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jueves, 28 de agosto de 2014

¿Tiene usted una mente inquisitiva?

LA CURIOSIDAD es el “deseo de saber”. Una curiosidad intensa hace que uno anhele aprender, adquirir información sobre las cosas. Jehová implantó este anhelo en nosotros, y casi desde el momento en que nacemos sentimos el impulso de explorar el mundo que nos rodea. Nuestra existencia misma es un proceso de aprendizaje interminable. Si hemos de alcanzar la madurez y ser adultos bien adaptados, necesitamos satisfacer nuestra curiosidad, nuestro deseo de adquirir entendimiento.

Esto es especialmente cierto a nivel espiritual. Nuestras perspectivas de vida eterna dependen de lo que aprendamos acerca de Jehová Dios. (Juan 17:3.) La Biblia nos dice que él desea que inquiramos acerca de él, que ‘busquemos a tientas y verdaderamente lo hallemos’. (Hechos 17:23, 24, 27.) Si reprimimos nuestra curiosidad o no dejamos que se desarrolle, nuestro progreso será muy lento. De hecho, una falta de interés en los asuntos espirituales puede traernos la muerte. (Salmo 119:33, 34; Oseas 4:6.)

Por consiguiente, desde tiempos antiguos al pueblo de Jehová siempre se le enfatizó la necesidad de recibir instrucción y conocimiento con el fin de satisfacer el deseo correcto de aprender. (Deuteronomio 6:6, 7; 31:12; 2 Crónicas 17:9.) Jesús, el Mesías, fue el maestro más grande que ha habido en la Tierra. (Mateo 9:35.) Sus discípulos siguieron su ejemplo.

Aun encarándose a la oposición, ‘continuaron sin cesar enseñando y declarando las buenas nuevas’. (Hechos 5:42.) Su enseñar estimuló interés en las mentes inquisitivas. Muchas personas fueron como los habitantes de Berea, que respondieron ‘con suma prontitud de ánimo, y examinaron con cuidado las Escrituras diariamente en cuanto a si estas cosas eran así’. (Hechos 17:11.)

De manera similar, muchas actividades de la congregación cristiana de tiempos modernos se centran en enseñar. Así, la congregación cumple con uno de los propósitos principales de su existencia, a saber, la promoción y satisfacción del deseo de aprender tocante a Jehová y sus propósitos. Esta clase de curiosidad es sana y provechosa.

Los límites apropiados de la curiosidad
No obstante, algunas veces a los niños hay que protegerlos contra su propia curiosidad. Cuando un infante trata de tocar algo caliente o, por curiosidad, se lleva algún objeto de cristal a la boca para ver a qué sabe, puede hacerse daño. En estos casos no entorpecemos su crecimiento cuando impedimos que satisfaga su curiosidad.

Para cuando los hijos tienen más edad, de nuevo su curiosidad puede meterlos en aprietos. Un joven adolescente puede sentir mucha curiosidad por el contenido de una revista pornográfica. O puede ser que una joven adolescente, por curiosidad, experimente con el uso del tabaco u otras drogas. Puede suceder que un grupo de jóvenes se junte para tomar cerveza en demasía y emborracharse, ¡solo para ver qué se siente! De nuevo, no estamos restringiendo el desarrollo natural del adolescente cuando desanimamos esta clase de curiosidad.

¿Existen áreas en las que la curiosidad de un cristiano maduro pudiera meterlo en problemas? Sí; de seguro. Pablo le aconsejó a Timoteo que se cuidara de las personas que se aprovechan de la curiosidad del cristiano en un esfuerzo por subvertir su fe. “Oh Timoteo —dijo Pablo—, guarda lo que ha sido depositado a tu cuidado, apartándote de las vanas palabrerías que violan lo que es santo, y de las contradicciones del falsamente llamado ‘conocimiento’. Por ostentar tal conocimiento algunos se han desviado de la fe.” (1 Timoteo 6:20, 21.)

En su segunda carta a Timoteo, Pablo añadió esta advertencia: “Estos mismos se han desviado de la verdad, diciendo que la resurrección ya ha sucedido; y están subvirtiendo la fe de algunos”. (2 Timoteo 2:18.) ¿Puede usted imaginarse la curiosidad que despertarían expresiones como aquella? Personas incautas quizás se preguntaron: ‘¿Qué querrán decir estos hombres? ¿Cómo pueden decir que la resurrección ha acontecido?’. Intrigados, quizás les escucharon. ¿Con qué resultado? La fe de algunos fue subvertida. El escuchar habla de aquella clase por curiosidad era peligroso, tal como lo es experimentar con drogas o con la pornografía.

¿Significa esto que los cristianos son de mentalidad estrecha, que no están dispuestos a escuchar las opiniones de otras personas? No, ese no es el punto. Más bien, a los cristianos se les aconseja que eviten exponer la mente a cosas que más adelante pueden causarles daño. ¡Solo imagínese lo diferente que hubiera sido la historia si Eva hubiera rehusado complacer su curiosidad como lo hizo al escuchar las palabras engañosas de Satanás el Diablo! (Génesis 3:1-6.)

El apóstol Pablo previno a los ancianos de Éfeso acerca de los “lobos” que, manifestando el mismo espíritu de Satanás respecto a Eva, ‘hablarían cosas aviesas para arrastrar a los discípulos tras de sí’. (Hechos 20:29, 30.) Estos usan “palabras fingidas” con el propósito de ‘explotarnos’. Estas palabras comunican ideas que son venenosas para la espiritualidad del cristiano. (2 Pedro 2:3.)

