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viernes, 16 de mayo de 2014

No te apoyes en tu propio entendimiento


“Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento.” (PRO. 3:5)
¿En quién nos apoyamos a la hora de afrontar situaciones angustiosas, tomar decisiones importantes o combatir las tentaciones? ¿Confiamos solo en nosotros mismos, o arrojamos la carga sobre Jehová? (Sal. 55:22.) “Los ojos de Jehová están hacia los justos —asegura la Biblia—, y sus oídos están hacia su clamor por ayuda.” (Sal. 34:15.) Por tanto, es vital que confiemos en Dios con todo el corazón y no en nuestra propia inteligencia (Pro. 3:5).

Confiar en Jehová de todo corazón implica hacer las cosas a su manera, es decir, según su voluntad. Para ello es imprescindible que le oremos siempre y le pidamos con sinceridad su guía. A muchos cristianos, no obstante, les resulta muy difícil confiar de lleno en Jehová.

Tomemos por caso a Linda, una cristiana que admite: “Para mí, aprender a confiar plenamente en Jehová ha sido una lucha continua”. ¿Por qué? “No tengo ningún contacto con mi padre —cuenta—, y mi madre nunca se preocupó por mí, ni física ni emocionalmente. Así que aprendí desde niña a cuidar de mí misma.” Debido a su pasado, a Linda le cuesta mucho confiar en los demás. La capacidad y el éxito personales, por otra parte, pueden hacer que nos creamos autosuficientes.

Hasta un anciano cristiano, apoyándose en su experiencia, pudiera empezar a atender asuntos de la congregación sin orar primero en busca de la guía divina.

Jehová espera que seamos consecuentes con nuestras oraciones y actuemos en armonía con su voluntad. ¿Cómo podemos hallar el equilibrio entre contarle nuestras preocupaciones y esforzarnos por resolver las situaciones difíciles? A la hora de tomar decisiones, ¿qué precaución debemos tener? ¿Por qué es importante orar cuando nos enfrentamos a tentaciones? A continuación responderemos estas preguntas analizando varios ejemplos bíblicos.

En momentos de angustia

Hablando del rey Ezequías de Judá, la Biblia dice: “Él siguió adhiriéndose a Jehová. No se desvió de seguirlo, sino que continuó guardando sus mandamientos que Jehová había mandado a Moisés”. Así fue, “en Jehová el Dios de Israel confió él” (2 Rey. 18:5, 6). ¿Cómo reaccionó Ezequías cuando Senaquerib, el rey de Asiria, envió a Rabsaqué y otros representantes a Jerusalén acompañados de un gran ejército? Las poderosas fuerzas asirias ya habían tomado varias ciudades amuralladas de Judá y ahora su objetivo era Jerusalén.

Ezequías fue a la casa de Jehová y se puso a orar así: “Oh Jehová nuestro Dios, sálvanos, por favor, de su mano, para que sepan todos los reinos de la tierra que tú, oh Jehová, eres Dios, tú solo” (2 Rey. 19:14-19).

Ezequías fue consecuente con su oración. Por ejemplo, incluso antes de subir al templo a orar, ordenó al pueblo que no respondiera a las provocaciones de Rabsaqué. Además envió un grupo de hombres al profeta Isaías en busca de consejo (2 Rey. 18:36; 19:1, 2). Ezequías hizo lo que debía hacer.

En esta ocasión no buscó el apoyo de Egipto ni de naciones vecinas —una solución que no hubiera estado en sintonía con la voluntad de Jehová— ni tampoco se apoyó en su experiencia personal. Ezequías confió en Dios. Tras la matanza de 185.000 soldados enemigos a manos del ángel de Jehová, Senaquerib regresó a Nínive (2 Rey. 19:35, 36).

Ana, la esposa de Elqaná el levita, también se apoyó en Jehová al sentirse angustiada porque no podía concebir hijos (1 Sam. 1:9-11, 18). Y el profeta Jonás fue liberado del vientre de un gran pez tras orar: “Desde mi angustia clamé a Jehová, y él procedió a responderme. Desde el vientre del Seol grité por ayuda. Oíste mi voz” (Jon. 2:1, 2, 10). Resulta muy consolador saber que por difíciles que sean nuestras circunstancias, siempre podemos acercarnos a Jehová con una “petición de favor” (léase Salmo 55:1, 16).

