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sábado, 31 de mayo de 2014

Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros.

Sócrates



Sabe esto, que en los últimos días se presentarán tiempos críticos, difíciles de manejar. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, amadores del dinero, presumidos, altivos, blasfemos, desobedientes a los padres, desagradecidos, desleales, sin tener cariño natural, no dispuestos a ningún acuerdo, calumniadores, sin autodominio, feroces, sin amor del bien, traicioneros, testarudos, hinchados de orgullo, amadores de placeres más bien que amadores de Dios, teniendo una forma de devoción piadosa, pero resultando falsos a su poder; y de estos apártate.

2 Timoteo 3: 1 al 5

viernes, 30 de mayo de 2014

Existe un galardón para su actividad

EL REY Asá conduce a su ejército por un profundo valle. Van de las montañas de Judea a las llanuras costeras. Cuando llegan a la parte más ancha del valle, Asá se detiene, impresionado por lo que ve. ¡El enorme ejército etíope está acampado más abajo! Debe de haber un millón de soldados enemigos, mientras que las fuerzas de Asá solo ascienden a la mitad.

En vista de que la batalla es inminente, ¿qué es lo primero que hace Asá? ¿Darles órdenes a sus generales? ¿Animar a las tropas? ¿Enviar cartas a su familia? Nada de eso. En medio de esta peligrosa situación, lo que hace es orar a Dios.
Antes de examinar su oración y lo que ocurrió después, hablemos de la clase de hombre que era. ¿Por qué recurrió a Dios? ¿Podía esperar que él lo ayudara? ¿Qué nos enseña este relato sobre las bendiciones que Jehová otorga a sus siervos?

¿Qué clase de hombre era Ása?


Tan solo veinte años después de que Judá e Israel se dividieran en dos reinos, Judá ya se había corrompido por completo con la adoración falsa. Para el año 977 antes de nuestra era, cuando Asá llegó a ser rey, incluso la corte se había contaminado con el culto a las deidades cananeas de la fertilidad. Pero el relato inspirado indica que el rey Asá “procedió a hacer lo que era bueno y recto a los ojos de Jehová su Dios.

De modo que quitó los altares extranjeros y los lugares altos y quebró las columnas sagradas y cortó los postes sagrados” (2 Crón. 14:2, 3). Además, echó de Judá “a los prostitutos de templo”, quienes mantenían relaciones sexuales con otros hombres como parte de sus ritos paganos. Pero no se limitó a eliminar la adoración falsa, sino que también le mandó al pueblo “que buscara a Jehová el Dios de sus antepasados y que pusiera por obra la ley y el mandamiento” de Dios (1 Rey. 15:12, 13; 2 Crón. 14:4).

A Jehová le agradaba el celo de Asá por la adoración verdadera, y lo recompensó concediéndole muchos años de paz. De ahí que el rey dijera: “Hemos buscado a Jehová nuestro Dios. Hemos buscado, y él nos da descanso todo en derredor”. El pueblo aprovechó este período de tranquilidad para reforzar las murallas de las ciudades de Judá. La Biblia informa: “Se pusieron a edificar y a lograr éxito” (2 Crón. 14:1, 6, 7).

En el campo de batalla

En vista de su historial, no debe sorprendernos que Asá recurriera a Jehová antes de enfrentarse al mayor ejército humano que se menciona en la Biblia. Él sabía que Jehová premia los actos de fe. Le suplicó que lo ayudara, pues sabía que confiando en él y teniéndolo a su lado no importaba lo grande o poderoso que fuera el enemigo. Además, sabía que el nombre de Jehová estaba implicado, y por eso oró:

“Ayúdanos, oh Jehová nuestro Dios, porque de veras nos apoyamos en ti, y en tu nombre hemos venido contra esta muchedumbre. Oh Jehová, tú eres nuestro Dios. No permitas que el hombre mortal retenga fuerza contra ti” (2 Crón. 14:11).

Es como si hubiera dicho: “Jehová, es a ti a quien están atacando los etíopes. No permitas que simples humanos venzan a tu pueblo y deshonren tu nombre”. Dios respondió su oración, pues la Biblia indica que “Jehová derrotó a los etíopes delante de Asá y delante de Judá, y los etíopes se dieron a la fuga” (2 Crón. 14:12).

En la actualidad, los siervos de Jehová tenemos que enfrentarnos a muchos adversarios poderosos. No luchamos con armas físicas en campos de batalla literales, pero podemos estar seguros de que Jehová nos dará la victoria si somos fieles y honramos su nombre. Cualquiera de nosotros tal vez tenga que librar largas y duras batallas contra enemigos como la degradación moral de este mundo, las debilidades personales o las amenazas contra la espiritualidad de nuestra familia.

Sea cual sea nuestra prueba de fe, podemos obtener ánimo de la oración de Asá. Su victoria fue la victoria de Jehová, y nos demuestra lo que pueden esperar quienes confían en Dios. No hay fuerza humana capaz de mantenerse firme contra Jehová.

Unas palabras de ánimo y una advertencia

Mientras Asá regresaba de la batalla, el profeta Azarías salió a su encuentro con unas palabras de ánimo y una advertencia:

“¡Óiganme, oh Asá y todo Judá y Benjamín! Jehová está con ustedes mientras ustedes resulten estar con él; y si lo buscan, se dejará hallar de ustedes; pero si lo dejan, él los dejará a ustedes”. Luego añadió: “Sean animosos y no dejen caer las manos, porque existe un galardón para su actividad” (2 Crón. 15:1, 2, 7).

Estas palabras nos fortalecen la fe. En efecto, mientras le sirvamos fielmente, Jehová estará con nosotros. Cuando clamamos a él por ayuda, podemos estar seguros de que nos escucha. “Sean animosos”, dijo Azarías. Con frecuencia hace falta ánimo y valor para hacer lo que está bien, pero sabemos que con la ayuda de Jehová podemos lograrlo.

Puesto que la abuela de Asá, llamada Maacá, “había hecho un ídolo horrible al poste sagrado”, el rey llevó a cabo la difícil tarea de destituirla de su puesto en la corte como “dama”. Además, quemó aquel ídolo (1 Rey. 15:13). Jehová lo bendijo por la valentía y decisión con que actuó. Nosotros también debemos apegarnos incondicionalmente a Jehová y sostener sus normas sin importar que nuestros familiares sean o no leales a Dios. Si así lo hacemos, Jehová premiará nuestra fidelidad.

Parte de la recompensa de Asá consistió en ver que muchos de los israelitas del reino apóstata del norte se mudaron a Judá. ¿Por qué lo hicieron? Porque se dieron cuenta de que Dios estaba con el rey. Valoraban tanto la adoración pura que optaron por dejar atrás sus hogares para vivir junto a otros siervos de Jehová.

Entonces, Asá y todo Judá gozosamente “entraron en un pacto de que buscarían a Jehová el Dios de sus antepasados con todo su corazón y con toda su alma”. Como resultado, Dios “se dejó hallar por ellos; y Jehová continuó dándoles descanso todo en derredor” (2 Crón. 15:9-15). ¡Cuánto nos regocija ver a las personas que aman la justicia abrazar la adoración pura de Jehová!

No obstante, las palabras del profeta Azarías también contienen una seria advertencia: “Si lo dejan, [Jehová] los dejará a ustedes”. Que nunca nos ocurra eso a nosotros, pues las consecuencias serían trágicas (2 Ped. 2:20-22). Las Escrituras no revelan por qué Jehová le dio esta advertencia a Asá, pero el rey la pasó por alto.

“Has actuado tontamente”

Cuando Asá llevaba treinta y seis años en el trono, el rey Baasá de Israel llevó a cabo actos hostiles contra Judá. Por ejemplo, fortificó la ciudad fronteriza de Ramá, a ocho kilómetros (cinco millas) al norte de Jerusalén, tal vez para impedir que sus súbditos se pusieran de parte de Asá y de la adoración pura. En vez de pedirle ayuda a Jehová —como había hecho ante la invasión etíope—, Asá recurrió a seres humanos. Le envió un presente al rey de Siria y le pidió que atacara al reino de Israel. Tras varias incursiones sirias en su territorio, Baasá se retiró de Ramá (2 Crón. 16:1-5).

Jehová le expresó su disgusto a Asá mediante el profeta Hananí. El rey debería haber recordado cómo actuó Jehová con los etíopes, y que “sus ojos están discurriendo por toda la tierra para mostrar su fuerza a favor de aquellos cuyo corazón es completo para con él”. Puede que alguien aconsejara mal a Asá. O quizás este no consideró que Baasá y sus fuerzas militares fueran una amenaza tan grande que no pudiera encargarse de ella por sí mismo. En cualquier caso, no confió en Jehová, sino en la lógica humana. “Has actuado tontamente respecto a esto —dijo Hananí—, pues desde ahora en adelante existirán guerras contra ti.” (2 Crón. 16:7-9.)

Asá reaccionó mal: enfurecido, puso al profeta en el cepo (2 Crón. 16:10). ¿Acaso pensó que, habiendo sido fiel por tantos años, no merecía esa reprensión? ¿Será que con la edad fue perdiendo la lucidez? La Biblia no lo aclara. Después de treinta y nueve años de reinado, Asá se enfermó gravemente de los pies. El relato dice que “aun en su enfermedad no buscó a Jehová, sino a los sanadores”. Todo indica que, para entonces, había descuidado su salud espiritual. Y, por lo visto, esa fue la situación en la que falleció, tras cuarenta y un años en el trono (2 Crón. 16:12-14).

No obstante, parece que sus buenas cualidades y su celo por la adoración verdadera pesaron más que sus errores. Nunca dejó de servir a Jehová (1 Rey. 15:14). Entonces, desde esta perspectiva, ¿qué aprendemos de su vida? Que debemos reflexionar en cómo Jehová nos ayudó en el pasado, pues esos preciados recuerdos pueden impulsarnos a recurrir a él cuando nos surjan dificultades.

Además, no pensemos que por llevar muchos años sirviendo fielmente a Dios no nos hace falta recibir consejos bíblicos. Si cometemos un error, Jehová nos corregirá, sea cual sea nuestro historial en su servicio. Para beneficiarnos de la disciplina, nos conviene aceptarla con humildad. Y, sobre todo, nuestro Padre celestial estará con nosotros mientras le seamos leales.

Los ojos de Jehová recorren toda la Tierra en busca de quienes le muestran fidelidad. Jehová los recompensa utilizando su poder para favorecerlos. Así lo hizo con Asá, y también lo hará con nosotros.
Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 15 del 15 de Agosto del 2012. Para ampliar el tema lea "Ejemplos de fe". Ambos publicados por los testigos de Jehová.

jueves, 29 de mayo de 2014

¿Cómo puedo dejar de preocuparme tanto?

Los jóvenes preguntan...

“El porvenir es una de las mayores inquietudes en la juventud. Te preocupas por ti mismo. ¿Debería irme de casa? ¿Estudiar? ¿Emprender el ministerio de tiempo completo? ¿Casarme? Hay tantas opciones que te da miedo.”—Shane, de 20 años.

