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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Jehová es mi plaza fuerte

Como lo relató Albert Olih

AUNQUE era una calurosa noche de noviembre, una brisa suave me refrescaba y me arrullaba. Pero desperté de súbito y oí una voz áspera que me preguntaba: “¿Qué está haciendo usted aquí?” Un policía que estaba haciendo su ronda de medianoche me había descubierto.

Por supuesto, me asusté. Me puse de pie y lentamente le expliqué cómo llegué a estar durmiendo debajo de un mango cerca del patio de la escuela. En respuesta él dijo: “Está bien, pero si hay algún disturbio por aquí, vendré a buscarlo.” Cuando se fue, volví a echarme y comencé a reflexionar sobre los sucesos que me llevaron a estar en aquel lugar.

Joven, pero interesado en la religión

Todo comenzó en el campamento donde vivía mi hermano. Era el año 1946 y en aquel entonces yo tenía 15 años de edad. Había abandonado mi pueblo que está ubicado a las orillas del río Níger y había ido a vivir con mi hermano en Lagos para continuar mi educación escolar. Otro inquilino, cuyo nombre era Young Umoh, me llamó la atención, porque a menudo le visitaban personas que se llamaban unos a otros “hermano” y “hermana.” Me preguntaba quiénes eran estas personas y fui a la habitación del Sr. Umoh a preguntarle. Pronto estuve embebido en una conversación sumamente interesante.

Cuando me dijo que ellos eran testigos de Jehová, mi interés se hizo más intenso. Un joven y su hermana que asistían a mi escuela se llamaban testigos de Jehová.

Se comportaban tan bien que a menudo me preguntaba qué clase de religión practicaban. Así que estuve aún más ansioso de oír acerca de estas personas.
El Sr. Umoh me preguntó si creía en la Biblia y le contesté que en la escuela yo siempre había sacado buenas notas en lo que tenía que ver con conocimiento religioso. Yo pensaba que conocía la Biblia. Sin embargo, cuando él comenzó a hablarme acerca del reino de Dios y las bendiciones que éste traería a la humanidad, la Biblia llegó a ser para mí como un libro nuevo.

Escuché atentamente mientras me explicaba que la gobernación del reino de Dios transformaría esta Tierra en un paraíso, que se cumpliría la voluntad de Dios en este paraíso y que a los mansos se les daría vida eterna. (Mateo 6:9, 10; Lucas 23:43; Revelación 20:5) El saber estas cosas me hizo muy feliz, y decidí volver al Sr. Umoh para que él me enseñara más.

Es cierto que al principio no acepté todo lo que él me decía. Temía que él fuera uno de los falsos discípulos de los cuales se nos prevenía en la iglesia.
No obstante, aunque discutía con él, tenía un profundo aprecio por muchas de las cosas que él me estaba enseñando de la Biblia.

Entonces un día me dijo que él no creía en la trinidad. Quedé pasmado y quise salir de su habitación. Pero él me dijo: “Tú no me has preguntado por qué no creo en la trinidad.” Así que le pregunté, y la respuesta que él me dio comenzó el proceso que me condujo hacia un completo cambio religioso en mi vida.

Comenzó por preguntarme: “¿Eres tú igual a tu padre en todo, incluso en cuanto a la fecha en que naciste?” Luego, abrió la Biblia y me mostró el texto en que Jesús dijo que él había sido enviado por su Padre y que su Padre es mayor que él. (Juan 14:24, 28)

Dirigiéndose al relato en cuanto al bautismo de Jesús, me mostró lo irrazonable que era creer que Jesús es Dios, en vista de que fue la voz de Dios la que habló desde el cielo dando reconocimiento de que Jesús era Su hijo. (Mateo 3:16, 17)

El Sr. Umoh también indicó que la palabra “trinidad” no aparece en la Biblia. 

Acepté estas explicaciones debido a que la prueba bíblica era válida.

Esa noche me arrodillé para orar pero descubrí que no podía orar. Desde mi tierna edad se me había enseñado a comenzar mi oración con las palabras: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” Pero puesto que ahora estaba convencido de que no existe una trinidad, me di cuenta de que no podía comenzar mi oración.

Al día siguiente me sentí muy triste y decidí leer la Biblia, comencé por leer Mateo. Seguí haciendo esto por varios días hasta llegar al final de Revelación. Cuanto más leía, más me daba cuenta de que lo que el Sr. Umoh me estaba enseñando estaba en armonía con la Biblia. ¡Era la verdad!

