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viernes, 31 de enero de 2014

¿Por qué decir “No” a las drogas?

Los jóvenes preguntan

“SOY una persona emotiva —dice Mike, joven de 24 años de edad—. A veces otros jóvenes de mi propia edad me infunden temor, y hasta me siento intimidado por ellos. Sufro de depresión e inseguridad, y a veces hasta he pensado en suicidarme.”

Ann tiene 36 años de edad. Ella, también, se describe como “una niña en sentido emocional”, que tiene “poco amor propio”. Añade: “Se me hace muy difícil llevar una vida normal”.

¿Por qué sufren de estas dificultades emocionales estas dos personas que en otros sentidos son saludables? Mike y Ann están segando las consecuencias de una decisión que tomaron cuando eran muy jóvenes... el usar drogas. (Gálatas 6:7.)

Se sabe que hoy día hay muchos jóvenes que usan drogas. De modo que es probable que tarde o temprano te ofrezcan drogas. El deseo de que los de tu edad te acepten puede ser muy fuerte, y esta necesidad de ser aceptado puede ejercer fuerte presión sobre ti. ¿Qué harás? ¿Tendrás la confianza y la fortaleza de decir “No” a las drogas? ¿Por qué deberías rehusarlas?

Antes de contestar estas preguntas, es provechoso que primero consideremos algunos hechos acerca de ti y el proceso de desarrollo que lleva a la madurez emocional.

¿Cómo puedes “crecer” emocionalmente?


Como joven, estás en un período de crecimiento rápido, lo cual incluye el desarrollo sexual. Pero estás experimentando más que crecimiento físico. También estás creciendo en sentido emocional. ¿Qué significa eso?

Pues, estás expuesto continuamente a nuevas experiencias y desafíos que pueden causar tensión, o resultar en beneficios. Pero todas estas experiencias son esenciales para que crezcas emocionalmente. ¿En qué sentido? Tiene que ver con el que desarrolles la habilidad de saber cómo encararte a diferentes situaciones, o sea, la habilidad para enfrentarte a los desafíos de la vida, saber cómo reaccionar ante el éxito y ante el fracaso.

Esto es lo que encierra el crecer emocionalmente. Los jóvenes que tratan de evadir los problemas recurriendo a las drogas pueden en realidad obstaculizar su desarrollo emocional. Después hablaremos más sobre este asunto.

Pero ¿por qué llamar habilidad a la capacidad de saber cómo encararte a las diferentes situaciones de la vida? Porque esto es algo que tienes que aprender a hacer o practicar si quieres llegar a tenerla. Para ilustrarlo: ¿Te has quedado maravillado alguna vez al ver a un futbolista hábil? Sin embargo, ¿cómo desarrolló tal habilidad ese jugador? Mediante años de práctica. Aprendió a patear el balón, a correr con él, hasta que se hizo diestro en el juego.

El desarrollar la habilidad para hacer frente a las diferentes situaciones de la vida es muy parecido a eso. ¡Requiere práctica! ¿Y cómo puedes hacer esto? La Biblia nos da una pista en Romanos 5:3: “Alborocémonos mientras estamos en tribulaciones, puesto que sabemos que la tribulación produce aguante”. El aguante es la cualidad de permanecer firme bajo presión o dificultades sin darse por vencido.

Y puedes notar que es por medio de hacer frente a la “tribulación”, o a las circunstancias penosas, que puedes desarrollar la cualidad del aguante. El aguante que desarrolles durante la “tribulación” actual te dejará mejor equipado para hacer frente a futuras dificultades. Por lo tanto, la “tribulación” podría llegar a ser una experiencia positiva que produzca resultados excelentes. (Compara esto con Santiago 1:2-4.)

¿Cómo puedes poner en práctica en tu vida este principio? Por medio de encararte a los problemas o a las dificultades que experimentes ahora como joven y tratar de superarlos. Por ejemplo: ¿No tienes confianza en ti mismo? ¿Eres una persona tímida o solitaria? ¿O quizás te preocupe tu apariencia física? ¿Tienes problemas en tu vida de familia o en la escuela? La severidad de los problemas varía de un joven a otro, desde los problemas “cotidianos” de poca importancia hasta los que son muy perturbadores y que pueden provocar pensamientos de suicidio.

Pero prescindiendo de cuáles sean los problemas específicos que tú tengas, ¡para crecer emocionalmente tienes que hacerles frente y tratar con ellos ahora!
‘Pero ¿qué relación tiene todo esto con el decir “No” a las drogas?’, tal vez preguntes. Considera lo siguiente.

Las drogas estorban el desarrollo

Ann, que usaba drogas como medio de escape, dice: “Por 14 años no hice frente a mis problemas. —Admite:— En sentido emocional, soy una niña.” Mike expresó una idea parecida al decir: “Yo usaba drogas desde los 11 años de edad. Cuando dejé de usarlas, a la edad de 22 años, me sentía como un niño. Me aferraba a los demás, tratando de hallar seguridad. Me di cuenta de que mi desarrollo emocional se detuvo cuando empecé a usar drogas”.

Mike, Ann y un sinnúmero de personas como ellos sintieron, poco después que comenzaron a experimentar con drogas, que aquellas sustancias les ayudaban a hacer frente a las inquietudes de la vida. Pero la realidad era que mientras más dependían de las drogas, menos podían encararse a los problemas. ¿Cuáles fueron los resultados? No pudieron desarrollar las habilidades que un adulto maduro necesita para hacer frente a las diferentes situaciones de la vida.

Fundamentalmente, su desarrollo emocional se detuvo o se hizo más lento cuando empezaron a usar drogas.

El doctor Sidney Cohen, ex director de la División de Toxicomanía y Abuso de Drogas explica lo siguiente: “El problema con el usuario de drogas joven, que podría estar en un estado ‘delirante’ durante las horas que está despierto, es que aunque aprenda algo, no dispone de tiempo para practicarlo. Su día consiste en utilizar drogas después del desayuno, durante el receso de las 10 de la mañana, a la hora del almuerzo, y así sucesivamente. Debido a esto, casi no dispone de tiempo para practicar lo que ha aprendido o repasarlo”.

¿Qué sucede cuando un joven de 13 años de edad, debido a usar drogas, deja de practicar las habilidades que necesita para encararse a los problemas? “Yo malgasté todos esos años de desarrollo —contesta Frank, quien había usado drogas desde que tenía 13 años de edad—. Cuando dejé de usarlas, comprendí claramente que de ningún modo estaba preparado para enfrentarme a la vida. De nuevo tenía 13 años de edad y tenía que encararme a los mismos trastornos emocionales a los que se enfrentan los demás adolescentes.”

Aprendemos por experiencia

El que experimentes diferentes situaciones durante la adolescencia, buenas y malas, te ayudará a prepararte para la vida y todos sus desafíos. “Aprendemos mucho por experiencia —explicó al corresponsal de ¡Despertad! un consejero de rehabilitación—. A medida que adquirimos experiencia en la vida, nuestra mente hace un registro permanente, uno que podemos consultar cuando nos enfrentemos a algún problema.

Como joven, tu proceso de aprendizaje es similar. El consejero mencionado antes pasa a decir: “Si el joven adquiere experiencia en la vida mientras abusa de las drogas, grabara en la mente información incorrecta o inexacta. Entonces cuando se encare a problemas, su mente hará un análisis basado en información incorrecta y se le hará más difícil resolver ciertos problemas de la vida”.

De modo que, como joven, tienes que experimentar diferentes situaciones en la vida con todos sus altibajos: sus éxitos y sus fracasos. Es cierto que el alcanzar la madurez no es fácil. Pero si usas drogas para evadir los dolores del crecimiento, puedes limitar seriamente las posibilidades de llegar a ser un adulto responsable y maduro.

Con relación a esto, aprende una lección de Jesucristo mismo. Cuando estaba fijado al madero de ejecución, algunos le ofrecieron “vino mezclado con mirra” para aliviar su dolor. ¿Qué hizo él? “Rehusó tomarlo”, contesta la Biblia (Marcos 15:23). Por eso, ¿qué deberías hacer cuando otros te insten a probar drogas? “¡No las aceptes! —insta Mike—. No uses drogas. ¡Sufrirás las consecuencias el resto de tu vida!”

Artículo publicado en la revista ¡Despertad! del 08 de Marzo de 1985. Lea los libros:

Lo que los jóvenes preguntan

jueves, 30 de enero de 2014

Los evangelios apócrifos: ¿contienen verdades ocultas sobre Jesús?

"ES UN gran descubrimiento que seguramente va a molestar a muchos”, advirtió un experto. “Cambia la historia de los inicios del cristianismo”, declaró una profesora. Estas son solo dos de las opiniones que generó la publicación del Evangelio de Judas, un texto que permaneció en paradero desconocido durante más de dieciséis siglos.

Los evangelios apócrifos han despertado mucho interés en los últimos años. Hay quienes creen que estos textos revelan cruciales episodios y enseñanzas de la vida de Jesús que se mantuvieron ocultos por mucho tiempo. Pero ¿qué son en realidad los evangelios apócrifos? ¿De veras revelan verdades sobre Jesús y el cristianismo que no aparecen en la Biblia?

Evangelios canónicos y apócrifos

Entre los años 41 y 98 de nuestra era, Mateo, Marcos, Lucas y Juan pusieron por escrito “la historia de Jesucristo” (Mateo 1:1). Estos relatos sobre las “buenas nuevas” de Jesucristo suelen llamarse evangelios (Marcos 1:1).

Es posible que hayan circulado tradiciones orales y otros escritos sobre Jesús. Sin embargo, solo estos cuatro Evangelios se consideran inspirados por Dios y, por tanto, integrantes del canon de las Sagradas Escrituras. En otras palabras, solo ellos pueden revelarnos “la certeza de las cosas” acerca de la vida de Jesús en la Tierra y sus enseñanzas (Lucas 1:1-4; Hechos 1:1, 2; 2 Timoteo 3:16, 17).

Todos los catálogos antiguos de las Escrituras Griegas Cristianas incluyen estos cuatro Evangelios. De modo que no hay razones para cuestionar su canonicidad, es decir, su pertenencia al conjunto de libros inspirados que componen la Palabra de Dios.

Con el paso de los años fueron apareciendo otros textos a los que también se llamó evangelios. Son los que hoy conocemos como evangelios apócrifos.
A finales del siglo II, Ireneo de Lyon escribió que los apóstatas del cristianismo contaban con “una multitud infinita de Escrituras apócrifas y bastardas [o ilegítimas], confeccionadas por ellos, para impresionar a los necios”. Por eso terminó siendo peligroso no solo leer los evangelios apócrifos, sino incluso poseerlos.

