Abundan los hechos históricos que muestran que el experimento de los fariseos para promover la rectitud o justicia por el modo en que observaban los preceptos religiosos y ejecutaban obras de caridad fue un fracaso. No influyó en la mayoría de las personas de modo que se esforzaran por ser piadosas, ni ayudó a los fariseos mismos a llegar a ser mejores personas. Al contrario, influyó en ellos y los llevó a cometer el peor crimen de toda la historia: el asesinato del Hijo de Dios.

Sin embargo, el experimento no careció por completo de utilidad. Preparó la escena para que Jesús antes de su muerte diera su poderoso mensaje respecto al pecado humano y la necesidad de buscar la salvación, no por medio de obras, sino como don gratuito sobre la base de arrepentimiento y fe en el sacrificio expiatorio de Jesucristo. (Isa. 53:5, 10-12; Mat. 20:28; Rom. 10:5-9) ¡Esa lección es una que todos los que están vivos hoy también tienen que aprender!

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Septiembre de 1980. Lea el interesante tema: "¿Qué hará el reino de Dios por usted?". Ambos distribuidos por los testigos de Jehová.