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miércoles, 2 de julio de 2014

Cuando la gente nos irrita

HACE poco, un turista que visitaba el Oriente informó al gerente del hotel que no encontraba su reloj. Al cabo de cierto tiempo, no se le había devuelto el reloj, el turista se convenció de que el gerente había hecho caso omiso de su reclamo. ¡Exasperado, arrojó toda su ropa, un cesto de papeles y un aparato de televisión por la ventana de su habitación, que estaba en el decimoctavo piso, al área de la piscina!

¿Se ha sentido usted alguna vez tan frustrado a causa de otras personas que ha tenido ganas de reaccionar violentamente? Muchos se han sentido así. Otros reaccionan calmadamente cuando se les ofende, y piensan: ‘¡Nunca volveré a hablarle!’ Esto ocurrió en un pueblito de las Filipinas donde dos hombres disputaban por un terreno. Por largo tiempo no se hablaban.

Pero, ¿son éstas las mejores maneras de tratar una situación cuando la gente nos irrita o nos ofende?

Tales reacciones solo agravan el problema. Debido a su rabieta el turista no recuperó su reloj; pero es probable que se le haya pasado una enorme factura por daños. El silencio de los dos vecinos no resolvió el problema relacionado con el terreno; pero sí causó angustia a sus familias, amigos y vecinos. ¡Ciertamente tiene que haber un mejor modo de resolver problemas como éstos!

Jesucristo demostró un modo más eficaz. Al igual que nosotros, él estaba rodeado de personas imperfectas y falibles, y a veces las faltas de ellas lo entristecían. En algunas ocasiones se “indignó,” o “gimió profundamente con su espíritu” ante las acciones o actitudes de la gente. (Marcos 8:12; 10:14)

Pero no reaccionó violentamente ni se abstrajo en largos períodos de silencio. Más bien, a menudo trató de ayudar a la gente a reconocer sus problemas y a vencerlos.

Jesús pudo hacer esto de manera eficaz debido al profundo amor que le tenía al prójimo, especialmente a sus seguidores. Es tal como les dijo a ellos: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros.”

Este amor se notaba especialmente cuando Jesús trataba con las debilidades humanas. Además, él podía tratar con estas debilidades de manera equilibrada debido a que, según él mismo dijo: “Soy de genio apacible y humilde de corazón.” El que uno trate las dificultades personales de manera apacible y humilde casi siempre da buen resultado.—Juan 13:34; Mateo 11:29.

Cómo trató Jesús situaciones irritantes


¿Le ha hecho alguien alguna vez una promesa para luego no cumplirla? O ¿ha hecho usted alguna vez una cita con alguien que no se presentó? Cierto, tales experiencias son molestas. Sin embargo, ¿son desilusiones como ésas razón para montar en cólera o guardar un silencio glacial?

Considere cómo trató Jesús a sus apóstoles la noche antes de su muerte. Este era un tiempo en que Jesús estaba pasando por una prueba severa. Había ido al jardín de Getsemaní con sus apóstoles y les había dicho: “Mi alma está hondamente contristada, hasta la muerte. Quédense aquí y manténganse alerta conmigo.” (Mateo 26:38) Entonces se apartó de ellos un poco para orar. Cuando regresó, ¿qué halló? ¡Todos sus discípulos estaban dormidos! Aun al despertarlos, reaccionó con compasión.

Jesús reconoció que el motivo de ellos no era malo, sino que estaban sujetos a la imperfección humana. Por lo tanto, dijo: “El espíritu, por supuesto, está pronto, mas la carne es débil.” (Mateo 26:36-46) Aún más tarde, cuando los apóstoles lo abandonaron en manos de sus enemigos y Pedro lo negó, Jesús no se dio por vencido respecto a sus amigos.

En vez de eso, tomó medidas después de su resurrección para fortalecerlos y ayudarlos a vencer sus debilidades.

¡Qué actitud tan excelente! El apóstol Pablo dijo: ‘El amor . . . todo lo espera.’ Por lo tanto, en vez de darnos por vencidos respecto a nuestros amigos cuando nos desilusionen, ¿por qué no —al igual que Jesús— reconocer que quizás su motivo sea bueno a pesar de ser humanos imperfectos? Este es el proceder amoroso a seguir, y puede resultar en ayudarlos a que no nos fallen en otra ocasión.—1 Corintios 13:4, 7.

¿Qué hay si se repiten las faltas?
Por supuesto, los problemas no siempre se resuelven con un solo recordatorio. Como los padres bien saben, por lo general a los hijos hay que repetirles las cosas vez tras vez antes de que se les queden grabadas. Lo mismo puede ser cierto de los adultos.

Eso fue cierto en el caso de los primeros seguidores de Jesús. Por ejemplo, en cierta ocasión estaban discutiendo entre ellos en cuanto a quién era el mayor. Jesús los oyó y aprovechó la oportunidad para explicar que entre sus seguidores no habría puestos de jefatura. Más bien, dijo: “Si alguien quiere ser el primero, tiene que ser el último de todos y ministro de todos.”—Marcos 9:35.

