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lunes, 19 de agosto de 2013

Ayuda para adultos que son hijos de alcohólicos

“Si uno se ha criado en una familia con problemas de alcoholismo, tiene que ajustar la mentalidad equivocada y la confusión emocional que derivó de tal crianza. Es inevitable.”—Doctor George W. Vroom.
UN SOLDADO gravemente herido está sangrando en el campo de batalla. Al momento lo recogen y lo llevan a toda prisa a un hospital. El soldado ha sobrevivido, pero sus problemas ni mucho menos han terminado. Las heridas tienen que sanar, y puede que no supere el trauma en años.

Para los hijos de un alcohólico, la casa puede ser un campo de batalla en el que se atenta contra las necesidades humanas básicas. Algunos niños son víctimas de abusos sexuales, otros de maltratos físicos y otros muchos están desatendidos en sentido emocional. “Es la misma clase de terror que puede sentir un niño cuando oye bombas o disparos de ametralladoras cerca de su casa”, dice un joven al reflexionar en su infancia. No es de extrañar que muchos hijos de alcohólicos manifiesten los mismos síntomas de estrés postraumático que los veteranos de guerra.

Es cierto que muchos niños sobreviven a estos traumas y con el tiempo se marchan de casa. Pero comienzan su vida adulta con una serie de heridas que, aunque no son visibles, son igual de reales y persistentes que las de un soldado. “Ahora tengo sesenta años —dice Gloria—, y mi vida todavía está afectada por los traumas de haber nacido en una familia con un padre alcohólico.”

¿Qué se puede hacer para ayudar a alguien que se encuentre en esas circunstancias? La Biblia recomienda: “Acompáñalo en la tristeza”. (Romanos 12:15, Una paráfrasis del Nuevo Testamento.) Para hacer esto, hay que comprender cuáles son las heridas que suelen originarse en un ambiente de alcoholismo.

“Nunca tuve infancia”

Un niño necesita que le alimenten, le cuiden y le demuestren cariño constantemente. Tal atención suele faltar en las familias con problemas de alcoholismo. En algunas de estas familias se invierten los papeles y se espera que sea el niño quien alimente al padre. Por ejemplo: Albert, a sus catorce años, era quien ganaba el pan para su familia. Y una niña llamada Jan tenía que desempeñar la mayor parte de las tareas domésticas, además de atender a sus hermanos menores, en lugar de su madre alcohólica, ¡y todo empezó cuando apenas tenía seis años de edad!

Los niños no son adultos y, por tanto, no pueden actuar como tales. Cuando los papeles de progenitor e hijo se invierten, los niños que hoy tienen que actuar como adultos se convierten en los adultos marcados del mañana. (Compárese con Efesios 6:4.) John Bradshaw, consejero familiar, escribe que estos niños “crecen hasta tener un cuerpo de adulto. Parecen adultos y hablan como tales, pero hay en su interior un niñito insaciable que nunca vio satisfechas sus necesidades”. Puede que se sientan como una cristiana que dijo: “Todavía me embarga un inmenso dolor por no habérseme satisfecho de niña mis necesidades emocionales más básicas”.

“Debe ser culpa mía”

Cuando Robert tenía tan solo trece años, su padre murió en un accidente. “Yo procuraba ser bueno —recuerda Robert sin levantar la mirada—. Sé que hice cosas que no le gustaban, pero no fui un mal niño.” Robert se sentía culpable por el alcoholismo de su padre, y llevó esa pesada carga durante muchos años. Cuando relató lo supracitado, Robert tenía nada menos que setenta y cuatro años.

Es bastante común que los niños asuman la responsabilidad del alcoholismo de su padre o su madre. Mediante autoinculparse, el niño se crea la ilusión de que puede controlar la situación. Como dice Janice: “Pensaba que si me comportaba mejor, mi padre no volvería a beber”.

La realidad es que ningún niño —ni ningún adulto— puede provocar, controlar ni curar el vicio de beber de otra persona. Si su padre o su madre son alcohólicos, usted no tiene la culpa, sin importar lo que alguien le haya dicho o le haya dado a entender. Y quizás necesite meditar bien si usted, ya de adulto, todavía siente indebida responsabilidad por las acciones y el comportamiento de otros. (Compárese con Romanos
14:12; Filipenses 2:12.)