Volví a visitar a mi amigo, le dije lo que había acontecido y le pedí que me enseñara a orar. El se sentía feliz de que yo hubiera leído las Escrituras Griegas Cristianas y me prestó unos libros y folletos que él dijo me ayudarían. De hecho, estas publicaciones llegarían a tener un efecto profundo en mi vida religiosa futura.

Ayuda de parte de un misionero

A principios de 1947 fui a vivir con un medio hermano mío. Yo tenía 16 años de edad y estaba fuera de la escuela, no tenía dinero para pagar el curso de la escuela secundaria y se me estaba haciendo difícil encontrar empleo.

Una noche, mientras cenábamos, alguien llamó a la puerta, y para sorpresa nuestra, entró en la habitación un hombre blanco. Era raro que una persona blanca visitara los hogares de los africanos, especialmente los hogares de la gente pobre. Se presentó, diciendo: “Me llamo Moreton y soy del Canadá. Soy testigo de Jehová, y les traigo buenas nuevas acerca de un gobierno que gobernará esta Tierra.”

Mi hermano logró sobreponerse a su sorpresa y dijo: “Entre y sírvase un bocado.” Mi hermano quedó completamente sorprendido al ver que el Sr. Moreton tomó del plato un pedazo de ñame, lo mojó en la salsa roja, lo comió y dijo: “Este es un alimento muy bueno que Dios ha provisto para el hombre.” Entonces pasó a explicar su mensaje.

Mi hermano obtuvo tres libros de él y me dio el que se intitula “Sea Dios veraz.” Aunque mi hermano y su esposa no estaban interesados en seguir con un estudio de la Biblia, yo invité al Sr. Moreton a visitarme para que me enseñara.

En el transcurso del tiempo, llegué a saber que nuestro sastre tenía el mismo libro, pero que nadie le estaba ayudando a considerarlo. De modo que después de cada estudio con el Sr. Moreton, yo iba al taller del sastre y consideraba el mismo capítulo con él. Eso me ayudó a adelantar y en poco tiempo sabía cómo utilizar la Biblia para defender la verdad.

Un día le dije al Sr. Moreton que quería ser misionero como él. El se rió y dijo: “Lo serás. Pero tendrás de prepararte para hacer frente a muchas dificultades.” Por medio de la Biblia, me mostró que tendría que enfrentarme a persecución, hasta de parte de parientes allegados. (Mateo 10:34-38) El me dijo: “Sin embargo, Jehová nunca te abandonará si permaneces fiel.” Poco me imaginaba que pronto habría de aprender lo veraz de lo que él me había dicho.

Se pone a prueba mi fe desde el principio

A una hora avanzada de cierta noche del mes de octubre de 1947, mi hermano me despertó y me dirigió un ultimátum: ‘Deja de estudiar con los testigos de Jehová y vuelve a la Iglesia Anglicana, o si no vete de esta casa.’ Lo miré fijamente con asombro. No tenía empleo ni adónde ir. Mi pueblo distaba unos 500 kilómetros. Puesto que mi hermano naturalmente sabía esto, yo me preguntaba adónde él esperaba que yo fuera en medio de la noche. Sin embargo, tomé mi decisión. Rehusé abandonar el servir a Jehová.

Mi hermano se puso furioso y comenzó a golpearme con cualquier cosa que podía encontrar. Su esposa también tomó parte en golpearme. El me echó de la casa y me persiguió por una distancia. Fui a casa de unos parientes allegados que vivían en la ciudad, pero ellos se negaron a darme hospedaje esa noche. Un pariente me dijo: “¿No declaraste que Jehová es tu Padre y que su organización es tu madre? Pues, ¡ve a Jehová y deja que él te dé hospedaje!”

Fue entonces que resolví algo a lo cual me he apegado hasta este día. Confiaría en Jehová como mi plaza fuerte y le serviría, viniera lo que viniera.—Salmo 27:1, 10.

No teniendo adonde ir, fui a un campo cerca de la escuela a la que yo había asistido y me puse a dormir bajo un mango. Fue aquí donde me encontró el policía, después que había pasado varias noches durmiendo allí.

De día iba a los matorrales y recogía leña, la cual vendía para poder comprar alimentos. Unos días después, el Sr. Moreton me encontró. Después de escuchar mi relato, me habló de manera animadora, recordándome lo que él me había dicho acerca de tener que enfrentarme a dificultades si quería servir a Jehová. Me invitó a visitarlo donde él estaba alojado.