¿TE SIENTES agobiado por una multitud de preocupaciones? Muchos jóvenes lo están, por una u otra razón. Un boletín de orientación para los padres informó: “Un sondeo reciente entre adolescentes de 15 a 18 años de 41 países reveló que la primera inquietud es conseguir un buen trabajo”. La segunda se centra en la salud de los padres, y el temor a perder a un ser querido figura asimismo entre las que encabezan la lista.

El Departamento de Educación de Estados Unidos descubrió en un estudio que “la presión para conseguir buenas calificaciones” constituía una de las principales causas de intranquilidad de muchos jóvenes estadounidenses, y que no son pocos los que comparten el sentir de Shane (citado al inicio del artículo). Una chica llamada Ashley dice: “Me preocupa mi futuro”.

A otros les inquieta su integridad física. Según una encuesta realizada en 1996, casi la mitad de los muchachos norteamericanos consideraban que la escuela era cada vez más violenta. Más de ocho millones de adolescentes (el 37%) declararon que alguno de sus conocidos había sido tiroteado.

Pero no todas las ansiedades son tan sombrías. Para una gran cantidad de jóvenes, lo que más desasosiego les causa es la vida social. Como explica una revista digital dirigida a los padres, “es cierto que a los adolescentes les preocupa tener novio o novia, pero les inquieta más aún no tener amistades”. Meagan, una adolescente, se lamenta: “¿Cómo logra una que su aspecto y forma de actuar sean atractivos y modernos? Necesito amigos”. En la misma línea, un cristiano de 15 años de edad, Natanael, señala: “Los chicos de la escuela se obsesionan con el estilo: qué piensan los demás de su modo de caminar, de hablar y de arreglarse. Les da miedo parecer ridículos”.

Los problemas, parte de la vida

Sería ideal que no existieran los problemas. Sin embargo, la Biblia indica que “el hombre, nacido de mujer, es de vida corta y está harto de agitación” (Job 14:1). De modo que los obstáculos (y las mortificaciones que conllevan) forman parte de la vida. Pero si dejas que las preocupaciones y la ansiedad dominen tu manera de pensar, te harás mucho daño. La Palabra de Dios advierte: “La solicitud ansiosa en el corazón de un hombre es lo que lo agobia” (Proverbios 12:25).
Una forma de evitar martirizarte innecesariamente es que aprendas a comportarte. Ana, de 16 años, comenta: “Muchas de mis compañeras de escuela tienen miedo de quedar embarazadas o de contraer alguna enfermedad de transmisión sexual”. Tú puedes ahorrarte tal desasosiego si te mantienes fiel a las normas morales de la Biblia (Gálatas 6:7). Por supuesto, no todos los problemas son tan claros ni tan fáciles de resolver. ¿Cómo evitar que las preocupaciones te angustien?

“Preocuparse con sabiduría”

Muchas personas dejan que las preocupaciones las paralicen. Sin embargo, un artículo de una revista para adolescentes recomendaba “preocuparse con sabiduría”, es decir, convertir la inquietud en una acción constructiva. En las Santas Escrituras hay muchos principios que te ayudarán a lograrlo. Veamos Proverbios 21:5: “Los planes del diligente propenden de seguro a ventaja”. Digamos, por ejemplo, que deseas celebrar una reunión con algunos hermanos de la congregación. La buena planificación te ahorrará muchos dolores de cabeza. Pregúntate: “¿A quiénes, exactamente, voy a invitar? ¿A qué hora quiero que lleguen? ¿A qué hora quiero que se retiren? ¿Qué cantidad de refrigerios necesito en realidad? ¿De qué actividades divertidas disfrutarían todos los asistentes?”. Cuanto mejor lo planees, más probable será que salga bien.

No obstante, las reuniones demasiado elaboradas pueden convertirse igualmente en fuente de intranquilidad. Jesucristo le ofreció el siguiente consejo a una mujer que se tomó más molestias de las necesarias al atender a su invitado: “Son pocas, sin embargo, las cosas que se necesitan, o solo una” (Lucas 10:42). Así que pregúntate: “¿Qué es esencial para que la reunión sea un éxito?”. La sencillez contribuirá a reducir muchas ansiedades.

Otra posible preocupación es la seguridad en la escuela. Quizás no puedas hacer mucho para mejorar la situación; lo que sí está a tu alcance es tomar precauciones. Es como dice Proverbios 22:3: “Sagaz es el que ha visto la calamidad y procede a ocultarse”. Será menos probable que te metas en líos si evitas los sitios peligrosos (no solo los aislados, sino también los que carecen de vigilancia, donde acostumbran reunirse los revoltosos).

Las tareas escolares se convierten a veces en fuente de ansiedad. Si tienes varias y todas son importantes, quizás te inquiete la posibilidad de no terminarlas a tiempo. En este caso resulta útil el principio de Filipenses 1:10: “Que se aseguren de las cosas más importantes”. ¡Eso es! Aprende a establecer un orden de prioridades: atiende primero la tarea más urgente y luego pasa a la siguiente. Poco a poco sentirás que dominas la situación.

Asesórate

De jovencito, a Aarón le preocupaba tanto aprobar los exámenes finales que hasta le dolía el pecho. “Se lo dije a mis padres —relata—, y me enviaron al médico. De inmediato, él se percató de que el corazón estaba bien y me explicó la forma en que afecta la ansiedad al cuerpo. Mis padres me hicieron ver que me había preparado a conciencia para las pruebas, pero debía interesarme más en mi salud. Se disipó la ansiedad, desaparecieron los dolores de pecho, y salí bien en los exámenes.”

Si sientes que las preocupaciones te abruman, no sufras en silencio. Proverbios 12:25, citado ya en parte, dice en su totalidad: “La solicitud ansiosa en el corazón de un hombre es lo que lo agobia, pero la buena palabra es lo que lo regocija”. Para recibir una “buena palabra” de estímulo, es imprescindible que hables de tu “solicitud ansiosa”.

Primero, sería bueno que conversaras con tus padres, quienes seguramente te brindarán algunas sugerencias. También serán un apoyo los hermanos maduros en sentido espiritual que haya en tu congregación. Janelle, de 15 años, nos cuenta: “Me mortificaba la idea de ir a la escuela; tenía miedo de encararme a todo: las drogas, las relaciones sexuales, la violencia..., hasta que hablé con un anciano de la congregación, quien me dio muchos consejos prácticos. En ese momento me sentí mejor, pues me di cuenta de que podía afrontar la situación”.

No postergues las cosas


A veces dejamos algunas obligaciones para después porque nos resultan desagradables. Por ejemplo, Shevone, de 19 años, tuvo una diferencia con otro cristiano. Sabía que debía hablar con él, pero seguía aplazando el asunto. “Cuanto más lo postergaba, más me molestaba”, confiesa ella. Entonces recordó las palabras de Jesús referidas en Mateo 5:23, 24, donde se exhorta a los cristianos a resolver tales dificultades de inmediato. “Por fin lo hice —cuenta Shevone—, y sentí un verdadero alivio.”

¿Estás posponiendo algún asunto, quizás un trabajo desagradable o una confrontación incómoda? Pues atiéndelo pronto, y te enfrentarás a una preocupación menos.

Situaciones serias


El remedio no siempre es tan fácil, como ocurre en el caso de un joven de nombre Abdur. Su madre padece cáncer, y él se ve en la obligación de mantenerla a ella y a su hermano menor. Como es natural, le preocupa la afección de su mamá. No obstante, dice: “Las palabras de Jesús me dan la clave: ‘¿Quién de ustedes, por medio de inquietarse, puede añadir un codo a la duración de su vida?’. En lugar de abatirme, analizo bien la situación e intento determinar qué proceder dará mejores resultados” (Mateo 6:27).

No es fácil mantener la calma al pasar por una crisis. Hay quienes se afligen tanto que no atienden sus propias necesidades y hasta rehúsan comer. Sin embargo, el libro Helping Your Teenager Deal With Stress (Cómo ayudar a su hijo adolescente a superar el estrés) señala que, si te privas de los nutrientes esenciales, serás “mucho menos capaz de sobrellevar la tensión nerviosa y mucho más susceptible a las enfermedades”. Así que, ocúpate de tu salud física; duerme y aliméntate lo suficiente.

Tu mayor alivio vendrá cuando sigas el consejo de la Biblia: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará. Nunca permitirá que tambalee el justo” (Salmo 55:22).

A Shane, mencionado al principio, le inquietaba su futuro. “Empecé a concentrarme más en la Palabra y los propósitos de Dios”, relata. En poco tiempo se dio cuenta de que, si empleaba su vida en servir a Dios, le esperaba un mañana feliz (Revelación [Apocalipsis] 4:11). “Dejé de preocuparme por mí mismo —señala Shane—. Tenía asuntos más importantes en que pensar.”

Digno eres tú, Jehová, nuestro Dios mismo, de recibir la gloria y la honra y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y a causa de tu voluntad existieron y fueron creadas”.
(Revelación 4: 11)

De modo que, cuando sientas que tu preocupación es demasiado grande, busca formas constructivas de afrontarla. Asesórate con personas maduras. Pero, sobre todo, presenta tus inquietudes ante Jehová, ‘porque él se interesa por ti’ (1 Pedro 5:7). Con su ayuda, quizás logres dejar de preocuparte tanto.

a la vez que echan sobre él toda su inquietud, porque él se interesa por ustedes.
(1 Pedro 5: 7)

Artículo publicado en la revista ¡Despertad!" del 22 de Septiembre del 2001. Para resolver otras dudas consulta la sección "Jovenes" del sitio oficial de los testigos de Jehová.

miércoles, 28 de mayo de 2014

La Biblia nos ayuda a sentirnos satisfechos

AUNQUE la Biblia no es un libro de medicina, habla del efecto que los sentimientos, tanto positivos como negativos, tienen en nuestra salud física y mental. Nos dice: “Un corazón que está gozoso hace bien como sanador, pero un espíritu que está herido seca los huesos”. También indica: “¿Te has mostrado desanimado en el día de la angustia? Tu poder será escaso” (Proverbios 17:22; 24:10). El desánimo consume las energías, nos deja débiles y vulnerables, sin ganas de cambiar ni de buscar ayuda.

El desánimo también repercute en la espiritualidad de la persona. Quienes carecen de autoestima suelen pensar que nunca tendrán una buena relación con Dios y que nunca recibirán su aprobación. Simone, mencionada en el primer artículo, dudaba que ella fuera “la clase de persona a quien Dios aprobaría”. Sin embargo, cuando estudiamos la Palabra de Dios, la Biblia, nos damos cuenta de que el Creador mira con buenos ojos a quienes se esfuerzan por agradarle.

Dios se interesa en nosotros

La Biblia nos asegura que “Jehová está cerca de los que están quebrantados de corazón; y salva a los que están aplastados en espíritu”. Dios no desprecia “un corazón quebrantado y aplastado”; de hecho, promete “revivificar el espíritu de los de condición humilde y [...] el corazón de los que están siendo aplastados” (Salmo 34:18; 51:17; Isaías 57:15).
 

En una ocasión, Jesús, el Hijo de Dios, quiso que sus discípulos comprendieran que su Padre ve las cosas buenas de Sus siervos. Para ejemplificarlo, dijo que Dios se da cuenta cuando un gorrión cae a tierra, algo que para la mayoría de las personas es insignificante. Jesús también destacó que Jehová conoce hasta el más ínfimo detalle de los humanos, incluso el número exacto de cabellos de cada uno.

