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viernes, 29 de noviembre de 2013

Leaving (Pet Shop Boys)



I know enough's enough and you're leaving
You've had enough time to decide on your freedom
But I can still find some hope
To believe in love

Our love is dead, but the dead don't go away
They made us what we are, they're with us everyday
Our love is dead but the dead are still alive
In memory and thoughts,
and the context they provide

I know enough's enough and you're leaving
You've had enough time to decide on your freedom
But I can still find some hope
To believe in love

I know enough's enough and you're leaving
You've had enough time to decide on your freedom
But I can still find some hope
To believe in love

Our love is dead,-our love is dead-
But the dead are here to stay -don't go away-
They made us what we are -that's what we are-
They're with us everyday -oh everyday-

In darkest night -in darkest night-
The memory keeps us strong -it keeps us strong-
And if our love is dead -our love is dead-
It won't be dead for long -no not for long-


I know enough's enough and you're leaving
You've had enough time to decide on your freedom
But I can still find some hope
To believe in love
I know enough's enough and you're leaving
You've had enough time to decide on your freedom
But I can still find some hope
To believe in love -believe in love-
-Don't go away-


Te marchas de aqui (Pet Shop Boys)


Lo sé, has tenido bastante y te marchas de aqui,
has tenido suficiente tiempo para decidir sobre tu libertad,
pero podemos encontrar algo de esperanza
para creer en el amor.

Nuestro amor está muerto, pero los muertos no se van,
nos hicieron lo que somos, están con nosotros todos los días.
Nuestro amor está muerto, pero los muertos están todavía vivos
en recuerdos y pensamientos,
y en el contexto que nos proporcionan

Lo sé, has tenido bastante y te marchas de aqui,
has tenido suficiente tiempo para decidir sobre tu libertad,
pero podemos encontrar algo de esperanza
para creer en el amor.

Lo sé, has tenido bastante y te marchas de aqui,
has tenido suficiente tiempo para decidir sobre tu libertad,
pero todavía podemos encontrar algo de esperanza
para creer en el amor.

Nuestro amor está muerto
-nuestro amor está muerto-
pero los muertos están aquí para quedarse -no te vayas lejos-
Nos hicieron lo que somos -eso es lo que somos-
están con nosotros todos los días -
oh, todos los días-

en la noche más oscura -en la noche más oscura-
el recuerdo nos mantiene fuertes
-nos mantiene fuertes-
y si nuestro amor está muerto -nuestro amor está muerto-
no estará muerto mucho tiempo -no, no por mucho tiempo-.

Lo sé, has tenido bastante y te marchas de aqui,
has tenido suficiente tiempo para decidir sobre tu libertad,
pero todavía podemos encontrar algo de esperanza
para creer en el amor.
Lo sé, has tenido bastante y te marchas de aqui,
has tenido suficiente tiempo para decidir sobre tu libertad,
pero todavía podemos encontrar algo de esperanza
para creer en el amor -creer en el amor-
-No te vayas lejos-

¡Tan feliz de estar viva!

TRES veces intenté suicidarme. Pero... ¡Ahora estoy tan feliz de estar viva!

Me crié en un hogar quebrantado. Según mis recuerdos más remotos, mis padres nunca se llevaron bien. Por fin, cuando se divorciaron, me mandaron a una escuela de internos. Entonces durante los días de fiesta mi hermana y yo nos quedábamos en casa de diferentes parientes, porque mi padre, que era marinero mercante, no podía cuidarnos. Ambas crecimos con la idea de que no había nadie que nos quisiera.

Durante mi adolescencia abandoné la Iglesia Católica Romana, porque sus enseñanzas me parecían contradictorias. Nunca pude creer en el tormento ardiente del infierno, ni en que fuera mi destino ir al cielo. Para mí, la muerte era sencillamente un tiempo de sosiego. Y en cuanto a que la vida actual tuviera algún significado, me parecía que mi existencia no tenía propósito alguno.

El matrimonio no resolvió mis problemas. Empecé a sentirme vencida por las cosas. De vez en cuando salía a visitar a amistades, pero muy a menudo me decían: “¡Ay, estoy a punto de salir!,” o: “¿Me haces el favor de hacerme esto?” Me vi corriendo tras ellas y ellas no estaban dándome a mí la atención que me parecía que necesitaba.

Me quedaba sentada leyendo libros casi todo el día. Dejé de cocinar. Dejé de hablar a la gente o de hacer cualquier cosa fuera de lo que era absolutamente necesario. La gente a mi alrededor no se fijaba en mí, o por lo menos así me parecía. Todo era tan raro. Me sentía desdichada, sola y desesperada porque me hacía falta alguien con quien pudiera hablar. Pero no había nadie. ¡Yo había excluido a todos de mi vida! Como resultado de todo esto hice mi primer intento de quitarme la vida.

¿Por qué recurrir al suicidio?

Cuando una persona se propone suicidarse (y muchos que se lo proponen hacen planes muy cuidadosos), la gente a su alrededor entra en una de tres categorías. En la primera, están aquellos a quienes la persona ama muchísimo, pero a quienes le parece que de alguna manera les ha fallado. Cree que estos seres queridos lo pasarían mejor sin él o ella. En la segunda categoría están aquellos a quienes la persona quisiera dar golpe por golpe. Piensa que estas personas le han herido tan seriamente que la mejor manera de herirlas es por medio de quitarse la vida... entonces ciertamente les remorderá la conciencia. En el tercer grupo están aquellos que la persona cree que no se interesan en ella en absoluto, y a quienes no les importará aun si algo le sucede a ella. Al contemplar el pasado, me doy cuenta de que las tres ideas desempeñaron un papel en mi modo de pensar.

Llegó el tiempo en que ya no podía hacer frente a todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Amaba a mis hijos tiernamente, pero estaba realmente convencida de que llevarían una vida mejor sin mí, puesto que yo era tan incapaz. Luego, cuando tuve un desacuerdo con mi esposo, razoné que ciertamente mi muerte le sería un terrible golpe. Por último, no había nadie a mi alrededor que se interesara por mí y con quien yo pudiera hablar de mis problemas.

Tramé mi muerte con cuidado. Abrí la llave del gas y me acosté para esperar la muerte. Cosa extraordinaria sucedió, en ese mismísimo momento mi esposo telefoneó para disculparse por nuestro desacuerdo. Puesto que nadie contestaba el teléfono, dejó el trabajo y vino a casa justo a tiempo. Alarmado por el olor a gas, rompió la puerta y me salvó la vida.

Cuando volví en mí, me sentí sumamente turbada y enojada. Mi sentido de frustración fue tan agudo que poco después intenté por segunda vez suicidarme. Había vuelto a tener un desacuerdo con mi esposo, pero, en vez de encararme a mis problemas, lo único que sabía hacer era huir de ellos. Si solo hubiera sabido cómo hacerles frente... pero tal no era el caso.

Me puse mi abrigo más pesado y caminé leguas, hasta el río Támesis. Razoné que, puesto que no sabía nadar, el peso del abrigo pronto me haría hundir. ¡Así fue! Pero, por pura casualidad, un bote de policía estaba por las cercanías del puente del cual yo me había lanzado. En cuestión de cinco o seis minutos me arrastraron a bordo. La policía me dijo que el mero peso de mi ropa mojada me hubiera arrastrado abajo y yo me hubiera ahogado si hubiesen llegado más tarde.

Al tirarme, me lastimé, así que pasé muchos meses en el hospital. Debido a esto, hicieron arreglos para que mis hijos recibieran cuidado y protección. Las autoridades trataron de rehabilitarme por medio de la religión, la sicología y la siquiatría. Pero nunca lograron mucho.

Después que me dieron de alta, comencé a tomar píldoras para mantenerme despierta, otras para tranquilizarme y aún otras para poder dormir... ¡hasta 20 diferentes clases de píldoras al día! Me di cuenta de que esta situación estaba perturbando mucho a mis hijos. Se me permitía traerlos a casa solo una vez a la semana, pero esto les estaba haciendo mucho daño. Así que de nuevo decidí librarlos, por medio de poner fin a mi existencia.

A una hora avanzada de la noche, fui a el lugar más desolado que me vino a la mente, y me tragué todo mi surtido de píldoras... toditas. En realidad, no debiera estar viva hoy para contarlo. Pero de madrugada un hombre que vivía cerca se despertó con el ladrido de su perro y decidió sacarlo a pasear. El hombre me halló tendida en la hierba. Se me llevó rápidamente a un hospital y me hicieron un lavado del estómago.

Cuando desperté, prorrumpí en lágrimas. Me sentía tan desconcertada y tan desgraciada. Me parecía que estaba en un cuarto muy oscuro. Mi soledad era tan profunda. No había nadie a quien pudiera acudir. Se me había salvado la vida, pero ¿para qué? ¡Cuánto deseaba morir!

Mi cuerda de salvamento... la oración


Bondadosamente mi esposo estableció un nuevo hogar para mí y los niños, y me resigné a cuidar de ellos hasta que tuvieran suficiente edad para cuidar de sí mismos. Entonces daría atención a lo que iba a hacer con mi vida. Todavía tenía un parecer derrotista.

Un día mi esposo conversó con un testigo de Jehová. Mi esposo invitó al Testigo a que volviera a visitarnos, y cuando vino yo hablé con él. Siempre había respetado la Biblia y quedé totalmente asombrada ante el conocimiento que este señor tenía de ella. A cada pregunta que le hacía, él me daba una respuesta... ¡una bella respuesta bíblica!

Como es de imaginarse, yo había estado sumamente deprimida en aquel entonces. Aunque yo sabía por instinto que había un Ser Supremo, nunca había sabido cómo comunicarme con él. Pero este hombre sabía orar... y ¡me enseñó a mí a orar! Recuerdo que pregunté: “¿Por qué orar en el nombre de Jesús? ¿Por qué orar a Dios? ¿Por qué no orar a Jesucristo? o ¿a María?” Se me dieron respuestas satisfactorias de las Escrituras. Fue como si alguien acabara de abrirme una puerta, y ¡qué agradecida estaba yo de entrar por ella!—Mat. 6:9; Juan 16:23, 24.