Esto abrió el camino para que me asociara con el grupo de misioneros, que se llama la familia de Betel, y para que participara en el trabajo de la casa misional. También disfruté de tomar mis comidas con esa familia. De hecho, me creía parte de la familia y pronto comencé a llamarlos “hermano” y “hermana.”

La predicación de casa en casa

Un día, sin que lo esperara, el hermano Moreton me invitó a participar con él en la obra de predicar de casa en casa.
En la primera casa él consideró brevemente un tema bíblico y luego ofreció un libro como ayuda para el estudio de la Biblia.

Entonces el hermano Moreton me dio su maletín y dijo: “¿Ves a aquel hombre parado en la esquina? Ve y predícale.” Me saltó el corazón. Pero oré en silencio y me dirigí hacia el hombre, repasando en mi mente lo que el hermano había dicho al primer amo de casa, ya que él había hecho una presentación sencilla.

Cité el mismo texto de la Biblia que había usado el hermano y el hombre respondió favorablemente. Se me había iniciado en la obra de predicar y sabía que nada me detendría.

Adelante hacia el bautismo y el servicio de precursor

Había aprendido que ya que había dedicado mi vida a Jehová, debería bautizarme en agua, así como Jesús lo había hecho. Me bauticé en diciembre de 1947, y aquélla fue la primera asamblea de los testigos de Jehová a la cual asistí. Ahora todos los miembros de este grupo de Testigos que aumentaba eran verdaderamente mis hermanos y hermanas espirituales.

Unos meses después me alisté como precursor (un predicador de tiempo completo). Este paso me ofreció muchas oportunidades en la obra de predicar y aceleró el paso al que estaba adquiriendo experiencia en la testificación de casa en casa.

Una de mis primeras conversaciones verdaderamente difíciles surgió cuando me encontré con un pastor de los Adventistas del Séptimo Día. El rápidamente se aferró al tema del sábado y me dio un sermón, en el cual él alegaba que tenía que guardarse el sábado semanal. Se invirtieron los papeles. Resultó que el dueño de la casa me predicó a mí, mientras yo leía los textos que él citaba y escuchaba las explicaciones de él. Le dije que yo sabía muy poco sobre el día de descanso, pero prometí que investigaría acerca del tema y que volvería.

Cuando volví, lo encontré en compañía de algunos de los miembros de su iglesia. El esperaba valerse de la oportunidad para impresionar a su congregación. Al presentarme a ellos, él dijo: “Este es un testigo de Jehová joven al que unos predicadores falsos han descarriado. Me alegra que él escuchara mi enseñanza y haya vuelto para escuchar explicaciones adicionales.” Pedí que se me permitiera hablar primero. Comenzando con el mismísimo texto de la ley mosaica que él había citado, pasé a citar de las Escrituras Griegas Cristianas y a explicar por qué los cristianos no están bajo la obligación de guardar un día de descanso semanal.—Romanos 10:4; Gálatas 4:9-11; Colosenses 2:16, 17.

Al pastor le sorprendió ver cómo había aumentado mi conocimiento y dijo: “Usted ha manejado muy bien las Escrituras. Esto es lo que los miembros de mi iglesia deberían poder hacer. Ellos deberían poder ir de puerta en puerta y defender su fe, así como usted lo ha hecho.” Aquella noche él y los miembros de su iglesia aceptaron 29 libros como ayuda para el estudio de la Biblia.

Jehová es mi plaza fuerte

A fin de atender a ciertos deberes financieros, conseguí empleo en el ferrocarril de Nigeria, y me alojé en casa de otro medio hermano mío. Aquí me enfrenté a otra situación que puso a prueba mi confianza en Jehová.

Había aceptado una asignación en el programa de la asamblea de distrito de los testigos de Jehová que se celebraría en la parte oriental de Nigeria a principios de 1950. Esta sería la primera vez que tendría parte en el programa de asamblea, y por nada del mundo quería perder dicha oportunidad. Así que, en mi lugar de empleo, solicité permiso del jefe de los empleados de mi departamento para ausentarme de mi trabajo cuatro días sin sueldo. Pero él me lo negó. Quedé tan descorazonado que perdí el apetito. Pasé todo un día sin comer y orando a Jehová para que me abriera el camino.