“No puedo confiar en nadie”


La confianza se basa en la franqueza y la honradez. El ambiente del alcohólico se basa en el secreto y la negación.

De joven, Sara sabía que su padre era alcohólico. Sin embargo, ella recuerda: “Me sentía culpable hasta por pensar en la palabra [alcohólico], porque ningún otro miembro de la familia la pronunciaba”. Susan relata una experiencia similar: “Nadie de la familia hablaba jamás de lo que estaba pasando, de lo infelices que se sentían o de lo furiosos que estábamos con [mi padrastro alcohólico]. Creo que simplemente me desconecté de todo aquello”. Se ha observado que la realidad del alcoholismo de un padre o una madre a menudo va rodeada de un sentimiento de negación. “Aprendí a no ver las cosas porque había visto ya suficientes”, dice Susan.

El comportamiento inconsecuente del alcohólico socava aún más la confianza. Ayer estaba alegre y sin embargo hoy está furioso. “Nunca sabía cuándo se desataría el temporal”, dice Martin, hijo ya adulto de una madre alcohólica. El alcohólico rompe promesas, no por indiferencia, sino por causa del alcohol. La doctora Claudia Black explica: “El ansia por la bebida se convierte en la prioridad número uno del alcohólico. Todo lo demás es secundario”.

“Oculto mis sentimientos”


Cuando los sentimientos no pueden compartirse libremente, los niños aprenden a reprimirlos. Van a la escuela con “una sonrisa en el rostro y un nudo en el estómago”, dice el libro Adult Children—The Secrets of Dysfunctional Families (Hijos adultos: los secretos de las familias con problemas), y no se atreven a decir lo que piensan por temor a sacar a la luz el secreto de la familia. Por fuera, todo está bien; pero, por dentro, los sentimientos reprimidos empiezan a hervir.

En la vida adulta, todo intento de reprimir las emociones con una fachada de ‘todo va bien’, suele fracasar. Si los sentimientos no pueden ser expresados verbalmente, es probable que se exterioricen somáticamente, es decir, mediante úlceras, dolores de cabeza crónicos y otros trastornos. “Las emociones estaban literalmente destrozándome —dice Shirley—. Tenía todas las dolencias físicas habidas y por haber.” El doctor Timmen Cermak explica: “Los hijos adultos combaten el estrés negándolo, pero no se puede engañar a la Madre Naturaleza. [...] El organismo que se ve sometido a un gran estrés durante años termina por debilitarse”.

No basta con sobrevivir


Los hijos adultos de alcohólicos son fuertes; el hecho de que han sobrevivido a ese trauma de su infancia lo corrobora. Pero no basta con sobrevivir. Hay que aprender nuevos conceptos tocante a las relaciones familiares. Posiblemente haya que dar atención a sentimientos de culpa, ira y falta de amor propio. Los hijos adultos de alcohólicos deben esforzarse por vestirse de lo que la Biblia llama “la nueva personalidad”. (Efesios 4:23, 24; Colosenses 3:9, 10.)

Esa no es tarea fácil. LeRoy, cuyo padre era alcohólico, luchó por aplicar principios bíblicos en su propia familia durante veinte años. “Cuando recibía los amorosos consejos de la Sociedad a través del libro Familia y otras publicaciones, no podía captar la idea. Eso hizo que no aplicase muy bien la información. [...] Trataba de buscar reglas y de aplicarlas mecánicamente, sin sensibilidad, como los fariseos.” (Véase Mateo 23:23, 24.)

Para una persona como LeRoy, el simplemente instarle a “ser más cariñoso”, a “comunicarse” o a “disciplinar a sus hijos” puede ser insuficiente. ¿Por qué? Porque puede que nunca haya experimentado estas cualidades o capacidades, así que, ¿cómo va a expresarlas o imitarlas? LeRoy buscó ayuda para entender el impacto que había producido el alcoholismo de su padre en él. La terapia que siguió le abrió las puertas para progresar en sentido espiritual. “Aunque ha sido una época muy dolorosa en mi vida, he progresado mucho en sentido espiritual —dice—. Por primera vez en mi vida siento que estoy empezando a conocer bien lo que es el amor de Dios.” (1 Juan 5:3.)