Y en aquel día ustedes no me harán pregunta alguna. Muy verdaderamente les digo: Si le piden alguna cosa al Padre, él se la dará en mi nombre. Hasta el tiempo actual ustedes no han pedido una sola cosa en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su gozo se haga pleno. (Juan 16: 23 y 24)


En cuestión de semanas, empecé a orar como nunca antes había orado. Descubrí que no tenía que valerme por mí misma. No tenía que hacer todo yo sola.

No se inquieten por cosa alguna, sino que en todo, por oración y ruego junto con acción de gracias, dense a conocer sus peticiones a Dios;  y la paz de Dios que supera a todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales mediante Cristo Jesús. (Filipenses 4: 6 y 7)

En aquel entonces había estado fumando de 60 a 70 cigarrillos al día. Pero en solo tres o cuatro semanas dejé el hábito. Ya no necesitaba esa muleta.

Pronto hallé gran gozo y contentamiento en compartir con mis vecinos el consuelo que las “buenas nuevas” me habían proporcionado. La asociación de la cual disfrutaba en las reuniones en el Salón del Reino local de los testigos de Jehová me suministró fortaleza adicional. A los seis meses, en mayo de 1975, dediqué mi vida a Jehová Dios.

Hace más de 10 años que la idea de suicidio comenzó a dominarme. Todavía me pongo deprimida de vez en cuando al sobrevenirme los problemas, pero me imagino que eso les sucede a todos. Pero ahora tengo un ‘poder que es más allá de lo normal.’
Sin embargo, tenemos este tesoro en vasos de barro, para que el poder que es más allá de lo normal sea de Dios y no el que procede de nosotros. Se nos oprime de toda manera, mas no se nos aprieta de tal modo que no podamos movernos; nos hallamos perplejos, pero no absolutamente sin salida; se nos persigue, pero no se nos deja sin ayuda; se nos derriba, pero no se nos destruye. (2 Corintios 4: 7 al 9) 


Tengo la ayuda de Jehová. Por triste que me sienta, Él siempre viene llamando a mi puerta... por supuesto, no en sentido literal, sino que de una manera u otra Él viene como para decirme: ‘¡No estás desamparada!’

Mi cuerda de salvamento que es la oración siempre está disponible. Estoy verdaderamente agradecida. Tengo mi vida, una familia amorosa y un propósito en la vida. ¿Qué más se puede pedir?—Contribuido

Experiencia relatada en la revista ¡Despertad! con fecha 22 de Diciembre de 1981. Hay personas que han luchado contra la depresión desde muy jóvenes, el artículo ¿Qué puedo hacer para no estar tan triste? puede ayudarles.

jueves, 28 de noviembre de 2013

“La verdad los libertará”

FUI adicta a las drogas.

Viví una pesadilla por casi 20 años. Todo inició de una manera muy inocente, sin que yo siquiera me diera cuenta de lo que realmente estaba sucediendo.

Yo tenía 18 años de edad cuando todo esto comenzó. Acababa de recibirme de profesora aquí en Argentina. Emprendí el estudio de la bioquímica a insistencia de mi madre, quien, claro está, deseaba lo mejor para mí.

Yo era tímida, retraída, pensativa y callada... era persona introvertida y hogareña. No tenía las cualidades que este sistema de cosas considera esenciales: la audacia y el empuje.
Fue entonces cuando comencé a aumentar un poco de peso. Soy de estatura baja y apenas mido poco más de 1,3 metros y, como toda joven que está consciente de su silueta, no me gustaba verme ni siquiera con unos pocos kilos de sobrepeso.

Después de considerar con mi madre el problema, decidimos que yo debería consultar a un médico. Consultamos el asunto con un endocrinólogo, que se especializaba en metabolismo y nutrición. Él me sometió a un régimen para adelgazar y me suministró algo para el tiroides y unas píldoras para quitar el apetito. ¡Me sentí muy bien y pronto perdí los kilos que no deseaba!

Entrampada en las drogas

También quedé enviciada, porque las píldoras que me habían dado eran anfetaminas. Las anfetaminas y sus componentes son los elementos básicos de las píldoras que se usan para rebajar de peso y que usan algunos alumnos para mantenerse despiertos cuando necesitan más tiempo para estudiar en preparación para los exámenes. Estos productos hacen que se sienta una sensación de gran lucidez. Comunican a la persona una sensación de euforia, de confianza en sí misma, y literalmente la impulsan a moverse, a obrar, a pensar rápidamente y a superar a los demás. Pero también arrastran al vicio.
Estas píldoras me llevaron a tomar una droga más fuerte que también contiene anfetaminas y se llama Actemin. Yo quedaba del todo agotada, física y mentalmente, después de estudiar para un examen. El cuerpo y el cerebro clamaban desesperadamente por descanso para recobrar las fuerzas, por lo menos 10 días de descanso y sueño, pero era imposible interrumpir mis estudios ahora. Mis otras asignaturas, mi estudio, mi trabajo como ayudante de un profesor... ninguna de estas cosas podían sencillamente interrumpirse porque yo hubiera tomado un examen. De modo que fui aumentando más y más la dosis de las drogas.

Estaba cayendo en un remolino que me llevaría a la destrucción. Hubiera querido dejar el vicio, pero sencillamente no podía. ¡Aquello habría significado abandonar mi carrera, jubilarme al tiempo de haber llegado a la cumbre de la vida y entonces dormir por el resto de mi vida! Eso pensaba yo. ¿Cómo podía decirle a mi madre, quien tenía tan altas aspiraciones para mí: “Mamá, no puedo seguir estudiando. Necesito descansar quién sabe por cuánto tiempo”?

Tragedias en la familia

Me casé y tuve dos hijos. Durante todo este tiempo seguí tomando drogas. Mi segundo hijo enfermó. Contrajo una enfermedad rara que los médicos diagnosticaron con ciertas dudas como encefalitis, y, debido a la enfermedad, él no tuvo el desarrollo intelectual deseable. No sé si el mal se debió a mi hábito de tomar drogas. Me desesperaba el pensar que mi hijo no llegaría a tener una posición social entre las personas fuertes y poderosas del mundo actual.

Para esta época yo había llegado al colmo de necesitar las drogas para levantarme por la mañana y enfrentarme a la realidad de la vida... el hogar, los hijos y el esposo. Mi vida estaba totalmente desorganizada. ¡Tenía tantos problemas! Estaba completamente abatida y la ansiedad se apoderó de mí, especialmente debido a la enfermedad de mi hijo. Mi esposo y yo no nos llevábamos bien. Dos veces ingresé en un sanatorio siquiátrico.

Mientras estuve en el sanatorio comencé a usar barbitúricos, sustancias que se usan en píldoras que inducen sueño. ¡Ah, dormir y olvidarme de todo! Al salir del sanatorio, comencé a tomar tanto anfetaminas como barbitúricos para poder enfrentarme a la realidad de la vida. Al fin y al cabo tuve que internar a mi hijo en una institución para personas de mentalidad deficiente. Allí pasó los últimos días de su corta vida y murió a la edad de 11 años. Yo sentí tanto dolor y sufrimiento que pensé que el corazón se me iba a partir.

Mi esposo y yo nos habíamos separado y habíamos vendido nuestra casa. Usé la porción de mi dinero para mantener mi vicio de las drogas. Dejé con unos parientes al hijo que me quedaba, puesto que yo no trabajaba y el dinero que recibía de mi esposo no era suficiente para mantenernos a los dos. Mi dolor y angustia aumentó cuando me vi separada de mi hijo por muchos años.

En un esfuerzo por hallar solución a los problemas de la vida, viajé a Mar del Plata, donde conseguí empleo en una planta de tratar pescado. Lo que ganaba allí únicamente me bastaba para pagar el alquiler de una habitación que compartía con otras muchachas y llevar una existencia miserable.

También estudiaba en un laboratorio. Durante todo aquel tiempo tenía grandes deseos de ver a mi hijo de vez en cuando. ¡Qué vacía y triste era la vida! Completé el curso de estudio en el laboratorio con el pensamiento de que al tener el diploma se me haría más fácil hallar un empleo más remunerador y podría volver a estar con mi hijo. ¡Qué desengaño! Se hace más difícil hallar empleo en el campo profesional, debido a que hay mucha más competencia. Para toda clase de empleo se necesita la recomendación de personas influyentes, y yo no conocía a nadie.

Comencé a pagar un solar con dinero que ahora estaba recibiendo de una herencia. En mi desesperación fui a ver a mi hijo y le pregunté si estaría dispuesto a vivir temporalmente conmigo en una tienda de campaña erigida sobre el solar que yo estaba comprando, ya que era la temporada de verano. Los dos habíamos sufrido mucho debido a la separación. Él solamente tenía 15 años de edad entonces, pero accedió. De modo que para fines de 1975 estábamos viviendo como familia en una tienda de campaña.

La oración por auxilio

Era la noche del 31 de diciembre y recuerdo bien que en medio de todo el bullicio de la víspera del año nuevo hice una oración. A pesar de que todavía no conocía a Dios, le rogué intensamente que nunca, por favor, nunca jamás me separara de mi hijo.

Yo, por supuesto, continuaba con mi vicio de las drogas. De no ser así, mi cerebro no podía funcionar. Ahora tenía que seguir viviendo no solamente por mi hijo, sino también para hacer planes para el futuro. El dinero se nos estaba agotando rápidamente. Si se hubiera manejado de manera debida, el dinero hubiera bastado para nosotros dos, pero yo tenía que sostener mi vicio de las drogas.
Poco después estuve cavilando en quitarle la vida a mi hijo y suicidarme.

Unos días más tarde una testigo de Jehová nos visitó en nuestra tienda de campaña y nos dejó unos ejemplares de la revista La Atalaya. Después de leer unos cuantos artículos, dije a mi hijo: “¡Esto es lo que he estado buscando toda la vida!” Unos días después la Testigo regresó y amablemente nos invitó a almorzar en su casa y allí nos siguió hablando acerca del Reino. Me sentía como alguien que hubiera navegado en un mar tempestuoso y finalmente hubiera llegado a una playa acogedora y serena. ¡Volver a ver a mi hijo que había muerto! Ay, ¿sería mucho abrigar tal esperanza?—Juan 5:28, 29.

