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martes, 31 de diciembre de 2013

Con la ayuda de Jehová, logramos sobrevivir bajo gobiernos totalitarios (Parte 2/2)

Continuación de la experiencia relatada por Henryk Dornik
En el campo de concentración

Fui transferido al campo de concentración de Gross Rosen, en la región de Silesia. Me asignaron un número de prisionero y me dieron un triángulo violeta que me identificaba como testigo de Jehová. Entonces, los guardias de las SS me hicieron una oferta inesperada: sacarme del campo e incluso hacerme oficial del ejército nazi. Pero había una condición. “Debes renunciar a esas ideas subversivas de los Estudiantes de la Biblia”, me dijeron.

Nadie más recibió semejante oferta. De hecho, solo a los testigos de Jehová se nos daba la oportunidad de salir. Pero, al igual que muchísimos otros, rechacé categóricamente tal “honor”, a lo que los guardias respondieron: “¿Ves esa chimenea? Es de un crematorio. Piénsalo bien, porque si no aceptas, es por ahí por donde saldrás del campo”. De nuevo me negué con firmeza a aceptar, y en ese preciso momento sentí cómo me invadía “la paz de Dios que supera a todo pensamiento” (Filipenses 4:6, 7).

Le pedí a Jehová que me dejara encontrar a los hermanos en el campo, y él respondió mi oración. Así fue que encontré a Gustaw Baumert, un hermano fiel que cuidó de mí con amor y ternura. Ciertamente, Jehová, “el Dios de todo consuelo”, resultó ser para mí un “Padre de tiernas misericordias” (2 Corintios 1:3).

A los pocos meses, el avance de las tropas rusas obligó a los nazis a evacuar el campo. Antes de partir, los hermanos decidimos —a riesgo de nuestras propias vidas— ir a las barracas de las mujeres para ver cómo se encontraban nuestras hermanas en la fe. Eran unas veinte, y entre ellas estaban Elsa Abt y Gertrud Ott. En cuanto nos vieron, corrieron hacia nosotros e intercambiamos palabras de ánimo, tras lo cual se pusieron a cantar aquel cántico del Reino que decía: “Los que son fieles, los que son leales, no dan lugar al temor”. Ninguno de nosotros pudo contener las lágrimas.

Se nos envía a otro campo de concentración
Los nazis nos metieron en vagones de carbón. En cada vagón viajábamos entre cien y ciento cincuenta prisioneros; íbamos apretujados, sin agua ni comida. Tuvimos que soportar un frío cortante y lluvias heladas; además, la sed y la fiebre nos atormentaron todo el viaje. Las piernas y las articulaciones se me hincharon tanto que no podía mantenerme de pie.

Conforme los prisioneros exhaustos y enfermos morían, los vagones se fueron vaciando. Aquellos diez días de pesadilla redujeron la cantidad de prisioneros a un puñado, pero, por sorprendente que parezca, ninguno de los hermanos murió. Finalmente, llegamos al campo penitenciario de Mittelbau-Dora, en Nordhausen, cerca de la ciudad de Weimar, en Turingia.

Apenas empezaba a reponerme del viaje cuando se desató una epidemia de disentería en el campo y me contagié, igual que otros hermanos. Se nos recomendó que dejáramos de tomar las sopas que nos servían y que solo comiéramos pan tostado por un tiempo. Hacer eso me ayudó a recuperarme.

En marzo de 1945 nos enteramos de que el texto de ese año era Mateo 28:19: “Id, pues, y haced discípulos entre todas las naciones” (Versión Moderna). Hasta ese momento habíamos creído que la segunda guerra mundial llevaría al Armagedón, pero este texto nos hizo pensar que pronto saldríamos de los campos para seguir predicando las buenas nuevas. ¡Cuánta alegría y esperanza sentimos! Jehová ciertamente nos fortaleció para soportar aquellos tiempos tan difíciles.