Una cristiana llamada Cheryl se benefició de la ayuda de una asistenta social con experiencia en el campo de familias con problemas de alcoholismo. Pero, además, se confió a un anciano de la congregación que manifestó gran empatía. “Hasta que no me libré de todos mis vergonzosos secretos de familia, no me encontré en paz con Jehová y conmigo misma —explica—. Ahora veo a Jehová como mi Padre (algo que antes me resultaba imposible), y ya no me siento tan defraudada por no haber recibido nunca de mi padre terrestre el amor y la guía que tanto necesitaba.”

Amy, hija de un alcohólico, descubrió que esforzarse por desarrollar “el fruto del espíritu” le era de gran ayuda. (Gálatas 5:22, 23.) También aprendió a confiar sus pensamientos y sentimientos a un anciano comprensivo. “Él me recordaba que la aprobación que realmente debía buscar —dice Amy— era la de Jehová Dios y Jesucristo. Buscar el amor y la aprobación de ellos no es jamás un proceder autodestructivo.”

Una curación completa

La Biblia contiene la promesa escrita de Jesucristo de que los que acuden a él cargados con ansiedades hallarán refrigerio. (Mateo 11:28-30.) Además, a Jehová se le llama “el Dios de todo consuelo, que nos consuela en toda nuestra tribulación”. (2 Corintios 1:3, 4.) Maureena afirma: “Llegué a conocer a Jehová como Aquel que nunca me abandonaría física, mental ni emocionalmente”.

Vivimos en un tiempo que la Biblia califica de últimos días, un tiempo en el que muchos —hasta dentro del círculo familiar— serían ‘maldicientes, desnaturalizados e inhumanos’. (2 Timoteo 3:2, 3, Bartina-Roquer.) Pero Dios promete que pronto establecerá un nuevo mundo de paz en el que borrará toda lágrima y pesar. (Revelación 21:4, 5.) Una cristiana que se crió en una familia con problemas de alcoholismo dice: “Esperamos que todos nosotros podamos entrar juntos en el nuevo mundo, donde recibiremos la curación completa que solo Jehová puede otorgar”.

UNA EXPERIENCIA PERSONAL

“Soy hija de un alcohólico. Mi padre se hizo alcohólico cuando yo tenía ocho años. Cuando bebía, se ponía violento. Recuerdo el terror que sentíamos todos los miembros de la familia. En una época en la que podía haber disfrutado de una infancia feliz, aprendí a ocultar mis sentimientos, necesidades, deseos y esperanzas. Mi madre y mi padre estaban demasiado ocupados atendiendo el problema de él, así que yo nunca podía contar con ellos. No era merecedora de su tiempo. Llegué a sentirme inútil. El papel que me impusieron a la edad de ocho años me obligó a dejar de ser niña, crecer de golpe y cargar con responsabilidades de familia. Mi vida quedó interrumpida.

”La conducta de mi padre era tan vergonzosa que hacía que yo me sintiera avergonzada. Para compensar esos sentimientos traté de ser perfecta. Daba mucho de mí misma, tratando de comprar amor, pues nunca me sentía merecedora de recibir amor incondicional. Mi vida se convirtió en una representación teatral, sin sentimientos. Años más tarde mi marido y mis hijos me dijeron que me comportaba mecánicamente, como un robot. Durante treinta años había trabajado como una esclava para ellos, había sacrificado mis necesidades emocionales por las suyas, me había dado a ellos como siempre había hecho con mis padres. ¿Y así me lo agradecían? Aquello fue el golpe de gracia.

”Airada, confundida y desesperada, decidí descubrir qué me pasaba. Hablé con otras personas que se habían criado en familias con problemas de alcoholismo, y empezaron a aflorar en mí muchos sentimientos que había tenido reprimidos, cosas que nunca antes había recordado, cosas que habían provocado mis frecuentes ataques de extenuante depresión. Fue como un desahogo, una catarsis. Me alivió mucho saber que no estaba sola, que otros compartían y entendían el trauma de haberse criado en una familia con problemas de alcoholismo.

”Acudí a una asociación denominada Adult Children of Alcoholics (Hijos adultos de alcohólicos) y empecé a aplicar parte de su terapia. Los cuadernos de ejercicios me ayudaron a cambiar la mentalidad equivocada que tenía. Escribí un diario para desenterrar otros sentimientos adicionales, sentimientos que llevaban años reprimidos. Escuché cintas sobre cómo ayudarse a uno mismo. Seguí en la televisión un seminario presentado por un hombre que también era hijo de un alcohólico. El libro Feeling Good (Cómo sentirse bien) —de la Facultad de Medicina de la universidad de Pensilvania (E.U.A.)— me ayudó a cultivar amor propio y a rectificar mis esquemas mentales.

