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miércoles, 7 de agosto de 2013

¿Cómo puedo ser salvo?


JOHNNY tenía 10 años cuando un hombre lo detuvo en una feria y le preguntó: “Joven, ¿aceptas a Jesucristo como tu Señor y Salvador?”. Johnny se quedó un tanto extrañado, pues siempre había creído en Jesús; de forma que respondió: “Claro que sí”. El predicador entonces exclamó: “¡Alabado sea el Señor! ¡Se ha salvado otra alma para Cristo!”.

¿Será la salvación algo tan simple? Muchos desean recibir las bendiciones sin asumir la responsabilidad de seguir a Jesús y obedecerle. De hecho, el verbo “obedecer” llega a incomodarlos. No obstante, Jesús dijo: “Ven, sé mi seguidor”. (Lucas 18:18-23.) Además, la Biblia declara: “Los que no obedecen las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús [...] sufrirán el castigo judicial de destrucción eterna”. (2 Tesalonicenses 1:8, 9; Mateo 10:38; 16:24.)

¿Qué hará a fin de ser salvo?

CIERTO hombre preguntó a Jesús: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. ¿Qué respondió él? ¿Acaso le dijo: ‘Para ser salvo basta con que me aceptes como tu Señor y Salvador’? De ningún modo; más bien, contestó: “Esfuércense vigorosamente por entrar por la puerta angosta, porque muchos, les digo, tratarán de entrar, pero no podrán”. (Lucas 13:23, 24.)

Entonces, ¿qué significa seguir a Jesús, y cómo podemos hacerlo? Pues bien, ¿cómo se comportó él? ¿Fue inmoral, fornicador, borracho, mentiroso o fraudulento? ¡De ningún modo! ‘Pero ¿es que tengo que erradicar todo esto de mi vida?’, tal vez pregunte alguien. Para hallar la respuesta, examine Efesios 4:17 a 5:5. No dice que Dios nos acepta sin importar lo que hagamos. Por el contrario, nos manda ser diferentes de las naciones mundanas, que han “llegado a estar más allá de todo sentido moral”.

Asimismo nos dice: “Ustedes no aprendieron que el Cristo sea así [...;] deben desechar la vieja personalidad que se conforma a su manera de proceder anterior [...]. El que hurta, ya no hurte más [...]. Que la fornicación y la inmundicia de toda clase, o la avidez, ni siquiera se mencionen entre ustedes, tal como es propio de personas santas [...]. Porque saben esto, y ustedes mismos lo reconocen: que ningún fornicador, ni inmundo, ni persona dominada por la avidez —lo que significa ser idólatra— tiene herencia alguna en el reino del Cristo y de Dios”.

¿Seguimos a Jesús si ni siquiera tratamos de imitar su ejemplo? ¿No hemos de esforzarnos por vivir más cristianamente? Esta cuestión de capital importancia se la plantean muy raras veces los que suscriben la siguiente invitación de un folleto religioso: “Acude a Cristo ahora, tal como eres”.

Un discípulo de Jesús previno contra los hombres impíos que “[tornaban] la bondad inmerecida de nuestro Dios en una excusa para conducta relajada, y que [demostraban] ser falsos a nuestro único Dueño y Señor, Jesucristo”. (Judas 4.)

Por consiguiente, “aceptar a Cristo” abarca más que admitir las bendiciones que brinda el sublime sacrificio de Jesús. Exige obedecer. El apóstol Pedro señala que el juicio comienza “con la casa de Dios”, y luego agrega: “Ahora bien, si comienza primero con nosotros, ¿cuál será el fin de los que no son obedientes a las buenas nuevas de Dios?”. (1 Pedro 4:17.) No basta, pues, con oír y creer. La Biblia indica que debemos ser “hacedores de la palabra, y no solamente oidores, engañándo[nos] a [nosotros] mismos con razonamiento falso”. (Santiago 1:22.)

Mensajes directos de Jesús

En el libro bíblico de Revelación, o Apocalipsis, aparecen mensajes que Jesús transmitió mediante Juan a siete congregaciones cristianas primitivas. (Revelación 1:1, 4.) ¿Dijo Jesús que era suficiente que los fieles de aquellas congregaciones lo hubieran “aceptado”? De ningún modo. Alabó sus hechos, labor y aguante, y se refirió a su amor y fe, así como al ministerio que realizaban. Añadió, no obstante, que el Diablo los sometería a prueba y que serían recompensados “individualmente según sus hechos”. (Revelación 2:2, 10, 19, 23.)

“Si alguien quiere venir en pos de mí, repúdiese a sí mismo y tome su madero de tormento y sígame de continuo. Porque el que quiera salvar su alma, la perderá; pero el que pierda su alma por causa de mí, la hallará”. (Mateo 16:24, 25.)

¿Repudiarse a uno mismo? ¿Seguir a Jesús de continuo? Para ello hay que esforzarse, cambiar de modo de vida. Pero ¿indicó Jesús que algunos tendríamos incluso que ‘perder nuestra alma’, es decir, morir por él? Efectivamente, y para ello se requiere la fe que nace de aprender, mediante el estudio, las maravillas que encierra la Palabra de Dios. Así se demostró el día que Esteban murió lapidado por un grupo de fanáticos religiosos que “no [pudieron] mantenerse firmes contra la sabiduría y el espíritu con que él hablaba”. (Hechos 6:8-12; 7:57-60.) Igual fe han demostrado en nuestra época los cientos de testigos de Jehová que murieron en los campos nazis por no ir contra los dictados de su conciencia educada por la Biblia.

Celo cristiano

La salvación es una dádiva gratuita que Dios concede. No puede ganarse. Sin embargo, para alcanzarla hace falta esfuerzo. Si nos ofrecieran un regalo muy valioso y fuéramos tan ingratos que no nos lo lleváramos siquiera, el dador tal vez reaccionara ofreciéndoselo a otra persona. Pues bien, ¿cuánto valor tiene la sangre de Jesucristo? Cierto, es un don gratuito, pero debemos demostrar profunda gratitud por él.

Los verdaderos cristianos están en condición de salvos en el sentido de que gozan de la aprobación divina. Colectivamente tienen garantizada la salvación. Sin embargo, cada uno ha de cumplir con las normas de Dios. Por eso, pueden fallar, pues Jesús dijo: “Si alguien no permanece en unión conmigo, es echado fuera como un sarmiento, y se seca”. (Juan 15:6.)

Articulo de la revista La Atalaya 01 de Febrero de 1996. Publicada por los testigos de Jehová. Pueden descargarse mas articulos de la pagina oficial en formatos pdf para su lectura, asi como mp3 y aac en audio.