Salimos de los campos de concentración
El 1 de abril de 1945, las fuerzas aliadas bombardearon los barracones de las SS, así como nuestro campo, que estaba al lado. Hubo muchos muertos y heridos. Al día siguiente sufrimos otro bombardeo, pero esta vez más intenso. Durante ese ataque, una poderosa explosión me arrojó por los aires.
Al ver que yo había quedado sepultado bajo los escombros, el hermano Fritz Ulrich vino en mi auxilio y empezó a escarbar, esperando hallarme con vida. Finalmente me encontró inconsciente y me sacó de allí. Cuando recobré el conocimiento, me di cuenta de que tenía graves heridas en el rostro y el cuerpo.

La explosión me había dañado los tímpanos, por lo que tampoco podía oír. Tardé muchos años en curarme por completo de los oídos.

De los miles de prisioneros que había en el campo, solo unos cuantos sobrevivimos al bombardeo. Por desgracia, también murieron algunos de nuestros hermanos, como Gustaw Baumert, al que todos queríamos tanto. A mí se me infectaron las heridas, lo que me produjo una fiebre altísima.

Para colmo, los cadáveres en plena descomposición provocaron una epidemia de tifus y me contagié. Afortunadamente, las tropas aliadas no tardaron en encontrarnos y liberarnos.

A los enfermos nos llevaron a un hospital, pero a pesar de los esfuerzos de los médicos, solo tres logramos sobrevivir. Me sentí muy agradecido a Jehová por haberme ayudado a permanecer fiel durante ese período tan difícil y por haberme rescatado de la “sombra profunda” de la muerte (Salmo 23:4).

¡Por fin regreso a casa!

Tras la rendición alemana, quise regresar a casa cuanto antes, pero me resultó más complicado de lo que creía. Un grupo de antiguos prisioneros del campo que pertenecían a Acción Católica me reconocieron y se me echaron encima mientras gritaban: “¡Matémoslo!”.

Sin embargo, pude salvar la vida gracias a un hombre que pasaba por allí y que acudió en mi ayuda. Tardé mucho en restablecerme de ese salvaje ataque, ya que estaba herido y el tifus me había dejado muy debilitado. Con todo, logré volver a casa. Mi familia no cabía en sí de alegría al verme, pues creían que había muerto. ¡Qué feliz me hizo poder reunirme con ellos!

Pronto estábamos predicando de nuevo, y muchas personas sinceras que buscaban la verdad respondieron a nuestro mensaje.
Recibí la tarea de suministrar publicaciones bíblicas a las congregaciones.

Un grupo de hermanos y yo tuvimos el privilegio de reunirnos en Weimar con representantes de la sucursal de Alemania, tras lo cual trajimos a Polonia los primeros números de La Atalaya que aparecieron en la posguerra.

De inmediato se inició la traducción, se prepararon los clichés de mimeógrafo y se imprimieron los primeros ejemplares. Cuando nuestra oficina de Łódź asumió la supervisión de la predicación en Polonia, las congregaciones comenzaron a recibir las publicaciones de manera regular.

Yo empecé a servir de precursor especial, o evangelizador de tiempo completo, y recorrí el vasto territorio de Silesia, gran parte del cual había pasado a manos de Polonia.

Sin embargo, en poco tiempo nos convertimos de nuevo en objeto de persecución, esta vez por parte del recién formado gobierno comunista de Polonia. En 1948 me sentenciaron a dos años de cárcel debido a mi postura neutral. Allí tuve la oportunidad de ayudar a muchos prisioneros a conocer mejor a Dios. Uno de ellos se puso de parte de la verdad, se dedicó a Jehová y se bautizó.

En 1952 me mandaron de nuevo a prisión, pero esta vez acusado falsamente de ser espía de Estados Unidos. Mientras esperaba a ser juzgado, me mantuvieron aislado y me interrogaron día y noche. Pero Jehová volvió a librarme de mis perseguidores, y esa fue la última ocasión en que sufrí tales maltratos.

¿Qué me ayudó a aguantar?


Al mirar atrás a todos esos años de pruebas y sufrimientos, veo con claridad de dónde saqué las fuerzas para aguantar. Antes que nada, están Jehová y su Palabra, la Biblia. Las súplicas fervientes al “Dios de todo consuelo” y el estudio diario de su Palabra nos ayudaron a mí y a otros hermanos a mantener viva nuestra espiritualidad.