No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz  y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio

Tan pronto como oí este maravilloso mensaje, sentí en el corazón que no le podría agradar a un Dios tan amoroso el que yo estuviera tomando drogas. Además, ¿por qué seguir tomándolas, puesto que ahora tenía en mí otra fuerza, una poderosa fuerza motivadora, esta maravillosa esperanza? Felizmente, esta esperanza me impulsó a seguir viviendo y cambiar mi modo de vivir.

¡Triunfo sobre las drogas!

Desde luego, el cambio no se me hizo fácil, puesto que por casi 20 años estuve saturando mi cuerpo con drogas y únicamente con la ayuda de ellas podía funcionar. Habiendo oído este mensaje dador de vida, sí dejé el vicio de las drogas inmediatamente, de un día a otro. Pero mi cuerpo me exigía las drogas. No obstante, estaba resuelta a enfrentarme a la vida con mi hijo y organizar nuestra desordenada existencia. Jehová me dio las fuerzas para llevar a cabo mi resolución. ¡Su verdad me estaba libertando!—Juan 8:32.

La Testigo que efectuaba los estudios de la Biblia con nosotros nos ofreció vivienda en su casa, donde estaríamos más cómodos, y por fin accedimos. Mientras estuve con ella aprendí los principios fundamentales de atender un hogar y una familia diariamente, puesto que ella también tenía niños. Estoy sumamente agradecida a ella por toda la ayuda que me dio.

Tanto mi hijo como yo luchamos tenazmente, trabajando duro, y ahora con el buen manejo de las cosas y la ayuda y la bendición de Jehová logramos dirigir nuestro propio humilde hogar, que en verdad representa mucho más de lo que pudiéramos haber soñado tener.

Ahora se presentó otro problema serio. Cuando dejé el vicio de las drogas yo pesaba 48 kilogramos, y en menos de un año subí a 75 kilogramos. Esta fue otra prueba difícil para mí; no me gustaba verme en esta condición.

¿Qué podía hacer en cuanto a mi peso? El problema me preocupaba. No quería tomar ni siquiera una aspirina, mucho menos alguna otra droga de las que solía tomar en el pasado. Diligentemente investigué todas las publicaciones disponibles de los testigos de Jehová para hallar información tocante a mi problema. Encontré unas cuantas reglas sencillas, pero muy eficaces, que me dieron magníficos resultados.

Después de casi dos años de fuerte batallar y de ejercer dominio de mí misma, por fin rebajé a mi peso anterior. Esto tampoco resultó fácil. Pero me sentí mejor física, mental y espiritualmente.

A ratos, cuando sentía que mi fuerza de voluntad se debilitaba, oraba a Dios para que me diera las fuerzas, y él me las daba. Y he probado la veracidad de las palabras que se hallan en 1 Juan 3:22:

“Cualquier cosa que le pedimos la recibimos de él, porque estamos observando sus mandamientos y estamos haciendo las cosas que son gratas a sus ojos.”


Ahora tanto mi hijo como yo somos cristianos dedicados y bautizados, y estoy participando en el servicio de tiempo completo de predicar el reino de Dios. Es mi modo de mostrar mi agradecimiento a Él por toda su bondad inmerecida.—Contribuido.

Experiencia relatada en la revista ¡Despertad! con fecha 8 de Junio de 1981; ¿Como puede ayudarle la Biblia a mejorar su vida y salud? Lea el libro ¿Que enseña realmente la Biblia? Capítulo 12 "El modo de vista que le agrada a Dios."

¿Qué opina Dios de la violencia?

El punto de vista bíblico

LA VIOLENCIA está generalizada y presente en muchos ámbitos: además de caracterizar las guerras, se observa en las escuelas, en los trabajos, en los deportes y en el entretenimiento, así como en el mundo de las bandas callejeras y en el de las drogas. Hasta el maltrato doméstico parece ser habitual en muchas familias. Por ejemplo, un estudio indicó que, en Canadá, 1.200.000 hombres y mujeres fueron agredidos por sus propias parejas al menos una vez durante un período reciente de cinco años. Otra investigación reveló que cerca del cincuenta por ciento de los hombres que golpean a sus esposas también maltratan físicamente a sus hijos.

Sin duda, a casi todos nos horrorizan tales episodios de violencia. No obstante, esta se ha convertido en uno de los ingredientes principales de la mayoría del entretenimiento actual. Al público no solo le fascina la brutalidad ficticia de las películas, sino también la retransmisión televisiva de peleas en la vida real. En muchos países, los deportes favoritos son el boxeo y otros que fomentan la agresividad. Pero ¿qué opina Dios de la violencia?

Un largo historial de violencia

A lo largo de la historia se han cometido un sinnúmero de actos sanguinarios. La primera agresión física por parte de un ser humano mencionada en la Biblia se halla en Génesis 4:2-15. Caín, el primogénito de Adán y Eva, sintió celos de su hermano Abel y lo asesinó a sangre fría. ¿Cómo reaccionó Dios ante aquello? La Biblia indica que Jehová castigó severamente a Caín por acabar con la vida de su hermano.

En Génesis 6:11 leemos que más de mil quinientos años después de aquel incidente, la tierra estaba “llen[a] de violencia”. De nuevo, ¿cuál fue la reacción divina ante dicha situación? Jehová ordenó al justo Noé que construyera un arca, la cual los mantendría a salvo a él y su familia mientras Él enviaba un diluvio sobre la Tierra para ‘arruinar’ aquella sociedad desenfrenada (Génesis 6:12-14, 17). Pero ¿por qué se hizo tan cruel la gente de aquel entonces?

La influencia de los demonios

El relato de Génesis revela que algunos hijos angélicos de Dios se volvieron desobedientes y, tras adoptar una forma humana, se casaron con mujeres y tuvieron descendencia (Génesis 6:1-4). Sus hijos, los llamados nefilim, fueron hombres de tamaño y fama extraordinarios. Bajo la influencia demoníaca de sus padres, se convirtieron en bravucones pendencieros. Cuando las aguas del Diluvio subieron y cubrieron la Tierra, esa prole malvada pereció. Pero, al parecer, los demonios abandonaron su forma material y volvieron al reino de los espíritus.

La Biblia explica que tales ángeles rebeldes han ejercido desde entonces gran influencia sobre la humanidad (Efesios 6:12). A su líder, Satanás, se le denomina el primer “homicida” (Juan 8:44). Por consiguiente, las atrocidades que ocurren en la Tierra podrían calificarse adecuadamente de demoníacas, o satánicas.

En Proverbios 16:29, la Biblia nos advierte del poder de atracción de la violencia: “El hombre de violencia seduce a su prójimo, y ciertamente lo hace ir por un camino que no es bueno”. En la actualidad se induce a muchas personas a aprobar, fomentar o cometer actos brutales. Además, se atrae a millones para que disfruten del entretenimiento que exalta la agresividad. Las palabras de Salmo 73:6 pueden utilizarse para describir adecuadamente a la generación actual. Dice el salmista: “La altivez les ha servido de collar; la violencia los envuelve cual prenda de vestir”.

Dios odia la violencia

¿Cómo deberían comportarse los cristianos en medio de este mundo conflictivo? Encontramos buenas directrices al respecto en el relato bíblico sobre dos hijos de Jacob: Simeón y Leví. Su hermana Dina buscó la compañía de la gente inmoral de Siquem, lo que llevó a que un siquemita la violara. En represalia, Simeón y Leví mataron sin compasión a todos los hombres de la ciudad. Posteriormente y bajo inspiración divina, Jacob maldijo la cólera incontrolada de sus hijos con las siguientes palabras: “Simeón y Leví son hermanos. Instrumentos de violencia son sus armas de degüello. En su grupo íntimo no entres, oh alma mía. Con su congregación no vayas a unirte” (Génesis 49:5, 6).

En armonía con este consejo, los cristianos evitan relacionarse con quienes fomentan o practican la brutalidad. Es evidente que Dios odia a quienes la fomentan, pues la Biblia menciona: “Jehová mismo examina al justo así como al inicuo, y Su alma ciertamente odia a cualquiera que ama la violencia” (Salmo 11:5). A los cristianos se les exhorta a evitar cualquier forma de cólera incontrolada, incluido el abuso verbal (Gálatas 5:19-21; Efesios 4:31).

¿Desaparecerá alguna vez la violencia?

Habacuc, un profeta de la antigüedad, preguntó a Jehová Dios: “¿Hasta cuándo clamaré a ti por socorro contra la violencia?” (Habacuc 1:2). Quizás nosotros nos hayamos preguntado lo mismo. Dios respondió a Habacuc y le aseguró que eliminaría al “inicuo” (Habacuc 3:13). El libro profético de Isaías también ofrece esperanza, pues contiene esta promesa divina: “Ya no se oirá la violencia en tu tierra, despojo violento ni quebranto dentro de tus límites” (Isaías 60:18).

Los testigos de Jehová confían en que Dios borrará muy pronto de la Tierra todo tipo de enfrentamientos y a quienes los fomentan. Cuando llegue ese momento, en vez de estar llena de violencia, “la tierra se llenará de conocer la gloria de Jehová como las aguas mismas cubren el mar” (Habacuc 2:14).
Porción del artículo que aparecio en la revista ¡Despertad! con fecha 08 de Agosto del 2002,  publicada por los Testigos de Jehová. Lea la revista ¡Despertad! de Agosto del 2012, o escuche el tema ¿Acabara algún día la violencia?

miércoles, 27 de noviembre de 2013

"Crecí en la Alemania nazi". Como lo relató Hans Naumann

UN ESPANTOSO día de 1935, cuando tenía cinco años de edad, la seguridad de que disfrutaba durante los primeros años de mi infancia quedó destrozada. Ocurrieron cambios que apenas podía entender, y pronto fui maltratado, aunque desconocía por qué razones. Pero con el tiempo pude hacer eco a las siguientes palabras del salmista: “En ti mi alma se ha refugiado; y en la sombra de tus alas me refugio hasta que pasen las adversidades”. (Salmo 57:1.)

Mis padres habían sido Bibelforscher (Estudiantes de la Biblia o testigos de Jehová) desde la década de los veinte. Cuando Hitler asumió el poder en 1933, yo tenía tres años de edad, y mi hermana, Herta, tenía cinco. Pronto Hitler comenzó a perseguir furiosamente a los Testigos; y mis padres no se salvaron de la vigilancia rigurosa de su régimen.