”Algunos de estos nuevos patrones de pensamiento se convirtieron en instrumentos, pautas que me ayudaron a enfrentarme a la vida y a mis relaciones con otros. Dos de las pautas que aprendí y apliqué son: ‘Lo que importa no es lo que nos sucedió a nosotros, sino cómo vemos o percibimos lo que sucedió. No debemos reprimir nuestros sentimientos, sino examinarlos y, o bien expresarlos de manera constructiva, o descartarlos’. Otra pauta que me ayudó es: ‘Actúe en armonía con la forma correcta de pensar’. Actuar de ese modo reiteradas veces puede crear en usted un nuevo patrón mental.

”Pero el instrumento más importante de todos es la Palabra de Dios, la Biblia. De esta y de las congregaciones de los testigos de Jehová, junto con sus ancianos y otros Testigos maduros, he recibido un buen grado de curación espiritual y he aprendido a desarrollar el debido amor propio. También he aprendido que no soy una persona de tantas, sino que tengo personalidad propia, que en todo el universo no hay otra igual que yo. Y lo más importante es que estoy convencida de que Jehová me ama y de que Jesús murió también por mí, no solo por otros.

”Ahora, un año y medio después, diría que me he recuperado en un 70%. Pero no experimentaré curación total hasta que el nuevo mundo de justicia de Jehová reemplace este presente mundo inicuo y a su dios, Satanás el Diablo.”

CONCLUSIÓN

La Biblia dice: “El consejo en el corazón del hombre es como aguas profundas, pero el hombre de discernimiento es el que lo sacará”. (Proverbios 20:5.) Se necesita discernimiento para ayudar a alguien deprimido a sacar de las aguas profundas de su corazón las cosas que le afectan. De “la multitud de consejeros” puede derivarse mucho bien si dichos consejeros son discernidores. (Proverbios 11:14.)

El valor de pedir consejo a otros se indica también en el siguiente proverbio: “Con hierro, el hierro mismo se aguza. Así un hombre aguza el rostro de otro”. (Proverbios 27:17.) Cuando las personas angustiadas se comunican con otros, puede haber “un intercambio de estímulo entre [ellos]”. (Romanos 1:12.) Y para cumplir el mandato bíblico de ‘hablar confortadoramente a las almas abatidas’, el que trata de confortar a una persona deprimida tiene que entender la causa y las ramificaciones de la depresión que la aflige. (1 Tesalonicenses 5:14.)

Articulo de la revista ¡Despertad! del 22 de Mayo de 1992. Publicada por los testigos de Jehová. Pueden descargarse mas articulos de la pagina oficial en formatos pdf para su lectura, asi como mp3 y aac en audio.

Los celos casi arruinan mi vida (Experiencia tomada de la revista ¡Despertad!)

Los celos empezaron a afectarme seriamente cuando me casé con mi segundo esposo, Mark. Debíamos atender a varios hijastros y tratar con nuestros ex cónyuges. A veces la situación se volvía insoportable. Cada vez que surgía un conflicto de familia, me parecía que Mark no me apoyaba. Empecé a pensar que todavía amaba a su anterior esposa. En vez de controlar los celos, permití que me dominaran. Me sentía amenazada cada vez que la anterior esposa de Mark estaba cerca.

Observaba a Mark constantemente, hasta fijándome en sus ojos para ver hacia dónde miraban. Leía en ellos pensamientos que ni siquiera estaban allí. A veces lo acusaba abiertamente de seguir amando a su ex esposa. En cierta ocasión se disgustó tanto que se levantó y se marchó de una asamblea cristiana. Me sentía culpable delante de Jehová. Estaba amargando la vida a toda la familia, pues al final la situación afectó también a los niños. Me odiaba a mí misma por lo que estaba haciendo, pero sin importar cuánto me esforzaba, no hallaba la forma de controlar los celos.