Y concluyó su ilustración con estas palabras: “Por lo tanto, no tengan temor: ustedes valen más que muchos gorriones” (Mateo 10:29-31). Jesús enseñó que independientemente de cómo se vea uno a sí mismo, si tiene fe, es valioso para Dios. De hecho, el apóstol Pedro nos recuerda que “Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto” (Hechos 10:34, 35).

Mantengamos el equilibrio

La Palabra de Dios nos anima a tener una opinión equilibrada de nosotros mismos. El apóstol Pablo escribió bajo inspiración: “Por la bondad inmerecida que se me ha dado digo a cada uno que está allí entre ustedes que no piense más de sí mismo de lo que sea necesario pensar; sino que piense de tal modo que tenga juicio sano, cada uno según le haya distribuido Dios una medida de fe” (Romanos 12:3).

Por supuesto, no queremos darnos tanta importancia que nos volvamos engreídos; pero tampoco queremos irnos al otro extremo y concluir que no valemos nada. Más bien, nuestro objetivo debe ser formarnos un concepto realista de nosotros mismos, y para ello debemos tener en cuenta tanto nuestros puntos fuertes como nuestras limitaciones. Una cristiana lo expuso de este modo: “Ni soy la maldad personificada ni soy la mejor persona del mundo. Tengo virtudes y tengo defectos, como el resto de la gente”.

Claro, no es tan fácil llegar a pensar así. Si uno ha tenido una imagen negativa de sí mismo durante muchos años, tal vez le cueste un gran trabajo borrarla. Sin embargo, con la ayuda de Dios, es posible cambiar la personalidad y la actitud ante la vida. Eso es precisamente lo que la Palabra de Dios nos anima a hacer.

En ella leemos: “Deben desechar la vieja personalidad que se conforma a su manera de proceder anterior y que va corrompiéndose conforme a sus deseos engañosos; pero deben ser hechos nuevos en la fuerza que impulsa su mente, y deben vestirse de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad” (Efesios 4:22-24).

Si nos esforzamos por transformar “la fuerza que impulsa [nuestra] mente”, es decir, la inclinación dominante de nuestra mente, podemos convertir una personalidad muy negativa en una positiva. Lena, de quien se habló en el artículo anterior, comprendió que para cambiar lo que sentía hacia sí misma, primero debía desechar la idea de que nadie la quería o de que nadie podía ayudarla. ¿Qué consejos prácticos de la Biblia ayudaron a Lena, Simone y otras personas a lograr esta transformación?

Principios bíblicos que producen satisfacción

“Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará.” (Salmo 55:22.) La ayuda principal de que disponemos para sentirnos felices es la oración. Simone explica: “Siempre que estoy desanimada, le pido ayuda a Jehová y en todos los casos he percibido su fuerza y su guía”. Cuando el salmista nos insta a arrojar nuestra carga sobre Jehová, lo que hace es recordarnos que Jehová no solo se interesa en nosotros, sino que también nos considera dignos de recibir su ayuda y su apoyo.

La noche de la Pascua del año 33 de nuestra era, los discípulos se entristecieron profundamente cuando Jesús les habló de su inminente partida. Él los animó a orar al Padre, y luego añadió:

“Pidan y recibirán, para que su gozo se haga pleno” (Juan 16:23, 24).
“Hay más felicidad en dar que en recibir.” (Hechos 20:35.)

Como enseñó Jesús, un factor clave para ser feliz es dar. Poniendo en práctica este principio, nos concentramos en las necesidades de los demás, y nuestras deficiencias pasan a un segundo plano. Cuando ayudamos al semejante y percibimos su respuesta apreciativa, nos sentimos mejor con nosotros mismos. Lena enseña las buenas nuevas de la Biblia a sus vecinos periódicamente y está convencida de que esta actividad la beneficia de dos formas: “Primero, obtengo la clase de felicidad y de satisfacción de la que habló Jesús. Segundo, veo la reacción positiva de las personas, y eso me produce verdadera alegría”.

Dando generosamente de nosotros mismos, comprobaremos la veracidad de Proverbios 11:25: “El que liberalmente riega a otros, él mismo también será liberalmente regado”.

“Todos los días del afligido son malos; pero el que es alegre de corazón tiene un banquete constantemente.” (Proverbios 15:15, nota.) Todos tenemos dos formas de vernos a nosotros mismos y nuestras circunstancias. Podemos verlo todo negativo y afligirnos, u optar por pensar de forma positiva, ser ‘alegres de corazón’ y sentirnos contentos, como si estuviéramos en un banquete. Simone explica: “Intento ser tan positiva como puedo. Me mantengo ocupada con el estudio personal y el ministerio, y oro con perseverancia. También me rodeo de gente optimista y procuro ayudar a los demás”. Esta actitud produce verdadera felicidad.

Por eso la Biblia nos exhorta: “Regocíjense en Jehová y estén gozosos, ustedes los justos; y clamen gozosamente, todos ustedes los que son rectos de corazón” (Salmo 32:11).
“Un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando hay angustia.” (Proverbios 17:17.)

Si nos desahogamos con alguien a quien queramos o con un consejero de confianza, tal vez se nos haga más fácil eliminar los sentimientos negativos antes de que nos abrumen.

Al hablar con otra persona, veremos los asuntos desde una perspectiva equilibrada y positiva. “Ayuda mucho sincerarse con alguien, contarle cómo se siente uno —admite Simone—. Muchas veces eso es lo único que se necesita.” Si hacemos esto, veremos lo ciertas que son estas palabras del proverbio: “La solicitud ansiosa en el corazón de un hombre es lo que lo agobia, pero la buena palabra es lo que lo regocija” (Proverbios 12:25).


Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Agosto del 2005. Para complementar el tema lea: "¿Se interesa Dios por usted?. Ambas publicadas por los testigos de Jehová.

martes, 27 de mayo de 2014

¿Indica la ansiedad falta de fe?

El punto de vista bíblico

“PROHIBIDA LA ANSIEDAD.” Así se tituló el artículo que escribió un pastor de principios del siglo XX en el que afirmaba que inquietarse por las cosas materiales no solo es malo, sino también “un pecado de enorme gravedad”. Más recientemente, cierto comentarista, refiriéndose a cómo vencer la inquietud y la ansiedad, escribió: “Inquietarnos es como declarar que no confiamos en Dios”.

En ambos casos, estos escritores basaron sus afirmaciones en las siguientes palabras que pronunció Jesús en el Sermón del Monte: “Dejen de inquietarse” (Mateo 6:25). Dado que la ansiedad afecta a tantas personas hoy día, es posible que nos preguntemos: “¿Debería sentirse culpable un cristiano por tener ansiedad?
¿Indica la ansiedad falta de fe?”.

Dios comprende nuestras imperfecciones

La Biblia no enseña que la falta de fe sea la causa de toda angustia. Puesto que vivimos en “tiempos críticos, difíciles de manejar”, es casi imposible no sufrir algún grado de ansiedad (2 Timoteo 3:1). Los cristianos fieles soportan inquietudes diariamente, ya sea por mala salud, edad avanzada, presiones económicas, conflictos familiares, delincuencia u otros problemas. Aun en la antigüedad, los siervos de Dios se enfrentaron a miedos e inquietudes.

Analicemos el relato bíblico de Lot. Dios le mandó escapar a las montañas para no ser destruido con Sodoma y Gomorra. Sin embargo, la ansiedad se apoderó de Lot, quien imploró: “¡Eso no, por favor, Jehová!”. Vacilante, continuó: “Pero yo... yo no puedo escapar a la región montañosa por temor de que la calamidad se mantenga cerca de mí y yo ciertamente muera”. ¿Por qué le asustaban a Lot las montañas? La Biblia no lo dice, pero fuera cual fuera la razón, la idea aterraba a Lot.

¿Cómo reaccionó Dios? ¿Disciplinó a Lot por su falta de fe y confianza en Él? No.
Todo lo contrario, Jehová tuvo consideración con Lot y le permitió huir a una ciudad cercana (Génesis 19:18-22).

La Biblia ofrece más ejemplos de adoradores fieles a quienes a veces los dominó la ansiedad. El profeta Elías se atemorizó y huyó después de ser amenazado de muerte (1 Reyes 19:1-4). Moisés, Ana, David, Habacuc, Pablo y otros hombres y mujeres de fe fuerte también expresaron sus inquietudes (Éxodo 4:10; 1 Samuel 1:6; Salmo 55:5; Habacuc 1:2, 3; 2 Corintios 11:28). Sin embargo, Dios les tuvo compasión y no dejó de utilizarlos en su servicio, lo cual demostró que de veras comprende a seres humanos imperfectos.

“El pecado que fácilmente nos enreda”


La ansiedad persistente, no obstante, puede debilitarnos y hacernos perder la confianza en Dios. El apóstol Pablo llamó a la falta de fe “el pecado que fácilmente nos enreda” (Hebreos 12:1). Al incluirse a sí mismo, es probable que Pablo estuviera reconociendo su propia tendencia a ‘enredarse fácilmente’ en esporádicos episodios de falta de fe.

Quizás eso fue lo que le ocurrió a Zacarías cuando no creyó al ángel que le comunicó que su esposa quedaría embarazada. En cierta ocasión, los apóstoles de Jesús no fueron capaces de realizar una curación debido a su “poca fe”. Sin embargo, ninguno de ellos dejó de gozar de la aprobación de Dios (Mateo 17:18-20; Lucas 1:18, 20, 67; Juan 17:26).

Por otro lado, la Biblia también contiene ejemplos de personas que perdieron la confianza en Dios y sufrieron graves consecuencias. Uno de ellos es el de los numerosos israelitas que salieron de Egipto y que por su falta de fe no entraron en la Tierra Prometida. En una ocasión incluso se atrevieron a criticar directamente a Dios, diciendo: “¿Por qué nos han hecho subir de Egipto para morir en el desierto? Pues no hay pan y no hay agua”. Como muestra de su desagrado, Dios envió serpientes venenosas para castigarlos (Números 21:5, 6).

Por no tener fe, los habitantes de la ciudad donde se crió Jesús, Nazaret, perdieron el privilegio de ver más milagros en su territorio. Por la misma razón, también la malvada generación de aquel tiempo recibió una contundente denuncia de Jesús (Mateo 13:58; 17:17; Hebreos 3:19). Muy oportunamente, el apóstol Pablo advirtió: “Cuidado, hermanos, por temor de que alguna vez se desarrolle en alguno de ustedes un corazón inicuo y falto de fe al alejarse del Dios vivo” (Hebreos 3:12).

Así es, en casos extremos, la falta de fe resulta de un corazón perverso. Pero este no fue el caso de Zacarías ni de los apóstoles de Jesús en los ejemplos mencionados antes. Su falta de fe se debió a una debilidad momentánea, pues su proceder habitual en la vida demostró que eran “de corazón puro” (Mateo 5:8).