En 1935 un grupo de agentes de la Gestapo, altísimos y fornidos (en comparación conmigo, que tenía solo cinco años de edad) y amenazadores, irrumpió en nuestra casa. Todavía puedo recordar que mi padre estaba de pie, callado, mientras ellos hacían brutalmente un registro por la casa en busca de pruebas que lo incriminaran como Estudiante de la Biblia. Por último, se lo llevaron. No volví a verlo sino hasta después de 10 años.

Pero el régimen de Hitler no había terminado con lo que se proponía hacernos. Dos años después volvieron un hombre y una mujer de la Gestapo. Apuntando a Herta y a mí, dijeron a mi horrorizada madre: “Nos llevaremos a estos niños”. ¿Por qué? “Usted no está capacitada para criarlos.” Nos acusaron de ser delincuentes y nos llevaron a un campamento juvenil. ¿Puede imaginarse usted cómo se sintió mi madre mientras observaba a la Gestapo llevarnos por la fuerza?

Aguanté la disciplina militar de aquel campamento —me mantuvieron separado de Herta— hasta 1943. Luego fui enviado a una granja, cerca de un pueblecito de la provincia de Altmark.

Durante todo aquel tiempo no tenía ni idea de por qué me ocurrían aquellas cosas. Mis padres habían sido cuidadosos en cuanto a lo que me decían, probablemente porque los niños de cinco años de edad tienen la reputación de no saber guardar secretos. Por eso no entendía por qué se me había separado de ellos. Tampoco entendía la razón por la cual el granjero que era responsable de mí solía regañarme y gritarme que era un criminal, o por qué no querían tener nada que ver conmigo otros niños.

Con el tiempo el sistema educativo exigió que yo pasara algún tiempo cada semana en una escuela especial para aprender religión. Me resentí por esto. Después de asistir dos veces, dije a las autoridades escolares: “No quiero volver más a ese lugar”. Las autoridades trataron de obligarme, diciéndome que no recibiría un diploma o que no podría aprender una profesión. Pero en mis adentros, aquello simplemente no me importó. Me resentí mucho por el hecho de que me obligaran a ir a aquella escuela.

Luego decidí: “Está bien. Si quieren que aprenda religión, leeré la Biblia por mi cuenta”. Y pronto comencé a preguntarme si la Biblia podría ayudarme a descubrir por qué se me trataba con muy poca amabilidad. Disfruté de leer los Evangelios, y poco a poco empecé a ver lo mal que se había tratado a Jesús. En mi mente juvenil, traté de comparar su situación con la mía, y pensé: ‘Se parecen en algo. Se me maltrata y se me mira despectivamente sin motivo alguno, tal como pasó en el caso de Jesús’.

Finalmente la guerra llegó a su fin. Yo quería regresar a casa inmediatamente, y planeé hacer mi maleta e irme temprano por la mañana, cuando nadie pudiera detenerme. Sin embargo, no me daba cuenta de lo peligrosa que era la situación. Alemania estaba en medio de los escombros de la derrota. Había caos en las zonas rurales. Nada funcionaba. No había ni automóviles ni ferrocarriles. La gente estaba hambrienta, y por todas partes había muchas armas que habían quedado de la reciente lucha. Dudo mucho que hubiera llegado de vuelta a Magdeburgo.

No obstante, entonces recibí una indicación alentadora de que Jehová cuidaba de mí. Después de todo, moraba ‘en la sombra de sus alas’. El mismísimo día en que me preparaba para irme, llegó una desconocida y le enseñó al granjero un permiso especial para tomarme bajo la custodia de ella. El permiso lo habían dado las autoridades militares que tenían temporalmente el mando. Al granjero no le gustó aquello. Trató de persuadirme para que me quedara. Pero yo estaba alegre de irme con aquella persona desconocida.

Ella había venido en una calesa tirada por un caballo, y los dos viajamos en ella rumbo a su casa, que se hallaba a unas tres horas de camino. Durante algún tiempo viajamos en silencio. Ella no habló mucho, y yo no tenía ganas de hacer preguntas. Entonces ella comenzó a conversar. “Bueno, Hans —dijo ella— sé mucho de ti. Recuerdo cuando eras un niñito.” La miré. Para mí ella era completamente desconocida. “Conozco a tu padre y a tu madre”, siguió diciendo ella. “A tu padre lo enviaron a un campo de concentración por leer la Biblia.”

Ella pasó a explicarme que él era testigo de Jehová, y ella también lo era. De hecho, ella había trabajado secretamente como precursora (predicadora de tiempo completo) en aquella zona durante la guerra.

Mientras seguía hablándome de mí mismo, cedí a las lágrimas. Esta Testigo fiel me había seguido de cerca constantemente. Sabía exactamente dónde estaba yo, pero ni ella ni mi madre habían podido visitarme, pues las autoridades querían que yo fuera criado como un buen nazi. Ahora, sin embargo, en la primera oportunidad que había surgido, ella se las había arreglado para conseguir que me pusieran bajo su custodia.

Llegué a conocerla como la hermana Scheibe. Durante las siguientes semanas ella aprovechó toda oportunidad para enseñarme por qué habían sufrido mis padres. Leí un ejemplar del libro Hijos que ella me dio. El ejemplar que ella tenía estaba dividido en folletitos para leerlos en secreto; ella me mostró cómo leer las secciones, y luego las consideró conmigo. Lleno de alegría por lo que aprendía, empecé a comprender cómo había maniobrado Jehová los asuntos para mi provecho durante los años difíciles.

Después de un mes y medio la hermana Scheibe creyó que ya era tiempo de irme a casa. Todavía era difícil viajar, pero ya había algunos camiones circulando, de modo que ella pudo hacer arreglos para que uno de ellos me llevara hasta las afueras de Magdeburgo. Luego fui abriéndome camino durante unas tres horas a través de los escombros de lo que una vez había sido la ciudad de Magdeburgo.

Finalmente hallé mi casa, la cual, afortunadamente, todavía estaba en pie.
Dio la casualidad que mi madre estaba mirando por la ventana cuando yo me dirigía a la casa. Ella me reconoció y salió precipitadamente para abrazarme por primera vez en 10 años. ¿Puede imaginarse usted cómo nos sentimos ambos? Rápidamente tratamos de conseguir la liberación de mi hermana, Herta, que todavía se hallaba en el campamento juvenil. Después de caminar y de viajar en “auto-stop” (pidiendo ser llevados por los automóviles que pasaban) los 80 kilómetros hasta el campamento, mi madre y yo logramos que la pusieran en libertad, a pesar de las objeciones de las autoridades del campamento; y los tres regresamos muy gozosos a casa. Ahora solo faltaba una persona.

Poco tiempo después llegó él, empujando una vieja bicicleta cargada de sus pocas posesiones. Mi padre había pasado 10 años en diferentes campos de concentración. Nos contó que había estado en la infame “marcha de la muerte” que recorrieron miles de prisioneros desde el campo de Sachsenhausen rumbo a Lübeck, donde las autoridades aparentemente habían planeado matarlos a todos. Los 230 Testigos que iban en ella estaban hambrientos y débiles, pero se mantuvieron juntos y se ayudaron unos a otros.

La última noche de la marcha los prisioneros estaban escondidos en unas arboledas. Las fuerzas rusas y las estadounidenses estaban acercándose. Aconsejados por algunos guardias, muchos prisioneros trataron de escapar hacia las líneas estadounidenses. Los guardias entonces mataron a disparos a unos 1.000 prisioneros. Los Testigos, sin embargo, estaba recelosos y, después de orar a Jehová, permanecieron en las arboledas. Pronto los guardias de la SS se desbandaron, y en unos cuantos días los Testigos se pusieron en comunicación con los ejércitos libertadores. Ni un solo Testigo había muerto durante la muy dura prueba. “Siempre nos ayudamos unos a otros”, dijo mi padre.

También ocurrieron algunas cosas que él nunca dijo, pero que nos contaron otros Testigos. Por ejemplo, cierta tarde él recibió de los guardias una paliza tan fuerte que yació aparentemente muerto en el suelo, con las coyunturas dislocadas. Los guardias lo recogieron y lo tiraron en una carretilla que usaban para transportar tierra y rocas pequeñas. Luego lo echaron en una zanja y lo dejaron extendido en el lodo como un montón de basura. Afortunadamente, los demás Testigos salieron silenciosamente después de oscurecer y hallaron que él todavía estaba vivo. Lo cargaron de vuelta adentro y cuidaron de él hasta que recobró la salud.

También hubo la ocasión en Buchenwald en que él estaba tan débil, debido al hambre, que todos pensaban que moriría. Sin ninguna razón aparente, las autoridades lo transfirieron de repente a otro campo, donde se iban a utilizar sus destrezas como artesano. Por lo tanto, en muchos sentidos, mi padre debía su vida al poder salvador de Jehová y al amor de sus hermanos.

Ahora éramos de nuevo una familia, y rápidamente comenzamos a ocuparnos en el servicio de Jehová. Desde 1945 hasta 1949 hubo un aumento excelente a nuestro alrededor, y disfrutamos de una clase de libertad que no se había experimentado en Alemania desde antes del tiempo de Hitler. Pero Magdeburgo está en la parte oriental de Alemania, y después de la guerra llegó a estar bajo dominio comunista. Las autoridades comunistas no nos dejaron en paz por mucho tiempo.

La última vez que pudimos asistir libremente a una asamblea fue en 1949, en Berlín Occidental. Fue una asamblea muy importante para mí porque me bauticé en ella. Pero ya estaban sucediendo cosas malas. Algunos Testigos desaparecían; no se les arrestaba, sino que simplemente desaparecían como si hubieran sido secuestrados. Al principio no hubo ninguna proscripción oficial, pero las presiones fueron aumentando. Entonces oí decir que a los hermanos de la sucursal de Magdeburgo se los habían llevado encadenados, y se anunció oficialmente la proscripción.

Por supuesto, las autoridades sabían que todos en mi familia éramos testigos de Jehová, y no pasó mucho tiempo antes que recibiéramos una visita. Esta vez la policía pareció estar más interesada en mí, y me llevaron a prisión. No obstante, gracias a Jehová, no permanecí allí por mucho tiempo... solo tres días.