Aun así, diversos monjes y copistas de la Edad Media preservaron estos textos. Ya en el siglo XIX resurgió notablemente el interés por el tema. Como resultado, salieron a la luz muchas recopilaciones y ediciones críticas de libros apócrifos, entre los que se encontraban varios evangelios. Hoy día existen traducciones de estos libros en muchos de los principales idiomas.

Relatos poco creíbles

Algunos evangelios apócrifos suelen centrarse en personajes de los que se habla poco o nada en los Evangelios canónicos. Otros narran supuestas anécdotas de la infancia de Jesús. Veamos varios ejemplos.

▪ El Protoevangelio de Santiago, también llamado “Natividad de María”, trata del nacimiento y la infancia de María y su posterior matrimonio con José. Muchos lo describen como una ficción religiosa e incluso una leyenda, y con razón. Es una obra escrita para glorificar a María y defender la idea de que siempre fue virgen (Mateo 1:24, 25; 13:55, 56).

▪ El Evangelio de la Infancia del Pseudo Tomás registra sucesos de cuando Jesús tenía entre 5 y 12 años de edad y le atribuye una serie de milagros bastante difíciles de creer (compárese con Juan 2:11). Presenta a Jesús como un niño caprichoso y de mal genio, que utiliza sus poderes para vengarse de maestros, vecinos y otros niños, a quienes a veces ciega, deja inválidos o incluso mata.

▪ Algunos libros apócrifos, como el Evangelio de Pedro, se centran en el juicio, la ejecución y la resurrección de Jesús. Otros escritos, como las Actas de Pilato —una sección de lo que se conoce como Evangelio de Nicodemo—, giran alrededor de personajes relacionados con esos sucesos. Sin embargo, como inventan hechos y personajes, pierden toda credibilidad. El Evangelio de Pedro trata de librar de cualquier responsabilidad a Poncio Pilato y describe la resurrección de Jesús de forma muy fantasiosa.

Los apócrifos y la apostasía

En diciembre de 1945, unos campesinos encontraron por casualidad 13 códices en papiro con un total de 52 textos cerca de la población de Nag Hammadi (Alto Egipto). Muchos atribuyen estos documentos del siglo IV a los gnósticos, que son miembros de una corriente filosófica y religiosa conocida como gnosticismo. Estos mezclaron elementos del misticismo, el paganismo, la filosofía griega, el judaísmo y el cristianismo, y corrompieron a muchos que se declaraban cristianos (1 Timoteo 6:20, 21).

Muchas ideas gnósticas aparecen en boca de Jesús en algunos de los textos de Nag Hammadi, como son el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe y el Evangelio de la Verdad. También se incluye entre los evangelios gnósticos el recientemente descubierto Evangelio de Judas. Este texto promueve una visión más positiva de Judas Iscariote, pues lo presenta como el único apóstol que realmente comprendía el papel de Jesús.

En opinión de un erudito en la materia, el texto describe a Jesús como “un maestro y revelador de sabiduría y conocimiento, pero no un salvador que muere por los pecados del mundo”. Los Evangelios inspirados, por el contrario, afirman que Jesús sí sacrificó su vida por los pecados de la humanidad (Mateo 20:28; 26:28; 1 Juan 2:1, 2). Está claro, pues, que la intención de los evangelios gnósticos no es aumentar nuestra fe en la Biblia, sino debilitarla (Hechos 20:30).

La superioridad de los Evangelios canónicos

Si se analizan detenidamente los evangelios apócrifos y se comparan con los canónicos, resulta obvio que los apócrifos no han sido inspirados por Dios (2 Timoteo 1:13). Sus autores nunca conocieron a Jesús ni a sus apóstoles, así que no pueden revelar ninguna verdad oculta acerca de él o del cristianismo. Al contrario, son relatos inexactos, inventados y fantasiosos que no ayudan a conocer ni a Jesús ni sus enseñanzas (1 Timoteo 4:1, 2).

En cambio, Mateo y Juan pertenecieron al grupo de los doce apóstoles, Marcos fue un colaborador cercano del apóstol Pedro, y Lucas del apóstol Pablo. Todos escribieron sus Evangelios dirigidos por el espíritu santo de Dios (2 Timoteo 3:14-17). Por eso, estos cuatro Evangelios contienen todo lo que se necesita para creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios (Juan 20:31).

La palabra apócrifo procede de un término griego que significa “cosa escondida, oculta”. En un principio designaba los libros que se destinaban a los miembros de una escuela de pensamiento en particular y que se ocultaban al público en general. Con el tiempo acabó calificando a aquellos escritos que no estaban incluidos en el auténtico canon bíblico.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Abril del 2012. Puede ser de su interés el tema "La Biblia y su mensaje"

miércoles, 29 de enero de 2014

Busqué una vida más fácil mediante las drogas

Narrado por Ladd Stansel.

AL SENTARME sobre el sucio y viejo colchón de gomaespuma de aquella celda escasamente iluminada, comencé a repasar mentalmente los acontecimientos de aquel día. ¡Cómo habíamos podido ser tan estúpidos como para dejarnos atrapar!
Si tan solo hubiésemos permanecido serenos en el coche, en lugar de asustarnos, la policía no nos habría hecho parar. Si antes que la policía hubiese mirado el cenicero, hubiésemos tirado las colillas de marihuana y escondido aquella bolsa de yerba... ¿Cómo me metí en todo este enredo? Mi mente se trasladó al pasado, unos años atrás...

Durante mi adolescencia, yo era alto y muy delgado, lo que hacía que me sintiera cohibido y fuera de lugar. Era extremadamente tímido, y tenía pocos amigos. Sin embargo, yo quería ser popular en la escuela, ser una persona desenvuelta. Con el tiempo me dejé crecer el pelo, empecé a usar pantalones tejanos desteñidos y a sentarme en la parte de atrás de la clase, junto a otros jóvenes que hacían gala de su desenfado.

Un día la ocasión se presentó de la manera más tonta. Yo estaba fuera, en la zona de fumadores, junto a otros muchachos. Me pasaron un cigarrillo de marihuana. Por no ser menos que los demás, me lo fumé. Después de aquello, encontré que en poco tiempo me había introducido en un nuevo círculo de amistades. Por fin había logrado alguna popularidad y tenía muchos amigos.

Con el tiempo empecé a usar drogas más fuertes. Todo parecía ser emocionante y tener el sabor de la aventura: buscar un lugar para dar unas chupadas, ponerme eufórico y hacer otras cosas que implicaban llevar una vida disoluta y sin compromisos. Comencé a pensar que la vida sería mucho más sencilla si todo el mundo fumara yerba. ¿Por qué? Porque, al fumarla, uno podía apreciar las cosas hermosas de la vida y relajarse; por lo tanto, tenía que ser bueno. Ese era mi punto de vista. Pero al verme en esta sucia celda, la realidad me sacudió como una bofetada.

Mis padres no sabían que yo había estado usando drogas. ¡Qué mal se iban a sentir cuando se enteraran! Transcurrido un tiempo que me pareció eterno, la puerta de la celda se abrió. Un policía me dijo que mi padre había venido para sacarme bajo fianza. El viaje de regreso a casa fue muy tenso.

Mi padre llamó a un abogado para que me ayudara en mi entrevista ante los funcionarios del tribunal. Como era amigo de la familia, le había sorprendido que me hubiese metido en dificultades. Más tarde, en la comisaría, el abogado habló en mi defensa ante los funcionarios. Yo esperaba impaciente el resultado.

Finalmente se decidió dejarme en libertad debido a que no tenía antecedentes penales. El abogado me aconsejó amablemente que centrara mi atención en otros intereses, y no en las drogas. Le contesté que no lo dudase, que así lo haría. Pero cuestan menos las palabras que las acciones.

Depresión e intento de suicidio

Continué relacionándome con mis antiguos amigos. De modo que, debido a la presión del grupo, empecé de nuevo a usar las drogas. Con el tiempo, la emoción desapareció. Pero no podía prescindir de las drogas. Necesitaba darme una dosis para alejarme de los problemas que me rodeaban y así ayudarme a pasar el día. Mis amigos y yo no podíamos pasarlo bien si no teníamos droga. Incluso en un día hermoso, si estábamos disfrutando del esquí acuático en el lago, añorábamos la droga, y decíamos: “¡Si solo tuviésemos un poco de yerba!”.

Con el tiempo empecé a experimentar períodos de profunda depresión. La vida no tenía propósito. No tenía ningún aliciente, salvo los estados de euforia que me proporcionaban las drogas. Comencé a pensar en suicidarme. Intenté hacerlo con una sobredosis de fármacos, y me tragué casi todas las pastillas que tenía mi abuela en su botiquín. Pero, para mi asombro, desperté a la mañana siguiente aún vivo.

Una noche que no estaba drogado subí a la azotea de nuestra casa. Me impresionó especialmente la belleza de la noche. Había luna llena, y unas enormes nubes grises surcaban el cielo, mientras las copas de unos altos pinos se balanceaban con la brisa nocturna. ¿Habrá algún ser responsable de esta serena belleza y orden en la naturaleza?, me preguntaba. ¿Habrá un propósito en la vida más elevado que tan solo vivir como un animal, buscando satisfacer los deseos carnales? Comenzaba a despertarse en mí una necesidad espiritual.

Empecé a leer acerca de la reencarnación. Me interesé en el budismo Zen. También encontré una vieja Biblia, le quité el polvo y empecé a leer el “Nuevo Testamento”. Encontré algunos pensamientos que me gustaron, como las palabras de Jesús: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. (Mateo 7:12, Versión Valera, 1960.)

Pero ¿es que hay alguien en la tierra que cumpla estas cosas?, me pregunté. ¿Quién me podría explicar la Biblia? Decidí ir a diferentes iglesias para investigarlo. Pero, debido a mi timidez, no me atrevía ni siquiera a salir de mi camión para entrar en alguna de ellas.

Hallé la respuesta en un libro usado

Una noche intenté orar a Dios. “Por favor, ayúdame a encontrar a los que verdaderamente aplican los principios bíblicos”, supliqué. Una semana más tarde me hallaba rebuscando en los estantes de una tienda de artículos de segunda mano. Entre los libros usados había uno pequeño de tapas azules que me llamó la atención; se titulaba La verdad que lleva a vida eterna. Lo compré y lo leí. Explicaba las doctrinas principales de la Biblia y apoyaba los argumentos con citas bíblicas.

Decidí poner en práctica el consejo que aparecía en la página 138, donde se recomendaba que asistiera a uno de los Salones del Reino de los testigos de Jehová.
Hasta entonces nunca había hablado con ningún Testigo. Pero recordaba que mi madre me había dicho una vez que cierto hombre que le había hecho unos trabajos de tapicería era Testigo. Ella me había advertido que nunca hablara con él sobre religión, porque terminaría mareándome. Busqué su número en la guía telefónica y le llamé para preguntarle dónde estaba el Salón del Reino.

