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jueves, 18 de abril de 2013

Soy sobreviviente de la “Marcha de la muerte” Como lo relató Louís Piéchota (Segunda Parte)

Soy sobreviviente de la “Marcha de la muerte” (2a Parte)
Como lo relató Louís Piéchota

LA “MARCHA DE LA MUERTE”

Para abril de 1945 los Aliados occidentales estaban avanzando apresuradamente a la zona de Berlín desde el oeste y los rusos adelantaban desde el este. Los líderes nazis consideraron varios modos de acabar con los prisioneros que estaban en los campos de concentración. Pero resultaba muy difícil para estos hombres perversos matar a centenares de miles de personas y disponer de sus cadáveres dentro de unos cuantos días sin dejar rastro alguno de tan horrendo crimen. Por lo tanto decidieron matar a los enfermos y hacer que los demás marcharan al puerto más cercano, donde se les pondría en embarcaciones que serían hundidas en el mar de modo que los prisioneros bajaran a una sepultura acuosa.

Desde Sachsenhausen nos tocaba marchar unos 250 kilómetros a Lübeck. Se había fijado el partir del campo para la noche del 20-21 de abril de 1945. Primeramente se reuniría a los prisioneros según su nacionalidad. Por lo tanto, ¡qué agradecidos estuvimos para con Jehová cuando se ordenó que todos los prisioneros que eran Testigos se reunieran en la sastrería! Habíamos 230, y éramos de seis diferentes países. Puesto que a todos los que estaban en el dispensario se les había de dar muerte antes de la evacuación, algunos hermanos arriesgaron la vida para rescatar a los Testigos enfermos que estaban allí y llevarlos a la sastrería.

Una confusión indescriptible reinó entre los demás prisioneros. Hubo mucho robo. Nosotros, en cambio, celebramos una “asamblea,” y nos fortalecimos unos a otros espiritualmente. Sin embargo, pronto llegó nuestro turno de comenzar la larga marcha, que supuestamente nos llevaría a un campo, pero que en realidad era para conducirnos a una muerte en agua. Las varias nacionalidades partieron en grupos de 600 prisioneros —primero los checoslovacos, luego los polacos, y así por el estilo— un total de más o menos 26.000 prisioneros. El grupo de los testigos de Jehová fue el último en partir. La SS nos hizo arrastrar una carreta. Luego supe que ésta contenía parte del botín que la SS había pillado de entre los prisioneros. Los guardias sabían que los testigos de Jehová no se llevarían nada de ello.

Aquella carreta resultó ser una bendición, pues los enfermos y los de edad avanzada podían sentarse sobre ella y descansar por algún tiempo durante la marcha. Cuando uno recobraba las fuerzas, se bajaba y echaba a caminar, y otro Testigo, que se sentía demasiado débil para continuar caminando, tomaba su lugar, y así se hizo durante las dos semanas que duró la “marcha de la muerte.”

En todo sentido era una “marcha de la muerte,” no solo porque íbamos hacia una sepultura acuosa, sino también porque la muerte nos asechaba durante todo el trayecto. A cualquiera que se quedaba atrás la SS despiadadamente le disparaba y mataba. Unos 10.700 prisioneros perderían la vida de esta manera antes de que la marcha terminara. Sin embargo, gracias al amor cristiano y la solidaridad, ni un solo Testigo quedó atrás para ser muerto por la SS.

Los primeros 50 kilómetros fueron una pesadilla. Los rusos estaban tan cerca que podíamos oír el disparo de los rifles. Los capataces de la SS que nos dirigían en la marcha temían caer en manos de los soviéticos. Por eso el primer trecho, de Sachsenhausen a Neuruppin, resultó ser una marcha forzada que duró 36 horas.

Yo había empezado llevando conmigo unas cuantas pertenencias menudas. Pero a medida que me fui cansando fui deshaciéndome de una cosa tras otra hasta que no me quedó nada más que una frazada en la cual me envolvía de noche. La mayoría de las noches dormimos a la intemperie, resguardados de la tierra húmeda solamente por ramitas y hojas. Sin embargo, una noche pude dormir en un establo. ¡Imagínese mi sorpresa cuando encontré un libro Vindicación (una publicación de la Sociedad Watch Tower) oculto entre la paja! La mañana siguiente los que nos alojaron nos dieron algo de comer. Pero aquello fue excepcional. Después de eso, por días enteros no tuvimos nada de comer ni de beber, excepto unas cuantas plantas que pudimos obtener para preparar té por la noche, cuando nos deteníamos para dormir. Recuerdo haber visto a unos cuantos prisioneros que no eran Testigos precipitarse hacia el cadáver de un caballo que estaba cerca del camino y devorar su carne a pesar de los golpes que los guardias de la SS les daban con la culata de sus rifles.

