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lunes, 9 de junio de 2014

Sostenida por “el poder que es más allá de lo normal”


Según lo relató Sadie Lewis Haddad

“¿CÓMO pudo hacer eso?”, me preguntan algunas personas a veces. ¿Hacer qué? Criar nueve hijos, los últimos siete sola. Y de los ocho que quedan vivos actualmente, siete han sido por mucho tiempo siervos leales y dedicados de Jehová Dios.

Al reflexionar en el pasado, me doy cuenta de que no fue solo dependiendo de mis propias fuerzas que pude criar a mis hijos en la verdad de Dios. Tal cosa hubiera sido imposible. Sin duda, pude lograrlo con la ayuda de Jehová. Según muestra 2 Corintios 4:7, los que realmente quieren servir a Dios y hacer su voluntad pueden tener “el poder que es más allá de lo normal”, que proviene de Dios por medio de su espíritu santo.

Pero ¿qué ocurrió que tuve que criar sola a mis hijos? ¿Cómo llegué a conocer a Jehová y sus propósitos? Permítame hablarle un poco de mis antecedentes.

Primeros años de instrucción en El Líbano

Nací en El Líbano hace más de 90 años, en 1892. Mi padre era sacerdote griego ortodoxo, como lo fue antes que él su padre. Él anhelaba que por lo menos uno de sus hijos llegara a ser sacerdote y siguiera en sus pasos. Pero ninguno de ellos quiso proseguir esa vocación.

A mi padre le entristeció muchísimo eso. No obstante, si es la voluntad de Jehová, “que levanta a los muertos”, mi padre será levantado de entre los muertos en la resurrección, cuando Dios establezca Su “nueva tierra” paradisíaca (2 Corintios 1:9; 2 Pedro 3:13). Entonces podré decir a mi padre que, aunque ninguno de sus hijos se hizo ministro de Dios, su hija Sadie, y la mayoría de los hijos y nietos de ella, ¡sí se hicieron ministros de Jehová!

En realidad, nunca llegué a conocer a mi madre, pues murió cuando yo tenía tres años de edad. Sin embargo, a petición de ella, mi padre me puso en una escuela de internos, donde monjas de la religión luterana alemana me enseñaban tanto en árabe como en alemán. Me enseñaron a amar a Jesús, pero no me enseñaron casi nada sobre Dios y sus propósitos.

Sin embargo, tenía el deseo de ser monja e ir al cielo. Pero nunca llegué a ser monja porque, cuando terminé la escuela, tuve que regresar a casa para cuidar de mi padre antes de su muerte. Al morir él, mis hermanos tuvieron que asumir la responsabilidad de velar por mi bienestar, según se acostumbraba en aquellos días en El Líbano. Creyeron que lo mejor sería que me casara, así que eligieron un esposo para mí. No tuve otra alternativa. Así que me casé en 1909, cuando solo tenía 17 años de edad.

Viaje a los Estados Unidos

En 1910 mi esposo y yo salimos de El Líbano rumbo a los Estados Unidos. Con el tiempo fijamos nuestra residencia en una granja de arroz de Texas. Y con el transcurso de los años tuvimos nueve hijos.

Pero mi matrimonio no marchaba bien. De hecho, mi esposo me abandonó en 1935, cuando nuestro noveno hijo tenía tres años de edad. Aunque mi hija mayor y mi hijo mayor ya se habían casado, sus problemas todavía eran de mi incumbencia. Y ahora tenía que cuidar sola de mis otros siete hijos.

El año siguiente vendimos todo lo que pudimos, excepto parte del terreno, y alquilamos una casa. Varios de mis hijos comenzaron entonces a trabajar y aportaban dinero para los gastos de la familia. Aquello fue realmente de mucha ayuda para mí.

Ayuda procedente de Jehová

De quien recibí más ayuda, sin embargo, fue de Dios. Ya para 1917, mientras todavía vivía en la granja, había comenzado a familiarizarme con Jehová y sus propósitos y a acudir a Él por ayuda.

Desde que era pequeñita había sentido reverencia por Dios, y ahora quería saber más acerca de Él. Lo que impartió un sentido de urgencia a este deseo fue la Gran Guerra, como se le llamaba entonces, que estalló en 1914. Mi hermana, que vivía en Beirut, El Líbano, me escribió sobre las terribles condiciones que existían en aquella parte del mundo durante la guerra. Muchos de mis parientes murieron de hambre.