El tapicero me esperó a la entrada del Salón para acompañarme al interior. Me presentó a todos los que se cruzaron con nosotros. Me sorprendió que todos se conocieran y que el Salón estuviese lleno de vida, con conversaciones amigables, en lugar de hallarse en silencio, como yo había pensado que sería una iglesia. Debí parecerles muy extraño, tal y como iba vestido, y el pelo largo, hasta la espalda. Pero nadie me hizo sentir diferente. Me recibieron con amabilidad.

Una vez que acabó la reunión, el señor Parciacepe, el tapicero, me preguntó si quería que me hiciesen un estudio bíblico. Acepté. A medida que fui progresando en mi estudio, vi la necesidad de hacer cambios en mi vida. Cambié mi modo de vestir y arreglo personal. Rompí con las drogas. Dejé de asociarme con mis antiguos amigos, reemplazándolos por nuevos de entre los testigos de Jehová.

El abogado y su cliente

En 1979, aproximadamente un año después de haberme bautizado como testigo de Jehová, pude emprender el ministerio de tiempo completo. Durante el primer verano de mi servicio de dedicación completa ocurrió algo inesperado.

Uno de los ancianos de mi congregación, que era abogado, decidió visitar a algunos de los abogados de la comunidad con el fin de familiarizarlos con nuestras creencias. Me llevó con él. Resultó que uno de los abogados que visitamos era el que me había ayudado años atrás, cuando me arrestaron por tenencia de drogas.
El anciano explicó el propósito de nuestra visita, y luego me presentó. Al darnos la mano, una expresión de sorpresa e incredulidad se reflejó en su rostro, y entonces, dibujando una amplia sonrisa, exclamó: “¡Ladd Stansel! ¡No hubiese sido capaz de reconocerte! ¡Has cambiado muchísimo!”.

Disipada la primera impresión, le presenté un ejemplar del libro con el que yo había empezado, y le dije: “Este libro verdaderamente me ha ayudado a entender los principios bíblicos y a ver la importancia de cambiar. Quisiera que usted se lo quedase”. Tomó el libro, y me dio las gracias amablemente. Mientras nos marchábamos, pensaba en el efecto que este encuentro habría tenido en él.

Unos días después lo supe. Tanto mi madre como el abogado a quien yo había acompañado recibieron una conmovedora carta del que había sido mi abogado defensor. Dijo que había presenciado un milagro: la transformación de un drogadicto adolescente inseguro en un excelente joven adulto que ahora era capaz de aportar su contribución a la comunidad.

Los últimos siete años han sido para mí de gran ayuda en mi progreso hacia la madurez. En 1981 fui aceptado para servir voluntariamente en Betel, la central mundial de los testigos de Jehová, ubicada en Nueva York. Mi vida se ha enriquecido aún más, pues el año pasado me casé con Sue, quien se ha unido a mí en el servicio de Betel.

De modo que no fueron las drogas las que simplificaron mi vida... ¡todo lo contrario! Más bien, al rechazar las drogas y dedicarme a servir a mi Creador, Jehová Dios, he podido llevar una vida sencilla y llena de contentamiento y felicidad. La lámpara del cuerpo es el ojo. Por eso, si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará brillante (Mateo 6:22.)
 


Experiencia relatada en la revista "¡Despertad! del 22 de Noviembre de 1987. Puede ser de su interés el tema: "Póngase de parte de la adoración verdadera"

martes, 28 de enero de 2014

Afrontemos con valentía los golpes de la vida


“Dios es para nosotros refugio y fuerza, una ayuda que puede hallarse prontamente durante angustias.” (SAL. 46:1)

VIVIMOS en una época de grandes desgracias. Terremotos, tsunamis, incendios, inundaciones, volcanes, tornados, tifones y huracanes causan estragos en todo el mundo. Además, las personas sufren todo tipo de problemas personales y familiares que las llenan de temor y tristeza. La Biblia lleva mucha razón cuando afirma que a cualquiera nos puede ocurrir un “suceso imprevisto” (Ecl. 9:11).

En conjunto, los siervos de Dios nos hemos enfrentado con valor a todas esas circunstancias difíciles. No obstante, necesitamos estar preparados para lo que pueda venir según se acerca el fin de este sistema. ¿Cómo podemos afrontar los problemas sin dejar que nos abrumen? ¿Qué nos ayudará a sobrellevar con valentía los golpes de la vida?

IMITEMOS A QUIENES AFRONTARON LA VIDA CON VALENTÍA

Aunque los problemas afectan hoy día a más gente que nunca, lo cierto es que existen desde hace milenios. Veamos cómo lograron afrontar los golpes de la vida algunos siervos de Dios de tiempos bíblicos (Rom. 15:4).

En primer lugar, hablemos de David. Entre otras cosas, tuvo que soportar la cólera de un rey, los ataques de sus enemigos, la captura de sus esposas, la traición de sus propios hombres y una enorme angustia emocional (1 Sam. 18:8, 9; 30:1-5; 2 Sam. 17:1-3; 24:15, 17; Sal. 38:4-8). Los relatos bíblicos de su vida reflejan muy bien lo mucho que sufrió. Sin embargo, los problemas no acabaron con su espiritualidad. ¿De dónde sacó las fuerzas? Rebosante de fe, dijo: “Jehová es la plaza fuerte de mi vida. ¿De quién he de sentir pavor?” (Sal. 27:1; léase Salmo 27:5, 10).

Pensemos ahora en Abrahán y Sara. Ambos vivieron la mayor parte de su vida como extranjeros en tiendas de campaña. Y aunque las cosas a veces se ponían difíciles, encararon con decisión problemas como el hambre y los conflictos con naciones vecinas (Gén. 12:10; 14:14-16). ¿Cómo lo lograron? La Palabra de Dios señala que Abrahán “esperaba la ciudad que tiene fundamentos verdaderos, cuyo edificador y hacedor es Dios” (Heb. 11:8-10). En lugar de dejarse arrastrar por el mundo que los rodeaba, los dos se concentraron en el futuro.

Por su parte, Job también soportó presiones muy intensas. Para él debió de ser horrible ver como su vida parecía derrumbarse a su alrededor (Job 3:3, 11). Y lo peor era que no comprendía por qué le estaba ocurriendo todo aquello. Pero nunca se dio por vencido, sino que mantuvo su fe en Dios (léase Job 27:5). ¡Qué gran ejemplo de integridad!

Veamos a continuación el ejemplo de Pablo. Este apóstol atravesó “peligros en la ciudad”, “en el desierto” y “en el mar”. Además, soportó “hambre y sed”, “frío y desnudez”. Incluso dijo que estuvo “una noche y un día [...] en lo profundo”, refiriéndose seguramente a uno de sus varios naufragios (2 Cor. 11:23-27).

Pero siempre manifestó una buena actitud, como lo demuestra lo que dijo tras estar a punto de perder la vida por servir a Dios: “Esto fue para que no tuviéramos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en el Dios que levanta a los muertos. De tan grande cosa como la muerte nos libró y nos librará” (2 Cor. 1:8-10). Pocas personas han vivido tantas situaciones extremas como Pablo. No obstante, podemos identificarnos con sus sentimientos y cobrar ánimo al examinar su ejemplo de coraje.

NO DEJEMOS QUE LAS DESGRACIAS NOS ABRUMEN

A mucha gente le abruman los desastres, problemas y presiones del mundo actual. Hasta a algunos cristianos les ocurre. Lani, que servía de tiempo completo junto con su esposo en Australia, recibió como un jarro de agua fría la noticia de que tenía cáncer de mama. Ella recuerda: “Los tratamientos me dejaron muy enferma y con la autoestima por el suelo”. Para colmo, su esposo se sometió a una operación de la columna vertebral y ella tuvo que cuidarlo. ¿Qué podemos hacer si nos vemos en una situación parecida?

No olvidemos que Satanás se vale de los problemas que tenemos para atacar nuestra fe. No permitamos que nos robe la alegría de vivir. Proverbios 24:10 advierte: “¿Te has mostrado desanimado en el día de la angustia? Tu poder será escaso”. Si reflexionamos en ejemplos bíblicos como los que hemos analizado, podremos afrontar con valentía los golpes de la vida.

Por supuesto, no es realista esperar que nunca nos ocurra nada malo; más bien es al contrario (2 Tim. 3:12). Hechos 14:22 asegura que “tenemos que entrar en el reino de Dios a través de muchas tribulaciones”. Pero en vez de tirar la toalla, debemos ver los problemas como oportunidades de demostrar valor y fe en la ayuda divina.

Necesitamos concentrarnos en cosas positivas. La Palabra de Dios explica: “Un corazón gozoso tiene buen efecto en el semblante, pero a causa del dolor del corazón hay un espíritu herido” (Prov. 15:13). Hace mucho que los científicos conocen los beneficios físicos del optimismo. Muchos de los pacientes a los que se les administra un placebo mejoran simplemente porque creen que están recibiendo un medicamento real.

De hecho, también se ha demostrado la existencia del efecto contrario, conocido como nocebo: los pacientes empeoran simplemente porque alguien les dijo que el fármaco que estaban tomando les perjudicaría. Si nos obsesionamos con situaciones que no podemos cambiar, solo conseguiremos desanimarnos.

La buena noticia es que Jehová nunca nos da simples “placebos”. Cuando sufrimos una desgracia, nos fortalece de manera real con su Palabra, con nuestra amorosa hermandad y con el espíritu santo. Recurriendo a estas tres ayudas, recuperaremos las fuerzas.

Por tanto, en lugar de seguir dándole vueltas a lo negativo, tomemos medidas prácticas para afrontar cada problema y concentrémonos en las cosas buenas de nuestra vida (Prov. 17:22).

En los últimos años, varios países han sufrido desastres muy graves, y los cristianos que viven allí han manifestado un aguante admirable. A principios de 2010 se produjeron en Chile un potente terremoto y un tsunami que arrasaron las viviendas de numerosos hermanos.

Muchos de ellos perdieron sus posesiones, y algunos, su medio de vida. Pero su espiritualidad se mantuvo intacta. Samuel, quien perdió su hogar, aseguró: “A pesar de esta situación tan dura, mi esposa y yo nunca dejamos de ir a predicar y a las reuniones. Creo que eso nos ayudó a no desesperarnos”. Junto con muchos otros, siguieron adelante sirviendo a Jehová.