Durante todo este tiempo los rusos estaban avanzando por un lado y los americanos por el otro. Para el 25 de abril había tanta confusión que los guardias de la SS que nos vigilaban ya no sabían dónde estaban las tropas soviéticas ni las de los Estados Unidos. Por lo tanto, mandaron a toda la columna de prisioneros que acampara por cuatro días en una región arbolada. Mientras estuvimos allí, comimos ortigas, raíces y corteza de árboles. Esta demora resultó ser providencial, pues si nos hubieran hecho seguir marchando habríamos llegado a Lübeck antes de que se deshiciera el ejército alemán y habríamos terminado por estar en el fondo de la bahía de Lübeck.

LA ÚLTIMA NOCHE

El 29 de abril la SS decidió continuar la marcha de los prisioneros a Lübeck. Esperaban hacernos llegar allí antes de que las fuerzas rusas y americanas se juntaran. La marcha continuó por varios días, y para ese tiempo nos estábamos acercando a Schwerin, una ciudad situada a unos 50 kilómetros de Lübeck. Una vez más, la SS nos mandó ocultarnos en el bosque. Esta resultó ser nuestra última noche de cautiverio. ¡Pero qué noche!
Los rusos y los norteamericanos se estaban acercando a lo que quedaba de las fuerzas alemanas; los proyectiles de mortero venían de ambas direcciones y pasaban silbando por encima de nuestras cabezas. Un oficial de la SS nos aconsejó que siguiéramos caminando sin guardia a las líneas americanas, que quedaban a unos 6 kilómetros de distancia. Pero nosotros tuvimos nuestras sospechas y, después de orar a Jehová Dios para que él nos guiara, decidimos pasar la noche en el bosque. Luego supimos que los prisioneros que habían aceptado la propuesta de este oficial y habían tratado de pasar hacia las líneas americanas habían sido muertos a tiros por la SS. Unos 1.000 de los prisioneros murieron aquella noche. ¡Cuánto agradecimos la protección de Jehová!

Sin embargo, aquella última noche que pasamos en el bosque de Crivitz estuvo muy lejos de ser pacífica. A medida que se iba acercando la batalla, los guardias de la SS cayeron presa del pánico. Algunos huyeron secretamente durante la noche, mientras que otros ocultaron sus armas y uniformes y se pusieron la ropa de rayas que habían quitado a prisioneros muertos. Algunos prisioneros que reconocieron a los guardias y hallaron las armas que éstos habían dejado dispararon contra ellos. ¡La confusión fue indescriptible! Había hombres corriendo de aquí para allá y las balas y proyectiles pasaban volando por todas partes. Pero nosotros los Testigos nos mantuvimos juntos y, bajo la mano protectora de Jehová, sobrevivimos a la tormenta hasta la mañana siguiente. Expresamos nuestra gratitud a Jehová en una Resolución que adoptamos el 3 de mayo de 1945. Habíamos marchado unos 200 kilómetros en 12 días. De los 26.000 prisioneros que habían emprendido aquella “marcha de la muerte” desde el campo de concentración de Sachsenhausen, poco más de 15.000 sobrevivieron. Sin embargo, los 230 Testigos que habíamos salido del campo pasamos por aquella severa prueba con vida. ¡Qué liberación maravillosa!

MARCHANDO ADELANTE

El 5 de mayo de 1945 me puse en comunicación con las fuerzas americanas, y el 21 de mayo me hallé de regreso en mi hogar en Harnes, en el norte de Francia. Había sobrevivido la “marcha de la muerte,” y ciertamente compartía los sentimientos que David expresó en el Salmo 23:4: “Aunque ande en el valle de sombra profunda, no temo nada malo, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado son las cosas que me consuelan.” La “marcha de la muerte” desde Sachsenhausen resultó ser solamente un trecho en el viaje a través de este presente sistema de cosas hacia la meta de la vida. Me ha proporcionado mucho gozo el compartir las “buenas nuevas” con otras personas desde entonces. Pido en oración que de la misma manera que Jehová me permitió sobrevivir aquella terrible marcha, también permita que, junto con mi esposa y nuestros tres hijos, yo siga caminando en el camino estrecho que conduce a la vida, evitando trampas a la derecha y a la izquierda.—Mat. 7:13, 14; Isa. 30:20, 21.

Articulo publicado en la revista "La Atalaya" con fecha del 01 de Enero de 1981

1 comentario:

Unknown dijo...

Excelente experiencia. Que motivador es saber que existe un Dios que se preocupa por sus leales