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martes, 11 de febrero de 2014

Moisés y Aarón proclamaron con valor la Palabra de Dios

Hicieron la voluntad de Jehová

Moisés y Aarón proclamaron con valor la Palabra de Dios


IMAGÍNESE la escena: Moisés, de 80 años, y su hermano, Aarón, se hallan ante el hombre más poderoso de la Tierra: el Faraón de Egipto. Para los egipcios, su soberano no es un simple representante de los dioses, sino todo un dios, la encarnación de Horus, deidad con cabeza de halcón que, unida a Isis y Osiris, configuraba la principal tríada de divinidades de Egipto.

Al comparecer ante el Faraón, era imposible no fijarse en una inquietante figura que salía del centro de su corona: la cabeza de una cobra, la cual, según se decía, despedía una llama que devoraba a los enemigos del rey. Pues bien, Moisés y Aarón se han presentado ante este dios-rey con una demanda inusitada: que envíe a los esclavos israelitas a celebrar una fiesta en honor de su Dios, Jehová. (Éxodo 5:1.)

Jehová había predicho que el corazón del monarca se obstinaría. De ahí que Moisés y Aarón no se extrañen de que responda desafiante: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel? No conozco a Jehová en absoluto y, lo que es más, no voy a enviar a Israel”. (Éxodo 4:21; 5:2.) De este modo se dispuso el escenario de una dramática confrontación. En la siguiente entrevista con el Faraón, Moisés y Aarón aducirían pruebas innegables de que representaban al Dios verdadero y omnipotente.
 

Ocurre un milagro

En conformidad con las órdenes divinas, Aarón ejecutó un portento que demostró la superioridad de Jehová sobre los dioses de Egipto. Arrojó su vara ante el Faraón y esta se transformó en el acto en una gran serpiente. El monarca, atónito por el milagro, mandó llamar a sus sacerdotes practicantes de magia, quienes, con el auxilio de las potencias demoníacas, consiguieron realizar con sus varas un prodigio semejante.

Suponiendo que el Faraón y sus sacerdotes se recreasen con la escena, la alegría tuvo que ser efímera. Imagínese la cara que pusieron cuando la serpiente de Aarón engulló a las suyas, una tras otra. Todos los presentes pudieron constatar que las divinidades egipcias no se parangonaban con el Dios verdadero, Jehová. (Éxodo 7:8-13.)

Pese a todo, el corazón del Faraón siguió obstinado. Tuvo que padecer diez plagas, o golpes destructivos, enviadas por Dios antes de decir a Moisés y Aarón: “Levántense, salgan de en medio de mi pueblo, tanto ustedes como los demás hijos de Israel, y vayan, sirvan a Jehová, tal como han declarado”. (Éxodo 12:31.)

¿Qué lecciones aprendemos?


¿Qué hizo posible que Moisés y Aarón comparecieran ante el poderoso Faraón de Egipto? En un principio, Moisés reveló que se sentía incapaz, pues afirmó ser “lento de boca y lento de lengua”. Aunque Jehová le garantizó su respaldo, todavía suplicó: “Envía, por favor, por la mano de aquel a quien vas a enviar”, lo que equivalía a rogarle que enviara a otro. (Éxodo 4:10, 13.) Aun así, Jehová se sirvió del manso Moisés y le otorgó la sabiduría y la fortaleza necesarias para cumplir su misión. (Números 12:3.)

En la actualidad, los siervos de Jehová Dios y Jesucristo llevan a cabo el mandato de hacer “discípulos de gente de todas las naciones”. (Mateo 28:19, 20.) Al desempeñar esta comisión, cada uno de nosotros ha de dar buen uso a todo el conocimiento bíblico y las habilidades que tenga. (1 Timoteo 4:13-16.) En vez de centrarnos en nuestras insuficiencias, aceptemos con fe toda labor que nos mande Dios, quien nos capacita y fortalece para hacer su voluntad. (2 Corintios 3:5, 6; Filipenses 4:13.)