En septiembre de 2009, las lluvias torrenciales inundaron más del 80% de Manila, la capital de Filipinas. Cierto hombre adinerado que perdió mucho en el desastre dijo: “Las inundaciones nos han puesto a todos al mismo nivel; ricos y pobres estamos padeciendo los mismos problemas”. Esto nos recuerda el sabio consejo de Jesús: “Acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni polilla ni moho consumen, y donde ladrones no entran por fuerza y hurtan” (Mat. 6:20).

Quienes dedican la vida a conseguir cosas materiales —que tan rápido se esfuman— suelen acabar desilusionados. Es mucho mejor centrarnos en cuidar nuestra relación con Jehová, una posesión que no se ve afectada por nada de lo que suceda a nuestro alrededor (léase Hebreos 13:5, 6).

TENEMOS MOTIVOS PARA SER VALIENTES
Jesús avisó a sus discípulos que durante su presencia se producirían problemas, pero luego les dijo: “No se aterroricen” (Luc. 21:9). En efecto, con él como Rey y con el Creador del universo a nuestro lado, tenemos motivos de sobra para ser valientes. Pablo animó a Timoteo con las siguientes palabras: “Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino de poder y de amor y de buen juicio” (2 Tim. 1:7).

Muchos siervos de Dios expresaron su inquebrantable confianza en él. Por ejemplo, David afirmó: “Jehová es mi fuerza y mi escudo. En él ha confiado mi corazón, y se me ha ayudado, de modo que mi corazón se alboroza” (Sal. 28:7). Pablo declaró: “En todas estas cosas estamos saliendo completamente victoriosos mediante el que nos amó” (Rom. 8:37). Y Jesús, al verse ante el peligro, dejó claro que tenía una sólida relación con Dios cuando dijo: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Juan 16:32).

Las palabras de todos ellos evidencian que confiaban por completo en Jehová. Si imitamos su actitud, tendremos valor para hacer frente a cualquier problema (léase Salmo 46:1-3).

JEHOVÁ NOS AYUDA A SER VALIENTES

Los cristianos no somos valientes porque confiemos en nosotros mismos, sino porque conocemos a Dios y nos apoyamos en él. Para ello debemos estudiar su Palabra, la Biblia. Una hermana que padece de depresión explica lo que a ella le ayuda: “Leo una y otra vez los pasajes que más me consuelan”. ¿Y qué hay de la exhortación de dedicar tiempo regularmente a adorar a Dios en familia? ¿Lo estamos haciendo? Si así es, podremos cultivar la actitud del salmista que dijo: “¡Cómo amo tu ley, sí! Todo el día ella es mi interés intenso” (Sal. 119:97).

También disponemos de publicaciones bíblicas que fortalecen nuestra confianza en Jehová. A numerosos hermanos les han ayudado muchísimo las biografías de nuestras revistas. Por citar un caso, una hermana de Asia que sufre trastorno bipolar leyó la historia de un hermano que había sido misionero y que estaba luchando con éxito contra la misma enfermedad. Agradecida, escribió: “Me ayudó a comprender mi problema y me infundió esperanza”.

Además, contamos con una ayuda que está disponible en cualquier situación: la oración. El apóstol Pablo destacó su gran valor cuando dio este consejo: “No se inquieten por cosa alguna, sino que en todo, por oración y ruego junto con acción de gracias, dense a conocer sus peticiones a Dios; y la paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales mediante Cristo Jesús” (Filip. 4:6, 7).

¿Aprovechamos al máximo esta ayuda para buscar fuerzas cuando las cosas se ponen cuesta arriba? Alex, un joven británico que lucha contra la depresión desde hace mucho, explica: “Hablar con Jehová y escuchar lo que dice a través de su Palabra es para mí un salvavidas”.

Otra ayuda que tenemos a nuestra disposición son las reuniones cristianas. Un salmista escribió: “Mi alma ha anhelado, y también se ha consumido, en su vivo deseo por los patios de Jehová” (Sal. 84:2). ¿Nos sentimos como él? Lani, mencionada anteriormente, cuenta cómo veía las reuniones: “Asistir no era opcional. Sabía que si quería que Jehová me ayudara, tenía que estar allí”.

Predicar las buenas nuevas del Reino también nos ayuda a ser valientes (1 Tim. 4:16). Una hermana de Australia que ha pasado por diversos problemas señala: “Un anciano me invitó a predicar, y aunque en ese momento era lo último que quería hacer, acepté. Y debe de ser que Jehová me estaba ayudando, porque cada vez que salía al ministerio me sentía muy feliz” (Prov. 16:20).

Muchos cristianos han comprobado que, cuando fortalecen la fe de los demás, al mismo tiempo fortalecen la de ellos. Además, alejan de la mente sus problemas y se concentran en “las cosas más importantes” (Filip. 1:10, 11).

Jehová nos ha proporcionado numerosas ayudas para afrontar con valentía los golpes de la vida. Si las aprovechamos, reflexionamos en los relatos de los siervos de Dios e imitamos su ejemplo de valor, podemos estar seguros de que lograremos enfrentarnos con éxito a los problemas que se nos presenten.

A medida que se acerca el fin de este sistema, es posible que nos ocurran cosas negativas, pero podemos hacer nuestras estas palabras del apóstol Pablo: “Se nos derriba, pero no se nos destruye. [...] Por lo tanto no nos rendimos” (2 Cor. 4:9, 16). Mientras tengamos a Jehová de nuestro lado, podemos afrontar con valentía los golpes de la vida (léase 2 Corintios 4:17, 18).

Cuando la vida lo golpee, aproveche las ayudas que nos proporciona Jehová

Artículo de estudio publicado en la revista "La Atalaya" del 15 de Octubre del 2012. También puede descargar el libro: "Ejemplos de fe". Ambos editados por los testigos de Jehová.

lunes, 27 de enero de 2014

Dios, aunque invisible, tiene siempre una mano tendida para levantar por un extremo la carga que abruma al pobre.

(Gustavo Adolfo Bécquer)

Ninguna tentación los ha tomado a ustedes salvo lo que es común a los hombres. Pero Dios es fiel, y no dejará que sean tentados más allá de lo que pueden soportar, sino que junto con la tentación también dispondrá la salida para que puedan aguantarla.

(1 Corintios 10:13)

viernes, 24 de enero de 2014

¿La liberación de quiénes está cerca?

Las condiciones de la Tierra, cada vez más difíciles, constituyen una prueba sobresaliente de que un cambio de grandes proporciones, es más, una grandiosa liberación, está a las puertas. ¿De quiénes? Se acerca la liberación de aquellos que prestan atención a las señales de advertencia y toman las medidas pertinentes.

Primera de Juan 2:17 muestra qué se debe hacer: “El mundo [el sistema de cosas de Satanás] va pasando, y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. (Véase también 2 Pedro 3:10-13.)

Jesús predijo que pronto se erradicará la actual sociedad corrupta, durante un tiempo de angustia “como [el] cual no ha sucedido [uno] desde el principio del mundo hasta ahora, no, ni volverá a suceder”. (Mateo 24:21.)

Esta es la razón por la que advirtió: “Presten atención a sí mismos para que sus corazones nunca lleguen a estar cargados debido a comer con exceso y beber con exceso, y por las inquietudes de la vida, y de repente esté aquel día sobre ustedes instantáneamente como un lazo. Porque vendrá sobre todos los que moran sobre la haz de toda la tierra. Manténganse despiertos, pues, en todo tiempo haciendo ruego para que logren escapar de todas estas cosas que están destinadas a suceder”. (Lucas 21:34-36.)

Los que ‘prestan atención’ y se ‘mantienen despiertos’ tratan de averiguar cuál es la voluntad de Dios, y la cumplen. (Proverbios 2:1-5; Romanos 12:2.) Estos son los que ‘lograrán escapar’ de la destrucción que dentro de poco le sobrevendrá al sistema de Satanás. Y pueden tener absoluta confianza en que serán liberados. (Salmo 34:15; Proverbios 10:28-30.)

El principal Libertador

Para que se libre a los siervos de Dios, Satanás y todo su sistema de cosas mundial tienen que ser eliminados. Eso requiere que la liberación proceda de alguien mucho más poderoso que los seres humanos. Ese es Jehová Dios, el Soberano Supremo, el todopoderoso Creador del imponente universo. Él es el principal Libertador: “Yo... yo soy Jehová, y fuera de mí no hay salvador”. (Isaías 43:11; Proverbios 18:10.)

En Jehová reside la máxima expresión del poder, la sabiduría, la justicia y el amor. (Salmo 147:5; Proverbios 2:6; Isaías 61:8; 1 Juan 4:8.) Así que podemos tener la seguridad de que sus acciones serán justas cuando ejecute sentencia. Abrahán preguntó: “¿El Juez de toda la tierra no va a hacer lo que es recto?”. (Génesis 18:24-33.)

Pablo exclamó: “¿Hay injusticia con Dios? ¡Jamás llegue a ser eso así!”. (Romanos 9:14.) Juan escribió: “Sí, Jehová Dios, el Todopoderoso, verdaderas y justas son tus decisiones judiciales”. (Revelación 16:7.)


Cuando Jehová promete liberación, él la trae sin falta. Josué dijo: “No falló ni una promesa de toda la buena promesa que Jehová había hecho”. (Josué 21:45.) Salomón declaró: “No ha fallado una sola palabra de toda su buena promesa que él ha prometido”. (1 Reyes 8:56.) El apóstol Pablo indicó que Abrahán “no titubeó con falta de fe, [...] estando plenamente convencido de que lo que [Dios] había prometido también lo podía hacer”. De igual modo, Sara “estimó fiel al que había prometido [Dios]”. (Romanos 4:20, 21; Hebreos 11:11.)

A diferencia de los humanos, Jehová es totalmente digno de confianza, fiel a su palabra. “Jehová de los ejércitos ha jurado, y dicho: ‘De seguro tal como he calculado, así tiene que suceder’.” (Isaías 14:24.) De modo que cuando la Biblia dice que “Jehová sabe librar de la prueba a personas de devoción piadosa, pero reservar a personas injustas para el día del juicio para que sean cortadas de la existencia”, podemos tener plena confianza en que ocurrirá. (2 Pedro 2:9.)

Incluso cuando enemigos poderosos amenazan con aniquilar a los siervos de Jehová, estos cobran ánimo debido a que conocen el sentimiento de Dios, reflejado en la promesa que hizo a uno de sus profetas: “De seguro pelearán contra ti, pero no prevalecerán contra ti, porque: ‘Yo estoy contigo —es la expresión de Jehová— para librarte’”. (Jeremías 1:19; Salmo 33:18, 19; Tito 1:2.)