Mientras estaba en el departamento de policía, tuve una excelente oportunidad de testificar acerca de mi fe. Había 10 policías sentados, y por algún motivo no eran hostiles. Quizás pensaban que podían convertirme al comunismo. Me preguntaron cuáles eran mis creencias, y por qué; todavía puedo recordarlos sentados y escuchándome sin decir ni una palabra. Yo tenía unos 18 años de edad, y lleno de gozo les hablé de la verdad de la Biblia.

Después me dejaron ir y me dijeron: “Te vamos a dar una oportunidad. Pero no puedes predicar de casa en casa, y tienes que presentarte ante nosotros dos veces por semana. Te vigilaremos, y si te hallamos haciendo algo incorrecto, te vamos a enviar a Rusia, ¡a Siberia!”. Se rieron cuando dijeron eso, pero, si era una broma, fue una broma muy desagradable.

En 1951 nos enteramos de que se habían hecho arreglos para celebrar una asamblea en Frankfurt, Alemania Occidental, y que el presidente de la Sociedad Watchtower estaría presente en ella. Yo tenía muchísimos deseos de asistir. Un grupito, unos 12 de nosotros, hicimos arreglos cuidadosamente para cruzar la frontera. Pero cuando llegamos a Alemania Occidental nuestros problemas no habían terminado. Debido a la situación monetaria, nuestros marcos orientales no valían mucho en Alemania Occidental. Así que tuvimos que tratar de viajar en “auto-stop” hasta Frankfurt.


Poco después se presentó la oportunidad de mudarme a los Estados Unidos. Llegué a ese país en 1957; y tenía todo un año para aprender inglés, antes de asistir a la asamblea de 1958 en el Yankee Stadium, de Nueva York. Después de trabajar clandestinamente todos aquellos años, ¡fue una experiencia maravillosa mezclarme libremente con un cuarto de millón de compañeros de creencia!

Mi hermana y mis padres salieron finalmente de Alemania Oriental también y se establecieron en Alemania Occidental. Mis padres han muerto, ambos fieles hasta el fin. Mi hermana, Herta, todavía es una Testigo activa en Alemania, y yo sigo como Testigo activo en los Estados Unidos.
Hemos experimentado muchas cosas en nuestra vida hasta ahora, y a través de todas ellas hemos podido hacer eco a las electrizantes palabras de David en Salmo 63:1, 7: “Oh Dios, tú eres mi Dios, sigo buscándote. [...] Porque tú has resultado ser de ayuda para mí, y en la sombra de tus alas clamo gozosamente”.—Según lo relató Hans Naumann.

Experiencia relatada en la revista ¡Despertad! con fecha 22 de Agosto de 1983, para enterarse de otras experiencias puede consultar la pagina oficial de los Testigos de Jehová. 

lunes, 25 de noviembre de 2013

Cántico 134: ¿Te ves en el nuevo mundo?

Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra; porque el cielo anterior y la tierra anterior habían pasado, y el mar ya no existe. Vi también la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, que descendía del cielo desde Dios y preparada como una novia adornada para su esposo. Con eso, oí una voz fuerte desde el trono decir: “¡Mira! La tienda de Dios está con la humanidad, y él residirá con ellos, y ellos serán sus pueblos.
Y Dios mismo estará con ellos. Y limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado”. Y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: “¡Mira!, voy a hacer nuevas todas las cosas”. También, dice: “Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas”.
(Revelación 21:1-5)

Me veo allí, te veo a ti.
Un mundo nuevo empieza a latir.
¡Qué gran placer vivir en paz
y disfrutar de la libertad!

No más dolor, no más crueldad,
tal como lo prometió Jehová.
No cabe en mi pecho la felicidad,
y como un torrente, mi voz te alabará:

“Por ti, oh Jehová, mediante Jesús,un mundo nuevo ha visto la luz.La gloria y el honor siempre tuyos serán.Jamás dejaré de exaltar tu majestad”.

Me veo allí, te veo a ti.
Un mundo nuevo contemplo feliz.
Se fue el pesar, se fue el temor,
el mundo viejo por fin pasó.

No es ilusión, es muy real,
ya mora Dios con la humanidad.
Muy pronto, los muertos van a despertar
y junto a nosotros gozosos cantarán:

“Por ti, oh Jehová, mediante Jesús,un mundo nuevo ha visto la luz.La gloria y el honor siempre tuyos serán.Jamás dejaré de exaltar tu majestad”.

(Véanse también Sal. 37:10, 11; Isa. 65:17; Juan 5:28; 2 Ped. 3:13.)

Se puede descargar el archivo en mp3, que es parte de Cantemos a Jehová (coro y orquesta) disco 1, Así como El libro de canticos.

¿Por qué permite Dios el sufrimiento?

Capítulo 11

¿Es Dios el causante del sufrimiento que hay en el mundo?

¿Por qué permite Jehová Dios el sufrimiento? Si es todopoderoso, amoroso, sabio y justo, ¿por qué hay tanto odio e injusticia en el mundo? ¿Alguna vez se ha hecho usted esas preguntas?

¿Hay algo de malo en preguntar por qué permite Dios el sufrimiento? Algunos creen que si lo hacen demuestran que les falta fe o que no le tienen respeto a Dios. Sin embargo, al leer la Biblia, usted verá que hubo siervos fieles de Dios que hicieron preguntas parecidas. Por ejemplo, el profeta Habacuc le dijo a Jehová: “¿Por qué me obligas a ver tanta violencia e injusticia? Por todas partes veo sólo pleitos y peleas; por todas partes veo sólo violencia y destrucción” (Habacuc 1:3, Traducción en lenguaje actual).

¿Regañó Jehová al fiel profeta Habacuc por plantear esa cuestión? No, no lo regañó. En vez de eso, incluyó sus sinceras palabras en las Escrituras inspiradas. Además, lo ayudó a entender mejor el asunto y a aumentar su fe. Jehová desea hacer lo mismo por usted. Recuerde que la Biblia enseña que “él se interesa” por nosotros (1 Pedro 5:7). Dios odia mucho más que cualquier ser humano la maldad y el sufrimiento que esta causa (Isaías 55:8, 9). Entonces, ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo?

¿Por qué hay tanto sufrimiento?

Mucha gente de distintas religiones ha preguntado a sus líderes y maestros religiosos por qué sufrimos tanto. La respuesta que suelen darles es que esa es la voluntad de Dios y que él ya determinó hace mucho tiempo todo lo que iba a suceder, hasta las desgracias. A muchas personas les han dicho que los caminos de Dios son misteriosos o que Dios se lleva a la gente, incluso a los niños, para que estén con él en el cielo. Sin embargo, como usted ha aprendido, Jehová nunca causa nada malo. La Biblia dice: “¡Lejos sea del Dios verdadero el obrar inicuamente [o con maldad], y del Todopoderoso el obrar injustamente!” (Job 34:10).

¿Sabe por qué las personas cometen el error de culpar a Dios de todos los sufrimientos? En muchos casos, porque creen que el Dios todopoderoso es el gobernante de este mundo.

En Primer lugar, La Biblia dice claramente que “el mundo entero yace en el poder del inicuo”, el Diablo (1 Juan 5:19). ¿Verdad que eso lo explica todo? El mundo refleja la personalidad del espíritu invisible que “está extraviando [o engañando] a toda la tierra habitada” (Revelación [Apocalipsis] 12:9). Satanás actúa con engaño, odio y crueldad. Por eso el mundo, que se encuentra bajo su control, está lleno de engaño, odio y crueldad. Esa es la primera razón por la que hay tanto sufrimiento.

La segunda razón es que, desde que el hombre se rebeló en el jardín de Edén, es imperfecto y pecador. Por lo tanto, le atrae el poder y lucha por obtenerlo, lo que ha traído guerras, opresión y sufrimiento (Eclesiastés 4:1; 8:9). La tercera razón por la que sufrimos es lo que la Biblia llama “el tiempo y el suceso imprevisto” (Eclesiastés 9:11). Como este mundo no está gobernado por Jehová, no cuenta con su protección. Así que la gente puede sufrir daño por encontrarse en cierto lugar en un mal momento.

Es un consuelo saber que Dios no causa el sufrimiento. Él no es el culpable de las guerras, los crímenes, la opresión ni las catástrofes naturales que tanto dolor nos producen. Pero aún tenemos que contestar la pregunta de por qué permite todo ese sufrimiento. Si es todopoderoso, está claro que tiene el poder para ponerle fin. Entonces, ¿por qué no lo hace? Como hemos llegado a conocer a Jehová y hemos visto que es un Dios amoroso, estamos seguros de que debe tener una buena razón (1 Juan 4:8).

¿Qué cuestión surgió en el jardín de Edén?

Cuando Satanás consiguió que Adán y Eva desobedecieran a Jehová, surgió una importante cuestión. Satanás no puso en duda el poder de Jehová, pues sabía que no tiene límites. Más bien, puso en duda Su derecho a gobernar. Al afirmar que Dios es un mentiroso y que impide que sus súbditos disfruten de cosas buenas, el Diablo lo estaba acusando de ser un mal gobernante (Génesis 3:2-5). Además, estaba dando a entender que a los seres humanos les iría mejor si no los gobernaba Dios. De esta manera lanzó un ataque contra la soberanía de Jehová, es decir, su derecho a gobernar.

Hay quien piensa que Dios debería haber destruido a los rebeldes y haber creado una nueva pareja humana. Pero él ya había declarado que su propósito era que la Tierra fuera un paraíso y se llenara con los descendientes de Adán y Eva (Génesis 1:28). Y Jehová siempre cumple todo lo que se propone (Isaías 55:10, 11). Además, si hubiera eliminado a los rebeldes en el jardín de Edén, no se habría resuelto la cuestión relacionada con Su derecho a gobernar.

Un maestro está explicando a sus alumnos cómo resolver un difícil problema de matemáticas. De repente, un alumno inteligente pero rebelde afirma que la forma en que lo está resolviendo es incorrecta, y así da a entender que es un mal maestro. El muchacho insiste en que él conoce una forma mucho mejor de resolverlo. Algunos de sus compañeros de clase creen que tiene razón y se rebelan también. ¿Qué debería hacer el maestro? Podría echar de la clase a los estudiantes rebeldes, pero ¿cómo reaccionarían los demás? Tal vez pensarían que su compañero y los que se unieron a él tienen razón. Podrían perderle el respeto al maestro y pensar que tiene miedo de que se pruebe que está equivocado. Pero ahora suponga que el profesor permite que el estudiante rebelde demuestre a la clase cómo resolvería él el problema.