Además, los ejemplos de Ezequías, Ana y Jonás nos enseñan una lección sobre lo que nunca debemos olvidar cuando oramos en momentos difíciles. Los tres sufrieron el dolor de enfrentarse a situaciones amargas; aun así, sus plegarias indican que su mayor preocupación no eran ellos mismos ni sus problemas, sino el nombre de Dios, su adoración y el cumplimiento de su voluntad.

A Ezequías le dolió que se deshonrara el nombre de Jehová. Ana prometió dar al hijo que tanto deseaba para que sirviera en el tabernáculo de Siló. Y Jonás dijo: “Lo que he prometido en voto, ciertamente pagaré” (Jon. 2:9).

Cuando pedimos a Dios que nos libre de una situación compleja, es bueno analizar nuestros motivos. ¿Nos preocupa únicamente resolver el problema, o tenemos presente a Jehová y su propósito? Los sufrimientos pueden hacer que estemos tan atrapados en nuestras circunstancias que el interés por los asuntos espirituales pase a un segundo plano.

Al pedirle a Dios que nos ayude, nunca perdamos de vista a Jehová, la santificación de su nombre y la vindicación de su soberanía. Todo esto nos ayudará a mantener una actitud positiva aunque no se materialice la solución que esperábamos. A veces Jehová responde a nuestras oraciones dándonos fortaleza para aguantar la situación (léanse Isaías 40:29 y Filipenses 4:13).

Al tomar decisiones
¿Cómo toma usted las decisiones importantes? ¿Decide primero, quizás, y luego ora a Jehová para que bendiga su decisión? Veamos lo que hizo Jehosafat, rey de Judá, cuando un ejército combinado de moabitas y amonitas le declararon la guerra. Judá no estaba en condiciones de luchar contra ellos. ¿Qué hizo entonces el monarca?

“A Jehosafat le dio miedo, y dirigió su rostro a buscar a Jehová”, dice la Biblia. Decretó un ayuno para todo Judá y reunió al pueblo “para inquirir de Jehová”. Entonces Jehosafat se puso de pie ante la congregación de Judá y de Jerusalén y oró: “Oh Dios nuestro, ¿no ejecutarás juicio contra ellos? Porque no hay en nosotros poder delante de esta gran muchedumbre que viene contra nosotros; y nosotros mismos no sabemos qué debemos hacer, pero nuestros ojos están hacia ti”.

El Dios verdadero oyó la súplica del rey y libró milagrosamente al pueblo (2 Cró. 20:3-12, 17). A la hora de tomar decisiones, sobre todo aquellas que pudieran repercutir en nuestra espiritualidad, ¿no deberíamos confiar en Jehová más bien que en nuestra inteligencia?

¿Y qué deberíamos hacer ante un problema que nos parece de fácil solución porque en el pasado resolvimos uno parecido? Un relato de la vida del rey David nos dará la respuesta. Cuando los amalequitas arrasaron la ciudad de Ziqlag, se llevaron a las esposas y a los hijos de David y de sus hombres.

David inquirió de Jehová, diciendo: “¿Voy en seguimiento de esta partida merodeadora?”. Jehová le respondió: “Ve en seguimiento, porque sin falta los alcanzarás, y sin falta efectuarás una liberación”. David se puso en marcha y “logró librar todo lo que los amalequitas habían tomado” (1 Sam. 30:7-9, 18-20).

Posteriormente, los filisteos invadieron Israel. David volvió a consultar a Jehová y recibió una clara respuesta: “Sube, porque sin falta daré a los filisteos en tus manos” (2 Sam. 5:18, 19). Al poco tiempo, los filisteos salieron una vez más en batalla contra David. ¿Qué haría él ahora? Podría haber razonado: “Esto es lo mismo que las otras dos veces, así que pelearé contra los enemigos de Dios”.

¿Decidiría él mismo, o buscaría la guía de Jehová? David no se fió de su experiencia y volvió a orar en busca de consejo. ¡Y menos mal que lo hizo, porque las instrucciones esta vez fueron diferentes! (2 Sam. 5:22, 23.) Cuando nos enfrentemos a una situación o problema que ya hayamos tratado, tengamos cuidado de no confiar solamente en nuestra experiencia personal (léase Jeremías 10:23).

