Entradas populares

Buscar en este blog

sábado, 18 de enero de 2014

La envidia: veneno que corroe

Napoleón Bonaparte, Julio César y Alejandro Magno tuvieron algo en común. Aunque los tres alcanzaron el poder y la gloria, permitieron que por sus venas corriera un veneno que los corroía por dentro: la envidia.

“Napoleón envidiaba a César, César envidiaba a Alejandro y Alejandro, me atrevería a decir, envidiaba a Hércules, que nunca existió”, escribió el filósofo británico Bertrand Russell. Está claro que cualquiera puede caer presa de la envidia, sin importar cuánto dinero, virtudes o éxito tenga en la vida.

La envidia es un sentimiento de tristeza o enojo por los bienes y privilegios de que otros disfrutan. ¿Establece la Biblia alguna diferencia entre los celos y la envidia? Una obra de consulta bíblica matiza que, en las Escrituras, a veces “la palabra celos se refiere al deseo de ser tan próspero como otra persona, mientras que envidia alude al deseo de arrebatarle lo que posee”.

De modo que, en cierto sentido, quien envidia a alguien no solo ansía lo que tiene, sino que además pretende quitárselo. Así pues, analicemos cómo nace la envidia y cuáles son sus consecuencias. Y, sobre todo, veamos qué medidas tomar para que este veneno nunca infecte nuestra vida.

UNA ACTITUD QUE AVIVA LAS LLAMAS DE LA ENVIDIA

Por ser imperfectos, todos tenemos “tendencia hacia la envidia”, pero hay varios factores que pueden avivar sus llamas (Sant. 4:5). El apóstol Pablo destacó uno de ellos en este consejo: “No nos hagamos egotistas, promoviendo competencias unos con otros, envidiándonos unos a otros” (Gál. 5:26). Como vemos, una actitud competitiva no hace más que empeorar nuestra inclinación innata a la envidia.

La Biblia contiene muchos ejemplos que nos sirven de advertencia (1 Cor. 10:11). No solo revelan cómo nace la envidia, sino también cómo envenena a quienes se dejan dominar por ella.

Comencemos con Caín, el primer hijo de Adán y Eva. Él se enfureció porque Jehová rechazó su sacrificio pero aceptó el de Abel. Y aunque estaba en sus manos remediar la situación, se dejó cegar por la envidia y acabó asesinando a su hermano (Gén. 4:4-8). Con razón afirma la Biblia que Caín “se originó del inicuo”, Satanás (1 Juan 3:12).

Hablemos ahora de los diez hermanos de José. Ellos lo envidiaban por la relación tan especial que lo unía a su padre. Y más lo odiaron cuando José les contó sus sueños proféticos. ¡Hasta quisieron matarlo! Al final, lo vendieron como esclavo y tuvieron la crueldad de decirle a su padre que su hijo había muerto (Gén. 37:4-11, 23-28, 31-33). Eso sí, años después reconocieron su pecado: “Somos culpables tocante a nuestro hermano, porque vimos la angustia de su alma cuando suplicaba de nosotros que tuviéramos compasión, pero no escuchamos” (Gén. 42:21; 50:15-19).

Otro caso es el de Coré, Datán y Abiram, quienes cayeron presa de la envidia al comparar sus privilegios con los de Moisés y Aarón. Llegaron a acusar a Moisés de querer hacerse “príncipe” y ponerse por encima de los demás (Núm. 16:13). Pero nada más lejos de la verdad (Núm. 11:14, 15). A Moisés lo había nombrado Jehová mismo, pero aquellos rebeldes codiciaban su puesto. Finalmente, la envidia los condujo a la destrucción a manos de Dios (Sal. 106:16, 17).

Por su parte, el rey Salomón comprobó que la envidia no conoce límites. Una mujer cuyo recién nacido había muerto intentó que otra madre creyera que el bebé fallecido era el suyo. Se celebró un juicio, y la malvada mujer llegó al extremo de aceptar la idea de asesinar al bebé vivo. No obstante, Salomón se encargó de que se lo devolvieran a su verdadera madre (1 Rey. 3:16-27).

Estos ejemplos bíblicos subrayan que la envidia solo conduce al desastre, al odio, a la injusticia e incluso al asesinato. Además, notemos que, en todos los casos, las víctimas no hicieron nada para merecer el trato recibido. ¿Qué podemos hacer para impedir que la envidia controle nuestra vida? ¿Hay algún antídoto para este veneno?

ANTÍDOTOS INFALIBLES
Sentir amor y cariño por los hermanos. El apóstol Pedro exhortó a los cristianos: “Ahora que ustedes han purificado sus almas por su obediencia a la verdad con el cariño fraternal sin hipocresía como resultado, ámense unos a otros intensamente desde el corazón” (1 Ped. 1:22).

¿Y cómo es el amor verdadero? El apóstol Pablo responde: “El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses” (1 Cor. 13:4, 5). Sin duda, un sentimiento como ese contrarrestará cualquier tendencia a la envidia (1 Ped. 2:1). Jonatán dio un gran ejemplo a este respecto, pues en lugar de envidiar a David, optó por “amarlo como a su propia alma” (1 Sam. 18:1).

Relacionarse con personas espirituales. El compositor del Salmo 73 sintió envidia de los malvados que llevaban una vida de lujo y despreocupación. ¿Qué hizo para no dejarse vencer por esos pensamientos? “Entrar en el magnífico santuario de Dios.” (Sal. 73:3-5, 17.) Al relacionarse con otros siervos de Jehová, volvió a apreciar los beneficios de estar cerca de Dios (Sal. 73:28). Y lo mismo nos ocurrirá a nosotros si nunca dejamos de asistir a las reuniones cristianas con nuestros hermanos.

Hacer el bien.
Cuando Caín comenzó a cultivar odio y envidia, ¿qué le aconsejó Dios? “Hacer lo bueno.” (Gén. 4:7.) Este consejo también es útil para los cristianos. Jesús mandó: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente”. Y también: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:37-39).

Cuando nuestra vida gira en torno a servir a Jehová y ayudar al prójimo, sentimos una satisfacción que elimina cualquier rescoldo de envidia que haya en nuestro interior. Si servimos a Dios y al prójimo participando cuanto podamos en nuestra labor de predicación y enseñanza, recibiremos “la bendición de Jehová” (Pro. 10:22).

Alegrarse “con los que se regocijan” (Rom. 12:15). Jesús celebró el éxito de sus discípulos y les aseguró que alcanzarían mayores logros que él en su predicación (Luc. 10:17, 21; Juan 14:12). Los siervos de Jehová somos un pueblo unido; cada éxito individual es una bendición para todos nosotros (1 Cor. 12:25, 26). Por eso, si a un cristiano se le asigna una nueva responsabilidad, ¿no deberíamos alegrarnos por él, en vez de tenerle envidia?

NO HAY QUE BAJAR LA GUARDIA


La lucha contra la envidia puede ser larga. No olvidemos que la envidia es una de las “obras de la carne” contra las que todo cristiano debe luchar (Gál. 5:19-21). Si resistimos sus embates, seremos más felices y agradaremos a Jehová, nuestro Padre celestial.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 15 de febrero del 2012. Puede ser de su interes el tema "¿Por qué la gente actúa tan mal?"