Jehová ha hecho algo parecido. Recuerde que quienes se rebelaron en el jardín de Edén no eran los únicos implicados en la cuestión. Millones de ángeles observaron lo que ocurrió (Job 38:7; Daniel 7:10). La forma en que Jehová respondiera a la rebelión tendría importantes consecuencias para aquellos ángeles y, con el tiempo, para todas las demás criaturas inteligentes. Así pues, ¿qué ha hecho Jehová? Ha permitido que Satanás demuestre cómo gobernaría él a la humanidad. Y también ha permitido que los seres humanos se gobiernen a sí mismos bajo la dirección de Satanás.

Jehová sabe que todos los ángeles y humanos sinceros se beneficiarán cuando vean que Satanás y los demás ángeles rebeldes no tienen razón y que la humanidad no puede gobernarse a sí misma. Aprenderán esta gran verdad que expresó el profeta Jeremías: “Bien sé yo, oh Jehová, que al hombre terrestre no le pertenece su camino. No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso” (Jeremías 10:23).

¿Por qué tanto tiempo?

Pero ¿por qué ha permitido Jehová que el sufrimiento dure tanto tiempo? ¿Y por qué no evita que sucedan cosas malas? Pues bien, pensemos en dos cosas que el maestro antes mencionado no haría. Por un lado, no impediría que el alumno rebelde demostrara cuál es su solución, y por otro lado, no lo ayudaría a resolver el problema. De igual modo, hay dos cosas que Jehová ha decidido no hacer. En primer lugar, no ha impedido que el Diablo y los que están de su parte intenten demostrar que tienen razón. Para ello ha sido necesario dejar pasar el tiempo. En sus miles de años de historia, la humanidad ha probado todo tipo de gobierno y ha hecho avances en la ciencia y en otros campos. No obstante, las injusticias, la pobreza, los delitos y las guerras no han dejado de aumentar. Está más que demostrado que la gobernación humana es un fracaso.

En segundo lugar, Jehová no ha ayudado a Satanás a gobernar este mundo. Si Dios evitara que ocurrieran crímenes horribles y otras desgracias, ¿no cree que en realidad estaría apoyando a los rebeldes? ¿Verdad que podríamos pensar que los seres humanos sí podemos gobernarnos sin que se produzcan resultados desastrosos? Si Jehová actuara de esa forma, sería cómplice de una mentira. Sin embargo, “es imposible que Dios mienta” (Hebreos 6:18).

Pero ¿qué puede decirse de todo el daño que ha causado la larga rebelión contra Dios? Recordemos que Jehová es todopoderoso. Por lo tanto, puede reparar todo ese daño y, además, va a hacerlo. Como hemos aprendido, nuestro planeta se recuperará del maltrato que ha recibido y se convertirá en un paraíso. Gracias a la fe en el sacrificio de Jesús, los seres humanos serán liberados de las consecuencias del pecado. Y en el caso de los difuntos, la resurrección reparará el daño causado por la muerte. De esa forma, Dios utilizará a Jesús “para desbaratar las obras del Diablo” (1 Juan 3:8). Jehová hará todo esto en el momento que él considere mejor. Podemos alegrarnos de que no haya actuado antes, pues gracias a su paciencia se nos ha ofrecido la oportunidad de aprender la verdad y servirle (2 Pedro 3:9, 10).

Mientras tanto, Dios está buscando a las personas que desean sinceramente adorarlo y las ayuda a aguantar los sufrimientos en este mundo lleno de problemas (Juan 4:23; 1 Corintios 10:13).

Algunos tal vez piensen que todo este sufrimiento se habría evitado si Dios hubiera creado a Adán y Eva de tal modo que fueran incapaces de rebelarse. Para saber por qué no lo hizo, recuerde un valioso regalo que Jehová nos ha hecho.

¿Qué hará Dios al respecto?

Los seres humanos fuimos creados con libre albedrío, es decir, con la capacidad de tomar nuestras propias decisiones. ¿Se da cuenta de lo valioso que es ese regalo? Dios creó también muchísimos animales, pero todos ellos se guían principalmente por el instinto (Proverbios 30:24). Y el hombre ha fabricado robots que están programados para obedecer órdenes. ¿Seríamos nosotros felices si Dios nos hubiera hecho de esa forma? Claro que no. Por eso nos alegra tener la libertad de decidir, por ejemplo, qué clase de personas seremos, qué vida llevaremos y qué amistades haremos. A nosotros nos encanta tener esa libertad, y Dios quiere que la tengamos.

Jehová no desea que le sirvamos por obligación (2 Corintios 9:7). ¿Qué prefiere cualquier padre o madre: que su hijo le diga “Te quiero mucho” porque lo han obligado a hacerlo, o porque le sale del corazón? Entonces, la pregunta que usted debe hacerse es: “¿Cómo utilizaré yo el libre albedrío que Jehová me ha dado?”. Satanás, Adán y Eva lo utilizaron de la peor manera posible, pues rechazaron a Jehová Dios. ¿Y usted? ¿Qué hará?

Usted tiene la posibilidad de utilizar ese maravilloso regalo, el libre albedrío, de la mejor forma. Puede unirse a los millones de seres humanos que se han puesto del lado de Jehová. Estas personas le causan gran alegría a Dios porque demuestran que Satanás es un mentiroso y un malísimo gobernante (Proverbios 27:11).

Lo que la Biblia enseña

▪ Dios no es el causante de las cosas malas que suceden.
Por eso, hombres de corazón, escúchenme.
¡Lejos sea del Dios [verdadero] el obrar inicuamente,
y del Todopoderoso el obrar injustamente!
(Job 34:10).

▪ Al afirmar que Jehová es un mentiroso y que impide que sus súbditos disfruten de cosas buenas, Satanás puso en duda que Dios tenga derecho a gobernar.
Ante esto, la mujer dijo a la serpiente: “Del fruto de los árboles del jardín podemos comer. Pero en cuanto a [comer] del fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios ha dicho: ‘No deben comer de él, no, no deben tocarlo para que no mueran’”. Ante esto, la serpiente dijo a la mujer: “Positivamente no morirán. Porque Dios sabe que en el mismo día que coman de él tendrán que abrírseles los ojos y tendrán que ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo”
(Génesis 3:2-5). 

▪ Jehová utilizará a su Hijo, el Gobernante del Reino mesiánico, para eliminar el sufrimiento y para reparar el daño que ha causado la rebelión.

El que se ocupa en el pecado se origina del Diablo, porque el Diablo ha estado pecando desde el principio. Con este propósito el Hijo de Dios fue manifestado, a saber, para desbaratar las obras del Diablo.
(1 Juan 3:8).

Porción del libro "¿Qué enseña realmente la Biblia?", puede descargarse en audiolibro, pdf para lectores electronicos,  en el sitio oficial de los Testigos de Jehová.
Cuando un hombre bueno está herido, todo el que se considere bueno debe sufrir con él.
Eurípides

Por lo tanto, puesto que Cristo sufrió en la carne, ustedes también ármense de la misma disposición mental; porque la persona que ha sufrido en la carne ha desistido de los pecados, con el fin de vivir el resto de su tiempo en la carne, ya no para los deseos de los hombres, sino para la voluntad de Dios.
(1 Pedro 4:1, 2)

viernes, 22 de noviembre de 2013

Ejemplos de fe: Superó sus dudas y temores (Pedro)

HACE horas que la oscuridad se ha adueñado del mar de Galilea, y Pedro continúa remando con todas sus fuerzas. De repente, alcanza a ver un ligero resplandor a lo lejos. ¿Será que pronto va a amanecer? Las olas chocan violentamente contra la proa de la barca. El fuerte viento que azota su cara ha despertado la furia del mar. Empapado y con el cuerpo adolorido, Pedro sigue remando sin detenerse un instante.

Aunque hay otros discípulos con él en la barca, Jesús no está con ellos, pues se quedó en la costa. Ese mismo día, Jesús había multiplicado unos cuantos panes y pescados para alimentar a miles de personas. Como resultado, la gente quiso hacerlo rey. Sin embargo, él estaba resuelto a no involucrarse en asuntos políticos y a impedir que sus discípulos adoptaran las ideas de aquellas personas. De modo que se escabulló de la multitud y les ordenó a sus apóstoles que se fueran en la barca a la ribera opuesta. Mientras tanto, él se iría a una montaña para orar a solas (Marcos 6:35-45; Juan 6:14, 15).

Cuando los discípulos salieron, la luna —casi llena— estaba muy elevada sobre el horizonte, pero ahora ya está cerca del poniente. Con todo, solo han logrado avanzar unos pocos kilómetros. Volcados en su lucha contra el mar y ensordecidos por el estruendo del viento y las olas, no pueden hablar entre ellos. Así que es muy probable que Pedro esté enfrascado en sus pensamientos.

Tras dos intensos años acompañando a Jesús de Nazaret, seguro que tiene bastante en qué pensar. Aunque ya ha aprendido mucho, sabe que aún le queda un largo camino por recorrer. Desea llegar a ser un excelente discípulo de Cristo, y es precisamente ese deseo de mejorar, de superar obstáculos como las dudas y temores, lo que lo convierte en un magnífico ejemplo para nosotros.

“Hemos hallado al Mesías”

Pedro jamás olvidaría el día en que conoció a Jesús de Nazaret. Fue Andrés, su hermano, quien le dio la sorprendente noticia: “Hemos hallado al Mesías”. Poco se imaginaba cuánto cambiaría su vida a partir de ese momento (Juan 1:41).

Pedro vivía en Capernaum, ciudad situada a orillas del mar de Galilea, un enorme lago de agua dulce. Andrés y él tenían un negocio de pesca con Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. En la casa de Pedro y su esposa vivían también su suegra y Andrés. Para mantener a su familia, los pescadores tenían que ser hombres diligentes, fuertes y diestros.