Dios conoce nuestras necesidades


Las Escrituras nos permiten diferenciar entre la ansiedad causada por las inquietudes diarias y el pecado de la falta de fe. Los episodios de ansiedad por preocupaciones cotidianas o incluso una falta momentánea de fe debido a la debilidad humana no deben confundirse con la total falta de confianza en Dios que deriva de un corazón malvado e insensible.

A los cristianos, por tanto, no tiene que atormentarlos la culpa tan solo porque de vez en cuando sientan ansiedad.
Sin embargo, hemos de procurar que la ansiedad no nos abrume y domine nuestra vida. De ahí la sabiduría de las palabras de Jesús cuando aconsejó: “Nunca se inquieten y digan: ‘¿Qué hemos de comer?’, o ‘¿qué hemos de beber?’, o ‘¿qué hemos de ponernos?’”. A lo que añadió consoladoramente: “Pues su Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas. Sigan, pues, buscando primero el reino y la justicia de Dios, y todas estas otras cosas les serán añadidas” (Mateo 6:25-33).

Artículo publicado en la revista ¡Despertad! el 08 de Junio del 2004. Para complementar el tema lea: "Cuando azota la desgracia". Ambas publicadas por los testigos de Jehová.

lunes, 26 de mayo de 2014

¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir.

Confucio

En respuesta él dijo: “Está escrito: ‘No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová.

Mateo 4: 4 (Jesucristo)

viernes, 23 de mayo de 2014

Siguió adelante pese a los golpes de la vida (Segunda parte)

“Tus propios hijos no han andado en tus caminos”

La siguiente vez que aparece Samuel en el relato, ya ha envejecido y necesita ayuda para escuchar las causas del pueblo. Por eso, nombra jueces a sus dos hijos: Joel y Abías. Pero estos no hacen honor al nombre de su padre. En vez de seguir su ejemplo, abusan de su autoridad, cometen injusticias y aceptan sobornos (1 Samuel 8:1-3).

Un día, los ancianos de Israel presentaron la siguiente queja a Samuel: “Tus propios hijos no han andado en tus caminos” (1 Samuel 8:4, 5). ¿No sabía Samuel lo que hacían sus hijos? El registro no lo indica. Pero seguro que tras ver lo que hizo Jehová con Elí por ser permisivo y honrar a sus hijos más que a Dios, Samuel se esforzó por ser un padre irreprensible (1 Samuel 2:27-29). Y, de hecho, Jehová no halló falta en la conducta del profeta.

El relato tampoco dice lo que sintió Samuel al enterarse del mal comportamiento de sus hijos. Pero muchos padres saben lo vergonzoso y descorazonador que eso puede ser. Hoy es común que los hijos se rebelen contra sus padres. La falta de respeto y sumisión se ha convertido en una verdadera plaga (2 Timoteo 3:1-5).

¿Sufre usted a causa de un hijo que ni oye consejos ni responde a la disciplina? En tal caso, hallará consuelo y guía al analizar la forma de actuar de Samuel. Él se mantuvo fiel, sin desviarse ni un milímetro de su camino. Recuerde: las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra. Así que nunca subestime la influencia que su ejemplo de fidelidad puede ejercer en su hijo. Además, su propio Padre, Jehová, se sentirá orgulloso de usted por su conducta leal.

“Nómbranos un rey”


Jamás se imaginaron los hijos de Samuel los efectos que su ambición produciría en otras personas. Tras señalar su mala conducta, los ancianos le pidieron al profeta: “Nómbranos un rey que nos juzgue, sí, como todas las naciones”. ¿Tomó esto Samuel como un rechazo a su persona? Después de todo, llevaba décadas juzgando al pueblo en representación de Jehová.

Y ahora ellos querían que los gobernara un monarca, no un simple profeta como él. Estaban cansados de ser el único país de la región que no tenía su propio rey. Pues bien, ¿qué le pareció a Samuel dicha petición? El relato dice: “Aquella cosa fue mala a [sus] ojos” (1 Samuel 8:5, 6).

Samuel expuso el problema a Jehová, quien le contestó: “Escucha la voz del pueblo en cuanto a todo lo que te digan; porque no es a ti a quien han rechazado, sino que es a mí a quien han rechazado de ser rey sobre ellos”. Así Jehová le hizo ver que no había razón para que se sintiera ofendido, pues era a Él a quien el pueblo había insultado.

Entonces, mediante el profeta, Jehová les advirtió a los israelitas que tener un monarca les saldría caro. Pero ellos no dieron su brazo a torcer e insistieron: “No, sino que un rey es lo que llegará a haber sobre nosotros”. Cuando Dios les eligió uno y mandó a Samuel a ungirlo, este obedeció, como siempre había hecho (1 Samuel 8:7-19).

Pero ¿obedeció esta vez de mala gana? ¿Permitió que la desilusión envenenara su corazón? Más de uno se ha amargado en situaciones parecidas, pero no Samuel. Reconociendo que Dios había seleccionado a Saúl para gobernar al pueblo, lo ungió y hasta lo besó, demostrándole así que lo recibía con agrado y que le ofrecía su lealtad. Además, les señaló a los israelitas: “¿Han visto al que Jehová ha escogido, que no hay ninguno como él entre todo el pueblo?” (1 Samuel 10:1, 24).

Samuel siempre mantuvo una actitud positiva. En vez de fijarse en los puntos débiles del hombre a quien Dios había elegido, se centró en sus virtudes. Y en vez de amargarse por no contar con la aprobación de aquella gente caprichosa, se concentró en el fiel servicio que le había ofrecido a Dios desde hacía tantos años (1 Samuel 12:1-4).

Además, siguió cumpliendo con su comisión, pues advirtió a la nación de los peligros espirituales que la amenazaban y la animó a permanecer leal a Jehová. Sus palabras conmovieron tanto a los israelitas que le pidieron que orara por ellos.

A esto, Samuel respondió: “Es inconcebible, por mi parte, pecar contra Jehová cesando de orar a favor de ustedes; y tengo que instruirles en el camino bueno y recto” (1 Samuel 12:21-24).

¿Alguna vez le han concedido a otra persona un puesto o privilegio que esperaba recibir usted? ¿Se sintió decepcionado? Si imitamos a Samuel, jamás dejaremos que echen raíces en nuestro corazón los celos ni la amargura. Recordemos que Dios le concede a cada uno de sus siervos fieles la oportunidad de realizar muchas tareas gratificantes.

“¿Hasta cuándo estarás de duelo por Saúl?”

Saúl en verdad poseía virtudes muy valiosas. No le faltaba ni coraje ni ingenio y su porte era imponente. Además, al menos en sus comienzos, fue un hombre modesto y sin pretensiones (1 Samuel 10:22, 23, 27). Y, como todos, contaba con el precioso don del libre albedrío, o sea, la capacidad de elegir por sí mismo el curso de su vida y tomar sus propias decisiones (Deuteronomio 30:19). ¿Usaría bien ese don?

Lamentablemente, la gloria y el poder suelen anular las buenas cualidades de los hombres, y la primera que desaparece es la modestia. En poco tiempo, Saúl se hizo arrogante. En lugar de obedecer las órdenes divinas que Samuel le transmitió, se impacientó y ofreció un sacrificio, labor que le correspondía únicamente al profeta.

Por eso, Samuel lo reprendió y le anunció que la corona no pasaría a sus descendientes. Pero en vez de corregirse, Saúl desobedeció a Dios de forma aún más descarada (1 Samuel 13:8, 9, 13, 14).

Jehová le había ordenado mediante Samuel que guerreara contra los amalequitas, destruyera sus posesiones y ejecutara a Agag, su malvado rey. Sin embargo, Saúl le perdonó la vida al rey y conservó lo mejor del botín. Al corregirlo, Samuel pudo darse cuenta de lo mucho que Saúl había cambiado.

Lejos de aceptar con humildad la disciplina, se puso a discutir con el profeta, justificándose y tratando de minimizar su error. ¡Hasta le echó la culpa al pueblo! Una de sus excusas fue que había tomado lo más selecto del rebaño para sacrificarlo a Jehová.

Cuando escuchó esto, Samuel le contestó: “Obedecer es mejor que un sacrificio”. Sin ningún temor, le comunicó al rey la sentencia divina: su reino le sería arrancado y alguien mejor que él ocuparía su lugar (1 Samuel 15:1-33).

Samuel estaba tan apenado por las faltas de Saúl que se pasó toda una noche clamando a Jehová, y más adelante se puso de duelo por él. ¡Qué desilusionado lo debieron hacer sentir su arrogancia y su desobediencia a Jehová! Y pensar que cuando lo conoció tenía tanto potencial...

Ya no quiso volver a verlo jamás. Al notar que el asunto lo tenía tan consternado, Jehová le llamó la atención, diciéndole: “¿Hasta cuándo estarás de duelo por Saúl, en tanto que yo, por otra parte, lo he rechazado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y anda. Te enviaré a Jesé el betlemita, porque entre sus hijos me he provisto un rey” (1 Samuel 15:34, 35; 16:1).

Para cumplir su voluntad, Jehová no depende de seres humanos imperfectos, quienes pueden ser hoy leales y mañana no. Si alguien escogido por él lo traiciona, busca a otro. Así que Samuel dejó de lamentarse por Saúl y se dirigió a la casa de Jesé en Belén para ungir al nuevo rey. Allí vio que Jesé tenía varios hijos que a primera vista parecían ser buenos candidatos.

No obstante, Jehová se encargó de recordarle: “No mires su apariencia ni lo alto de su estatura [...]. Porque no de la manera como el hombre ve es como Dios ve, porque el simple hombre ve lo que aparece a los ojos; pero en cuanto a Jehová, él ve lo que es el corazón” (1 Samuel 16:7). Por fin, le trajeron a David, el más joven de los hijos, y ese resultó ser el elegido.

Antes de culminar su vida, Samuel pudo ver que la decisión de reemplazar a Saúl con David había sido acertada. Saúl se hacía cada vez más perverso, convirtiéndose en un apóstata dominado por los celos y el odio asesino. En cambio, David dejaba ver hermosas cualidades: valor, integridad, fe y lealtad.

La fe de Samuel se fortaleció aun más durante sus últimos días. Comprobó que Jehová nos puede ayudar a reponernos de cualquier desilusión y a superar nuestras dificultades, y que puede convertir los golpes y sinsabores de la vida en bendiciones.

Tras la muerte de Samuel, el pueblo entero lloró su ausencia. Y no es de extrañar, pues por casi un siglo se labró un intachable historial de fiel servicio. Aún hoy, los siervos de Dios hacen bien en preguntarse: “¿Imitaré yo la fe de Samuel?”.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Enero de 2011. Analice el vídeo "El regreso del hijo pródigo". Ambos editados por los testigos de Jehová.

jueves, 22 de mayo de 2014

Siguió adelante pese a los golpes de la vida (Primera parte)


Ejemplos de fe

EN UN solo día, la guerra contra los filisteos se había cobrado la vida de 30.000 israelitas. Y eso sin contar las 4.000 bajas de un combate anterior. El pueblo de Siló estaba anegado en lágrimas. Incontables niños y mujeres lloraban la pérdida de sus seres queridos: padres, esposos, hermanos e hijos que jamás volverían a casa. Tales muestras de dolor tuvieron que haber afectado profundamente al profeta Samuel (1 Samuel 4:1, 2, 10).

