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jueves, 28 de noviembre de 2013

“La verdad los libertará”

FUI adicta a las drogas.

Viví una pesadilla por casi 20 años. Todo inició de una manera muy inocente, sin que yo siquiera me diera cuenta de lo que realmente estaba sucediendo.

Yo tenía 18 años de edad cuando todo esto comenzó. Acababa de recibirme de profesora aquí en Argentina. Emprendí el estudio de la bioquímica a insistencia de mi madre, quien, claro está, deseaba lo mejor para mí.

Yo era tímida, retraída, pensativa y callada... era persona introvertida y hogareña. No tenía las cualidades que este sistema de cosas considera esenciales: la audacia y el empuje.
Fue entonces cuando comencé a aumentar un poco de peso. Soy de estatura baja y apenas mido poco más de 1,3 metros y, como toda joven que está consciente de su silueta, no me gustaba verme ni siquiera con unos pocos kilos de sobrepeso.

Después de considerar con mi madre el problema, decidimos que yo debería consultar a un médico. Consultamos el asunto con un endocrinólogo, que se especializaba en metabolismo y nutrición. Él me sometió a un régimen para adelgazar y me suministró algo para el tiroides y unas píldoras para quitar el apetito. ¡Me sentí muy bien y pronto perdí los kilos que no deseaba!

Entrampada en las drogas

También quedé enviciada, porque las píldoras que me habían dado eran anfetaminas. Las anfetaminas y sus componentes son los elementos básicos de las píldoras que se usan para rebajar de peso y que usan algunos alumnos para mantenerse despiertos cuando necesitan más tiempo para estudiar en preparación para los exámenes. Estos productos hacen que se sienta una sensación de gran lucidez. Comunican a la persona una sensación de euforia, de confianza en sí misma, y literalmente la impulsan a moverse, a obrar, a pensar rápidamente y a superar a los demás. Pero también arrastran al vicio.
Estas píldoras me llevaron a tomar una droga más fuerte que también contiene anfetaminas y se llama Actemin. Yo quedaba del todo agotada, física y mentalmente, después de estudiar para un examen. El cuerpo y el cerebro clamaban desesperadamente por descanso para recobrar las fuerzas, por lo menos 10 días de descanso y sueño, pero era imposible interrumpir mis estudios ahora. Mis otras asignaturas, mi estudio, mi trabajo como ayudante de un profesor... ninguna de estas cosas podían sencillamente interrumpirse porque yo hubiera tomado un examen. De modo que fui aumentando más y más la dosis de las drogas.

Estaba cayendo en un remolino que me llevaría a la destrucción. Hubiera querido dejar el vicio, pero sencillamente no podía. ¡Aquello habría significado abandonar mi carrera, jubilarme al tiempo de haber llegado a la cumbre de la vida y entonces dormir por el resto de mi vida! Eso pensaba yo. ¿Cómo podía decirle a mi madre, quien tenía tan altas aspiraciones para mí: “Mamá, no puedo seguir estudiando. Necesito descansar quién sabe por cuánto tiempo”?

Tragedias en la familia

Me casé y tuve dos hijos. Durante todo este tiempo seguí tomando drogas. Mi segundo hijo enfermó. Contrajo una enfermedad rara que los médicos diagnosticaron con ciertas dudas como encefalitis, y, debido a la enfermedad, él no tuvo el desarrollo intelectual deseable. No sé si el mal se debió a mi hábito de tomar drogas. Me desesperaba el pensar que mi hijo no llegaría a tener una posición social entre las personas fuertes y poderosas del mundo actual.

Para esta época yo había llegado al colmo de necesitar las drogas para levantarme por la mañana y enfrentarme a la realidad de la vida... el hogar, los hijos y el esposo. Mi vida estaba totalmente desorganizada. ¡Tenía tantos problemas! Estaba completamente abatida y la ansiedad se apoderó de mí, especialmente debido a la enfermedad de mi hijo. Mi esposo y yo no nos llevábamos bien. Dos veces ingresé en un sanatorio siquiátrico.

Mientras estuve en el sanatorio comencé a usar barbitúricos, sustancias que se usan en píldoras que inducen sueño. ¡Ah, dormir y olvidarme de todo! Al salir del sanatorio, comencé a tomar tanto anfetaminas como barbitúricos para poder enfrentarme a la realidad de la vida. Al fin y al cabo tuve que internar a mi hijo en una institución para personas de mentalidad deficiente. Allí pasó los últimos días de su corta vida y murió a la edad de 11 años. Yo sentí tanto dolor y sufrimiento que pensé que el corazón se me iba a partir.

Mi esposo y yo nos habíamos separado y habíamos vendido nuestra casa. Usé la porción de mi dinero para mantener mi vicio de las drogas. Dejé con unos parientes al hijo que me quedaba, puesto que yo no trabajaba y el dinero que recibía de mi esposo no era suficiente para mantenernos a los dos. Mi dolor y angustia aumentó cuando me vi separada de mi hijo por muchos años.

En un esfuerzo por hallar solución a los problemas de la vida, viajé a Mar del Plata, donde conseguí empleo en una planta de tratar pescado. Lo que ganaba allí únicamente me bastaba para pagar el alquiler de una habitación que compartía con otras muchachas y llevar una existencia miserable.

También estudiaba en un laboratorio. Durante todo aquel tiempo tenía grandes deseos de ver a mi hijo de vez en cuando. ¡Qué vacía y triste era la vida! Completé el curso de estudio en el laboratorio con el pensamiento de que al tener el diploma se me haría más fácil hallar un empleo más remunerador y podría volver a estar con mi hijo. ¡Qué desengaño! Se hace más difícil hallar empleo en el campo profesional, debido a que hay mucha más competencia. Para toda clase de empleo se necesita la recomendación de personas influyentes, y yo no conocía a nadie.