No era raro que pasaran largas noches trabajando sin descanso, echando y recogiendo las redes entre dos barcas para sacar del lago los peces que este quisiera darles. Su jornada continuaba por la mañana, pues entonces tenían que separar y vender los peces, así como limpiar las redes y remendarlas.

¿Y cómo fue que Pedro llegó a convertirse en seguidor de Jesús? La Biblia indica que su hermano Andrés era discípulo de Juan el Bautista. Es posible que él le contara a Pedro lo que aprendía de Juan y que este lo escuchara con mucho interés. Pero un día, Andrés fue testigo de algo importante.

Señalando a Jesús de Nazaret, Juan dijo estas palabras: “¡Miren, el Cordero de Dios!”. Enseguida, Andrés se hizo seguidor de Jesús y, lleno de emoción, fue a buscar a Pedro para anunciarle que el Mesías por fin había llegado (Juan 1:35-40).

Y era precisamente a este Salvador, el Mesías prometido, a quien Andrés acababa de conocer. Al enterarse, Pedro fue corriendo a su encuentro.
Hasta entonces, el nombre con el que se conocía a Pedro era Simón, o Symeón. Ahora bien, la primera vez que Jesús lo vio le dijo: “‘Tú eres Simón, hijo de Juan; tú serás llamado Cefas’ (que se traduce Pedro)” (Juan 1:42).

Todo parece indicar que Jesús le puso de manera profética el nombre “Cefas”, que significa “piedra” o “roca”. Seguramente vio en Pedro a un hombre que llegaría a ser como una roca: alguien firme y confiable que ejercería una influencia estabilizadora en la congregación cristiana. Pero ¿tenía Pedro ese concepto de sí mismo? Es probable que no. De hecho, tras leer los Evangelios, muchas personas opinan que no reflejó esas cualidades. Hay quienes incluso lo tachan de inseguro, inestable e indeciso.

Por supuesto, Jesús sabía muy bien que Pedro tenía sus defectos. Sin embargo, a imitación de su Padre, él siempre se fijaba en lo mejor de las personas. Por eso estaba seguro de que Pedro tenía mucho potencial y quería ayudarle a ir puliendo sus cualidades. En la actualidad, Jehová y Jesús también se concentran en nuestras virtudes.
Pero ¿qué hay si nos cuesta creer que puedan hallar algo bueno en nosotros? Aun así, tenemos que confiar en el punto de vista de ellos y dejarnos enseñar y moldear como lo hizo Pedro (1 Juan 3:19, 20).

“Deja de tener miedo”

Después de conocer a Jesús, parece que Pedro viajó con él durante parte de su ministerio. Así que posiblemente presenció el primer milagro de Jesús, que fue cuando convirtió el agua en vino estando en un banquete de bodas en Caná. Más importante aún, escuchó de boca de Jesús el maravilloso mensaje sobre el Reino de Dios. Pero luego tuvo que partir y regresar a su negocio de pesca. Meses más tarde, sin embargo, Pedro volvió a encontrarse con Jesús y, en esa ocasión, este le hizo una invitación especial: que fuera su seguidor durante toda la vida.

A Pedro no le había ido nada bien en la pesca la noche anterior. Él y sus compañeros habían estado echando las redes, y recogiéndolas vacías una y otra vez. Con toda la experiencia que Pedro poseía, de seguro había probado en varias zonas del lago en donde podía haber peces.

Puede que hubiera momentos en que deseara poder ver entre las aguas turbias para encontrar los bancos de peces y, de algún modo, atraerlos hacia las redes. Desde luego, pensar en eso únicamente lo habría desanimado más. Y es que no pescaba por placer; lo hacía para mantener a su familia. Frustrado, regresó a tierra con las manos vacías y se puso a limpiar las redes. Fue en ese momento cuando llegó Jesús.

Con él venía una muchedumbre que anhelaba oír sus enseñanzas. La gente se agolpaba a su alrededor, así que se subió a la barca de Pedro y le pidió que se alejara un poco de la orilla. Desde allí, su voz sería más audible gracias a la acústica del agua. Al igual que los que estaban en tierra, Pedro lo escuchaba fascinado. Podía pasarse horas y horas oyendo hablar a su Maestro sobre el Reino de Dios, el tema principal de su predicación. ¡Qué privilegio sería colaborar con Cristo en difundir por todas partes este mensaje de esperanza!
Pero ¿podría hacerlo? ¿De qué vivirían? Puede que recordara lo mal que le había ido en la pesca la noche anterior (Lucas 5:1-3).

Cuando Jesús terminó de hablar, le dijo a Pedro: “Rema hasta donde está profundo, y echen sus redes para la pesca”. Aunque Pedro tenía sus dudas, le respondió: “Instructor, toda la noche nos afanamos y no sacamos nada, pero porque tú lo dices bajaré las redes”. De seguro, lo que menos deseaba Pedro era volver a echar las redes, pues ya había pasado el mejor momento para pescar. De todos modos le obedeció y probablemente les indicó a los hombres de la otra barca que lo siguieran (Lucas 5:4, 5).

Al empezar a recoger las redes, Pedro y sus compañeros sintieron un peso inesperado. Sorprendidos, tiraron de ellas con fuerza y vieron que sacaban una increíble cantidad de peces. De inmediato les hicieron señas a los pescadores de la otra barca para que les ayudaran. Había tantos peces que ambas barcas no tardaron en llenarse, e incluso se hundían por el peso. Pedro no podía creerlo.

Y es que, aunque había visto en otras ocasiones cuánto poder tenía Cristo, este milagro le afectaba en lo personal. ¡Estaba frente a un hombre que podía atraer a los peces hacia las redes! Invadido por el temor, Pedro se arrodilló ante Jesús y le dijo: “Apártate de mí, porque soy varón pecador, Señor”. Está claro que Pedro no se consideraba digno de estar junto al Mesías, aquel que contaba con el poder de Dios (Lucas 5:6-9).

Sin embargo, Jesús le dijo con bondad: “Deja de tener miedo. De ahora en adelante estarás pescando vivos a hombres” (Lucas 5:10, 11). Aquel no era momento de dudar o sentir temor, pues Jesús lo estaba invitando a participar en una obra única en la historia. Pedro no tenía por qué abrigar dudas respecto a cómo cubriría sus necesidades básicas. Tampoco tenía razones para inquietarse por sus limitaciones y defectos. Podía confiar en que servía a un Dios que “perdon[a] en gran manera” y que se encargaría de satisfacer todas sus necesidades, tanto físicas como espirituales (Isaías 55:7; Mateo 6:33).

Pedro aceptó la invitación de inmediato, y lo mismo hicieron Santiago y Juan. La Biblia dice que “volvieron a traer las barcas a tierra, y abandonaron todo y le siguieron” (Lucas 5:11). Dejando a un lado sus miedos e inseguridades, Pedro tomó la mejor decisión: ejercer fe en Jesús y en aquel que lo había enviado, Jehová Dios. En nuestros días, los cristianos que para servir a Dios superan sus dudas y temores demuestran esta misma clase de fe. Ellos también pueden tener la certeza de que Jehová nunca los defraudará (Salmo 22:4, 5).

“¿Por qué cediste a la duda?”
Ya han pasado dos años desde que Pedro conoció a Jesús. Él y sus compañeros están remando con fuerza en medio de una noche tempestuosa en el mar de Galilea. No hay forma de saber en qué está pensando Pedro, pero lo cierto es que tiene muchas vivencias que recordar. Ha presenciado varios milagros de Jesús. Por ejemplo, cuando su propia suegra enfermó, vio cómo Jesús la sanaba.

También ha escuchado de primera mano sus enseñanzas, como las que pronunció en el Sermón del Monte. Después de todo esto, Pedro puede estar seguro de que Jesús es el Mesías, el escogido de Jehová. Conforme han transcurrido los meses, ha mejorado en algunos aspectos de su personalidad, como su tendencia a ceder repentinamente a sus miedos y dudas. Tanto es así que Jesús lo escogió para que fuera uno de sus doce apóstoles. Con todo, como veremos a continuación, Pedro todavía no ha ganado la batalla contra esta inclinación.

Ya es la cuarta vigilia de la noche, es decir, entre las tres de la mañana y el amanecer. De pronto, Pedro vislumbra algo a lo lejos que se mueve sobre las aguas. Deja de remar y se levanta para ver lo que es. ¿Será el reflejo de la luna en la espuma de las altas olas? No puede ser, parece más bien algo sólido y erguido que avanza de forma constante. Cuando al fin lo distingue, no da crédito a sus ojos: ¡es un hombre que viene caminando sobre el mar y va a pasar junto a ellos! Los discípulos, asustados, creen que es un fantasma. Pero el hombre les dice: “Cobren ánimo, soy yo; no tengan temor”. En efecto, es Jesús mismo (Mateo 14:25-28).

Ante esto, Pedro responde: “Señor, si eres tú, mándame venir a ti sobre las aguas”. Lleno de valor y entusiasmo ante este espectacular milagro, quiere vivirlo más de cerca y así fortalecer su fe. Bondadosamente, Jesús hace lo que le pide y lo llama. Pedro, sin dudarlo un instante, se baja de la barca y pisa las agitadas aguas. ¿Puede imaginarse lo que siente? ¡Sus pies no se hunden mientras se dirige con paso firme hacia Jesús! Una profunda admiración lo embarga, pero, de repente, otro sentimiento se apodera de él (Mateo 14:29).

Jesús responde a la fe de Pedro haciendo que, con el poder de Jehová, camine sobre el mar. Ahora bien, Pedro tiene que mantener la vista enfocada en Jesús; pero en estos momentos críticos, se distrae. “Al mirar a la tempestad de viento, le dio miedo”, explica la Biblia. Cuando Pedro ve el mar agitado y las olas chocando violentamente contra la barca, se llena de pavor. Quizás incluso piense que morirá tragado por las aguas. En unos instantes, el miedo ahoga su fe. Y Pedro —a quien Jesús había llamado “Roca” por la estabilidad que vislumbraba en él— empieza a hundirse como una piedra lanzada al mar.

Aunque es un nadador experto, comienza a gritar: “¡Señor, sálvame!”. Enseguida, Jesús lo saca de la mano hacia la superficie y, de pie sobre las aguas, le dice: “Hombre de poca fe, ¿por qué cediste a la duda?” (Mateo 14:30, 31).