Esta desgracia es parte de una serie de trágicos sucesos. Todo comenzó cuando Hofní y Finehás, los malvados hijos del sumo sacerdote Elí, llevaron el arca del pacto —símbolo de la presencia divina— desde Siló hasta el campo de batalla.

Al parecer, los israelitas pensaban que tenerla con ellos les aseguraría la victoria. Pero aquel cofre, que solía guardarse en un lugar sagrado del tabernáculo (la tienda que servía de templo), no era un simple amuleto. Los filisteos vencieron a los israelitas, tomaron el Arca y mataron a los hijos de Elí (1 Samuel 4:3-11).

Hacía siglos que el Arca había honrado con su presencia a Siló. Por eso, al enterarse de que estaba en manos de los filisteos, Elí —quien ya tenía 98 años de edad— se cayó de su silla y murió. Y su nuera, que acababa de enviudar, también falleció ese mismo día dando a luz. Sus últimas palabras fueron: “La gloria se ha ido de Israel al destierro”. Así es: sin el arca del pacto, la gloria de Siló quedaría en el olvido (1 Samuel 4:12-22).

Todo aquello debió de ser un duro golpe para Samuel. Pero su fe no podía fallarle ahora. Su deber era ayudar al pueblo a recuperar el favor y la protección de Jehová. Puesto que nosotros también estamos expuestos a sufrir desilusiones y golpes en la vida, veamos qué podemos aprender del ejemplo de Samuel.

Defendió la justicia


Tras la historia que acabamos de leer, la Biblia pasa a contarnos el castigo que sufrieron los filisteos por tomar el Arca y cómo se vieron obligados a devolverla. Cuando reaparece el profeta en escena, ya han transcurrido veinte años de eso (1 Samuel 7:2). ¿Qué hizo durante todo ese tiempo? No hay que adivinarlo.

La Biblia dice que, en el período anterior a la guerra, “la palabra de Samuel continuó llegando a todo Israel”, lo cual indica que el profeta había estado instruyendo al pueblo constantemente (1 Samuel 4:1). Y tras la guerra siguió haciendo lo mismo.

En 1 Samuel 7:15-17 leemos que tenía la costumbre de visitar las mismas tres ciudades año tras año para solucionar las disputas de sus habitantes y darles instrucciones. Luego regresaba a Ramá, donde tenía su hogar. No hay duda, entonces, de que durante esos veinte años se mantuvo, como siempre, muy ocupado.

El mal ejemplo de los hijos de Elí —hombres corruptos e inmorales— había erosionado la fe del pueblo. Como resultado, muchos se entregaron a la idolatría. Tras veinte años de labor y afán, Samuel les dijo a sus hermanos israelitas: “Si con todo su corazón están volviéndose a Jehová, quiten de en medio de ustedes los dioses extranjeros y también las imágenes de Astoret, y dirijan su corazón inalterablemente a Jehová y sírvanle solo a él, y él los librará de la mano de los filisteos” (1 Samuel 7:3).

Lo cierto es que “la mano de los filisteos” estaba oprimiendo sin compasión al pueblo. Como el ejército israelita había sido prácticamente destrozado, sus enemigos pensaban que podían abusar de ellos con impunidad. Y ahora Samuel les presentaba la posibilidad de regresar a Jehová y recuperar la libertad.

¿Lo escucharon? Sí, pues se deshicieron de sus ídolos y “empezaron a servir solo a Jehová”. El profeta, sin duda muy complacido, los congregó a todos en Mizpá, una ciudad que quedaba en la región montañosa al norte de Jerusalén. Allí ayunaron y le demostraron a Jehová que estaban arrepentidos de su idolatría (1 Samuel 7:4-6).

Pero los filisteos vieron aquella reunión como una oportunidad para aplastar a los adoradores de Jehová, así que fueron contra ellos. Cuando los israelitas supieron del peligro que los amenazaba, se aterrorizaron y le pidieron a Samuel que clamara a Jehová por ayuda. Este accedió y acompañó su oración de una ofrenda quemada.

Aún no había terminado de hacer el sacrificio cuando los filisteos atacaron la ciudad. Pero Jehová escuchó el clamor de su pueblo e hizo que el cielo “tronara con gran estruendo [...] contra los filisteos”, con lo que provocó una gran confusión (1 Samuel 7:7-10).

Sin embargo, los filisteos eran guerreros curtidos en fieras batallas; no eran niños, que con un simple trueno corren a la falda de sus madres. Aun así, huyeron por sus vidas. ¿Qué los asustó tanto? Tal vez el “gran estruendo” retumbó en las colinas, o quizá provino de un cielo despejado. En cualquier caso, aquel acto sobrenatural convirtió a los depredadores en presas. Los israelitas salieron de Mizpá y persiguieron a los filisteos por kilómetros y kilómetros hasta llegar al suroeste de Jerusalén (1 Samuel 7:11).

La batalla de Mizpá marcó un antes y un después en la historia de Israel. Durante el resto de los días que Samuel sirvió de juez, los israelitas siguieron ganando terreno y recuperaron muchas de las ciudades que los filisteos habían conquistado (1 Samuel 7:13, 14).

Siglos más tarde, el apóstol Pablo incluyó a Samuel entre los jueces y profetas que “efectuaron justicia” (Hebreos 11:32, 33). Así es, Samuel contribuyó a que se hiciera lo que era justo y recto a los ojos de Jehová.

Y lo logró porque, en lugar de dejarse vencer por las dificultades, siguió realizando su labor mientras esperaba con paciencia a que Jehová enderezara los asuntos. Además, demostró ser una persona agradecida. Tras la victoria en Mizpá, levantó un monumento para recordar lo que Dios había hecho a favor del pueblo (1 Samuel 7:12).

Si queremos hacer lo que es justo a los ojos de Jehová, tenemos que ser pacientes, humildes y agradecidos, como lo fue Samuel. ¿Y quién no tiene necesidad de cultivar esas cualidades? A Samuel le fue muy útil desarrollarlas cuando todavía era un hombre joven, pues en su vejez afrontó pruebas y desilusiones mucho más graves.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Enero de 2011. Para complementar el tema analice el libro: "Ejemplos de fe". Ambos publicados por los testigos de Jehová.

miércoles, 21 de mayo de 2014

¿Es cierto que Dios me ama?

¿ALGUNA vez ha tenido la sensación de que nadie lo valora? En este mundo egoísta y frenético es fácil llegar a pensar que somos totalmente invisibles. Y es que la mayoría de las personas solo se preocupan por sí mismas, tal como predijo la Biblia que sucedería (2 Timoteo 3:1, 2).

Pero la necesidad de amar y ser amado sigue siendo común a todos los seres humanos, sin importar su edad, raza, lengua o cultura. Los científicos han descubierto que nuestro sistema nervioso está diseñado para percibir el amor y la ternura. Y Jehová, aquel que nos creó con esa extraordinaria capacidad, comprende mejor que nadie que necesitamos recibir cariño y sentirnos valorados.

De hecho, podemos llegar a ser personas muy queridas para él. ¿No es ese un honor incomparable? Pero ¿en verdad es posible que Dios ame a criaturas imperfectas como nosotros? ¿Cómo podemos estar seguros de que nos valora? ¿Y qué tenemos que hacer para agradarle?

Valiosos a los ojos de Dios

Hace tres mil años, un fiel siervo de Dios quedó deslumbrado por el esplendor de un cielo tachonado de estrellas. Pero al contemplar este espectáculo, lo que más le maravillaba era pensar que el majestuoso Creador del universo se interesara por simples seres humanos, tan insignificantes en comparación.

Por eso, escribió: “Cuando veo tus cielos, las obras de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has preparado, ¿qué es el hombre mortal para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre para que cuides de él?” (Salmo 8:3, 4).

Cualquiera podría haber concluido que el Dios supremo está demasiado lejos o demasiado ocupado como para interesarse en hombres y mujeres imperfectos. Sin embargo, el escritor de este salmo sabía que, pese a nuestra fragilidad e intrascendencia, Dios nos considera muy valiosos.

Otro salmista aseguró: “Jehová está complaciéndose en los que le temen, en los que esperan su bondad amorosa” (Salmo 147:11). ¡Qué hermosas lecciones aprendemos de estos dos salmos! El Dios de los cielos no solo sabe que existimos, sino que además cuida de nosotros y se complace en lo que hacemos.

El cumplimiento de una antigua profecía confirma este hecho. Por medio del profeta Ageo, Jehová predijo que en nuestros días tendría lugar una importante obra de alcance mundial, y esta sería la predicación de las buenas nuevas del Reino. Entonces indicó uno de los resultados de dicha obra: “Las cosas deseables de todas las naciones tienen que entrar; y ciertamente llenaré de gloria esta casa” (Ageo 2:7).

¿Qué son “las cosas deseables de todas las naciones”? No se trata de riquezas, pues a Jehová no le complacen ni el oro ni la plata (Ageo 2:8). Lo que alegra su corazón son las personas que, con imperfecciones y todo, le sirven por amor (Proverbios 27:11). Su celo y devoción hace que Dios las considere “cosas deseables” que le traen gloria. ¿Es usted una de esas personas?

Puede parecer mentira que criaturas tan intrascendentes y llenas de defectos sean algo tan valioso para el Creador del universo. Pero es la pura verdad. ¿No debería esto impulsarnos a conocerlo mejor? De hecho, Jehová mismo nos invita a hacerlo (Isaías 55:6; Santiago 4:8).

Una persona muy amada por Dios

Una tarde, mientras oraba, el profeta Daniel recibió una sorprendente visita. Se trataba del ángel Gabriel, a quien ya había tenido el honor de conocer anteriormente. “Daniel —dijo el ángel al anciano profeta—, ahora he salido para hacerte tener perspicacia con entendimiento [...], porque eres alguien muy deseable.” (Daniel 9:21-23.)

Es interesante notar que el término hebreo traducido “muy deseable” también puede verterse “muy amado”, “muy estimado” e incluso “predilecto”. Otro ángel que se comunicó posteriormente con Daniel utilizó dos veces más la misma expresión para referirse al profeta. Primero se dirigió a él con estas palabras: “Oh Daniel, hombre muy deseable”, y luego lo animó diciéndole: “No tengas miedo, oh hombre muy deseable. Ten paz” (Daniel 10:11, 19).

Sin duda, Daniel ya sabía que su servicio le había ganado la aprobación divina y que entre él y Jehová existía una buena relación. No obstante, el afectuoso reconocimiento que Dios le hizo mediante sus ángeles debió de confirmarle su valía.

Quizá por eso le expresó a uno de ellos: “Me has fortalecido” (Daniel 10:19).
Este relato, que revela el cariño que Jehová le tenía a su fiel profeta, se ha incluido en la Biblia para nuestro beneficio (Romanos 15:4). Si queremos que Dios sienta lo mismo por nosotros, haremos bien en examinar el ejemplo que nos dejó Daniel.

Estudió las Escrituras con esmero

El registro bíblico indica que Daniel era un estudiante de las Escrituras muy aplicado. En Daniel 9:2 leemos: “Discerní por los libros el número de los años [...] para [que se cumplieran] las devastaciones de Jerusalén”.

