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miércoles, 30 de abril de 2014

Jehová, un ayudante sin igual (Segunda parte)

Al enfrentarse a pruebas, los discípulos leales de Jesucristo pueden estar seguros de recibir ayuda semejante. (Sant. 1:2-5) Sin embargo, como en el caso de Jesús, esto no excluye el libre albedrío individual. El espíritu de Dios no va a obligar a nadie a emprender cierto derrotero particular.

El individuo tiene que desear intensamente la ayuda del espíritu. Por ejemplo, la persona que ora por ayuda para resistir la tentación tiene que estar dispuesta a prestar atención a los principios bíblicos que el espíritu de Dios le recuerda y obrar en armonía con ellos.

La ayuda que Dios da quizás se reciba por medio de compañeros de creencia. Sin embargo, de nuevo el espíritu de Dios está envuelto en esto, pues ese espíritu funciona en todos los cristianos verdaderos. Por ejemplo, cuando ellos ven que uno de sus hermanos cristianos está en necesidad física o espiritual, el espíritu de Dios, funcionando en su mente y corazón, hace que se den cuenta de que esta necesidad tiene que ser satisfecha y los impele a obrar en armonía con ello.

Por supuesto, el que un individuo que pueda suministrar ayuda realmente responda depende de si es receptivo a los apremios del espíritu de Dios. A veces puede suceder que los individuos no respondan a una necesidad porque permiten que el interés egoísta en lo suyo resista al poder impelente del espíritu.

Esto explica por qué hasta en la congregación cristiana del primer siglo algunos desplegaron mucha más disposición y deseo de prestar socorro a sus hermanos que otros. Note lo que el apóstol Pablo escribió a los filipenses:
“Ustedes actuaron bien al hacerse partícipes conmigo en mi tribulación. De hecho, ustedes, filipenses, también saben que en el comienzo de declarar las buenas nuevas, cuando partí de Macedonia, no hubo congregación alguna que tomara parte conmigo en el asunto de dar y recibir, sino ustedes solos; porque, aun en Tesalónica, ustedes me enviaron algo una vez y también la segunda vez para mi necesidad. No es que yo busque encarecidamente el don, sino que busco encarecidamente el fruto que resulta en acreditar más a su cuenta. Sin embargo, tengo todas las cosas en plenitud y tengo abundancia. Estoy lleno, ahora que he recibido de Epafrodito las cosas enviadas por ustedes, un olor fragante, un sacrificio acepto, muy agradable a Dios.”—Fili. 4:14-18.
Puesto que los miembros de la congregación cristiana varían en cuanto al grado de su progreso espiritual y puesto que en esto está envuelto el libre albedrío individual, no podemos esperar que todos tengan el espíritu de generosidad al mismo grado que lo tuvieron los filipenses. Sin embargo, el hecho de que muchos manifiestan profunda sensibilidad a la dirección del espíritu de Dios garantiza para los discípulos leales de Jesucristo una vía confiable de socorro o ayuda en tiempos de prueba y tensión.

Animador, también, es el hecho de que el espíritu de Dios puede mover a personas que ni siquiera son adoradoras de Jehová a venir en socorro de sus siervos. ¿Cómo es posible esto? Bueno, el hombre fue hecho a la imagen de Dios. (Gén. 1:28) Esto significa que las criaturas humanas en general poseen ciertas cualidades piadosas... justicia, sabiduría, amor y poder, de una naturaleza superior a la de los animales. Las criaturas humanas también tienen la facultad de la conciencia, un sentido interior de lo correcto y lo incorrecto. (Rom. 2:14, 15)

Por lo tanto, el espíritu santo puede hacer que a la mente de los que no son siervos dedicados de Jehová suba el recuerdo de cosas, cosas que inciten su conciencia a obrar.

Considere el caso del rey Asuero (Jerjes I) en el tiempo de Mardoqueo y Ester. Él había dado autoridad a Hamán, uno de sus más altos oficiales, para que expidiera un decreto que significaría la aniquilación de todos los judíos. Sin saberlo el rey, en este decreto estaban incluidos su reina, Ester, que no había revelado que era judía, y el primo de ella, Mardoqueo, a quien Hamán no mencionó cuando recomendó que los judíos fueran destruidos.

Una noche después de eso Asuero no pudo dormir y por alguna razón pidió que le fueran leídos los registros oficiales. Esta lectura trajo a su atención el hecho de que Mardoqueo en una ocasión había descubierto un complot contra la vida del rey. Cuando Asuero averiguó que nada se había hecho para remunerar a Mardoqueo, le fue agitado su sentido de justicia y resolvió hacer algo acerca de remunerar a Mardoqueo.—Est. 3:1-15; 6:1-3.

Por consiguiente, cuando temprano en la mañana siguiente Hamán llegó para pedir que Mardoqueo fuera colgado, aconteció un cambio completo en ese asunto. En vez de poder presentar su solicitud, Hamán se vio obligado a otorgar honores públicos a Mardoqueo. (Est. 6:4-11) Este fue el primer paso en una cadena de desenvolvimientos que resultaron en que se expidiera un contradecreto que les permitió a los judíos defender su vida.

Era obvio que la mano de Dios estaba en aquel asunto. Al tiempo oportuno Su espíritu evidentemente estimuló la mente de Asuero e hizo que quisiera que se le leyeran los registros oficiales y después de eso se corrigiera una inadvertencia.
20 Otros también presenciaron los efectos que tuvo la fuerza activa de Dios en la mente y el corazón de personas en autoridad.