¡Qué valiosa lección para Pedro! Ceder a las dudas es muy peligroso, pues estas ejercen un tremendo poder sobre nosotros. Pueden llegar a devorar nuestra fe y ahogarnos espiritualmente. Por eso, hemos de estar resueltos a luchar contra los temores y las dudas.

Y para ello tenemos que mantener el enfoque adecuado. Si nos concentramos en lo que puede intimidarnos, desanimarnos o distraernos de seguir a Jehová y a Cristo, nuestras dudas crecerán. Pero si mantenemos la vista fija en sus obras pasadas, presentes y futuras a favor de quienes los aman, estaremos a salvo de las dudas destructivas.

Pedro sigue a Jesús mientras este se dirige a la barca. Al subirse, ve que la tormenta se ha aplacado. El mar de Galilea ha recobrado la calma. Tanto Pedro como los demás discípulos reconocen admirados: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mateo 14:33). Después de esta impactante experiencia, Pedro de seguro se sintió muy agradecido.

Esa noche aprendió a confiar más en Jehová y Jesús, dejando a un lado sus dudas y temores. Pero aún le faltaba mucho para llegar a ser aquel pilar que Cristo predijo. No obstante, estuvo decidido a seguir luchando. Y nosotros, ¿estamos resueltos a seguir el ejemplo de Pedro y combatir nuestras dudas y temores?


Articulo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de octubre del 2009, puede suscribirse por medio del podcast en audio y pdf



Para leer mas relatos de la vida de Jesucristo puede descargar el libro: "El hombre mas grande de todos los tiempos", y/o tambien en audiolibro. Publicado por los Testigos de Jehová.

Cántico 95 “Gusten y vean que Jehová es bueno”

Ella hizo lo que pudo; se anticipó a ponerme aceite perfumado sobre el cuerpo en vista del entierro.
(Marcos 14:8)

Feliz quien a Dios adora,
quien siempre le da lo mejor.

No deja pasar la oportunidad
de hablar de Su Reino de amor.

La Biblia invita: “Gusta y ve
qué bondadoso es Jehová”.
Haz cuanto puedas con devoción,
y gran ganancia tendrás.

Si a tiempo completo sirves,

tendrás bendiciones sin par.
Confiando en Jehová en toda ocasión,
su inmensa bondad palparás.

La Biblia invita: “Gusta y ve
qué bondadoso es Jehová”.
Haz cuanto puedas con devoción,
y gran ganancia tendrás.

(Véanse también Salmo 34:8; Luc. 21:2; 1 Tim. 1:12; 6:6.)


Se puede descargar el archivo en mp3, que es parte de Cantemos a Jehová (coro y orquesta) disco 2,  Así como El libro de canticos.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Aguanté casi 30 años de guerra (3a y última parte)


Según lo relató Nguyen Thi Huong

En Malaysia


Cuando los representantes de nuestra embarcación fueron a tierra a pedir permiso para desembarcar, se lo negaron. Los oficiales nos amenazaron con echarnos a la prisión si desembarcábamos. Mientras tanto, los habitantes de la localidad que estaban en la playa se acercaron a examinarnos con curiosidad.

Les asombraba saber que semejante embarcación hubiera podido cruzar el océano. Sabían quiénes éramos, pues había habido otros refugiados procedentes de Vietnam. Nos lanzamos al agua para quitarnos la suciedad de una semana, riéndonos y divirtiéndonos ante una creciente cantidad de espectadores.

De repente, un extranjero rubio de alta estatura nos llamó desde la playa y prometió enviarnos alimento, agua potable y medicinas. “Si los malayos no les permiten venir a tierra —gritó él—, destruyan la embarcación y naden hasta la orilla.”

El extranjero cumplió su palabra, pues esa misma tarde llegó una pequeña embarcación con comida y agua potable, y también vino una enfermera que llevó a los enfermos al hospital y los trajo de vuelta aquella noche. ¡Qué alegría! ¡De seguro que no moriríamos de hambre!

Para que resultara imposible irnos, a escondidas dañamos el motor de nuestra embarcación. Después que las autoridades lo examinaron al día siguiente, dijeron que nos llevarían a un lugar donde se podía reparar. Nos remolcaron a un río que conduce a un enorme lago y nos dejaron allí.

Pasaron tres días, y se nos agotó la comida... el extranjero no nos había hallado. De modo que, aunque el dueño de la embarcación quería salvarla para venderla, decidimos hundirla y nadar hasta la orilla.

¡Oh, qué calurosa fue la bienvenida de los habitantes! Habían estado observando nuestra embarcación, y cuando todos llegamos a salvo a la orilla, corrieron a nuestro encuentro llevándonos pan, galletas y arroz.

Nos quedamos un día en el lugar adonde llegamos a tierra, y luego nos transfirieron a campamentos de refugiados. Allí nos enteramos de que el extranjero bondadoso que habíamos visto en la playa no era otro sino el alto comisario de los refugiados del sudeste de Asia.

Mis tres hijos y yo vivimos durante más de seis meses en los campamentos de refugiados de Malaysia, desprovistos de todo. Pero después pudimos emigrar a los Estados Unidos de América, donde vivimos actualmente. Pero ¿qué hay de la promesa que yo había hecho a Dios?


Cumplo mi promesa a Dios

NUNCA olvidé la promesa que había hecho a Dios casi 30 años antes... que daría mi vida para servirle si él me ayudaba. Y me parecía que él me había ayudado muchas veces. ¡Qué culpable me sentía de no pagar mi deuda a Dios!
La vida en los Estados Unidos era tan diferente de la vida en Vietnam.

¡Qué bueno es poder disfrutar de la libertad... poder ir adonde uno quiera y cuando uno quiera! Sin embargo, me sentía completamente confundida por el modo de vivir materialista y su punto de vista científico. ¡Los valores morales parecían muy poco comunes!

A diario los periódicos estaban llenos de informes acerca de terribles delitos... niños que habían matado a sus padres o viceversa, abortos, divorcios, y violencia en las calles. Todo esto me asustaba. ‘¿Por qué había tanta decadencia en un país tan favorecido con belleza y riqueza?’, me preguntaba.

Ahora viejas preguntas me atormentaban más que nunca antes: ¿Realmente fue Dios quien creó al hombre? ¿Realmente somos hijos de Dios? Si lo somos, ¿por qué es él tan indiferente para con nuestras faltas? ¿Por qué no castiga a los hombres ahora para impedir que sucedan cosas aún peores? ¿O está Dios esperando que el hombre se arrepienta de sus pecados? Y, respecto al hombre, si fue creado por Dios, ¿por qué no se parece a su Padre? ¿Por qué no procura hacer feliz a Este?

Basándome en mi propia experiencia, me sentía convencida de que Dios sí existía. No obstante, me preguntaba por qué había tantas ideas erróneas en cuanto a él. ¿No tiene él algunos hijos que lo comprendan, que lo amen, que lo hagan feliz por sus hechos de justicia? ¡Claro que los debe tener! Pero ¿dónde se les puede hallar, y cómo? ¿Cómo puedo yo llegar a conocerlos?

Esas preguntas me obsesionaban, y el no tener las respuestas a ellas me hacía muy infeliz. Entonces un día, en junio de 1981, mientras vivía en Pasadena, Texas, me visitó un señor de edad avanzada, acompañado de su nieto. Me hablaron de que Dios tiene un Reino, un gobierno verdadero, y que este traerá bendiciones a la Tierra. El señor entonces me preguntó si querría vivir para siempre en el Paraíso en la Tierra.

Mi respuesta fue: “No”. Mi gran deseo era conocer al Dios verdadero, y vivir para siempre en el Paraíso no me interesaba en aquel entonces. No obstante, el aire digno del señor y su nieto me infundió respeto y confianza, así que les pedí que entraran.

Les relaté cómo creía yo haber experimentado la protección y el cuidado amoroso de Dios. “Estoy buscando al Dios que tiene estas cualidades sobresalientes —dije yo—. Si el Dios de ustedes realmente es Este, por favor muéstrenme cómo puedo llegar a conocerlo.”

Por casi una hora aquel señor de edad avanzada me leyó de la Biblia acerca del gran Dios, Jehová. Por ejemplo, me explicó cómo trató Jehová con su pueblo, los israelitas, y cómo mostró su amor e interés para con ellos. La semana siguiente el señor regresó con la publicación Mi libro de historias bíblicas.

Lo abrió y me mostró la historia número 33, “Cruzando el mar Rojo”. Sin leerlo, solo al mirar la lámina, acerté lo que había sucedido... Dios había librado milagrosamente a su pueblo de las manos de los opresores.

Pensé para mis adentros: ‘Este realmente es el Dios a quien he estado buscando’. La semana siguiente comencé a estudiar regularmente la Biblia con los testigos de Jehová, y a medida que fui estudiando, hallé en la Biblia respuestas lógicas a todas mis preguntas.

Esta es la ilustración que llamo la atención de Nguyen Thi Huong, Capítulo 33: "Cruzando el Mar Rojo" de "Mi libro de historias Bíblicas"

Sí, finalmente había hallado al Dios verdadero a quien debía servir para pagar mi deuda. Para demostrar que había dado mi vida a fin de servirle para siempre, me sometí a la inmersión en agua.

Ahora empleo mi tiempo ayudando a otros a aprender acerca de Jehová, sus razones para permitir la iniquidad hasta ahora, y los medios que él usará dentro de poco para eliminar los problemas de la Tierra. Por fin siento un verdadero sentido de paz y seguridad mientras sirvo a Jehová junto con su organización terrestre de mis amorosos hermanos y hermanas.


Experiencia relatada en la revista ¡Despertad! del 22 de octubre de 1985, publicada por los Testigos de Jehová. Puede suscribirse por medio del podcast

martes, 19 de noviembre de 2013

Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa.
Montesquieu (1689-1755) Escritor y político francés.


Tú, sin embargo, el que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú, el que predicas: “No hurtes”, ¿hurtas? Tú, el que dices: “No cometas adulterio”, ¿cometes adulterio? Tú, el que expresas aborrecimiento de los ídolos, ¿robas a los templos? Tú, que te glorías en ley, ¿por tu transgresión de la Ley deshonras a Dios?
(Romanos 2:21-23)