Liberaciones en el pasado

Repasar algunos de los actos salvadores de Jehová del pasado puede animarnos
mucho. Por ejemplo, Lot estaba “sumamente angustiado” por la maldad de Sodoma y Gomorra. Pero Jehová prestó atención al “clamor de queja” contra aquellas ciudades. En el momento debido envió unos mensajeros para que instaran a Lot y a su familia a salir de la zona de inmediato. ¿Cuál fue el resultado? Jehová “libró al justo Lot” y ‘redujo a cenizas a las ciudades de Sodoma y Gomorra’. (2 Pedro 2:6-8; Génesis 18:20, 21.)

Hoy día, asimismo, Jehová escucha el clamor
de queja debido a la flagrante maldad de este mundo. Cuando sus mensajeros del día moderno hayan concluido su urgente obra de dar testimonio al grado que él desea, actuará contra este mundo y liberará a sus siervos, como lo hizo con Lot. (Mateo 24:14.)

Millones de personas del pueblo de Dios fueron esclavizadas en el antiguo Egipto. Jehová dijo sobre ellas: “He oído el clamor de ellos [...;] conozco bien los dolores que sufren. Y estoy procediendo a bajar para librarlos”. (Éxodo 3:7, 8.) Sin embargo, después de haber dejado marchar al pueblo de Dios, Faraón cambió de opinión y lo persiguió con su poderoso ejército.

Los israelitas parecían atrapados en el mar Rojo. No obstante, Moisés dijo: “No tengan miedo. Estén firmes y vean la salvación de Jehová, que él ejecutará para ustedes hoy”. (Éxodo 14:8-14.) Jehová dividió el mar Rojo, y los israelitas escaparon. Los ejércitos de Faraón cargaron tras ellos, pero Jehová utilizó su poder, de modo que “las aguas agitadas procedieron a cubrirlos; como piedra bajaron a las profundidades”. Después, Moisés cantó de alegría a Jehová: “¿Quién es como tú, que resultas poderoso en santidad? Aquel que ha de ser temido con canciones de alabanza, Aquel que hace maravillas”. (Éxodo 15:4-12, 19.)

En otra ocasión, Ammón, Moab y Seír (Edom), naciones enemigas del pueblo de Jehová amenazaron con aniquilarlo. Jehová dijo: “No tengan miedo ni se aterroricen a causa de esta gran muchedumbre enemiga; porque la batalla no es de ustedes, sino de Dios. No tendrán que pelear en esta ocasión, esténse quietos y vean la salvación de Jehová a favor de ustedes”. Jehová libró a su pueblo confundiendo las tropas del enemigo, de modo que se mataron unos a otros. (2 Crónicas 20:15-23.)

Cuando la potencia mundial asiria fue contra Jerusalén, el rey Senaquerib se mofó de Jehová diciendo al pueblo que estaba en la muralla: “¿Quiénes hay entre todos los dioses de estos países [que he conquistado] que hayan librado su país de mi mano, para que Jehová libre a Jerusalén de mi mano?”. A los siervos de Dios les dijo: “No los haga confiar Ezequías en Jehová, diciendo: ‘Sin falta Jehová nos librará’”. Entonces Ezequías oró fervientemente para que se les librara: “Para que sepan todos los reinos de la tierra que tú, oh Jehová, eres Dios, tú solo”. Jehová mató a 185.000 soldados asirios, y Sus siervos fueron liberados. Tiempo después, mientras Senaquerib adoraba a su dios falso, sus hijos lo asesinaron. (Isaías, capítulos 36 y 37.)

No cabe duda de que nos anima ver cómo Jehová liberó maravillosamente a su pueblo en el pasado. ¿Qué podemos decir de hoy día? ¿En qué peligrosa situación se verán dentro de poco los siervos de Dios, que requerirá su milagrosa liberación? ¿Por qué ha esperado él hasta ahora para traer liberación? ¿Cuál será el cumplimiento de estas palabras de Jesús: “Al comenzar a suceder estas cosas, levántense erguidos y alcen la cabeza, porque su liberación se acerca”? (Lucas 21:28.)
 

Artículo de estudio publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de abril de 1997. Puede ser de su interés el tema "¿Cómo ve el futuro?"

jueves, 23 de enero de 2014

Cobremos ánimo al acercarse la liberación

“‘Yo estoy contigo —es la expresión de Jehová— para librarte.’” (JEREMÍAS 1:19.)

LIBERACIÓN: qué palabra tan reconfortante. Ser liberado significa ser rescatado, ser librado de una situación adversa, desdichada. Incluye la idea de llegar a encontrarse en un estado mucho mejor, más feliz.

¡Con cuánta desesperación necesita actualmente la familia humana esa liberación! Graves problemas económicos, sociales, físicos, mentales y emocionales agobian y desalientan a la gente en todas partes. La inmensa mayoría se siente descontenta y desencantada por cómo va el mundo, y desearía ver una mejoría. (Isaías 60:2; Mateo 9:36.)

“Tiempos críticos, difíciles de manejar”
Dado que en el siglo XXI ha habido más sufrimiento que en ningún otro, la liberación es más necesaria ahora que nunca antes. Hoy día, más de mil millones de personas viven en la miseria, número que aumenta a un ritmo de unos veinticinco millones al año. Anualmente mueren de desnutrición o por otras causas ligadas a la pobreza unos trece millones de niños, lo que representa más de treinta y cinco mil al día. Además, millones de adultos fallecen prematuramente a causa de diversas enfermedades. (Lucas 21:11; Revelación [Apocalipsis] 6:8.)

Las guerras y los disturbios civiles han causado un sufrimiento indecible. El libro Death by Government (Gobiernos asesinos) dice que las guerras, las contiendas étnicas y religiosas y el asesinato en masa de ciudadanos a manos de sus propios gobiernos, se han “cobrado la vida de más de doscientos tres millones de personas en este siglo”. Añade: “Es posible que la cifra de muertos se acerque a los trescientos sesenta millones de personas.

Es como si una Peste negra moderna hubiera devastado a nuestra especie. Y así ha sido en realidad, si bien se ha tratado de una peste causada por el Poder, no por ningún microbio”. El escritor Richard Harwood observó: “Las guerras bárbaras de siglos pasados fueron pleitos callejeros en comparación con estas”. (Mateo 24:6, 7; Revelación 6:4.)

Además de las angustiosas condiciones de los últimos años, vemos un enorme aumento del delito violento, la inmoralidad y la crisis de la familia. William Bennett, anterior secretario de Educación de Estados Unidos, señaló que la población de ese país había aumentado un 41% en treinta años, mientras que los delitos violentos se habían incrementado en un 560%; los nacimientos ilegítimos, en un 400%; los divorcios, en un 300%, y el suicidio de adolescentes, en un 200%.

John DiIulio, hijo, profesor de la Universidad de Princeton, advirtió sobre la creciente cantidad de jóvenes “superdepredadores” que “asesinan, asaltan, violan, roban, allanan hogares y provocan graves disturbios en la comunidad. No les asusta el estigma de ser detenidos, los sufrimientos de estar encarcelados ni los remordimientos de conciencia”.

En ese país, el homicidio es actualmente la segunda causa principal de muerte de jóvenes que tienen entre 15 y 19 años. Y mueren más niños menores de cuatro años como consecuencia de malos tratos que por enfermedad.

Este tipo de delito y violencia no se circunscribe a una sola nación. La mayoría de los países informan tendencias parecidas. A ello contribuye el aumento del consumo ilegal de drogas, que corrompe a millones de personas. El periódico australiano Sydney Morning Herald dijo: “El tráfico internacional de drogas se ha convertido en el segundo negocio más lucrativo del mundo, después del tráfico de armas”. Otro factor es que actualmente la televisión está saturada de violencia e inmoralidad.

En muchos países, cuando un joven cumple 18 años, ha visto en televisión decenas de miles de actos violentos e innumerables escenas inmorales. Esta es una importante influencia corruptora, pues lo que alimenta con regularidad la mente forma la personalidad. (Romanos 12:2; Efesios 5:3, 4.)

La profecía bíblica predijo con exactitud esta espantosa tendencia de los sucesos en nuestro siglo. Dijo que habría guerras mundiales, epidemias, escaseces de alimentos y aumento del desafuero. (Mateo 24:7-12; Lucas 21:10, 11.)

Y cuando analizamos la profecía anotada en 2 Timoteo 3:1-5, es como escuchar los informativos diarios. Esta identifica nuestra época con “los últimos días” y describe a las personas como ‘amadoras de sí mismas, amadoras del dinero, desobedientes a los padres, desleales, sin cariño natural, sin autodominio, feroces, hinchadas de orgullo, amadoras de placeres más bien que amadoras de Dios’. Así es exactamente el mundo hoy día. William Bennett reconoció: “Son demasiados los indicios de que la civilización se ha corrompido”. Hasta se ha dicho que la civilización terminó con la primera guerra mundial.

La situación es hoy aún peor que antes del Diluvio de los días de Noé, cuando “la tierra se llenó de violencia”. Entonces, la generalidad de las personas no quisieron arrepentirse de sus malos caminos. Así que Dios dijo: “La tierra está llena de violencia como resultado de ello; y, ¡mira!, voy a arruinarlos”. El Diluvio acabó con aquel mundo violento. (Génesis 6:11, 13; 7:17-24.)

Los hombres no traerán liberación

¿Pueden librarnos de estas malas condiciones los esfuerzos humanos? La Palabra de Dios contesta: “No cifren su confianza en nobles, ni en el hijo del hombre terrestre, a quien no pertenece salvación alguna”. “No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso.” (Salmo 146:3; Jeremías 10:23.) Miles de años de historia han confirmado esas verdades.

Los seres humanos han probado todo sistema político, económico y social imaginable, pero las condiciones empeoran. De haber habido una solución humana, ya se conocería en este momento. En cambio, la realidad es que “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”. (Eclesiastés 8:9; Proverbios 29:2; Jeremías 17:5, 6.)

Hace algunos años, un ex consejero de seguridad nacional de Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski, dijo: “La conclusión inevitable de todo análisis objetivo de las tendencias mundiales es que los conflictos sociales, la inquietud política, la crisis económica y la tensión internacional probablemente empeorarán”. Añadió: “La amenaza que se cierne sobre la humanidad es la anarquía mundial”.

Ese juicio sobre las condiciones del mundo es aún más válido hoy día. Comentando sobre esta época de mayor violencia, un editorial del periódico Register, de New Haven (Connecticut, E.U.A.), declaró: “Parece que hemos ido demasiado lejos como para poder detenerlo”. No, la decadencia de este mundo no se detendrá, pues la profecía sobre estos “últimos días” dijo también: “Los hombres inicuos e impostores avanzarán de mal en peor, extraviando y siendo extraviados”. (2 Timoteo 3:13.)