Como todos somos imperfectos, nadie —ni siquiera los ancianos experimentados— debe dejar de buscar la dirección de Jehová al tomar decisiones. Pensemos en cómo actuaron Josué, sucesor de Moisés, y los ancianos de Israel cuando unos astutos gabaonitas se les acercaron en son de paz.

Estos se habían disfrazado para dar la apariencia de que venían de un país distante. Sin preguntar a Jehová, Josué y sus hombres sellaron un pacto de paz con ellos. Y aunque es cierto que Jehová aprobó en última instancia aquel acuerdo, se aseguró de que para beneficio nuestro se registrara en las Escrituras el hecho de que no buscaron su dirección (Jos. 9:3-6, 14, 15).

Ante las tentaciones

Al tener “la ley del pecado” en nuestros miembros, debemos luchar decididamente en contra de nuestras malas tendencias (Rom. 7:21-25). Pero ¿cómo salir victoriosos en esta batalla? Jesús dijo a sus discípulos que la oración es imprescindible para resistir las tentaciones (léase Lucas 22:40).

Aun cuando los malos deseos o pensamientos persistan después de haber orado, es necesario que sigamos “pidiéndole a Dios” sabiduría para enfrentarnos a la prueba. El discípulo Santiago nos garantiza que “[Dios] da generosamente a todos, y sin echar en cara” (Sant. 1:5). Y añade: “¿Hay alguno [espiritualmente] enfermo entre ustedes? Que llame a sí a los ancianos de la congregación, y que ellos oren sobre él, untándolo con aceite en el nombre de Jehová. Y la oración de fe sanará al indispuesto” (Sant. 5:14, 15).

A la hora de resistir las tentaciones es esencial orar, pero hemos de hacerlo en el momento debido. Pensemos en el caso del joven que se menciona en Proverbios 7:6-23. Al anochecer camina por una calle donde sabe que vive una mujer inmoral. Seducido por su persuasión y la suavidad de sus labios, el hombre va tras ella, como un toro hacia el degüello. ¿Por qué ha ido hasta allí? Como es “falto de corazón”, es decir, inexperto, es posible que esté librando una batalla interna con algún mal deseo (Pro. 7:7).

¿Cuándo tendría que haber orado? Le hubiera sido útil hacerlo mientras la mujer le hablaba, pero indiscutiblemente hubiera sido mejor que orara en el momento en que le vino la idea de pasar por esa calle.

En la actualidad, quizás un hombre esté esforzándose por no ver pornografía. Pero supongamos que entre en páginas de Internet donde él sabe que hay fotos o videos provocativos. ¿No sería este un caso parecido al que se plantea en el capítulo 7 de Proverbios? La verdad es que correría un serio peligro.

Para resistir la tentación de ver pornografía, la persona debe buscar la ayuda de Jehová antes de ponerse a navegar por páginas de Internet que pudieran despertar tal deseo.

No es fácil vencer una tentación o un vicio. “La carne está contra el espíritu en su deseo —escribió el apóstol Pablo—, y el espíritu contra la carne.” Por lo tanto, “las mismísimas cosas que quisiéramos hacer, no las hacemos” (Gál. 5:17). Para triunfar, debemos orar fervientemente en cuanto se presenten las tentaciones o los malos pensamientos, y entonces ser consecuentes con nuestros ruegos.

La Biblia nos recuerda: “Ninguna tentación los ha tomado a ustedes salvo lo que es común a los hombres”; así que con la ayuda de Jehová podemos serle fieles (1 Cor. 10:13).

Tanto si nos hallamos en medio de una situación difícil, tomando una decisión importante o tratando de resistir una tentación, contamos con un regalo maravilloso de parte de Jehová: el precioso don de la oración. Cuando buscamos su guía, demostramos que confiamos en él. Además, debemos seguir pidiéndole su espíritu santo para que nos guíe y nos fortalezca (Lucas 11:9-13).

Y sobre todo, confiemos siempre en Jehová y no nos apoyemos en nuestro propio entendimiento.

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" fechada el 15 de Noviembre de 2011. Para ampliar el tema lea el libro: "Ejemplos de fe".