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miércoles, 21 de mayo de 2014

¿Es cierto que Dios me ama?

¿ALGUNA vez ha tenido la sensación de que nadie lo valora? En este mundo egoísta y frenético es fácil llegar a pensar que somos totalmente invisibles. Y es que la mayoría de las personas solo se preocupan por sí mismas, tal como predijo la Biblia que sucedería (2 Timoteo 3:1, 2).

Pero la necesidad de amar y ser amado sigue siendo común a todos los seres humanos, sin importar su edad, raza, lengua o cultura. Los científicos han descubierto que nuestro sistema nervioso está diseñado para percibir el amor y la ternura. Y Jehová, aquel que nos creó con esa extraordinaria capacidad, comprende mejor que nadie que necesitamos recibir cariño y sentirnos valorados.

De hecho, podemos llegar a ser personas muy queridas para él. ¿No es ese un honor incomparable? Pero ¿en verdad es posible que Dios ame a criaturas imperfectas como nosotros? ¿Cómo podemos estar seguros de que nos valora? ¿Y qué tenemos que hacer para agradarle?

Valiosos a los ojos de Dios

Hace tres mil años, un fiel siervo de Dios quedó deslumbrado por el esplendor de un cielo tachonado de estrellas. Pero al contemplar este espectáculo, lo que más le maravillaba era pensar que el majestuoso Creador del universo se interesara por simples seres humanos, tan insignificantes en comparación.

Por eso, escribió: “Cuando veo tus cielos, las obras de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has preparado, ¿qué es el hombre mortal para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre para que cuides de él?” (Salmo 8:3, 4).

Cualquiera podría haber concluido que el Dios supremo está demasiado lejos o demasiado ocupado como para interesarse en hombres y mujeres imperfectos. Sin embargo, el escritor de este salmo sabía que, pese a nuestra fragilidad e intrascendencia, Dios nos considera muy valiosos.

Otro salmista aseguró: “Jehová está complaciéndose en los que le temen, en los que esperan su bondad amorosa” (Salmo 147:11). ¡Qué hermosas lecciones aprendemos de estos dos salmos! El Dios de los cielos no solo sabe que existimos, sino que además cuida de nosotros y se complace en lo que hacemos.

El cumplimiento de una antigua profecía confirma este hecho. Por medio del profeta Ageo, Jehová predijo que en nuestros días tendría lugar una importante obra de alcance mundial, y esta sería la predicación de las buenas nuevas del Reino. Entonces indicó uno de los resultados de dicha obra: “Las cosas deseables de todas las naciones tienen que entrar; y ciertamente llenaré de gloria esta casa” (Ageo 2:7).

¿Qué son “las cosas deseables de todas las naciones”? No se trata de riquezas, pues a Jehová no le complacen ni el oro ni la plata (Ageo 2:8). Lo que alegra su corazón son las personas que, con imperfecciones y todo, le sirven por amor (Proverbios 27:11). Su celo y devoción hace que Dios las considere “cosas deseables” que le traen gloria. ¿Es usted una de esas personas?

Puede parecer mentira que criaturas tan intrascendentes y llenas de defectos sean algo tan valioso para el Creador del universo. Pero es la pura verdad. ¿No debería esto impulsarnos a conocerlo mejor? De hecho, Jehová mismo nos invita a hacerlo (Isaías 55:6; Santiago 4:8).

Una persona muy amada por Dios

Una tarde, mientras oraba, el profeta Daniel recibió una sorprendente visita. Se trataba del ángel Gabriel, a quien ya había tenido el honor de conocer anteriormente. “Daniel —dijo el ángel al anciano profeta—, ahora he salido para hacerte tener perspicacia con entendimiento [...], porque eres alguien muy deseable.” (Daniel 9:21-23.)

Es interesante notar que el término hebreo traducido “muy deseable” también puede verterse “muy amado”, “muy estimado” e incluso “predilecto”. Otro ángel que se comunicó posteriormente con Daniel utilizó dos veces más la misma expresión para referirse al profeta. Primero se dirigió a él con estas palabras: “Oh Daniel, hombre muy deseable”, y luego lo animó diciéndole: “No tengas miedo, oh hombre muy deseable. Ten paz” (Daniel 10:11, 19).

Sin duda, Daniel ya sabía que su servicio le había ganado la aprobación divina y que entre él y Jehová existía una buena relación. No obstante, el afectuoso reconocimiento que Dios le hizo mediante sus ángeles debió de confirmarle su valía.

Quizá por eso le expresó a uno de ellos: “Me has fortalecido” (Daniel 10:19).
Este relato, que revela el cariño que Jehová le tenía a su fiel profeta, se ha incluido en la Biblia para nuestro beneficio (Romanos 15:4). Si queremos que Dios sienta lo mismo por nosotros, haremos bien en examinar el ejemplo que nos dejó Daniel.

Estudió las Escrituras con esmero

El registro bíblico indica que Daniel era un estudiante de las Escrituras muy aplicado. En Daniel 9:2 leemos: “Discerní por los libros el número de los años [...] para [que se cumplieran] las devastaciones de Jerusalén”.