En vez de ayudarme, Mark comenzó a tomar represalias. Cuando lo acusaba, me gritaba: “Lo que pasa es que estás celosa”. Hasta parecía que procuraba ponerme celosa adrede. Quizá pensaba que así me curaría los celos, pero en realidad empeoraba la situación. Empezó a mirar a otras mujeres, haciendo comentarios sobre su belleza, lo cual me hacía sentir inferior y menos deseada. La situación llegó a tal punto que comenzó a aflorar otra emoción indeseable: el odio. A esas alturas estaba tan desorientada, que lo único que deseaba era que Mark y su familia desaparecieran de mi vida.

Cuando la Biblia dice que “los celos son podredumbre a los huesos”, tiene toda la razón. (Proverbios 14:30.) Mi salud empezó a verse afectada. Se me abrieron úlceras estomacales que tardaron mucho tiempo en sanar. Seguí amargándome la vida sospechando de todo lo que hacía Mark. Le revisaba los bolsillos, y si encontraba números telefónicos, llamaba para ver quién contestaba. En el fondo estaba tan avergonzada de mí misma, que lloraba de vergüenza cuando oraba a Jehová. Sin embargo, no podía contenerme. Era mi peor enemiga.

Mi espiritualidad se resintió a tal grado que dejé de orar. Amaba a Jehová y quería hacer lo correcto. Conocía todos los textos bíblicos que hablan sobre la vida conyugal, pero no podía ponerlos en práctica. Por primera vez en mi vida ya no quería vivir, aun cuando tenía unos hijos maravillosos.
Los ancianos de la congregación cristiana me animaron mucho y se esforzaron al máximo por ayudarme. Pero cuando sacaban a colación el tema de mis celos, la vergüenza me hacía negar que tuviera tal problema.

Con el tiempo, mi salud empeoró tanto que me tuvieron que internar en un hospital para operarme. Mientras estaba allí me di cuenta de que la vida no podía seguir así. Mark y yo decidimos separarnos por tres meses para examinar nuestra situación más fríamente. Durante este tiempo ocurrió algo magnífico. En la revista ¡Despertad! apareció un artículo intitulado “Ayuda para adultos que son hijos de alcohólicos”.

Resulta que mi madre era alcohólica. Aunque mis padres no me maltrataron físicamente, nunca se mostraron cariño ni me lo mostraron a mí. No recuerdo ni una sola ocasión en la que mi madre me estrechara entre sus brazos o me dijera que me quería. De modo que crecí sin saber realmente cómo amar o, lo que es igual de importante, cómo ser amada.

Mi madre solía contarme que mi padre tenía romances y que no podía confiar en él. De modo que, por lo visto, crecí sin confiar en los hombres. Por causa de mi crianza, siempre me sentí inferior a los demás, especialmente a otras mujeres. Leer aquel artículo de ¡Despertad! me ayudó a entender la razón. Por primera vez comprendí cuál era la raíz de mi problema con los celos.

Le mostré el artículo a mi esposo, Mark, y también le sirvió para entenderme mejor. En poco tiempo logramos seguir el consejo bíblico para las parejas que están pensando en separarse e hicimos las paces. (1 Corintios 7:10, 11.) Ahora nuestro matrimonio marcha mejor que nunca. Casi todo lo hacemos juntos, especialmente cuando se trata de actividades cristianas. Mark es más comprensivo. Casi no pasa un día sin que me diga lo mucho que me quiere, y ahora sí le creo.

Cuando sé que vamos a ver a su ex esposa, le pido a Jehová que me dé fortaleza y me ayude a comportarme de un modo propio de la madurez cristiana. Y surte efecto. Incluso estoy superando mi animosidad hacia ella. Ya no me recreo en pensamientos negativos ni me dejo llevar por la imaginación.

Todavía siento celos alguna vez. Lo único que me librará completamente de ellos será la vida perfecta en el nuevo mundo de Dios. Entretanto he aprendido a controlarlos, en vez de permitir que me controlen a mí. Sí, los celos casi arruinaron mi vida, pero gracias a Jehová y a su organización, ahora soy más feliz y mi salud ha vuelto a la normalidad. Tengo de nuevo una buena relación con mi Dios, Jehová. (Contribuido)

Articulo de la revista La Atalaya del 15 de Septiembre de 1995. Publicada por los testigos de Jehová. Pueden descargarse mas articulos de la pagina oficial en formatos pdf para su lectura, asi como mp3 y aac en audio.