Los libros que Daniel tenía a su disposición probablemente incluían los escritos de Moisés, David, Salomón, Isaías, Jeremías, Ezequiel y otros profetas. ¿Nos lo podemos imaginar rodeado de rollos y pergaminos, absorto en el estudio de las profecías? Tuvo que haberse pasado horas, tal vez en la habitación del techo de su casa, meditando y comparando los distintos pasajes sobre la restauración de la religión verdadera en Jerusalén. Su esfuerzo por entender el mensaje de la Palabra de Dios sin duda fortaleció su fe y su relación con Jehová.

El estudio de las Escrituras influyó también en su personalidad y en las decisiones que tomó en su vida. La instrucción que recibió en su tierna infancia le permitió ver desde muy joven la importancia de evitar a toda costa los alimentos que la Ley declaraba impuros (Daniel 1:8). Además, gracias a los consejos de la Palabra de Dios, transmitió sin temor los mensajes divinos a los reyes de Babilonia (Proverbios 29:25; Daniel 4:19-25; 5:22-28).

También se ganó la fama de ser un trabajador diligente y honrado (Daniel 6:4). Y llegó a confiar tanto en Jehová que prefería morir antes que violar sus mandatos (Proverbios 3:5, 6; Daniel 6:23). ¡Con razón lo llamó Dios “hombre muy deseable”!

En muchos sentidos, hoy es más fácil estudiar la Biblia. Por un lado, no tenemos que cargar con rollos, y por otro, contamos con más escritos inspirados que Daniel, incluido el registro de cómo se cumplieron algunas de sus profecías.

Oró con fervor
Daniel se mantenía en constante comunicación con su Padre celestial. Fueron muchas las ocasiones en que acudió a él por ayuda. Por ejemplo, cuando el rey Nabucodonosor de Babilonia amenazó con matarlo si no lograba interpretarle un sueño, el joven Daniel le pidió a Jehová que lo ayudara y protegiera (Daniel 2:17, 18).

Años más tarde, humildemente confesó a Dios sus pecados junto con los del pueblo y le suplicó que les tuviera misericordia (Daniel 9:3-6, 20). Además, no dejó de pedir la guía divina cuando no lograba entender el significado de alguna visión. Y Jehová lo escuchaba, pues en cierta ocasión envió a un ángel para que le proporcionara mayor entendimiento. Este ángel le aseguró: “Tus palabras han sido oídas” (Daniel 10:12).

Pero el fiel profeta no solo le oraba a Dios para hacerle ruegos. La Biblia declara: “Hasta tres veces al día [...] oraba y ofrecía alabanza delante de su Dios, como había estado haciendo regularmente” (Daniel 6:10). Daniel tenía motivos de sobra para alabar a Jehová y expresarle agradecimiento. Y, como acabamos de leer, lo hacía a menudo. Orar era tan importante en su servicio a Dios, que no dejó de hacerlo ni cuando su vida se vio amenazada por ello. Su constancia y lealtad de seguro conmovió el corazón de Jehová.

Al igual que Daniel, usted también puede beneficiarse del hermoso don de la oración. Por eso, no permita que pase ni un solo día sin que se haya comunicado con su Padre celestial. Cuéntele sus preocupaciones y no olvide alabarlo y darle gracias por todas sus bondades. Piense en cómo ha contestado sus súplicas y exprésele su gratitud. Tómese todo el tiempo que sea necesario. Si le abre su corazón a Dios, se sentirá muy cerca de él. ¿Verdad que esa es una buena razón para no dejar nunca de orar? (Romanos 12:12.)

Honró el nombre de Jehová

Quien solo vela por sus propios intereses no goza de buenas amistades. Pues bien, si queremos que nuestra amistad con Dios tenga futuro, tenemos que evitar esa tendencia. Daniel no era ajeno a esta verdad y por eso se preocupó de que el nombre de Dios recibiera siempre la gloria que merece.

Cuando Jehová le reveló el sueño de Nabucodonosor y le dio a conocer su interpretación, Daniel dijo: “Que el nombre de Dios llegue a ser bendito de tiempo indefinido aun hasta tiempo indefinido, porque la sabiduría y el poderío [...] pertenecen a él”.

Y cuando Daniel le comunicó al rey el sueño y su significado, se aseguró en repetidas ocasiones de darle el mérito a Jehová, a quien llamó el “Revelador de secretos”. Además, al pedirle a Jehová que perdonara al pueblo y lo liberara, demostró que le preocupaba que el nombre de Dios fuera ensalzado: “Oh Jehová,  presta atención y actúa porque tu propio nombre ha sido llamado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo” (Daniel 2:20, 28; 9:19).

Hay muchas maneras en las que podemos imitar a Daniel y honrar el nombre de Jehová. Una es pidiendo en nuestras oraciones que el nombre de Dios sea santificado (Mateo 6:9, 10). Otra es asegurándonos de que nuestra conducta nunca manche su santo nombre. Y una última es contándoles a otras personas las cosas maravillosas que hemos aprendido acerca de su Reino.

Es verdad que el mundo en el que vivimos es egoísta y cruel. Pero nos consuela saber que Jehová ama profundamente a cada uno de sus siervos. Ya lo dijo el salmista: “Jehová está complaciéndose en su pueblo. Hermosea a los mansos con salvación” (Salmo 149:4).

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Enero del 2011. Disfrute del drama Bíblico "Marcados para sobrevivir". Ambos editados por los testigos de Jehová.

martes, 20 de mayo de 2014

“Ablandó el rostro de Jehová”


“NO MEREZCO que Dios me perdone.”

Al leer la historia del rey Manasés, registrada en 2 Crónicas 33:1-17, hará bien en repasar este relato.

Manasés nació tres años después de que Dios extendiera milagrosamente la vida de su padre, Ezequías, uno de los mejores reyes que tuvo Judá (2 Reyes 20:1-11).

Sin duda, el fiel Ezequías pensó que el nacimiento de Manasés se debía a la misericordia divina y que el niño era un regalo de Dios. Por eso, seguramente procuró inculcar en él un profundo amor por las elevadas normas de Jehová. Pero hay que admitir que los hijos no siempre imitan a sus padres. Y así sucedió con Manasés.

Ezequías murió cuando Manasés tenía apenas 12 años. De ahí en adelante, el muchacho “procedió a hacer lo que era malo a los ojos de Jehová” (versículos 1 y 2). ¿Se habrá dejado llevar por consejeros que no sentían ningún respeto por las leyes divinas? La Biblia no lo dice.

Lo que sí sabemos es que se convirtió en un idólatra y un asesino. Erigió altares a dioses falsos y sacrificó en ellos a sus propios hijos, practicó la hechicería y contaminó el templo de Dios en Jerusalén introduciendo en él un ídolo repugnante. Y pese a que Jehová —el Dios a quien debía su nacimiento— le hizo numerosas advertencias, él nunca quiso hacerle caso (versículos 3 a 10).

Finalmente, Jehová permitió que los babilonios se lo llevaran encadenado al exilio. En Babilonia, Manasés tuvo la oportunidad de examinar su vida. Es muy probable que, al ver que sus ídolos no habían hecho nada para protegerlo, comprendiera que eran totalmente inútiles. O puede que recordara lo que años atrás le había enseñado su padre.

El caso es que la actitud de Manasés cambió por completo. El relato explica que el rey “ablandó el rostro de Jehová su Dios”, “humillándose mucho” y “orando” (versículos 12 y 13). Pero ¿perdonaría Jehová a alguien que había cometido crímenes tan horrendos?

A Jehová le conmovió ver que Manasés sentía tanto pesar. Por consiguiente, escuchó sus súplicas sinceras y “lo restauró en Jerusalén a su gobernación real” (versículo 13). A fin de demostrar su arrepentimiento, Manasés hizo todo lo que pudo por enmendar sus pecados: eliminó de su reino los ídolos y altares, y animó al pueblo a servir a Jehová (versículos 15 a 17).

Así que si usted cree que no es digno de recibir el perdón de Dios, acuérdese de Manasés. Jehová incluyó este relato en la Biblia para animarnos y enseñarnos que está “listo para perdonar” (Salmo 86:5; Romanos 15:4).

Lo que a él le importa no es tanto el pecado en sí, sino la actitud del pecador. Si este se arrepiente de corazón, suplica el perdón divino y se esfuerza por enmendar su vida, logrará —como Manasés— “ablandar el rostro de Jehová” (Isaías 1:18; 55:6, 7).



Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Enero del 2011; Puede leer mas biografías en "Mi libro de historias Bíblicas". Ambos editados por los testigos de Jehová.

lunes, 19 de mayo de 2014

Mientras el corazon lata, mientras la carne palpite, no me explico que un ser dotado de voluntad se deje dominar por la desesperacion."

Julio Verne

Todo lo que tu mano halle que hacer, hazlo con tu mismo poder, porque no hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el Seol, el lugar adonde vas.

 Eclesiastés 9: 10

viernes, 16 de mayo de 2014

No te apoyes en tu propio entendimiento


“Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento.” (PRO. 3:5)
¿En quién nos apoyamos a la hora de afrontar situaciones angustiosas, tomar decisiones importantes o combatir las tentaciones? ¿Confiamos solo en nosotros mismos, o arrojamos la carga sobre Jehová? (Sal. 55:22.) “Los ojos de Jehová están hacia los justos —asegura la Biblia—, y sus oídos están hacia su clamor por ayuda.” (Sal. 34:15.) Por tanto, es vital que confiemos en Dios con todo el corazón y no en nuestra propia inteligencia (Pro. 3:5).

Confiar en Jehová de todo corazón implica hacer las cosas a su manera, es decir, según su voluntad. Para ello es imprescindible que le oremos siempre y le pidamos con sinceridad su guía. A muchos cristianos, no obstante, les resulta muy difícil confiar de lleno en Jehová.

Tomemos por caso a Linda, una cristiana que admite: “Para mí, aprender a confiar plenamente en Jehová ha sido una lucha continua”. ¿Por qué? “No tengo ningún contacto con mi padre —cuenta—, y mi madre nunca se preocupó por mí, ni física ni emocionalmente. Así que aprendí desde niña a cuidar de mí misma.” Debido a su pasado, a Linda le cuesta mucho confiar en los demás. La capacidad y el éxito personales, por otra parte, pueden hacer que nos creamos autosuficientes.

Hasta un anciano cristiano, apoyándose en su experiencia, pudiera empezar a atender asuntos de la congregación sin orar primero en busca de la guía divina.

Jehová espera que seamos consecuentes con nuestras oraciones y actuemos en armonía con su voluntad. ¿Cómo podemos hallar el equilibrio entre contarle nuestras preocupaciones y esforzarnos por resolver las situaciones difíciles? A la hora de tomar decisiones, ¿qué precaución debemos tener? ¿Por qué es importante orar cuando nos enfrentamos a tentaciones? A continuación responderemos estas preguntas analizando varios ejemplos bíblicos.