Los libros que Daniel tenía a su disposición probablemente incluían los escritos de Moisés, David, Salomón, Isaías, Jeremías, Ezequiel y otros profetas. ¿Nos lo podemos imaginar rodeado de rollos y pergaminos, absorto en el estudio de las profecías? Tuvo que haberse pasado horas, tal vez en la habitación del techo de su casa, meditando y comparando los distintos pasajes sobre la restauración de la religión verdadera en Jerusalén. Su esfuerzo por entender el mensaje de la Palabra de Dios sin duda fortaleció su fe y su relación con Jehová.

El estudio de las Escrituras influyó también en su personalidad y en las decisiones que tomó en su vida. La instrucción que recibió en su tierna infancia le permitió ver desde muy joven la importancia de evitar a toda costa los alimentos que la Ley declaraba impuros (Daniel 1:8). Además, gracias a los consejos de la Palabra de Dios, transmitió sin temor los mensajes divinos a los reyes de Babilonia (Proverbios 29:25; Daniel 4:19-25; 5:22-28).

También se ganó la fama de ser un trabajador diligente y honrado (Daniel 6:4). Y llegó a confiar tanto en Jehová que prefería morir antes que violar sus mandatos (Proverbios 3:5, 6; Daniel 6:23). ¡Con razón lo llamó Dios “hombre muy deseable”!

En muchos sentidos, hoy es más fácil estudiar la Biblia. Por un lado, no tenemos que cargar con rollos, y por otro, contamos con más escritos inspirados que Daniel, incluido el registro de cómo se cumplieron algunas de sus profecías.

Oró con fervor
Daniel se mantenía en constante comunicación con su Padre celestial. Fueron muchas las ocasiones en que acudió a él por ayuda. Por ejemplo, cuando el rey Nabucodonosor de Babilonia amenazó con matarlo si no lograba interpretarle un sueño, el joven Daniel le pidió a Jehová que lo ayudara y protegiera (Daniel 2:17, 18).

Años más tarde, humildemente confesó a Dios sus pecados junto con los del pueblo y le suplicó que les tuviera misericordia (Daniel 9:3-6, 20). Además, no dejó de pedir la guía divina cuando no lograba entender el significado de alguna visión. Y Jehová lo escuchaba, pues en cierta ocasión envió a un ángel para que le proporcionara mayor entendimiento. Este ángel le aseguró: “Tus palabras han sido oídas” (Daniel 10:12).

Pero el fiel profeta no solo le oraba a Dios para hacerle ruegos. La Biblia declara: “Hasta tres veces al día [...] oraba y ofrecía alabanza delante de su Dios, como había estado haciendo regularmente” (Daniel 6:10). Daniel tenía motivos de sobra para alabar a Jehová y expresarle agradecimiento. Y, como acabamos de leer, lo hacía a menudo. Orar era tan importante en su servicio a Dios, que no dejó de hacerlo ni cuando su vida se vio amenazada por ello. Su constancia y lealtad de seguro conmovió el corazón de Jehová.

Al igual que Daniel, usted también puede beneficiarse del hermoso don de la oración. Por eso, no permita que pase ni un solo día sin que se haya comunicado con su Padre celestial. Cuéntele sus preocupaciones y no olvide alabarlo y darle gracias por todas sus bondades. Piense en cómo ha contestado sus súplicas y exprésele su gratitud. Tómese todo el tiempo que sea necesario. Si le abre su corazón a Dios, se sentirá muy cerca de él. ¿Verdad que esa es una buena razón para no dejar nunca de orar? (Romanos 12:12.)

Honró el nombre de Jehová

Quien solo vela por sus propios intereses no goza de buenas amistades. Pues bien, si queremos que nuestra amistad con Dios tenga futuro, tenemos que evitar esa tendencia. Daniel no era ajeno a esta verdad y por eso se preocupó de que el nombre de Dios recibiera siempre la gloria que merece.

Cuando Jehová le reveló el sueño de Nabucodonosor y le dio a conocer su interpretación, Daniel dijo: “Que el nombre de Dios llegue a ser bendito de tiempo indefinido aun hasta tiempo indefinido, porque la sabiduría y el poderío [...] pertenecen a él”.

Y cuando Daniel le comunicó al rey el sueño y su significado, se aseguró en repetidas ocasiones de darle el mérito a Jehová, a quien llamó el “Revelador de secretos”. Además, al pedirle a Jehová que perdonara al pueblo y lo liberara, demostró que le preocupaba que el nombre de Dios fuera ensalzado: “Oh Jehová,  presta atención y actúa porque tu propio nombre ha sido llamado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo” (Daniel 2:20, 28; 9:19).

Hay muchas maneras en las que podemos imitar a Daniel y honrar el nombre de Jehová. Una es pidiendo en nuestras oraciones que el nombre de Dios sea santificado (Mateo 6:9, 10). Otra es asegurándonos de que nuestra conducta nunca manche su santo nombre. Y una última es contándoles a otras personas las cosas maravillosas que hemos aprendido acerca de su Reino.

Es verdad que el mundo en el que vivimos es egoísta y cruel. Pero nos consuela saber que Jehová ama profundamente a cada uno de sus siervos. Ya lo dijo el salmista: “Jehová está complaciéndose en su pueblo. Hermosea a los mansos con salvación” (Salmo 149:4).

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Enero del 2011. Disfrute del drama Bíblico "Marcados para sobrevivir". Ambos editados por los testigos de Jehová.