Los seres humanos no pueden invertir estas tendencias porque Satanás es “el dios de este sistema de cosas”. (2 Corintios 4:4.) En efecto, “el mundo entero yace en el poder del inicuo”. (1 Juan 5:19; véase también Juan 14:30.) La Biblia dice con razón sobre nuestro día: “¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto espacio de tiempo”. (Revelación 12:12.) Satanás sabe que su gobernación y su mundo están a punto de terminar, así que está como un “león rugiente, procurando devorar a alguien”. (1 Pedro 5:8)


Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de abril de 1997. Puede ser de su interés el tema "La guerra que cambió al mundo"

miércoles, 22 de enero de 2014

¿Hay un solo Dios verdadero?

El punto de vista bíblico

MÓLEK, Astoret, Baal, Dagón, Merodac, Zeus, Hermes y Ártemis son algunos de los dioses y diosas que la Biblia menciona por nombre (Levítico 18:21; Jueces 2:13; 16:23; Jeremías 50:2; Hechos 14:12; 19:24). Pero solo a Jehová se le llama Dios Todopoderoso. Moisés le enseñó a su pueblo a entonar en un canto de victoria: “¿Quién entre los dioses es como tú, oh Jehová?” (Éxodo 15:11).

Las Santas Escrituras colocan claramente a Jehová por encima de cualquier otro dios. Ahora bien, ¿qué papel cumplen esos dioses? ¿Son estos que menciona la Biblia y muchos otros que la humanidad ha venerado a lo largo de su historia dioses reales, subordinados al Dios todopoderoso, Jehová?

Fruto de la imaginación

La Biblia reconoce a Jehová como el único Dios verdadero (Salmo 83:18; Juan 17:3). Las propias palabras de Él, registradas por el profeta Isaías, fueron: “Antes de mí no fue formado Dios alguno, y después de mí continuó sin que lo hubiera. Yo... yo soy Jehová, y fuera de mí no hay salvador” (Isaías 43:10, 11).
Pero no es que los demás dioses sean solo inferiores a Jehová; en la mayoría de los casos ni siquiera existen. Son, en sentido estricto, fruto de la imaginación, o como dice la Biblia, el “producto de las manos del hombre, [...] que no pueden ver, ni oír, ni comer, ni oler” (Deuteronomio 4:28). De modo que la enseñanza bíblica es clara: Jehová es el único Dios verdadero.

No sorprende, pues, que las Santas Escrituras prohíban enérgicamente adorar a quienquiera que no sea Jehová. Por ejemplo, el primero de los Diez Mandamientos que Moisés recibió advertía a la nación de Israel contra rendir culto a cualquier otro dios (Éxodo 20:3). ¿Por qué?

Primero, porque venerar a un dios que ni siquiera existe es un gran insulto al Creador. La Biblia dice que quienes caen en tal forma de adoración ‘han cambiado la verdad de Dios por la mentira y veneran y rinden servicio sagrado a la creación más bien que a Aquel que creó’ todas las cosas (Romanos 1:25).

Los dioses inventados suelen representarse con ídolos hechos de materiales que se hallan en la naturaleza, como el metal y la madera, y a muchos se les asocia con ciertos elementos naturales como el trueno, los mares y el viento. Por ello, venerar a esos dioses inexistentes constituye una grave falta de respeto al Dios todopoderoso.

Para el Creador, tanto los dioses falsos como sus ídolos son repugnantes; pero su mayor indignación se dirige contra la gente que los ha fabricado. Sus sentimientos se expresan en estas enérgicas palabras:


“Los ídolos de las naciones son plata y oro, la obra de las manos del hombre terrestre. Boca tienen, pero no pueden hablar nada; ojos tienen, pero no pueden ver nada; oídos tienen, pero no pueden prestar oído a nada. Además, no existe espíritu en su boca. Quienes los hacen llegarán a ser lo mismo que ellos, todos los que en ellos confían” (Salmo 135:15-18).

Además, adorar a cosa o persona alguna aparte de Jehová Dios sería una tremenda pérdida de tiempo y de energías, y esta es otra razón por la que la Biblia condena tal práctica. El profeta Isaías dijo con acierto: “¿Quién ha formado un dios o fundido una mera imagen fundida? De ningún provecho en absoluto ha sido” (Isaías 44:10).

Las Escrituras también afirman que “todos los dioses de los pueblos son dioses que nada valen” (Salmo 96:5). Si los dioses falsos no valen nada, adorarlos tampoco sirve de nada.

Jesús, los ángeles, el Diablo

En ocasiones, las Santas Escrituras sí llaman dioses a personas reales. Pero un examen cuidadoso revela que el uso del término “dios” en tales casos no busca ponerlos en la categoría de deidades que merezcan culto. En los idiomas en que se escribió originalmente la Biblia, la palabra dios también se usaba para hablar de alguien con poder, de un ser espiritual o de alguien muy cercano al Dios todopoderoso.

Por ejemplo, algunos versículos bíblicos se refieren a Jesucristo como un dios (Isaías 9:6, 7; Juan 1:1, 18). ¿Significa esto que hay que adorar a Jesús? No, pues él mismo dijo: “Es a Jehová tu Dios a quien tienes que adorar, y es solo a él a quien tienes que rendir servicio sagrado” (Lucas 4:8). Puede verse que, si bien Jesús es poderoso y de naturaleza espiritual, la Biblia no lo presenta como alguien que deba recibir adoración.

De los ángeles también se dice que “tienen parecido a Dios” (Salmo 8:5; Hebreos 2:7). Pero en ningún sitio las Santas Escrituras animan al ser humano a venerarlos. De hecho, el envejecido apóstol Juan en cierta ocasión se impresionó tanto por la presencia de un ángel que se postró ante él para adorarlo, pero el ángel reaccionó diciendo: “¡Ten cuidado! ¡No hagas eso! Adora a Dios” (Revelación [Apocalipsis] 19:10).

Por otra parte, el apóstol Pablo llama al Diablo “el dios de este sistema de cosas” (2 Corintios 4:4). Como “gobernante de este mundo”, Satanás ha promovido la veneración a infinidad de dioses falsos (Juan 12:31). En consecuencia, cualquier adoración que se dirija a dioses hechos por el hombre constituye, en realidad, adoración que se rinde a Satanás.

Ahora bien, él no es un dios que merezca nuestra devoción. Es un usurpador, que se ha proclamado a sí mismo gobernante de este mundo. Pero con el tiempo, él y toda forma de adoración falsa serán eliminados. Cuando eso suceda, la humanidad entera —sí, toda la creación— reconocerá por siempre a Jehová como el único Dios vivo y verdadero (Jeremías 10:10).

¿SE HA PREGUNTADO...
▪ ... qué enseña la Biblia sobre el culto a los ídolos? (Salmo 135:15-18.)
▪ ... si deberían Jesús y los ángeles ser adorados como dioses? (Lucas 4:8.)
▪ ... quién es el único Dios verdadero? (Juan 17:3.)



Artículo publicado en la revista ¡Despertad! de febrero del 2006; sí no tiene un ejemplar de la Biblia puede descargar en formatos: pdf, epub y mobi la "Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras"

martes, 21 de enero de 2014

Preste atención a cómo escucha

“Yo, Jehová, soy tu Dios, Aquel que te enseña para que te beneficies a ti mismo, Aquel que te hace pisar en el camino en que debes andar.”

(Isaías 48:17)
 
Escuchar es un factor importante en el aprendizaje y, en ocasiones, una cuestión de vida o muerte.
Poco antes de liberar a su pueblo del yugo de Egipto, Jehová ordenó a Moisés que dijera a los ancianos de Israel qué pasos debían dar para salvar del ángel exterminador a sus primogénitos (Éxo. 12:21-23).

A su vez, tales ancianos transmitieron esta información a cada familia. Por tratarse de una comunicación oral, el pueblo tenía que escuchar con cuidado. ¿Cómo respondió? La Biblia señala: “Todos los hijos de Israel hicieron tal como Jehová había mandado a Moisés y Aarón. Hicieron precisamente así” (Éxo. 12:28, 50, 51). Como resultado, Israel vivió una formidable liberación.

Hoy día, Jehová nos prepara para una liberación aún más grandiosa, de modo que sus instrucciones, que recibimos en las reuniones de la congregación, merecen la más seria atención.

¿Se aprovecha usted a plenitud de tales reuniones? En buena medida dependerá de cómo escuche.
¿Logra usted retener los puntos clave que se presentan? ¿Reflexiona todas las semanas en cómo aplicarlos a su propia vida o compartirlos con su prójimo?

Prepare el corazón

Para obtener el pleno beneficio de la enseñanza que se imparte en las reuniones cristianas, es preciso preparar el corazón. La importancia de ello se destaca en la crónica del reinado de Jehosafat de Judá. Este valeroso defensor de la adoración verdadera “quitó de Judá los lugares altos y los postes sagrados” y encargó a los príncipes, levitas y sacerdotes que enseñaran la Ley al pueblo en todas las ciudades de la nación. Sin embargo, “los lugares altos mismos no desaparecieron” (2 Cró. 17:6-9; 20:33).

En estos centros paganos se adoraba a deidades falsas y se rendía culto ilícito a Jehová; tales ritos estaban tan arraigados que no pudieron eliminarse.

¿Por qué no tuvo un efecto perdurable el programa educativo de Jehosafat? La narración prosigue diciendo: “El pueblo mismo todavía no había preparado su corazón para el Dios de sus antepasados”. Los judíos oyeron las explicaciones, pero no actuaron en consecuencia. Tal vez les pareciera que viajar al templo de Jerusalén para ofrecer sacrificios era demasiada molestia. En cualquier caso, no los impulsaba la fe.

Si no queremos acabar en las sendas del mundo de Satanás, tenemos que preparar el corazón para asimilar la enseñanza que Jehová imparte hoy. ¿Cómo podemos hacerlo? Un factor importante es la oración. Pidámosle a Dios que nos conceda recibir con gratitud sus instrucciones (Sal. 27:4; 95:2).

Tal ruego nos permitirá valorar la labor de los hermanos que, aunque son imperfectos, se brindan para que Jehová los utilice en la educación de Su pueblo. Nos moverá a dar gracias al Creador, no solo por las nuevas verdades que aprendemos, sino también por la posibilidad de acrecentar nuestro aprecio por lo que ya hemos estudiado.

El deseo de cumplir toda la voluntad de Dios nos induce a rogarle: “Instrúyeme, oh Jehová, acerca de tu camino. [...] Unifica mi corazón para que tema tu nombre” (Sal. 86:11).
Concéntrese
Hay muchas cosas que pudieran impedirnos estar atentos. Quizá las preocupaciones nos agobien, los ruidos y movimientos dentro o fuera del lugar de reunión nos distraigan, o un malestar físico nos dificulte la concentración. Y los padres también tienen que atender a sus hijos pequeños.

¿Qué nos ayudará a mantenernos pendientes del programa?

