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lunes, 19 de agosto de 2013

Los celos casi arruinan mi vida (Experiencia tomada de la revista ¡Despertad!)

Los celos empezaron a afectarme seriamente cuando me casé con mi segundo esposo, Mark. Debíamos atender a varios hijastros y tratar con nuestros ex cónyuges. A veces la situación se volvía insoportable. Cada vez que surgía un conflicto de familia, me parecía que Mark no me apoyaba. Empecé a pensar que todavía amaba a su anterior esposa. En vez de controlar los celos, permití que me dominaran. Me sentía amenazada cada vez que la anterior esposa de Mark estaba cerca.

Observaba a Mark constantemente, hasta fijándome en sus ojos para ver hacia dónde miraban. Leía en ellos pensamientos que ni siquiera estaban allí. A veces lo acusaba abiertamente de seguir amando a su ex esposa. En cierta ocasión se disgustó tanto que se levantó y se marchó de una asamblea cristiana. Me sentía culpable delante de Jehová. Estaba amargando la vida a toda la familia, pues al final la situación afectó también a los niños. Me odiaba a mí misma por lo que estaba haciendo, pero sin importar cuánto me esforzaba, no hallaba la forma de controlar los celos.

En vez de ayudarme, Mark comenzó a tomar represalias. Cuando lo acusaba, me gritaba: “Lo que pasa es que estás celosa”. Hasta parecía que procuraba ponerme celosa adrede. Quizá pensaba que así me curaría los celos, pero en realidad empeoraba la situación. Empezó a mirar a otras mujeres, haciendo comentarios sobre su belleza, lo cual me hacía sentir inferior y menos deseada. La situación llegó a tal punto que comenzó a aflorar otra emoción indeseable: el odio. A esas alturas estaba tan desorientada, que lo único que deseaba era que Mark y su familia desaparecieran de mi vida.

Cuando la Biblia dice que “los celos son podredumbre a los huesos”, tiene toda la razón. (Proverbios 14:30.) Mi salud empezó a verse afectada. Se me abrieron úlceras estomacales que tardaron mucho tiempo en sanar. Seguí amargándome la vida sospechando de todo lo que hacía Mark. Le revisaba los bolsillos, y si encontraba números telefónicos, llamaba para ver quién contestaba. En el fondo estaba tan avergonzada de mí misma, que lloraba de vergüenza cuando oraba a Jehová. Sin embargo, no podía contenerme. Era mi peor enemiga.

Mi espiritualidad se resintió a tal grado que dejé de orar. Amaba a Jehová y quería hacer lo correcto. Conocía todos los textos bíblicos que hablan sobre la vida conyugal, pero no podía ponerlos en práctica. Por primera vez en mi vida ya no quería vivir, aun cuando tenía unos hijos maravillosos.
Los ancianos de la congregación cristiana me animaron mucho y se esforzaron al máximo por ayudarme. Pero cuando sacaban a colación el tema de mis celos, la vergüenza me hacía negar que tuviera tal problema.

Con el tiempo, mi salud empeoró tanto que me tuvieron que internar en un hospital para operarme. Mientras estaba allí me di cuenta de que la vida no podía seguir así. Mark y yo decidimos separarnos por tres meses para examinar nuestra situación más fríamente. Durante este tiempo ocurrió algo magnífico. En la revista ¡Despertad! apareció un artículo intitulado “Ayuda para adultos que son hijos de alcohólicos”.

Resulta que mi madre era alcohólica. Aunque mis padres no me maltrataron físicamente, nunca se mostraron cariño ni me lo mostraron a mí. No recuerdo ni una sola ocasión en la que mi madre me estrechara entre sus brazos o me dijera que me quería. De modo que crecí sin saber realmente cómo amar o, lo que es igual de importante, cómo ser amada.

Mi madre solía contarme que mi padre tenía romances y que no podía confiar en él. De modo que, por lo visto, crecí sin confiar en los hombres. Por causa de mi crianza, siempre me sentí inferior a los demás, especialmente a otras mujeres. Leer aquel artículo de ¡Despertad! me ayudó a entender la razón. Por primera vez comprendí cuál era la raíz de mi problema con los celos.

Le mostré el artículo a mi esposo, Mark, y también le sirvió para entenderme mejor. En poco tiempo logramos seguir el consejo bíblico para las parejas que están pensando en separarse e hicimos las paces. (1 Corintios 7:10, 11.) Ahora nuestro matrimonio marcha mejor que nunca. Casi todo lo hacemos juntos, especialmente cuando se trata de actividades cristianas. Mark es más comprensivo. Casi no pasa un día sin que me diga lo mucho que me quiere, y ahora sí le creo.

Cuando sé que vamos a ver a su ex esposa, le pido a Jehová que me dé fortaleza y me ayude a comportarme de un modo propio de la madurez cristiana. Y surte efecto. Incluso estoy superando mi animosidad hacia ella. Ya no me recreo en pensamientos negativos ni me dejo llevar por la imaginación.

Todavía siento celos alguna vez. Lo único que me librará completamente de ellos será la vida perfecta en el nuevo mundo de Dios. Entretanto he aprendido a controlarlos, en vez de permitir que me controlen a mí. Sí, los celos casi arruinaron mi vida, pero gracias a Jehová y a su organización, ahora soy más feliz y mi salud ha vuelto a la normalidad. Tengo de nuevo una buena relación con mi Dios, Jehová. (Contribuido)

Articulo de la revista La Atalaya del 15 de Septiembre de 1995. Publicada por los testigos de Jehová. Pueden descargarse mas articulos de la pagina oficial en formatos pdf para su lectura, asi como mp3 y aac en audio.

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