Dado que Moisés afrontaba el antagonismo de hombres y demonios, precisaba de ayuda sobrehumana. Por ello, Jehová lo tranquilizó diciéndole: “Mira, te he hecho Dios para Faraón”. (Éxodo 7:1.) En efecto, Moisés contaba con el respaldo y la autoridad de Dios. Imbuido del espíritu de Jehová, no tenía razón para temer al Faraón ni a sus altivos secuaces.
Nosotros, asimismo, debemos valernos del espíritu o fuerza activa de Jehová para efectuar nuestro ministerio. (Juan 14:26; 15:26, 27.) Al contar con el apoyo de Dios, podemos apropiarnos de las siguientes palabras de un cántico de David: “En Dios he cifrado mi confianza. No tendré miedo. ¿Qué puede hacerme el hombre terrestre?”. (Salmo 56:11.)

Jehová se compadeció de Moisés y no lo dejó realizar su misión solo, sino que le dijo: “Aarón tu propio hermano llegará a ser tu profeta. Tú... tú hablarás todo lo que te mande; y Aarón tu hermano se encargará de hablar a Faraón”. (Éxodo 7:1, 2.) ¡Qué considerado y razonable fue Jehová al exigirle a Moisés solo lo que le permitían sus limitaciones!

Dios nos ha dado una hermandad de cristianos que asumen el reto de ser testigos de Jehová, el Dios Altísimo. (1 Pedro 5:9.) Como Moisés y Aarón, proclamemos con valor la palabra de Dios, sin importar qué obstáculos hallemos.


Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 15 de Enero de 1996, Puede leer el relato "Las 10 plagas" en "Mi libro de historias bíblicas" (disponible en audio y formato pdf para tablet o impresión) ambos distribuidos por los testigos de Jehová.

¡Cuídese de los efectos endurecedores del pecado!

ELLA era querida por sus hermanos y hermanas cristianos. Era amigable, extravertida y, junto con su pequeña hija, acompañaba constantemente a sus hermanos en el servicio del campo y en las reuniones. Pero entonces a los ancianos de la congregación se les informó que ella fumaba descaradamente en su trabajo, ¡enfrente mismo de sus compañeros Testigos! Cuando tuvo que responder a esa acusación, confesó que fumaba y que había cometido fornicación, añadiendo calmadamente: “No quiero seguir en la verdad por ahora”. El pecado la había endurecido.

En Hebreos 3:13 el apóstol Pablo advierte que uno puede dejarse “endurecer por el poder engañoso del pecado”. Ese resultó ser el caso de nuestros primeros padres, Adán y Eva. Cuando se les llamó la atención por su desobediencia, Adán dio insensiblemente la siguiente excusa: “La mujer que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí”. Cuánto había cambiado Adán desde aquel día en que al contemplar a su amada compañera se sintió impulsado a decir: “Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Ahora Eva era “la mujer que me diste para que estuviera conmigo”. Eva, de manera poco convincente, culpó a la serpiente. (Génesis 2:23; 3:1-13.)

Otro hombre endurecido de modo irreparable por el pecado fue Judas Iscariote. Él debió haber tenido un buen corazón al principio, pues de otro modo Jesús no lo hubiera escogido como apóstol suyo. Pero después que Jesús lo censurara en una ocasión, Judas, resentido, tramó la traición de su Amo. (Mateo 26:6-16.) Cuando Jesús dio a conocer que uno de sus 12 apóstoles lo traicionaría, Judas, la misma imagen de la inocencia, preguntó: “No soy yo, ¿verdad?”. (Mateo 26:25.) Solo un pecador deliberado podía demostrar tal descaro. Y cuando vinieron los soldados para arrestar a Jesús, Judas escogió nada menos que la antigua señal de afecto y amistad —el beso— como muestra de identificación. “Judas, —preguntó Jesús— ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre?” (Lucas 22:48.)

Cómo endurece el pecado

¿Cómo logra el pecado apoderarse de esa manera de la persona? En Hebreos 3:7-11 Pablo muestra cómo el pecado de la falta de fe infectó a la nación de Israel. Citando de Salmo 95:7-11, Pablo dice: “Por esta razón, así como dice el espíritu santo: ‘Hoy, si ustedes escuchan la propia voz de él, no endurezcan sus corazones como en la ocasión de causar amarga cólera, como en el día de hacer la prueba en el desierto, en el cual sus antepasados me probaron con una prueba, y, con todo, habían visto mis obras durante cuarenta años. Por esta razón quedé asqueado de esta generación y dije: “Siempre se descarrían en su corazón, y ellos mismos no han llegado a conocer mis caminos”. De modo que juré en mi cólera: “No entrarán en mi descanso”’”.

