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miércoles, 16 de octubre de 2013

Cántico 83: El valor del autodominio (Basado en Romanos 7:14-25)

Es mi deseo servir a mi Dios,
mas vivo esclavo de la imperfección.
La ley del mal no quiero seguir,
de sus cadenas yo voy a huir.

Día tras día intenta Satán
lograr que la carne me lleve a pecar.
¡Gracias, Jehová, por tu gran poder!
Con él, victoria conseguiré.

Porto con honra el nombre de Dios;
mancharlo no quiero por mi actuación.
Su corazón yo puedo alegrar
si cuerpo y mente sé dominar.



En el siguiente enlace se puede descargar el archivo en mp3, El libro de canticos aqui

“Tal vez sea una simple canción”

Juliana, una encantadora viejecita de Filipinas, tenía la enfermedad de Alzheimer y no reconocía ni a sus hijos.

No obstante, yo iba a ver a esta cristiana siempre que pasaba cerca de su casa.
Juliana ya no se levantaba, y se le iban las horas mirando por la ventana.

No era fácil hacerle compañía porque ya no me recordaba. Se quedaba mirándome fijamente sin reconocerme.

Un día le pregunté: “¿Piensa en Jehová todavía?”. Le conté una experiencia y le hice más preguntas, pero no dio muestras de entenderme.

Entonces comencé a entonar un cántico. Lo que ocurrió a continuación fue muy emocionante.

Ella giró la cabeza, me miró y empezó a cantar. Como no me sabía todo el cántico en tagalo, tuve que parar, pero Juliana siguió cantando: ¡se acordaba de las tres estrofas! Enseguida le dije a mi acompañante que le pidiera un cancionero a una Testigo que vivía al lado. Regresó al instante.

No me acordaba del número del cántico, pero por casualidad abrí en la página correcta y volvimos a cantar todo el cántico juntas. Cuando le pregunté si se sabía algún otro, comenzó a entonar una vieja canción de amor filipina.

“No, Juliana —le dije—, no me refiero a una canción de la radio, sino de las que cantamos en el Salón del Reino.” Entonces me puse a entonar otro cántico, y ella se me unió.

Sus ojos cobraron vida, desapareció la mirada perdida y se le dibujó una amplia sonrisa.

Unos vecinos, que habían salido de sus casas para ver de dónde venían aquellas voces, se quedaron frente a la ventana mirando y escuchándonos. ¡Qué efecto tan poderoso produjo la música en Juliana! Le hizo recordar la letra del cántico.
 
Aprendí con esto que nunca se sabe qué penetrará la oscuridad en la que viven sumidos quienes no pueden comprender o comunicarse.

Tal vez sea una simple canción.

Poco después, Juliana falleció. Me vino a la memoria aquel rato con ella cuando escuché las conmovedoras melodías que los testigos de Jehová grabaron en 2009. Quizás usted quiera preguntarle a alguno de ellos cómo puede conseguir estas hermosas y emotivas grabaciones.


Experiencia relatada en la revista ¡Despertad! de Septiembre del 2010, los canticos pueden descargarse del siguiente enlace