Mi hermana dijo que, tan solo para comer un poco de pan, se vio obligada a vender su casa y sus pertenencias, y, además, enfermó de gravedad. Me suplicó que le enviara dinero para comprar alimentos. Así que inmediatamente se lo envié.

Pero luego recibí una carta en la que se me notificaba que mi hermana había muerto el mismo día en que llegó el dinero. ¡Todavía conservo esa carta tan triste! Estas experiencias me ayudaron a ver directamente el cumplimiento de Mateo 24:7, por lo que se me hizo más fácil aceptar la verdad cuando me la presentaron.

Se siembran semillas de la verdad

En 1917 se comenzaron a sembrar en mi corazón las semillas de la verdad. En aquel año vino a mi puerta un ministro de tiempo completo de los testigos de Jehová. Me ofreció la suscripción a la revista La Atalaya en árabe. Leí de cabo a rabo el primer ejemplar. Desde entonces he leído todos y cada uno de los ejemplares de la revista junto con la Biblia, que ha sido la fuente de la fe y confianza que tengo en Jehová.

Con el tiempo aprendí a leer inglés lo suficientemente bien como para cambiar al inglés la suscripción. La razón principal que tuve para ello fue que quería que mis hijos también leyeran las revistas.

Mi esposo no se oponía a las cosas que yo estaba aprendiendo, pero tomaba a mal que yo leyera tanto. Por eso, cuando leía por las noches, después de haber finalizado los quehaceres domésticos y de que los niños se hubieran ido a dormir, cerraba con llave la puerta de la habitación donde leía y rellenaba las rendijas por donde pudiera colarse la luz. Así podía seguir leyendo.

¿Podría hacer aquel sacrificio?

Transcurrieron los años. Seguí leyendo y aprendiendo más acerca de Dios. Entonces, en 1935, después que mi esposo me había abandonado, fui invitada a asistir a un discurso que pronunciarían los testigos de Jehová en una escuela ubicada cerca de nuestra granja. La conferencia incluía información relacionada con la ocasión en que Abrahán ofreció como sacrificio a su hijo, Isaac.

Algo que siempre me había preocupado como luterana era por qué le había pedido Dios a Abrahán que sacrificara a su único hijo. Puesto que ahora era madre de nueve hijos, esto me preocupaba aún más. ¡Creía que jamás podría hacer aquello!

Sin embargo, después de oír la explicación de esto en la conferencia, entendí lo que realmente significaba tener verdadera fe y cómo ésta permitió a Abrahán cumplir con aquel mandato. Él estaba seguro de que el Dios que resucita a los muertos podía resucitar también a su hijo (Hebreos 11:17-19).

Me di cuenta de que ésta era la clase de fe que necesitaría para enfrentarme a los problemas que se me presentaran en el futuro. Pero ¿cuál sería la mejor manera de criar a mis hijos y darles la clase de fe que tenía Abrahán? Le oraba constantemente a Dios que yo pudiera hacerlo.

Aprendiendo más verdades

En 1936, solo unas cuantas semanas antes de que nos mudáramos a la ciudad, los testigos de Jehová me visitaron y tocaron la grabación de un discurso de J. F. Rutherford, presidente de la Sociedad Watchtower. Éste trataba sobre la importancia de adquirir conocimiento exacto. Señalaba que el conocimiento exacto era vital, puesto que Jesús dijo que el conocimiento de Dios y Cristo llevaría a vida eterna (Juan 17:3).

Además, los Testigos me invitaron a asistir a sus reuniones. De modo que después de mudarme a la ciudad, una de mis hijas y yo investigamos dónde celebraban ellos sus reuniones, y asistimos a ellas.

Nuestra primera reunión fue tan deleitable que, al concluir, le pregunté a los Testigos si celebraban una escuela dominical a la que mis hijos pudieran asistir. Quería que mis hijos aprendieran las cosas maravillosas que yo estaba aprendiendo.

Por supuesto, los Testigos me dijeron que no tenían escuelas dominicales, pero que, en lugar de eso, vendrían a mi hogar cada semana y nos enseñarían lo que dice la Biblia. Les pregunté: “¿Cuánto cobran?”. Y ellos contestaron: “Nada. Es gratis”. ¡Imagínese mi asombro!

Antes que los Testigos vinieran a darnos el primer estudio, oré a Jehová. Le pedí fervientemente que me ayudara a criar a mis hijos, y que ellos se animaran a estudiar con nosotras la Biblia. Para mi deleite, todos se unieron al estudio, incluso mi hija mayor y sus hijos.