“La ocasión de causar amarga cólera” ocurrió en un lugar llamado Meribá y Masah. (Salmo 95:8.) En ese lugar, poco después de su liberación milagrosa de Egipto, “el pueblo se puso a reñir con Moisés y a decir: ‘Danos agua para que bebamos’”. (Éxodo 17:2.) Recuerde que ellos ya habían visto las diez plagas devastadoras en Egipto, la división de las agitadas aguas del mar Rojo y el maná que bajaba del cielo. No obstante, ‘ellos se descarriaron en su corazón’. Estaban demasiado absortos en sus deseos egoístas para reflexionar sobre las obras de Jehová.

De modo que no ‘llegaron a conocer los caminos de Dios’ ni desarrollaron la confianza de que Jehová podía proveerles lo necesario en cualquier circunstancia. “¡Danos agua!” pidieron, como si el Dios que había dividido el mar no tuviera suficiente poder. No es de extrañar, por lo tanto, que más tarde escogieran creer el mal informe de los diez espías temerosos que inspeccionaron la Tierra Prometida. (Números 13:32–14:4.) Debido a esa falta de fe, Jehová declaró: “Ciertamente no entrarán en mi lugar de descanso”. (Salmo 95:11.)

Basándose en ese relato, Pablo advirtió: “Cuidado, hermanos, por temor de que alguna vez se desarrolle en alguno de ustedes un corazón inicuo y falto de fe al alejarse del Dios vivo; pero sigan exhortándose los unos a los otros cada día, mientras pueda llamársele ‘Hoy’, por temor de que alguno de ustedes se deje endurecer por el poder engañoso del pecado”. (Hebreos 3:12, 13.) El “pecado” de los israelitas era la falta de fe. (Véase Hebreos 3:19; compárese con 12:1.) Hizo que se ‘alejaran del Dios vivo’ y perdieran toda la confianza en Jehová, a pesar de los milagros que había ejecutado. Era inevitable el que cayeran en la delincuencia moral.

La falta de fe también puede hacer que un cristiano ‘se descarríe en su corazón’ hoy en día y sucumba a la inclinación natural del corazón. “El corazón es más traicionero que cualquier otra cosa, y es desesperado. ¿Quién puede conocerlo?” (Jeremías 17:9, 10.) Los malos pensamientos y deseos empiezan a infiltrarse en el corazón provocando una mortal reacción en cadena. “Más bien, cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado; a su vez, el pecado, cuando se ha realizado, produce la muerte.” (Santiago 1:14, 15.)

Cuando el pecado endurece a una persona

Un hombre que era anciano en una congregación disfrutaba de muchos privilegios, aunque escondía astutamente su fornicación. Aun después de casarse siguió con su proceder inmoral. No obstante, no le fue difícil mantener una fachada de inocencia, incluso participar en comités judiciales juzgando a otros compañeros. El pecado había empezado a endurecerle. En poco tiempo empezó a dudar incluso de las enseñanzas fundamentales de la Biblia. Finalmente, cuando se le forzó a confesar su mal proceder, solo pudo encogerse de hombros y decir: “Y ¿qué más da ahora?”.

Un proceder de hipocresía puede cauterizar la conciencia de uno como si fuera con “hierro de marcar”. (1 Timoteo 4:2.) Los Proverbios lo ilustran de la siguiente manera: “Aquí está el camino de la mujer adúltera: ha comido y se ha limpiado la boca y ha dicho: ‘No he cometido mal alguno’”. (Proverbios 30:20.) El pecador endurecido incluso llega a pensar: “Dios ha olvidado. Ha ocultado su rostro”. (Salmo 10:11.) Y cuanto más tiempo uno persiste en un proceder de pecado, mayor es el riesgo de que el corazón se haga “insensible tal como grasa”. (Salmo 119:70.) Un joven admitió: “La primera vez que cometí fornicación, tuve graves remordimientos. Pero cada vez llegó a ser más fácil, hasta que llegó al punto de no molestarme en absoluto”.