Si usted supiera que cierta bebida era venenosa, ¿la bebería por curiosidad para probar a qué sabe, o para ver si su cuerpo sería lo suficientemente fuerte para resistir el veneno? ¡Por supuesto que no! De igual modo, ¿es sensato exponer su mente a palabras que tienen el propósito de engañarlo y alejarlo de la verdad? ¡Difícilmente!

Cuídese de las filosofías mundanas
La curiosidad también puede hacernos daño si nos conduce a investigar las filosofías mundanas. La filosofía se define como “los esfuerzos humanos por comprender e interpretar por el razonamiento y la especulación la entera experiencia humana, las causas y principios fundamentales de la realidad”.

Sin embargo, en el fondo las personas que proponen filosofías humanas terminan pareciéndose a los que “siempre están aprendiendo y, sin embargo, nunca pueden llegar a un conocimiento exacto de la verdad”. (2 Timoteo 3:7.) Su fracaso se debe a una falla fundamental: Cifran su confianza en la sabiduría humana más bien que en la sabiduría que viene de Dios.

Esta falla la expuso con franqueza el apóstol Pablo. Él habló a los corintios acerca de “la sabiduría de este mundo”, la cual es “necedad para con Dios”. (1 Corintios 3:19.) También previno a los romanos en contra de los que eran “casquivanos en sus razonamientos”. (Romanos 1:21, 22.)

Jehová es la fuente de todo lo que tenemos. Con toda razón recurrimos a él para obtener “conocimiento exacto y pleno discernimiento” y para que nos revele “las cosas profundas de Dios”. (Filipenses 1:9; 1 Corintios 2:10.) La fuente principal de la sabiduría que viene de Dios es su Palabra, la Biblia.

Puesto que las filosofías humanas hacen caso omiso de la Palabra de Dios, nunca deberíamos subestimar el peligro que presentan. El pensar filosófico moderno ha seducido a muchos maestros de la cristiandad y los ha llevado a aceptar la doctrina de la evolución. Hasta dejan de creer que la Biblia es inspirada —al aceptar los estudios críticos contra ella— en un esfuerzo por obtener respetabilidad intelectual.

Las filosofías políticas y sociales que hacen hincapié en la libertad personal han producido una epidemia de abortos, inmoralidad sexual, abuso de drogas y otras prácticas destructivas. Hoy el pensar materialista conduce a la mayoría de la gente a medir la felicidad y la prosperidad en la vida por las posesiones materiales.
Todas estas filosofías representan esfuerzos por resolver los problemas o buscar la felicidad mediante el razonamiento humano sin la ayuda de Dios.

Todas pasan por alto la verdad básica que Jeremías reconoció: “Bien sé yo, oh Jehová, que al hombre terrestre no le pertenece su camino. No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso”. (Jeremías 10:23.) Nuestra felicidad y nuestra salvación dependen de nuestra obediencia a Jehová y de que confiemos en él.

Por lo tanto, es el proceder sensato resistir la tentación de dar rienda suelta a nuestra curiosidad y exponer nuestra mente a las ideas humanas que pueden corromper nuestro pensar y con el tiempo dejarnos confusos y perdidos entre los que no tienen esperanza.

La curiosidad tocante al fin que se aproxima
Desde que Jehová reveló en Edén que tenía el propósito de eliminar los efectos malignos de la rebelión de Satanás, Sus siervos fieles siempre han tenido viva curiosidad por saber cómo se desenvolvería el propósito divino. Pues, ¡hasta los ángeles han tenido curiosidad en cuanto a esto! (1 Pedro 1:12.)

En los días de Jesús, muchas personas estuvieron intensamente interesadas en saber con exactitud cuándo vendría el Reino. Sin embargo, varias veces Jesús les dijo que no era la voluntad de Jehová que ellos lo supieran. (Mateo 25:13; Marcos 13:32; Hechos 1:6, 7.) Todo intento de fijar una fecha exacta sería inútil. En vez de eso, él les dio la sabia exhortación de que prestaran atención a sus responsabilidades cristianas y mantuvieran día tras día un sentido de urgencia. (Lucas 21:34-36.)

En la actualidad, los acontecimientos mundiales proporcionan evidencia contundente de que el fin está cerca, y abunda la curiosidad por saber la fecha en que ocurrirá. Probablemente ciertos desenvolvimientos convencieron a algunos de que habían descubierto el día y la hora. Cuando sus esperanzas no se materializaron, se sintieron muy angustiados, quizás hasta el punto de desistir de servir a Dios. Es mucho mejor dejar este asunto en las manos de Jehová, confiando en que él traerá el fin al tiempo debido. Se nos ha provisto todo lo que necesitamos para estar listos.

Se necesita equilibrio
Así, pues, al igual que muchas otras cosas de la vida, nuestra curiosidad puede ser una bendición o una maldición. Dirigida debidamente, puede revelar inestimables gemas de conocimiento que traen gozo y consuelo. Una curiosidad sana por aprender acerca del Creador, su voluntad y sus propósitos puede ser profundamente satisfaciente y provechosa.

Una curiosidad desenfrenada y mórbida puede atraernos hacia un pantano de especulación y teorías humanas donde la fe genuina y la devoción piadosa no pueden sobrevivir. Por lo tanto, cuando nuestra curiosidad amenaza con conducirnos a algún proceder o pensamiento de cuestionable provecho, ‘guardémonos para que no vayamos a ser llevados [...] y caigamos de nuestra propia constancia’. (2 Pedro 3:17.)

Artículo publicado en la revista "La Atalaya" del 15 de Febrero de 1987. Lea el folleto: "Escuche a Dios y vivirá para siempre". Ambos distribuidos por los testigos de Jehová.