Semana tras semana nos emocionaba aprender las nuevas verdades acerca del Reino de Dios y su gobernación sobre la venidera Tierra paradisíaca. Aprendimos, también, la importancia del nombre de Dios, Jehová (Salmo 83:18). Eso era algo que nunca había oído en la escuela luterana a la que asistí en El Líbano.

Sostenida por “el poder que es más allá de lo normal”


También aprendí que Jehová es un Dios que sostiene a sus siervos cuando ellos confían en él. Cuando comprendí plenamente el significado de esa verdad, puedo decir sinceramente que ya no me preocupaba cómo irían a resultar las cosas. Puse toda mi confianza en Jehová, mientras hacía mi parte por supuesto, segura de que él me suministraría “el poder que es más allá de lo normal”.

Con el tiempo esta confianza dio fruto. Fui bautizada en 1937, después de haber estado estudiando la Biblia por un año. Más tarde mis siete hijas también fueron bautizadas. ¡Qué agradecida le estoy a Jehová por esa bendición!

Luego fui sometida a una prueba severa. Fue necesario que me apoyara plenamente en Jehová en busca de fortaleza. La prueba tuvo que ver con mi hijo menor. Aunque él estuvo estudiando la Biblia por un tiempo, nunca se puso definitivamente a favor de la verdad. No obstante, sí la respetaba y nos apoyaba mientras nos esforzábamos por ponerla en práctica. Pero entonces enfermó, y murió en 1968.

La muerte de mi hijo fue la aflicción más tremenda de mi vida. Lo quería muchísimo, como quiero a todos mis hijos. Puedo decir verdaderamente que, de no haber sido porque Jehová me ayudó, no hubiera podido tolerar esa aflicción. El darme cuenta de que volvería a verlo en la resurrección terrestre me suministró mucho consuelo.

Comparto la verdad

Nunca antes había tenido mayor libertad y tranquilidad de ánimo que desde que conocí la verdad. Y también me di cuenta de que ya no quería ser monja ni ir al cielo, sino que quería vivir en el Paraíso terrestre bajo la gobernación del Reino de Dios. ¡Esto era una esperanza tan grandiosa que tenía el deseo sincero de compartirla con otras personas! Y lo he hecho a través de los años, y he tenido muchas experiencias maravillosas.

A pesar de la edad todavía deseo participar en la obra de compartir con otras personas las buenas nuevas del Reino. Es cierto que ya no puedo salir tanto como antes, pero mis hijas me ayudan mucho al respecto. Me llevan en automóvil hasta el territorio, donde toco a una puerta y comparto con el amo de casa el mensaje del Reino; luego me tienen que llevar de vuelta al automóvil, para que descanse un rato y las espere mientras ellas siguen participando en la obra de predicar.

De hecho, cada semana una de mis hijas y yo conducimos con cuatro señoras de edad avanzada un estudio de la Biblia. Esto me ayuda a mantener frescas en la memoria las maravillosas verdades acerca de Jehová y sus propósitos.

Yo he servido a Jehová como sierva bautizada. ¿Me he cansado porque aún no está aquí el Nuevo Mundo? Bueno, sí me canso físicamente. Pero ¡qué gozo ha sido el haber podido ver durante todos estos años el crecimiento de la organización visible de Jehová, de unas cuantas decenas de publicadores en 1937, cuando fui bautizada, a más de 2.400.000 en 1982!

Entre los alabadores de Jehová están siete de los ocho hijos que me quedan vivos y casi todos mis nietos y bisnietos. También tengo una hija, Rose Peloyan, que, junto a su esposo, ha servido de tiempo completo por más de 25 años en las oficinas centrales de la Sociedad Watchtower, en Brooklyn, Nueva York. Pues sí, ¡hasta tengo una nieta que, junto a su esposo, también sirve allí ahora!

A lo largo de todos estos años, no tengo la menor duda de que hubiera fracasado miserablemente si hubiera tratado de criar a mi familia en el servicio de Dios dependiendo sólo de mis propias fuerzas.

Pero Jehová ha prometido que no abandonará a sus siervos. En vez de eso, los ayuda a llevar a cabo Su voluntad al darles, por medio de su espíritu santo, “el poder que es más allá de lo normal”. He experimentado esa ayuda por muchas décadas. Y ahora espero con anhelo recobrar las fuerzas físicas en el Paraíso y servir a Jehová por toda la eternidad. (Salmo 94:17-19.)

Experiencia relatada en la revista "La Atalaya" del 15 de Julio de 1983. Lea otras experiencias en el "Anuario de los testigos de Jehová 2014"