A pesar de la clara explicación que les dio Jesús, pocos meses después dos de sus apóstoles solicitaron abiertamente que se les concedieran las dos posiciones más importantes al lado de él en el Reino. Los demás se enojaron, pero Jesús no se enojó. Más bien, con paciencia volvió a explicárselo como sigue: “Ustedes saben que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas y los grandes ejercen autoridad sobre ellas. No es así entre ustedes; antes el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, tiene que ser ministro de ustedes, y el que quiera ser el primero entre ustedes tiene que ser esclavo de ustedes.”—Mateo 20:24-27.

Otra vez, la noche antes de la muerte de Jesús, el registro nos dice: “Se suscitó entre ellos una disputa acalorada sobre quién de ellos parecía ser el mayor.” Pero de nuevo, Jesús pacientemente repitió su explicación de que entre sus seguidores no había puestos de jefatura, solo de servicio. Esta vez, a fin de grabar indeleblemente este punto en la mente de ellos, él dio una demostración práctica. Con sus propias manos, lavó los pies de cada uno de los apóstoles allí presentes. ¡Eso era lo que él quería decir por “ministro”!—Lucas 22:24-27; Juan 13:3-5.

Por fin, parecía que los apóstoles habían captado el punto. Muchos años después, el apóstol Pedro escribió una carta excelente a las congregaciones cristianas, por medio de la cual les transmitió esta información. A los que llevan la delantera en las congregaciones él explicó que ‘no debían enseñorearse de los que son la herencia de Dios, sino que debían hacerse ejemplos del rebaño.’—1 Pedro 5:2, 3.

Nosotros también responderemos apropiadamente ante las repetidas molestias a las que otros posiblemente nos sometan, si reaccionamos como lo hizo Jesús. Podremos lograr esto si cultivamos la misma clase de amor, apacibilidad y humildad de mente que Jesús poseía.

Siguiendo el ejemplo de Jesús
Jesús nos aconsejó que fuéramos amorosos para con nuestros hermanos espirituales y que estuviéramos dispuestos a perdonarlos aunque tuviéramos que hacerlo “hasta setenta y siete veces.” No obstante, ¿qué hay si nuestro hermano comete una ofensa grave? Jesús nos instó a que habláramos personalmente con el ofensor en privado. Entonces, “si te escucha,” dijo Jesús, “has ganado a tu hermano.”—Mateo 18:15, 22.

Al tratar con tales situaciones, sin embargo, es bueno recordar que aunque Jesús era perfecto nosotros no lo somos. Si nuestros amigos nos causan irritación, es posible que nosotros de vez en cuando les hagamos lo mismo. ¡Qué excelente sería que tratáramos sus ofensas en contra nuestra tal como nos gustaría que ellos trataran nuestras ofensas contra ellos... con amor, apacibilidad y humildad!

Esto realmente es poner en práctica las palabras de Jesús: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos.”—Mateo 7:12.

El que reconozcamos nuestras propias imperfecciones ayudará de otra manera. Jesús tenía una percepción extraordinaria y podía discernir el motivo y la condición de corazón de la gente. Nosotros estamos limitados a este respecto. Si se nos ofende o se nos irrita, puede que hayamos interpretado mal la situación y que en realidad no se nos quiso hacer ningún daño.

Por ejemplo, en el caso que se mencionó en la introducción, el turista estaba equivocado. El gerente había dado atención al asunto, y, de hecho, la policía estaba investigando el caso.

Aun cuando estuviéramos convencidos de que estamos en lo correcto, todavía deberíamos ser humildes. Así se le hará mucho más fácil a la otra persona querer rectificar cualquier mal que haya cometido. Jesús dijo que el propósito de hablar a alguien que nos ha ofendido era el de ‘ganar a nuestro hermano.’ El tratar el problema con apacibilidad y humildad probablemente dé este resultado.

Esa fue la experiencia de los dos hombres que no se hablaban debido al problema relacionado con el terreno. Después de haber pasado mucho tiempo sin hablarse, inesperadamente se hallaron sentados uno al lado del otro en un transporte público. Uno de ellos fue suficientemente humilde como para disculparse de su actitud equivocada. Eso ‘rompió el hielo,’ y los dos hombres se abrazaron. Ahora podían tratar su problema de manera pacífica, sin causar angustia a los que los rodeaban.

Sí, tres cualidades como las de Cristo —amor, apacibilidad y humildad— pueden mejorar nuestra relación con otros. Cuando la gente nos causa irritación, estas cualidades nos pueden ayudar a tratar la situación de una manera constructiva, generalmente con buenos resultados. ¡Sin duda, al pensar detenidamente en el asunto, ninguno de nosotros podemos arreglárnoslas sin estas cualidades!

Artículo publicado en la revista ¡Despertad! del 08 de Enero de 1982. Para leer mas acerca de la vida de Jesucristo lea "El hombre más grande de todos los tiempos". También disponible en audio libro. Ambos distribuidos por los testigos de Jehová.