Comencé a pagar un solar con dinero que ahora estaba recibiendo de una herencia. En mi desesperación fui a ver a mi hijo y le pregunté si estaría dispuesto a vivir temporalmente conmigo en una tienda de campaña erigida sobre el solar que yo estaba comprando, ya que era la temporada de verano. Los dos habíamos sufrido mucho debido a la separación. Él solamente tenía 15 años de edad entonces, pero accedió. De modo que para fines de 1975 estábamos viviendo como familia en una tienda de campaña.

La oración por auxilio

Era la noche del 31 de diciembre y recuerdo bien que en medio de todo el bullicio de la víspera del año nuevo hice una oración. A pesar de que todavía no conocía a Dios, le rogué intensamente que nunca, por favor, nunca jamás me separara de mi hijo.

Yo, por supuesto, continuaba con mi vicio de las drogas. De no ser así, mi cerebro no podía funcionar. Ahora tenía que seguir viviendo no solamente por mi hijo, sino también para hacer planes para el futuro. El dinero se nos estaba agotando rápidamente. Si se hubiera manejado de manera debida, el dinero hubiera bastado para nosotros dos, pero yo tenía que sostener mi vicio de las drogas.
Poco después estuve cavilando en quitarle la vida a mi hijo y suicidarme.

Unos días más tarde una testigo de Jehová nos visitó en nuestra tienda de campaña y nos dejó unos ejemplares de la revista La Atalaya. Después de leer unos cuantos artículos, dije a mi hijo: “¡Esto es lo que he estado buscando toda la vida!” Unos días después la Testigo regresó y amablemente nos invitó a almorzar en su casa y allí nos siguió hablando acerca del Reino. Me sentía como alguien que hubiera navegado en un mar tempestuoso y finalmente hubiera llegado a una playa acogedora y serena. ¡Volver a ver a mi hijo que había muerto! Ay, ¿sería mucho abrigar tal esperanza?—Juan 5:28, 29.

No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz  y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio

Tan pronto como oí este maravilloso mensaje, sentí en el corazón que no le podría agradar a un Dios tan amoroso el que yo estuviera tomando drogas. Además, ¿por qué seguir tomándolas, puesto que ahora tenía en mí otra fuerza, una poderosa fuerza motivadora, esta maravillosa esperanza? Felizmente, esta esperanza me impulsó a seguir viviendo y cambiar mi modo de vivir.

¡Triunfo sobre las drogas!

Desde luego, el cambio no se me hizo fácil, puesto que por casi 20 años estuve saturando mi cuerpo con drogas y únicamente con la ayuda de ellas podía funcionar. Habiendo oído este mensaje dador de vida, sí dejé el vicio de las drogas inmediatamente, de un día a otro. Pero mi cuerpo me exigía las drogas. No obstante, estaba resuelta a enfrentarme a la vida con mi hijo y organizar nuestra desordenada existencia. Jehová me dio las fuerzas para llevar a cabo mi resolución. ¡Su verdad me estaba libertando!—Juan 8:32.

La Testigo que efectuaba los estudios de la Biblia con nosotros nos ofreció vivienda en su casa, donde estaríamos más cómodos, y por fin accedimos. Mientras estuve con ella aprendí los principios fundamentales de atender un hogar y una familia diariamente, puesto que ella también tenía niños. Estoy sumamente agradecida a ella por toda la ayuda que me dio.

Tanto mi hijo como yo luchamos tenazmente, trabajando duro, y ahora con el buen manejo de las cosas y la ayuda y la bendición de Jehová logramos dirigir nuestro propio humilde hogar, que en verdad representa mucho más de lo que pudiéramos haber soñado tener.

Ahora se presentó otro problema serio. Cuando dejé el vicio de las drogas yo pesaba 48 kilogramos, y en menos de un año subí a 75 kilogramos. Esta fue otra prueba difícil para mí; no me gustaba verme en esta condición.

¿Qué podía hacer en cuanto a mi peso? El problema me preocupaba. No quería tomar ni siquiera una aspirina, mucho menos alguna otra droga de las que solía tomar en el pasado. Diligentemente investigué todas las publicaciones disponibles de los testigos de Jehová para hallar información tocante a mi problema. Encontré unas cuantas reglas sencillas, pero muy eficaces, que me dieron magníficos resultados.

Después de casi dos años de fuerte batallar y de ejercer dominio de mí misma, por fin rebajé a mi peso anterior. Esto tampoco resultó fácil. Pero me sentí mejor física, mental y espiritualmente.

A ratos, cuando sentía que mi fuerza de voluntad se debilitaba, oraba a Dios para que me diera las fuerzas, y él me las daba. Y he probado la veracidad de las palabras que se hallan en 1 Juan 3:22:

“Cualquier cosa que le pedimos la recibimos de él, porque estamos observando sus mandamientos y estamos haciendo las cosas que son gratas a sus ojos.”


Ahora tanto mi hijo como yo somos cristianos dedicados y bautizados, y estoy participando en el servicio de tiempo completo de predicar el reino de Dios. Es mi modo de mostrar mi agradecimiento a Él por toda su bondad inmerecida.—Contribuido.

Experiencia relatada en la revista ¡Despertad! con fecha 8 de Junio de 1981; ¿Como puede ayudarle la Biblia a mejorar su vida y salud? Lea el libro ¿Que enseña realmente la Biblia? Capítulo 12 "El modo de vista que le agrada a Dios."

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