La mañana siguiente, fui directamente al supervisor de nuestro departamento, a pesar de que a los empleados menores se les prohibía abordar directamente a éste. Cuando le dije que yo era testigo de Jehová, él dijo: “Lo debí haber imaginado. Me he dado cuenta de que usted es bien concienzudo en su trabajo, y me recuerda a mi hermano que está en Inglaterra que es el único miembro de nuestra familia que es testigo de Jehová. Nosotros lo consideramos un fanático porque rehusó alistarse en el ejército y pelear en la guerra. Pero él es el único de nuestra familia en quien podemos confiar. Nos complace tener a un testigo de Jehová trabajando con nosotros.”

Pasé a hablarle respecto a mi deseo de asistir a la asamblea y mi solicitud de permiso para ausentarme cuatro días sin sueldo. El dijo: “Por supuesto que usted irá a la asamblea. Pero usted necesita más de cuatro días puesto que tiene que viajar al lugar de asamblea. Le concederé una semana entera. Venga conmigo.” Me condujo al jefe de los empleados y dijo: “Le agradará saber que tenemos a un testigo de Jehová entre nuestros trabajadores. Son personas sumamente sinceras, honradas y trabajadoras. Por lo tanto conceda al Sr. Olih siete días libres con sueldo para que asista a su asamblea.”

Más tarde se me invitó a servir en la oficina de la sucursal de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract ubicada en Lagos. Esta Sociedad constituye el cuerpo incorporado que sirve a los testigos de Jehová. Así, en abril de 1951, llegué a ser miembro de la familia de Betel de Lagos.

Para expresar su desaprobación por esta decisión, mi hermano dijo: “Ahora que has decidido dejar tu trabajo e ir a servir a tu Jehová, si algo te sobreviene en el futuro, no vuelvas a mí, porque yo ciertamente no te ayudaré.” Le aseguré que yo confiaba en que Jehová cuidaría de mí. El ciertamente ha hecho esto durante los 30 años que he estado sirviendo en Betel. Estos han sido años de gran gozo, rebosantes de oportunidades y privilegios.

Fortalece mi fe el considerar mi vida en retrospección y ver cómo Jehová ha sido mi plaza fuerte y cómo de manera progresiva ha provisto para satisfacer mis necesidades. Fue en una de nuestras asambleas en 1953 que conocí a Francisca, una joven hermana togolesa. Después de escribirnos por tres años, nos casamos. Ella ha continuado sirviendo a mi lado y, a pesar de sus problemas de salud, me ha animado mucho. Mi servicio nos ha llevado por todo el país de Nigeria. He tenido el privilegio de hablar a grandes cantidades de concurrentes en nuestras asambleas e instruir a ministros viajantes (superintendentes de circuito y distrito) en escuelas preparadas para entrenarlos.

Recuerdo la primera vez que Francisca y yo viajamos al extranjero. Fue para asistir a la asamblea internacional de Londres en 1969. Consideré que era como una beca para mí, de parte de la organización de Jehová. ¿Cómo pudiera haber viajado a Londres si la organización de Jehová no me hubiera dado la oportunidad? Desde entonces hemos asistido a asambleas en muchos países de Europa, las Américas y África. En 1976 y 1978, ¡cuánto disfrutamos de vivir temporalmente con la familia de Betel de Brooklyn, Nueva York, donde está ubicada la oficina principal de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract! Junto con otros miembros de los comités de las sucursales de alrededor del mundo, se me había invitado a asistir a reuniones especiales y a programas de entrenamiento bajo la dirección del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová. ¿Qué más pudiera pedir, además de mantenerme fiel a nuestro Dios amoroso, Jehová?

Mi carrera de servicio no siempre ha sido fácil. He tenido dificultades, pruebas y enfermedades, y he experimentado accidentes que me llenaron de temor. Mi fe ha sido probada. Pero también he recibido un caudal de conocimiento cristiano y fuerza espiritual, además de gozos incalculables al servir a Jehová y a mis hermanos.

Esta promesa de Jesús ha probado ser cierta en mi caso: “Nadie ha dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o campos, por causa de mí y por causa de las buenas nuevas, que no reciba el céntuplo ahora en este período de tiempo, casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y campos, con persecuciones, y en el sistema de cosas venidero vida eterna.”
Mis sentimientos son como los del salmista, quien dijo: “Ciertamente diré a Jehová: ‘Tú eres mi refugio y mi plaza fuerte, mi Dios, en quien de veras confiaré.’”—Salmo 91:2; Marcos 10:29, 30.


Experiencia relatada en la revista "La Atalaya" del 01 de Enero de 1982, Si tiene dudas o preguntas sobre algun tema puede consultar la sección: "Información sobre los Testigos de Jehová" en su pagina oficial.