Dado que la vista desempeña un papel decisivo, fije la mirada en el orador. Busque los pasajes bíblicos que este cite —incluso los más conocidos— y siga su lectura. Resista el impulso de girar la cabeza cada vez que se produzca un ruido o un movimiento. Si permite que sus ojos lo distraigan, se perderá buena parte de lo que se enseñe desde la plataforma.

Si hay “pensamientos inquietantes” que le dificultan la concentración, pídale a Jehová el sosiego necesario (Sal. 94:19; Fili. 4:6, 7). Insista una y otra vez si es preciso (Mat. 7:7, 8). Las reuniones de congregación son una dádiva de Jehová, así que puede estar seguro de que él desea que se beneficie de ellas (1 Juan 5:14, 15).

Al escuchar discursos

Es probable que recuerde algunos puntos especialmente interesantes de los discursos que ha oído. Sin embargo, no escuchamos una conferencia con el simple propósito de reunir algunas ideas sobresalientes. Un discurso es como un viaje: en el trayecto puede haber lugares atractivos, pero lo primordial es el destino, el objetivo. Del mismo modo, el orador trata de llevar a sus oyentes a cierta conclusión o inducirlos a actuar de alguna manera.

Examinemos el discurso que Josué dirigió a los israelitas, recogido en Josué 24:1-15. Su propósito era que se pusieran firmemente de parte de la adoración verdadera y se apartaran por completo de la idolatría de las naciones que los rodeaban.

¿Por qué era tan importante esta cuestión? Pues bien, el predominio de la religión falsa suponía una grave amenaza para el pueblo, pues podía llevarlo a perder el favor de Jehová.

Los israelitas respondieron al ruego de Josué con estas palabras: “Es inconcebible, por nuestra parte, dejar a Jehová para servir a otros dioses; nosotros serviremos a Jehová”. De hecho, así lo hicieron (Jos. 24:16, 18, 31).

Al escuchar un discurso, procure determinar cuál es el objetivo de este.
Piense en cómo contribuyen a él las ideas que expone el orador, y pregúntese qué acción requiere de usted lo que está oyendo.

Durante las sesiones de preguntas y respuestas

El Estudio de La Atalaya, el Estudio de Libro de Congregación y ciertas porciones de la Reunión de Servicio consisten en el análisis de alguna publicación cristiana por preguntas y respuestas.

Estas sesiones guardan cierto parecido con un diálogo, de modo que si escucha con atención, obtendrá el máximo provecho. Observe el rumbo que toman las ideas y cómo destaca el conductor el tema y los puntos principales.

Responda mentalmente a sus preguntas, y esté atento a las explicaciones y aplicaciones de los presentes, pues quizá le den un nuevo enfoque de un tema conocido. Asimismo, contribuya a que se produzca un intercambio de estímulo aportando sus propias expresiones de fe (Rom. 1:12).

La preparación le ayudará a participar y a seguir los comentarios de los demás. Si las circunstancias le impiden estudiar a fondo la información programada, aprovechará mejor la reunión si se toma al menos unos minutos para hacerse una idea general de lo que trata.

En las asambleas

En estas ocasiones es probable que las distracciones sean más frecuentes que en las reuniones de la congregación, así que prestar atención tal vez se haga aún más difícil. ¿Qué puede ayudarlo?

Es importante descansar lo suficiente por la noche. Antes de que empiece el programa, grabe en la memoria el tema del día, lea los títulos de los discursos e intente imaginar su contenido. Haga buen uso de la Biblia.
Numerosos asistentes han comprobado que tomando apuntes breves sobre las ideas clave se concentran mejor.

Anote lo que piense poner en práctica en su vida o en el ministerio. Asimismo, al desplazarse cada día a la asamblea y al volver de esta, converse sobre algunos de los puntos presentados. Seguir estos consejos lo ayudará a retener las ideas.

Enseñe a sus hijos a escuchar
Los cristianos ayudan a sus hijos —incluso a los más pequeños— a hacerse “sabios para la salvación” cuando los llevan a las reuniones de la congregación y a las asambleas (2 Tim. 3:15). Puesto que la actitud y la capacidad de concentración varían en cada caso, se requiere perspicacia para enseñarles a escuchar. Tal vez le resulten útiles las siguientes sugerencias.

Haga que sus hijos pequeños se sienten tranquilamente en casa durante períodos fijos y lean las publicaciones cristianas o miren sus ilustraciones.

En las reuniones, procure no entretenerlos con juguetes. La razón de que estén presentes es la misma hoy que en el antiguo Israel: “A fin de que escuchen y a fin de que aprendan” (Deu. 31:12).

Cuando resulta práctico, algunos padres facilitan a sus hijos, aun a los más pequeños, un ejemplar de las publicaciones que vayan a estudiarse. A medida que los niños crezcan, ayúdelos a prepararse para intervenir en las reuniones que requieren los comentarios del auditorio.

Las Escrituras revelan que existe una relación directa entre escuchar a Jehová y obedecerlo, como se desprende de las palabras de Moisés a la nación de Israel: “He puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la invocación de mal; y tienes que escoger la vida; amando a Jehová tu Dios, escuchando su voz y adhiriéndote a él” (Deu. 30:19, 20).

Hoy día es esencial que escuchemos lo que Jehová nos enseña y lo pongamos en práctica, pues solo así nos granjearemos su aprobación y la bendición de vivir eternamente. Para ello, es imprescindible que sigamos la exhortación de Jesús: “Presten atención a cómo escuchan” (Luc. 8:18).

PARA ESCUCHAR CON PROVECHO
  • Pídale a Jehová que le ayude a concentrarse en el programa
  • Fije la mirada en el orador
  • Siga en su Biblia los pasajes que se lean
  • Pregúntese cuál es el objetivo del discurso
  • Responda mentalmente a las preguntas formuladas; esté atento a los comentarios que se ofrezcan
  • Tome notas breves
  • Seleccione los puntos que piensa poner en práctica
Porción del libro "Benefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático" publicado por los testigos de Jehová, el cual puede descargar del siguiente enlace

lunes, 20 de enero de 2014

Cántico 19: Dios promete un Paraíso

Y él le dijo: “Verdaderamente te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraíso”.
(Lucas 23:43)


Promete Dios un paraíso
de dicha y gran felicidad.
No reinará más el pecado,
la muerte ya no existirá.

La Tierra va muy pronto a ser
un gran jardín, un bello Edén.
Será Jesús quien cumplirá
la voluntad del Dios veraz.

“Conmigo en el Paraíso
estarás”, dijo el Señor
al criminal
arrepentido
que suplicó su compasión.

La Tierra va muy pronto a ser
un gran jardín, un bello Edén.
Será Jesús quien cumplirá
la voluntad del Dios veraz.

Hoy vemos ya el Paraíso
con ojos de radiante fe.
De corazón las gracias damos

a ti, Jehová, y a Cristo, el Rey.

(Véanse también Mat 5: 5, 6: 10 y Juan 5: 28 y 29) Se puede descargar el archivo en mp3, que es parte de Cantemos a Jehová (coro y orquesta) disco 3, Así como El libro de canticos. con las letras y partituras.

sábado, 18 de enero de 2014

La envidia: veneno que corroe

Napoleón Bonaparte, Julio César y Alejandro Magno tuvieron algo en común. Aunque los tres alcanzaron el poder y la gloria, permitieron que por sus venas corriera un veneno que los corroía por dentro: la envidia.

“Napoleón envidiaba a César, César envidiaba a Alejandro y Alejandro, me atrevería a decir, envidiaba a Hércules, que nunca existió”, escribió el filósofo británico Bertrand Russell. Está claro que cualquiera puede caer presa de la envidia, sin importar cuánto dinero, virtudes o éxito tenga en la vida.

La envidia es un sentimiento de tristeza o enojo por los bienes y privilegios de que otros disfrutan. ¿Establece la Biblia alguna diferencia entre los celos y la envidia? Una obra de consulta bíblica matiza que, en las Escrituras, a veces “la palabra celos se refiere al deseo de ser tan próspero como otra persona, mientras que envidia alude al deseo de arrebatarle lo que posee”.

De modo que, en cierto sentido, quien envidia a alguien no solo ansía lo que tiene, sino que además pretende quitárselo. Así pues, analicemos cómo nace la envidia y cuáles son sus consecuencias. Y, sobre todo, veamos qué medidas tomar para que este veneno nunca infecte nuestra vida.

UNA ACTITUD QUE AVIVA LAS LLAMAS DE LA ENVIDIA

Por ser imperfectos, todos tenemos “tendencia hacia la envidia”, pero hay varios factores que pueden avivar sus llamas (Sant. 4:5). El apóstol Pablo destacó uno de ellos en este consejo: “No nos hagamos egotistas, promoviendo competencias unos con otros, envidiándonos unos a otros” (Gál. 5:26). Como vemos, una actitud competitiva no hace más que empeorar nuestra inclinación innata a la envidia.

La Biblia contiene muchos ejemplos que nos sirven de advertencia (1 Cor. 10:11). No solo revelan cómo nace la envidia, sino también cómo envenena a quienes se dejan dominar por ella.

Comencemos con Caín, el primer hijo de Adán y Eva. Él se enfureció porque Jehová rechazó su sacrificio pero aceptó el de Abel. Y aunque estaba en sus manos remediar la situación, se dejó cegar por la envidia y acabó asesinando a su hermano (Gén. 4:4-8). Con razón afirma la Biblia que Caín “se originó del inicuo”, Satanás (1 Juan 3:12).

Hablemos ahora de los diez hermanos de José. Ellos lo envidiaban por la relación tan especial que lo unía a su padre. Y más lo odiaron cuando José les contó sus sueños proféticos. ¡Hasta quisieron matarlo! Al final, lo vendieron como esclavo y tuvieron la crueldad de decirle a su padre que su hijo había muerto (Gén. 37:4-11, 23-28, 31-33). Eso sí, años después reconocieron su pecado: “Somos culpables tocante a nuestro hermano, porque vimos la angustia de su alma cuando suplicaba de nosotros que tuviéramos compasión, pero no escuchamos” (Gén. 42:21; 50:15-19).

Otro caso es el de Coré, Datán y Abiram, quienes cayeron presa de la envidia al comparar sus privilegios con los de Moisés y Aarón. Llegaron a acusar a Moisés de querer hacerse “príncipe” y ponerse por encima de los demás (Núm. 16:13). Pero nada más lejos de la verdad (Núm. 11:14, 15). A Moisés lo había nombrado Jehová mismo, pero aquellos rebeldes codiciaban su puesto. Finalmente, la envidia los condujo a la destrucción a manos de Dios (Sal. 106:16, 17).