Es cierto, el corazón busca maneras de justificar el mal proceder. Un joven, después de cometer fornicación con su novia, impidió que esta fuera a los ancianos a buscar ayuda, diciéndole: “¡Vamos a casarnos! Y sabes, la Biblia dice que cuando dos personas deciden ser una para la otra, a los ojos de Jehová es como si estuvieran casadas”. ¡Qué manera de razonar tan egoísta y engañosa!

Tristemente, el pecado se convirtió en una práctica que terminó en asesinato: ¡el aborto! La joven reconoció más tarde: “Empiezas a estar muy, muy insensible, y a pensar que tú puedes censurarte a ti misma”. Un joven que de modo similar cayó en la práctica de la fornicación, confesó: “Es lo mismo que ser un alcohólico, que dice: ‘Puedo dejar de beber cuando quiera. Déjame tomar una copa más’. Así que empiezas a retrasar la confesión a los ancianos”. El pecador se hace tan experto en engañar a otros que empieza a engañarse a sí mismo. “Porque ha sido demasiado meloso para consigo mismo a sus propios ojos para descubrir su error de modo que lo odie.” (Salmo 36:2.)

Evite el lazo del pecado


Ya que “con el corazón se ejerce fe”, el cristiano debe hacer todo lo posible para salvaguardarlo. (Romanos 10:10; Proverbios 4:23.) La oración, las reuniones y el estudio personal ayudan a llenar nuestro corazón de ideas edificantes. Es verdad que los malos pensamientos van a introducirse en nuestra mente de vez en cuando. Pero cuando eso suceda, podemos sencillamente rehusar pensar en ellos. Debemos acudir inmediatamente a Jehová en oración en cualquier momento que nos veamos tentados a hacer lo que es malo. (Salmo 55:22.) Además, “que la fornicación y la inmundicia de toda clase, o la avidez, ni siquiera se mencionen entre ustedes, tal como es propio de personas santas”. (Efesios 5:3.) De ese modo, la reacción en cadena que “da a luz el pecado” y la muerte es detenida antes que pueda dar comienzo.

Recuerde, también, que el disfrute del pecado es solo ‘temporal’. (Hebreos 11:25.) Más tarde o más temprano ‘su pecado lo alcanzará’, y las consecuencias serán amargas. (Números 32:23.) Pregúntese: ‘¿Quiero realmente ser endurecido por el pecado? Aunque pueda ser placentero de momento, ¿cómo me afectará a la larga?’.
¿Qué hacer si uno se encuentra actualmente entrampado en un mal proceder? No llegue a la conclusión de que uno puede “expiar” el pecado haciendo un esfuerzo especial en la actividad cristiana. “Los sacrificios para Dios son un espíritu quebrantado”, dijo el arrepentido rey David. (Salmo 51:17.) El consejo bíblico para los que están espiritualmente enfermos es: ¡Vayan a los ancianos! (Santiago 5:14, 15.) Esos hombres maduros harán todo lo que puedan para ayudar al enfermo a recobrar su salud espiritual. La Biblia declara: “El que está encubriendo sus transgresiones no tendrá éxito, pero al que las está confensando y dejando se le mostrará misericordia”. (Proverbios 28:13.) Un hombre que finalmente confesó su pecado dijo a los ancianos: “Es como si me hubiera quitado un enorme peso de encima”. (Compárese con Salmo 32:1-5.)

A medida que este mundo va haciéndose más y más inicuo, será cada vez más difícil para el cristiano mantener su integridad. Pero, recuerde: “Aunque un pecador esté haciendo lo malo cien veces y continuando largo tiempo según le plazca, les resultará bien a los que temen al Dios verdadero”. (Eclesiastés 8:12.) De modo que ¡tema a Jehová Dios! Él le proveerá escape de los efectos endurecedores del pecado.



Artículo publicado en la revista "La Atalaya" con fecha 01 de Abril de 1986, editada por los testigos de Jehová, para complementar el tema puede leer: "¿Tiene algo de malo el sexteo?