En momentos de angustia

Hablando del rey Ezequías de Judá, la Biblia dice: “Él siguió adhiriéndose a Jehová. No se desvió de seguirlo, sino que continuó guardando sus mandamientos que Jehová había mandado a Moisés”. Así fue, “en Jehová el Dios de Israel confió él” (2 Rey. 18:5, 6). ¿Cómo reaccionó Ezequías cuando Senaquerib, el rey de Asiria, envió a Rabsaqué y otros representantes a Jerusalén acompañados de un gran ejército? Las poderosas fuerzas asirias ya habían tomado varias ciudades amuralladas de Judá y ahora su objetivo era Jerusalén.

Ezequías fue a la casa de Jehová y se puso a orar así: “Oh Jehová nuestro Dios, sálvanos, por favor, de su mano, para que sepan todos los reinos de la tierra que tú, oh Jehová, eres Dios, tú solo” (2 Rey. 19:14-19).

Ezequías fue consecuente con su oración. Por ejemplo, incluso antes de subir al templo a orar, ordenó al pueblo que no respondiera a las provocaciones de Rabsaqué. Además envió un grupo de hombres al profeta Isaías en busca de consejo (2 Rey. 18:36; 19:1, 2). Ezequías hizo lo que debía hacer.

En esta ocasión no buscó el apoyo de Egipto ni de naciones vecinas —una solución que no hubiera estado en sintonía con la voluntad de Jehová— ni tampoco se apoyó en su experiencia personal. Ezequías confió en Dios. Tras la matanza de 185.000 soldados enemigos a manos del ángel de Jehová, Senaquerib regresó a Nínive (2 Rey. 19:35, 36).

Ana, la esposa de Elqaná el levita, también se apoyó en Jehová al sentirse angustiada porque no podía concebir hijos (1 Sam. 1:9-11, 18). Y el profeta Jonás fue liberado del vientre de un gran pez tras orar: “Desde mi angustia clamé a Jehová, y él procedió a responderme. Desde el vientre del Seol grité por ayuda. Oíste mi voz” (Jon. 2:1, 2, 10). Resulta muy consolador saber que por difíciles que sean nuestras circunstancias, siempre podemos acercarnos a Jehová con una “petición de favor” (léase Salmo 55:1, 16).

Además, los ejemplos de Ezequías, Ana y Jonás nos enseñan una lección sobre lo que nunca debemos olvidar cuando oramos en momentos difíciles. Los tres sufrieron el dolor de enfrentarse a situaciones amargas; aun así, sus plegarias indican que su mayor preocupación no eran ellos mismos ni sus problemas, sino el nombre de Dios, su adoración y el cumplimiento de su voluntad.

A Ezequías le dolió que se deshonrara el nombre de Jehová. Ana prometió dar al hijo que tanto deseaba para que sirviera en el tabernáculo de Siló. Y Jonás dijo: “Lo que he prometido en voto, ciertamente pagaré” (Jon. 2:9).

Cuando pedimos a Dios que nos libre de una situación compleja, es bueno analizar nuestros motivos. ¿Nos preocupa únicamente resolver el problema, o tenemos presente a Jehová y su propósito? Los sufrimientos pueden hacer que estemos tan atrapados en nuestras circunstancias que el interés por los asuntos espirituales pase a un segundo plano.

Al pedirle a Dios que nos ayude, nunca perdamos de vista a Jehová, la santificación de su nombre y la vindicación de su soberanía. Todo esto nos ayudará a mantener una actitud positiva aunque no se materialice la solución que esperábamos. A veces Jehová responde a nuestras oraciones dándonos fortaleza para aguantar la situación (léanse Isaías 40:29 y Filipenses 4:13).

Al tomar decisiones
¿Cómo toma usted las decisiones importantes? ¿Decide primero, quizás, y luego ora a Jehová para que bendiga su decisión? Veamos lo que hizo Jehosafat, rey de Judá, cuando un ejército combinado de moabitas y amonitas le declararon la guerra. Judá no estaba en condiciones de luchar contra ellos. ¿Qué hizo entonces el monarca?

“A Jehosafat le dio miedo, y dirigió su rostro a buscar a Jehová”, dice la Biblia. Decretó un ayuno para todo Judá y reunió al pueblo “para inquirir de Jehová”. Entonces Jehosafat se puso de pie ante la congregación de Judá y de Jerusalén y oró: “Oh Dios nuestro, ¿no ejecutarás juicio contra ellos? Porque no hay en nosotros poder delante de esta gran muchedumbre que viene contra nosotros; y nosotros mismos no sabemos qué debemos hacer, pero nuestros ojos están hacia ti”.

El Dios verdadero oyó la súplica del rey y libró milagrosamente al pueblo (2 Cró. 20:3-12, 17). A la hora de tomar decisiones, sobre todo aquellas que pudieran repercutir en nuestra espiritualidad, ¿no deberíamos confiar en Jehová más bien que en nuestra inteligencia?

¿Y qué deberíamos hacer ante un problema que nos parece de fácil solución porque en el pasado resolvimos uno parecido? Un relato de la vida del rey David nos dará la respuesta. Cuando los amalequitas arrasaron la ciudad de Ziqlag, se llevaron a las esposas y a los hijos de David y de sus hombres.

David inquirió de Jehová, diciendo: “¿Voy en seguimiento de esta partida merodeadora?”. Jehová le respondió: “Ve en seguimiento, porque sin falta los alcanzarás, y sin falta efectuarás una liberación”. David se puso en marcha y “logró librar todo lo que los amalequitas habían tomado” (1 Sam. 30:7-9, 18-20).

Posteriormente, los filisteos invadieron Israel. David volvió a consultar a Jehová y recibió una clara respuesta: “Sube, porque sin falta daré a los filisteos en tus manos” (2 Sam. 5:18, 19). Al poco tiempo, los filisteos salieron una vez más en batalla contra David. ¿Qué haría él ahora? Podría haber razonado: “Esto es lo mismo que las otras dos veces, así que pelearé contra los enemigos de Dios”.

¿Decidiría él mismo, o buscaría la guía de Jehová? David no se fió de su experiencia y volvió a orar en busca de consejo. ¡Y menos mal que lo hizo, porque las instrucciones esta vez fueron diferentes! (2 Sam. 5:22, 23.) Cuando nos enfrentemos a una situación o problema que ya hayamos tratado, tengamos cuidado de no confiar solamente en nuestra experiencia personal (léase Jeremías 10:23).

Como todos somos imperfectos, nadie —ni siquiera los ancianos experimentados— debe dejar de buscar la dirección de Jehová al tomar decisiones. Pensemos en cómo actuaron Josué, sucesor de Moisés, y los ancianos de Israel cuando unos astutos gabaonitas se les acercaron en son de paz.

Estos se habían disfrazado para dar la apariencia de que venían de un país distante. Sin preguntar a Jehová, Josué y sus hombres sellaron un pacto de paz con ellos. Y aunque es cierto que Jehová aprobó en última instancia aquel acuerdo, se aseguró de que para beneficio nuestro se registrara en las Escrituras el hecho de que no buscaron su dirección (Jos. 9:3-6, 14, 15).

Ante las tentaciones

Al tener “la ley del pecado” en nuestros miembros, debemos luchar decididamente en contra de nuestras malas tendencias (Rom. 7:21-25). Pero ¿cómo salir victoriosos en esta batalla? Jesús dijo a sus discípulos que la oración es imprescindible para resistir las tentaciones (léase Lucas 22:40).

Aun cuando los malos deseos o pensamientos persistan después de haber orado, es necesario que sigamos “pidiéndole a Dios” sabiduría para enfrentarnos a la prueba. El discípulo Santiago nos garantiza que “[Dios] da generosamente a todos, y sin echar en cara” (Sant. 1:5). Y añade: “¿Hay alguno [espiritualmente] enfermo entre ustedes? Que llame a sí a los ancianos de la congregación, y que ellos oren sobre él, untándolo con aceite en el nombre de Jehová. Y la oración de fe sanará al indispuesto” (Sant. 5:14, 15).

A la hora de resistir las tentaciones es esencial orar, pero hemos de hacerlo en el momento debido. Pensemos en el caso del joven que se menciona en Proverbios 7:6-23. Al anochecer camina por una calle donde sabe que vive una mujer inmoral. Seducido por su persuasión y la suavidad de sus labios, el hombre va tras ella, como un toro hacia el degüello. ¿Por qué ha ido hasta allí? Como es “falto de corazón”, es decir, inexperto, es posible que esté librando una batalla interna con algún mal deseo (Pro. 7:7).

¿Cuándo tendría que haber orado? Le hubiera sido útil hacerlo mientras la mujer le hablaba, pero indiscutiblemente hubiera sido mejor que orara en el momento en que le vino la idea de pasar por esa calle.

En la actualidad, quizás un hombre esté esforzándose por no ver pornografía. Pero supongamos que entre en páginas de Internet donde él sabe que hay fotos o videos provocativos. ¿No sería este un caso parecido al que se plantea en el capítulo 7 de Proverbios? La verdad es que correría un serio peligro.

Para resistir la tentación de ver pornografía, la persona debe buscar la ayuda de Jehová antes de ponerse a navegar por páginas de Internet que pudieran despertar tal deseo.

No es fácil vencer una tentación o un vicio. “La carne está contra el espíritu en su deseo —escribió el apóstol Pablo—, y el espíritu contra la carne.” Por lo tanto, “las mismísimas cosas que quisiéramos hacer, no las hacemos” (Gál. 5:17). Para triunfar, debemos orar fervientemente en cuanto se presenten las tentaciones o los malos pensamientos, y entonces ser consecuentes con nuestros ruegos.

La Biblia nos recuerda: “Ninguna tentación los ha tomado a ustedes salvo lo que es común a los hombres”; así que con la ayuda de Jehová podemos serle fieles (1 Cor. 10:13).

Tanto si nos hallamos en medio de una situación difícil, tomando una decisión importante o tratando de resistir una tentación, contamos con un regalo maravilloso de parte de Jehová: el precioso don de la oración. Cuando buscamos su guía, demostramos que confiamos en él. Además, debemos seguir pidiéndole su espíritu santo para que nos guíe y nos fortalezca (Lucas 11:9-13).

Y sobre todo, confiemos siempre en Jehová y no nos apoyemos en nuestro propio entendimiento.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" fechada el 15 de Noviembre de 2011. Para ampliar el tema lea el libro: "Ejemplos de fe".

jueves, 15 de mayo de 2014

Enséñame a hacer tu voluntad

“Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios.” (SAL. 143:10)

Ver las cosas desde la elevada perspectiva del Creador nos permite andar en el camino que él aprueba (Is. 30:21).

Durante la mayor parte de su existencia, el rey David de Israel fue un sobresaliente ejemplo de alguien que tuvo presente la voluntad de Dios. Repasemos algunos episodios de su vida a fin de aprender de la conducta de un hombre que sirvió a Jehová con un corazón completo (1 Rey. 11:4).

DAVID REVERENCIÓ EL NOMBRE DE DIOS


Pensemos en el joven David cuando se enfrentó al campeón filisteo Goliat. ¿Qué lo impulsó a luchar con un gigante de casi 3 metros (9,5 pies) de altura y armado hasta los dientes? (1 Sam. 17:4, nota.) ¿Su valor? ¿Su fe en Dios? Es verdad que ambas cualidades tuvieron mucho que ver. Sin embargo, lo que lo motivó de un modo especial fue su respeto a Jehová y a su gran nombre. Indignado, David preguntó: “¿Pues quién es este filisteo incircunciso para que tenga que desafiar con escarnio a las líneas de batalla del Dios vivo?” (1 Sam. 17:26).