Mi esposa, Maria, también resultó ser una bendición de Jehová. Nos casamos en octubre de 1950 y tuvimos una hija, Halina, a quien enseñamos a amar a Jehová. Maria y yo estuvimos casados durante treinta y cinco años, hasta que ella murió tras una larga y penosa enfermedad.

Su muerte me llenó de tristeza y dolor. Pero si bien es cierto que por un tiempo me sentí ‘derribado’, no fui ‘destruido’ (2 Corintios 4:9). Durante ese difícil trance recibí el apoyo y la compañía de mi querida hija, de su esposo y de mis nietos. Todos ellos sirven fielmente a Jehová.

Desde 1990 he estado sirviendo en la sucursal de Polonia. Me siento dichoso de poder disfrutar a diario de la compañía de esta maravillosa familia Betel. Mi salud se ha deteriorado con los años y en ocasiones me hace sentir como un águila cansada que tiene que dejarse llevar por el viento.

No obstante, sigo “cantando a Jehová, porque me ha tratado recompensadoramente” hasta el día de hoy (Salmo 13:6). Tengo buenas razones para mirar al futuro con confianza, y espero con anhelo el día en que Jehová deshaga todo el daño que ha causado el opresivo dominio del Diablo.


Relato aparecido en la revista "La Atalaya" con fecha 01 de Septiembre del 2007. Puede descargar y leer mas experiencias fortalecedoras en el "Anuario de los Testigos de Jehová 2013"
El Cántico del que se habla, era el número 101 del cancionero Songs of Praise to Jehovah (Cánticos de alabanza a Jehová), publicado en 1928 por los testigos de Jehová.

Something About You (Level 42)


Now, how can it be

That a love carved out of caring
Fashioned by fate could suffer so hard
From the games played once too often
But making mistakes is a part of life's imperfection
Born of the years
Is it so wrong to be human after all?

Drawn into the stream of undefined illusion
Those diamond dreams, they can't disguise the truth

That there is something about you, baby, so right
I wouldn't be without you, baby, tonight

If ever our love was concealed
No-one can say that we didn't feel
A million things and a perfect dream of life
Gone, fragile but free
We remain tender together
If not so in love
And it's not so wrong; we're only human after all

These changing years, they add to your confusion
Oh and you need to hear the time that told the truth

You know, there's something about you, baby, so right
I wouldn't be without you, baby, tonight
Because there's something about you, baby, so right
I couldn't live without you, baby, tonight

Something about you, the way you are, so right
I wouldn't be without you here tonight
There's something about you, the way you are so right
I couldn't live without you here tonight



Hay algo en ti

Ahora, ¿cómo pudo suceder?

Que un amor formado con cuidado
Forjado por el destino pudiera sufrir tanto
Pues con tanta frecuencia
Cometer errores es una parte de la vida imperfecta
Con los años
¿Es tan malo ser humano después de todo?

Dibujados en la corriente de los sueños interminables

Esos sueños cristalinos, no pueden ocultar la verdad

Que hay algo en ti, nena, es cierto
Yo soy nada sin ti, nena, en esta noche

Si alguna vez nuestro amor estaba ocultó
Nadie puede decir que no lo sentimos
Millones de cosas y sueños perfectos de vida
Se fueron, frágiles pero libres
Seguimos sintiendo ternura tu y yo
Si no es así el amor
No es nada malo, sólo somos humanos, después de todo

En estos años hemos cambiado, con algo mas de confusión

Ah, y lo que necesitamos saber es que decimos la verdad

Sabes, hay algo en ti, nena, es cierto
Yo soy nada sin ti, nena, esta noche
Porque hay algo en ti, nena, es verdad
No podría vivir sin ti, nena, esta noche

Hay algo en ti, en tu forma de ser, es cierto
Yo no estaría aquí buscándote esta noche
Porque hay algo en ti, en como eres, es verdad
Que no podría vivir sin ti esta noche