Esdras el sacerdote reconoció lo siguiente tocante al apoyo que el rey persa Artajerjes (Longímano) dio al hermoseamiento del templo de Jerusalén: “¡Bendito sea Jehová el Dios de nuestros antepasados, que ha puesto tal cosa en el corazón del rey, de hermosear la casa de Jehová, la cual está en Jerusalén! Y para conmigo él ha extendido bondad amorosa delante del rey y sus consejeros y en lo que concierne a todos los poderosos príncipes del rey.” (Esd. 7:27, 28) Note que el espíritu de Dios evidentemente movió también a los consejeros del rey y príncipes de alto rango a favorecer la empresa de Esdras.

¡Qué animador es el registro de la ayuda que Jehová dio a sus siervos devotos en tiempos pasados! Nos ayuda a comprender que el auxilio necesario viene de una variedad de maneras. Si no viene de una manera, de seguro vendrá de otra manera. El salmista inspirado declaró: “Jehová no desamparará a su pueblo.” (Sal. 94:14) Ese fue el sentir de Mardoqueo cuando él y sus conciudadanos se enfrentaron a un decreto de aniquilación.

Cuando instó a su prima Ester a suplicar a favor de su pueblo, él dijo: “Si estás callada por completo en este tiempo, alivio y liberación mismos se levantarán para los judíos de algún otro lugar.”—Est. 4:14.

Desde un punto de vista humano, la situación pudiera parecer desesperanzada. El recibir alivio pudiera parecer imposible. Sin embargo, si algo es la voluntad de Dios, nada puede impedir que eso se logre. Jehová Dios hizo esto muy patente cuando los israelitas levantaron un clamor de queja acerca de carne.

Su respuesta, que habría de darse por medio de Moisés, fue: “Jehová ciertamente les dará carne, y verdaderamente comerán. Comerán, no un solo día, ni dos días, ni cinco días, ni diez días, ni veinte días, sino hasta un mes de días.” La respuesta de Moisés a esto fue que era imposible:
“El pueblo en medio de quien estoy cuenta con seiscientos mil hombres de a pie, ¡y sin embargo tú... tú has dicho: ‘Les daré carne, y ciertamente comerán por un mes de días’! ¿Se les degollarán rebaños y vacadas, para que les baste? ¿O se les pescarán todos los peces del mar, para que les baste?” Lo que Jehová le respondió fue: “Es que la mano de Jehová está acortada, ¿no? Ahora verás si lo que digo te acaece o no.” La mano de Jehová no estaba demasiado corta. Él hizo que un viento impulsara una abundancia de codornices al campamento de Israel.—Núm. 11:18-23, 31.
Aunque Jehová Dios definitivamente puede obrar milagros a favor de su pueblo, no debemos esperar que Dios nos garantice liberación milagrosa de la muerte o de persecución violenta. Pudiera ser útil al propósito de Jehová el que él permitiera que algunos siervos suyos murieran en fidelidad o fueran sometidos a sufrimiento terrible, como sucedió en el caso de su Hijo primogénito, Jesucristo. Al aguantar fielmente, los siervos de Dios tienen el privilegio de demostrar que su adoración no tiene como móvil razones egoístas.

De esta manera demuestran que esta acusación de Satanás, hecha con relación a Job, es una mentira: “Todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma.”—Job 2:4.

Durante el reinado del rey Nabucodonosor, tres exiliados hebreos en Babilonia —Sadrac, Mesac y Abednego— expresaron la manera correcta de considerar lo que Dios puede hacer para ayudar a sus siervos. Al encararse a una sentencia de muerte en un horno ardiente si continuaban rehusando inclinarse ante una imagen que hizo Nabucodonosor, declararon valerosamente:
“Si ha de ser, nuestro Dios a quien servimos puede rescatarnos. Del horno ardiente de fuego y de tu mano, oh rey, nos rescatará. Pero si no, séate sabido, oh rey, que no es a tus dioses que estamos sirviendo, y a la imagen de oro que has erigido ciertamente no la adoraremos.”—Dan. 3:17, 18.
El preservarle la vida a alguien por corto tiempo en este sistema no es la cosa verdaderamente importante. Mucho más vital es mantener una relación aprobada con Jehová Dios y Jesucristo. Llamando atención sobre esto, Jesús dijo:
“El que tiene afecto a su alma la destruye, pero el que odia su alma en este mundo la resguardará para vida eterna.” (Juan 12:25)
La persona que sacrifica una buena relación con el Creador y su Hijo para no sufrir una muerte prematura puede perder eternamente su alma... el título que Dios le da para que sea un ser viviente. Por otra parte, al que muera como discípulo leal de Jesucristo se le asegura una resurrección, con la expectativa de vida eterna.

Aunque algunos de nosotros quizás muramos como individuos a manos de hombres como prueba de que nuestra devoción a Jehová Dios es inmutable, podemos estar seguros de que Jehová no nos desamparará. Nos ayudará a permanecer como siervos aprobados de él.

Mientras nos esforcemos por servirle, nuestra relación con él es segura.
“Estoy convencido,” escribió el apóstol Pablo, “de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni gobiernos, ni cosas aquí ahora, ni cosas por venir, ni poderes, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra creación podrá separarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús nuestro Señor.” (Rom. 8:38, 39)
De modo que, entonces, prescindiendo de lo que hayamos de arrostrar en el futuro, siempre confiemos en que Jehová puede ayudarnos a conservar una relación aprobada con él.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de Enero de 1977. También puede leer "Mi libro de historias bíblicas". Ambos publicados por los testigos de Jehová.