Ya frente a Goliat, le dijo: “Tú vienes a mí con una espada y con una lanza y con una jabalina, pero yo voy a ti con el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de las líneas de batalla de Israel, a quien tú has desafiado con escarnio” (1 Sam. 17:45).

Confiando en el Dios verdadero, derribó al imponente filisteo de una sola pedrada. Tal como en aquella ocasión, David confió en Jehová y tuvo su nombre en la más alta estima a lo largo de toda su vida. De hecho, instó a sus hermanos israelitas: “Jáctense en el santo nombre de él” (léase 1 Crónicas 16:8-10).

¿Se siente usted orgulloso de tener a Jehová como su Dios? (Jer. 9:24.) ¿Cómo reacciona cuando sus vecinos, compañeros o parientes hablan mal de él y se burlan de sus Testigos? ¿Sale en defensa del nombre de Jehová confiando en su apoyo? Claro está, hay un “tiempo de callar”, pero no hay que avergonzarse de ser testigos de Jehová y discípulos de Jesús (Ecl. 3:1, 7; Mar. 8:38).

Aunque debemos tratar con tacto y amabilidad a quienes no responden favorablemente a nuestro mensaje, nunca seamos como aquellos israelitas que “se aterrorizaron y tuvieron muchísimo miedo” al oír las provocaciones de Goliat (1 Sam. 17:11). Más bien, actuemos con decisión para santificar el nombre de Jehová. Nuestro deseo es ayudar a las personas a conocerlo como el Dios que es en realidad, y por eso usamos su Palabra escrita para que vean la importancia de acercarse a él (Sant. 4:8).

El enfrentamiento con Goliat nos enseña otra lección esencial. Cuando David llegó corriendo a la línea de batalla, preguntó: “¿Qué se le hará al hombre que derribe a ese filisteo allá y realmente aparte el oprobio de sobre Israel?”. En respuesta, los hombres de Israel le repitieron lo que ya habían dicho antes: “Al hombre que lo derribe, el rey lo enriquecerá con grandes riquezas, y le dará su propia hija” (1 Sam. 17:25-27).

Pero la recompensa material no era la principal preocupación de David. Él tenía un objetivo mucho más noble: glorificar al Dios verdadero (léase 1 Samuel 17:46, 47). ¿Y nosotros? ¿Es nuestra principal preocupación hacernos un nombre en este mundo ganando riquezas y alcanzando un puesto prominente? Sin duda, queremos ser como David, quien cantó: “Oh, engrandezcan ustedes a Jehová conmigo, y juntos ensalcemos su nombre” (Sal. 34:3). Por consiguiente, confiemos en Jehová y antepongamos su nombre al nuestro (Mat. 6:9).

La valerosa actuación de David exigió que confiara por completo en Jehová. Aquel joven tenía una fe fuerte, y ello se debió en parte a que confió en Dios cuando era pastor (1 Sam. 17:34-37). Nosotros también necesitamos una fe fuerte para perseverar en el ministerio, sobre todo si no nos reciben amigablemente.

Podemos cultivar esa fe confiando en Dios en nuestras actividades cotidianas. Por ejemplo, si utilizamos el transporte público, podríamos empezar conversaciones sobre la verdad bíblica con quienes vayan sentados junto a nosotros. ¿Y por qué no hablar con las personas que encontramos en la calle mientras vamos predicando de casa
en casa? (Hech. 20:20, 21.)

DAVID ESPERÓ EN JEHOVÁ
Otro ejemplo de la inclinación de David a confiar en Jehová tuvo que ver con Saúl, el primer rey de Israel. Por celos, este trató de clavarlo a la pared con una lanza en tres ocasiones, pero en todas ellas David esquivó el ataque y renunció a vengarse. Al final no tuvo más remedio que huir (1 Sam. 18:7-11; 19:10). Entonces, Saúl salió a perseguirlo en el desierto con tres mil hombres escogidos de todo Israel (1 Sam. 24:2).

Un día entró sin saberlo en la misma cueva en que estaban David y sus hombres. Este pudo aprovechar la oportunidad para acabar con aquel rey que lo quería ver muerto. Al fin y al cabo, la voluntad de Dios era que él lo reemplazara al frente de Israel (1 Sam. 16:1, 13). Y, de hecho, si hubiera seguido el consejo de sus hombres, lo habría matado.

Pero en vez de eso dijo: “Es inconcebible, de parte mía, desde el punto de vista de Jehová, que yo haga esta cosa a mi señor, el ungido de Jehová” (léase 1 Samuel 24:4-7). Saúl seguía siendo el rey ungido por Dios, y David no quería arrebatarle el trono, ya que Jehová aún le permitía sentarse en él. Al limitarse a cortarle la vestidura sin mangas, demostró que no tenía ninguna intención de hacerle daño (1 Sam. 24:11).

David volvió a tratar con respeto al ungido de Jehová la última vez que lo vio. David y Abisai llegaron al lugar donde Saúl estaba acampado y lo hallaron dormido. Aunque Abisai concluyó que Dios le había entregado a su enemigo y se ofreció para clavarlo en el suelo con su lanza, David se lo impidió (1 Sam. 26:8-11). Puesto que buscaba la guía divina, no permitió que la insistencia de su compañero debilitara su determinación de actuar en armonía con la voluntad de Jehová.

Nosotros también podemos afrontar situaciones en las que alguien, en vez de apoyarnos para que hagamos lo que Jehová desea, trate de presionarnos para que adoptemos su punto de vista humano. Al igual que Abisai, puede que incluso nos anime a actuar sin tomar en cuenta la voluntad divina sobre un asunto en particular. Para no ceder, debemos tener muy claro cómo ve Jehová la cuestión y estar decididos a seguir andando en sus caminos.

David le oró a Jehová: “Enséñame a hacer tu voluntad” (léase Salmo 143:5, 8, 10). En vez de confiar en sus propias ideas o ceder a la insistencia de los demás, anhelaba que Dios le enseñara sus caminos. Pudo decirle: “He meditado en toda tu actividad; de buena gana me mantuve intensamente interesado en la obra de tus propias manos”. Nosotros podemos comprender cuál es la voluntad divina profundizando en las Escrituras y meditando en los numerosos relatos bíblicos que revelan cómo ha tratado Jehová con los seres humanos.

DAVID COMPRENDÍA LOS PRINCIPIOS EN QUE SE BASABA LA LEY

También son dignos de imitar la comprensión que David tenía de los principios reflejados en la Ley y su deseo de regirse por ellos. Analicemos lo que ocurrió cuando expresó que tenía muchas ganas de “beber del agua de la cisterna de Belén”. Tres de sus hombres entraron por la fuerza en la ciudad —ocupada entonces por los filisteos— y volvieron con el agua.

Sin embargo, “David no consintió en beberla, sino que se la derramó a Jehová”. ¿Por qué? Él mismo explicó: “¡Es inconcebible, de parte mía, en lo que respecta a mi Dios, hacer esto! ¿Es la sangre de estos hombres lo que debería beber a riesgo de sus almas? Porque fue a riesgo de sus almas que la trajeron” (1 Crón. 11:15-19).

Como conocía la Ley, David sabía que la sangre no debía ingerirse, sino derramarse ante Jehová. También entendía el porqué, ya que la Ley indicaba que “el alma de la carne [es decir, su vida] está en la sangre”. Pero si aquello era agua y no sangre, ¿por qué se negó a beberla? Porque comprendía el principio en que se basaba ese requisito legal: que Jehová considera sagrada la sangre.

En vista de que estos tres hombres habían arriesgado su vida, David llegó a la conclusión de que beber esa agua habría sido una falta de respeto a la sangre de ellos. Por lo tanto, le resultaba inconcebible beberla. Más bien, razonó que debía derramarla en el suelo (Lev. 17:11; Deut. 12:23, 24).

David procuró que la Ley de Dios le llegara a lo más hondo de su ser. Por eso cantó: “En hacer tu voluntad, oh Dios mío, me he deleitado, y tu ley está dentro de mis entrañas” (Sal. 40:8). Estudió la ley divina y meditó profundamente en ella. Como confiaba en la sabiduría de los mandatos de Jehová, no solo obedecía la letra de la Ley mosaica, sino que también actuaba en armonía con su espíritu.

Al estudiar la Biblia, nos conviene meditar en lo que leemos y guardarlo en el corazón. Así podremos determinar lo que a Jehová le complace en cualquier situación que surja.

Salomón, el hijo de David, recibió muchas bendiciones de Jehová. No obstante, con el tiempo dejó de respetar la Ley de Dios. Por ejemplo, él sabía que los reyes israelitas tenían prohibido “multiplicarse esposas”, pero desobedeció ese mandato (Deut. 17:17). De hecho, se casó con muchas extranjeras.

Ya en su vejez, “sus esposas habían inclinado el corazón de él a seguir a otros dioses”. Sin importar las excusas que pusiera, el caso es que “empezó a hacer lo que era malo a los ojos de Jehová, y no siguió de lleno a Jehová como David su padre” (1 Rey. 11:1-6). ¡Qué importante es que nos dejemos guiar por las leyes y principios de la Palabra de Dios! Esto es esencial, por ejemplo, cuando uno planea casarse.

Si un no creyente se nos insinúa, ¿reflejará nuestra respuesta que pensamos como David, o como Salomón?

Los verdaderos cristianos están bajo el mandato de casarse “solo en el Señor” (1 Cor. 7:39). Si un cristiano opta por casarse, debe elegir un cónyuge dedicado y bautizado. Y si percibimos el espíritu de este requisito bíblico, no solo evitaremos casarnos con un no creyente, sino que también rechazaremos cualquier insinuación que nos haga.

El ejemplo de David en cuanto a buscar la guía divina también nos ayuda a resistir la tentación de ver pornografía. Lea los siguientes pasajes, piense en los principios que contienen y procure percibir la voluntad de Jehová a este respecto (léanse Salmo 119:37; Mateo 5:28, 29 y Colosenses 3:5).

Meditar en sus elevadas normas nos prepara para mantenernos alejados de la trampa de la pornografía.

TENGA PRESENTE EN TODO MOMENTO EL PUNTO DE VISTA DE DIOS


Aunque David fue ejemplar en muchos sentidos, a lo largo de su vida cometió varios pecados graves (2 Sam. 11:2-4, 14, 15, 22-27; 1 Crón. 21:1, 7). Sin embargo, en cada caso demostró su arrepentimiento. Puede decirse que anduvo con Dios “con integridad de corazón” (1 Rey. 9:4). ¿Por qué? Porque siempre trató de actuar en armonía con la voluntad divina.

A pesar de nuestra imperfección, podemos conservar el favor de Jehová. Con ese fin, estudiemos con empeño su Palabra, reflexionemos en lo aprendido y actuemos con decisión según lo que hemos guardado en el corazón. Así haremos nuestra la humilde solicitud que el salmista le hizo a Jehová: “Enséñame a hacer tu voluntad”.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" fechada el 15 de Noviembre del 2012. Para ampliar el tema lea el libro: "Ejemplos de fe"