Por su parte, el rey Salomón comprobó que la envidia no conoce límites. Una mujer cuyo recién nacido había muerto intentó que otra madre creyera que el bebé fallecido era el suyo. Se celebró un juicio, y la malvada mujer llegó al extremo de aceptar la idea de asesinar al bebé vivo. No obstante, Salomón se encargó de que se lo devolvieran a su verdadera madre (1 Rey. 3:16-27).

Estos ejemplos bíblicos subrayan que la envidia solo conduce al desastre, al odio, a la injusticia e incluso al asesinato. Además, notemos que, en todos los casos, las víctimas no hicieron nada para merecer el trato recibido. ¿Qué podemos hacer para impedir que la envidia controle nuestra vida? ¿Hay algún antídoto para este veneno?

ANTÍDOTOS INFALIBLES
Sentir amor y cariño por los hermanos. El apóstol Pedro exhortó a los cristianos: “Ahora que ustedes han purificado sus almas por su obediencia a la verdad con el cariño fraternal sin hipocresía como resultado, ámense unos a otros intensamente desde el corazón” (1 Ped. 1:22).

¿Y cómo es el amor verdadero? El apóstol Pablo responde: “El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses” (1 Cor. 13:4, 5). Sin duda, un sentimiento como ese contrarrestará cualquier tendencia a la envidia (1 Ped. 2:1). Jonatán dio un gran ejemplo a este respecto, pues en lugar de envidiar a David, optó por “amarlo como a su propia alma” (1 Sam. 18:1).

Relacionarse con personas espirituales. El compositor del Salmo 73 sintió envidia de los malvados que llevaban una vida de lujo y despreocupación. ¿Qué hizo para no dejarse vencer por esos pensamientos? “Entrar en el magnífico santuario de Dios.” (Sal. 73:3-5, 17.) Al relacionarse con otros siervos de Jehová, volvió a apreciar los beneficios de estar cerca de Dios (Sal. 73:28). Y lo mismo nos ocurrirá a nosotros si nunca dejamos de asistir a las reuniones cristianas con nuestros hermanos.

Hacer el bien.
Cuando Caín comenzó a cultivar odio y envidia, ¿qué le aconsejó Dios? “Hacer lo bueno.” (Gén. 4:7.) Este consejo también es útil para los cristianos. Jesús mandó: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente”. Y también: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:37-39).

Cuando nuestra vida gira en torno a servir a Jehová y ayudar al prójimo, sentimos una satisfacción que elimina cualquier rescoldo de envidia que haya en nuestro interior. Si servimos a Dios y al prójimo participando cuanto podamos en nuestra labor de predicación y enseñanza, recibiremos “la bendición de Jehová” (Pro. 10:22).

Alegrarse “con los que se regocijan” (Rom. 12:15). Jesús celebró el éxito de sus discípulos y les aseguró que alcanzarían mayores logros que él en su predicación (Luc. 10:17, 21; Juan 14:12). Los siervos de Jehová somos un pueblo unido; cada éxito individual es una bendición para todos nosotros (1 Cor. 12:25, 26). Por eso, si a un cristiano se le asigna una nueva responsabilidad, ¿no deberíamos alegrarnos por él, en vez de tenerle envidia?

NO HAY QUE BAJAR LA GUARDIA


La lucha contra la envidia puede ser larga. No olvidemos que la envidia es una de las “obras de la carne” contra las que todo cristiano debe luchar (Gál. 5:19-21). Si resistimos sus embates, seremos más felices y agradaremos a Jehová, nuestro Padre celestial.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 15 de febrero del 2012. Puede ser de su interes el tema "¿Por qué la gente actúa tan mal?"

jueves, 16 de enero de 2014

¿Es de verdad imposible?

En la vida hay cosas que pueden parecernos imposibles. Tal vez digamos que algo es imposible de soportar, lograr o entender. Por ejemplo, un buen número de los logros tecnológicos de la actualidad fueron tachados de imposibles, ya que en ese momento estaban más allá de la capacidad humana o eran inimaginables. Hace tan solo unos cincuenta años se habría considerado imposible llegar a la Luna, enviar un vehículo espacial a Marte y controlarlo desde la Tierra, cartografiar el genoma humano o ver lo que está ocurriendo al otro lado de la ciudad o del mundo mientras sucede.

Para Dios todo es posible

Jesús de Nazaret, que ha sido descrito como el hombre más relevante de la historia, afirmó: “Las cosas que son imposibles para los hombres son posibles para Dios” (Lucas 18:27). El espíritu santo de Dios es la fuerza más poderosa del universo. Tanto es así que no existe nada con qué medirla. Con el espíritu santo podemos lograr cosas que serían imposibles si dependieran de nuestras fuerzas.

Los seres humanos a menudo nos enfrentamos a situaciones que parecen imposibles de superar: la muerte de un ser querido, problemas familiares graves o la desesperación provocada por nuestro estilo de vida. Tal vez estemos a punto de tirar la toalla o no veamos la luz al final del túnel. ¿Qué podemos hacer si nos pasara algo así?

La Biblia promete ayuda a quienes tienen fe en el Todopoderoso, le piden su espíritu santo y hacen todo lo posible por agradarlo. Fíjese en estas animadoras palabras de Jesús: “En verdad les digo que cualquiera que diga a esta montaña: ‘Sé alzada y echada al mar’, y no duda en su corazón, sino que tiene fe en que va a ocurrir lo que dice, así lo tendrá” (Marcos 11:23). No hay ninguna situación imposible de sobrellevar o afrontar si dejamos que el poder de la Palabra de Dios y del espíritu santo influyan en nuestra vida.

Por ejemplo, la esposa de cierto señor murió de cáncer tras treinta y ocho años de matrimonio. Él quedó tan devastado que pensó que era imposible superar semejante golpe. A veces prefería morir a vivir sin ella. La pena lo consumía. Mirando atrás, se da cuenta de que consiguió lo “imposible” porque le expresaba sus sentimientos a Dios en oración, leía la Biblia todos los días y buscaba con empeño la dirección del espíritu santo.

Otro caso es el de una pareja con problemas muy serios. El esposo era violento y tenía muchos vicios. A ella la vida le parecía imposible de soportar, así que intentó suicidarse. Pero un buen día, él comenzó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. Gracias a lo que aprendió logró lo “imposible”: dejar los vicios y dominar su mal genio. Su esposa no podía creer los cambios que él había hecho.

Por último, está lo que le pasó a un hombre que, por culpa de las drogas y la promiscuidad sexual, estuvo sumido en la desesperación. “Perdí toda mi dignidad”, asegura. Con el corazón en la mano le imploró a Dios: “Señor, sé que estás ahí. ¡Ayúdame, por favor!”. A raíz de esa oración comenzó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová y experimentó una transformación que algunos calificarían de imposible. “A menudo he tenido que lidiar con los sentimientos de culpa y la falta de autoestima —cuenta él—.

En ocasiones he estado con los ánimos por el piso. 

Con todo, la Palabra de Dios me ha ayudado a luchar contra esas emociones negativas. Las noches en que no puedo dormir recuerdo pasajes bíblicos que he memorizado. Así consigo limpiar mi mente.” Ahora está felizmente casado y, con su esposa, se dedica a enseñar a otros a confiar en el poder de la Palabra de Dios. Es posible que, cuando era un joven con tantos problemas, jamás pensara que podría gozar de la vida que tiene hoy.

Estos ejemplos demuestran que la Palabra de Dios tiene poder y que el espíritu santo puede lograr en nuestra vida cosas que parecen imposibles. Pero tal vez usted diga: “Para eso hace falta fe”. Pues tiene razón. De hecho, la Biblia asegura que “sin fe es imposible serle de buen agrado” a Dios (Hebreos 11:6).

Para entender bien este punto, imagínese que un buen amigo suyo —con un puesto importante en un banco o en cualquier otro sitio— le asegura un día: “No te preocupes. Si tienes algún problema, ven por aquí”. Seguro que una promesa así le daría mucha tranquilidad. Pero la triste realidad es que los humanos no siempre pueden mantener su palabra. Pudiera ser que cambiaran las circunstancias de su amigo y que se le hiciera imposible cumplir la promesa que con tan buena voluntad hizo. Es más, de nada servirían todas sus ganas y capacidad de ayudar si él muriera. En cambio, con Dios nunca ocurrirá eso. La Biblia declara: “No hay nada imposible para Dios” (Lucas 1:37, Biblia de Jerusalén, 1998).

“¿Crees tú esto?”

En la Biblia encontramos incontables relatos que confirman que todo es posible para Dios. Veamos algunos.

Sara, de 90 años, se rió cuando escuchó que iba a tener un niño a su edad. Sin embargo, la entera nación israelita es una prueba de que así fue. A Jonás se lo tragó un enorme pez. Aunque pasó tres días en su interior, vivió para contarlo. Lucas narró la resurrección de un joven llamado Eutico que había muerto tras caer de la ventana de una planta alta. Y Lucas era médico, así que sabía distinguir entre alguien muerto y alguien inconsciente. Estas historias no son simples cuentos. De hecho, si se investiga un poco más, desaparece cualquier duda sobre su autenticidad (Génesis 18:10-14; 21:1, 2; Jonás 1:17; 2:1, 10; Hechos 20:9-12).

Jesús dijo algo asombroso a su amiga Marta: “Todo el que vive y ejerce fe en mí no morirá jamás”. Tras hacerle esta promesa, en apariencia imposible de cumplir, le preguntó: “¿Crees tú esto?”. Incluso hoy vale la pena plantearse esta pregunta (Juan 11:26).

¿Será posible vivir para siempre en la Tierra?

Los autores de un artículo sobre la longevidad comentaron: “Puede que no falte tanto para que vivamos mucho más de lo que vivimos ahora, tal vez para siempre”. The New Encyclopædia Britannica indica que la causa de la muerte no parece ser la degradación o el desgaste celular ni otros procesos, sino un factor desconocido que provoca que los procesos naturales del cuerpo funcionen mal o dejen de hacerlo. Esta misma obra dice: “Es posible que el envejecimiento se deba, en realidad, a un fallo en los mecanismos que controlan el funcionamiento de un proceso complejo”.

Aunque todo esto resulta interesante, la Biblia nos ofrece una razón mucho más contundente para creer que podemos vivir para siempre, una razón que ni la lógica ni la ciencia pueden aportar. Nuestro Creador —Jehová Dios, “la fuente de la vida”— promete que “se tragará a la muerte para siempre” (Salmo 36:9; Isaías 25:8). ¿Cree usted eso? Es Jehová quien lo promete, y lo que sí es imposible es que él mienta (Tito 1:2).

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" con fecha 01 de Junio del 2012, puede interesarle el tema: "¿Que le gustaría preguntarle a Dios?", disponible también en audio