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jueves, 24 de octubre de 2013

Dejé la iglesia, dejé de fumar, dejé el negocio

Edward George explica por qué

LA MAYOR parte de mi vida fui presbiteriano. Comencé a asistir a la iglesia cuando tenía cuatro años de edad. Llegué a ser diácono. Enseñé en la escuela dominical por quince años. Canté como parte del coro. Estaba muy envuelto en actividades religiosas. Entonces, dejé la iglesia.

El año era 1943. Se estaba peleando la II Guerra Mundial. Yo tenía unos veinte años de edad cuando me alisté en la Fuerza Aérea y comencé a fumar. Fumé por treinta años, llegué a fumar entre tres cajetillas y media y cuatro cajetillas de cigarrillos al día. Entonces, dejé de fumar.

Mi padre inició un negocio tabacalero hace más de cincuenta años. Treinta años después me hice su socio. Era un negocio muy lucrativo
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pues hacía de tres a cuatro millones de dólares en ventas al año. Cuando él murió, me convertí en el único dueño y administré el negocio por varios años. Entonces, dejé el negocio.

Dejé la iglesia y el negocio, además de dejar de fumar, no porque fuera una persona que abandona fácilmente lo que ha iniciado, sino porque comencé otra cosa. Empecé a estudiar la Biblia.

Muchas cosas, sin embargo, me llevaron a dejar todo eso. El hábito de fumar comenzó cuando me alisté en la Fuerza Aérea. Yo era muy patriótico. Fui jefe de exploradores por tres años y medio. Y también la iglesia era muy patriótica. Daba reconocimiento especial a los que estaban en el servicio militar. Ponían el nombre de uno dentro de una estrella en lo alto de un tablero grande para que todos lo vieran.

Mi nombre estuvo allí por tres años. Fui eviado al extranjero en 1944. Se requería que efectuáramos cincuenta incursiones aéreas. Me hallaba efectuando mi incursión número cuarenta y seis cuando fui derribado sobre la Selva Negra, en Alemania. Estaba volando en un B-24, bombardero de cuatro motores. La tripulación se componía de diez hombres y yo era el piloto.

Apenas escapamos en muchísimas ocasiones. En cierta incursión de bombardeo, dos motores quedaron averiados y tuve que hacer un aterrizaje forzoso en Córcega. Permanecimos ahí hasta que nuestro avión fue reparado. La artillería antiaérea era el mayor peligro al que nos enfrentábamos. Muy pocas veces nos atacaron aviones de caza. Los alemanes tenían muchos de éstos, pero no tenían el carburante para ponerlos a volar... los bombarderos estadounidenses habían ocasionado grandes daños a los campos petrolíferos alemanes.

No obstante, había un hecho aterrador: los alemanes fueron los primeros en perfeccionar los aviones de caza de reacción. ¡Era impresionante ver estos aviones pasarnos por el lado tan rápido como un rayo! Afortunadamente tenían una autonomía de vuelo de solo unos quince minutos... solo lo suficiente como para subir rápidamente una vez y tratar de atacarnos, y luego aterrizar nuevamente.

Como dije antes, la artillería antiaérea era el problema más grande que teníamos. Volábamos entre los seis mil y los siete mil setecientos metros de altura, y ellos, mediante el radar, sabían exactamente nuestra posición... ¡qué desconcertante! El fuego antiaéreo consistía en proyectiles —de 88 ó 105 milímetros— que tenían una espoleta con mecanismo de relojería. Una vez que un proyectil de esa clase llegaba a cierta altura y explotaba, esparcía la metralla en todas direcciones. Si uno de esos proyectiles explotaba cerca del avión donde uno iba, causaba graves daños o hasta podía derribar el avión.

Eso fue lo que ocurrió en nuestra incursión aérea número cuarenta y seis. Un proyectil atravesó un ala del avión, donde estaba el tanque de combustible, pero explotó por encima del avión donde íbamos. Si hubiera explotado al hacer impacto con el ala, no estuviera contando esta anécdota.

Durante la guerra yo asistía a los servicios nocturnos que conducían los capellanes. Estos servían más de siquiatras que de clérigos. Sin embargo, yo buscaba consuelo en la religión; y nunca sabía si regresaría o no de mi siguiente incursión.

Y no regresé a la base después de aquella incursión número cuarenta y seis. El proyectil había alcanzado el tanque de combustible del avión y había averiado uno de los motores. Esto ocurrió sobre la zona donde está la frontera entre Checoslovaquia y Alemania, la cual no está muy lejos de la frontera rusa. Poco después di esta orden: “¡Bien, abran las compuertas del compartimiento de bombas, vayan por el pasillo y salten!”. Siete hombres saltaron. Tres permanecimos dentro del avión.

Ahora volábamos sobre la línea de batalla ruso-alemana; allá abajo la lucha era encarnizada y el avión había sufrido graves daños. Todo quedó inutilizado. Comenzamos a descender rápidamente en espiral. Los controles no respondían, el tren de aterrizaje no funcionaba, y a medida que descendíamos, el avión fue enderezándose, dio contra el suelo y se deslizó hasta detenerse por completo. Mientras el avión estallaba en llamas, nosotros saltamos del avión por la escotilla superior.

Los alemanes me tomaron prisionero. En mi caso, la guerra había terminado. Fui prisionero de guerra por seis meses, y luego los rusos me liberaron. Después de terminar mi período de servicio militar en la Fuerza Aérea, regresé a Jacksonville, Florida. Eso fue en 1946.

Mi familia y la familia Belloit vivían en Jacksonville. Durante la guerra ambas familias habían llegado a asociarse una con la otra. Después de la guerra conocí a Yvonne Belloit y nos casamos. Algunos miembros de su familia eran testigos de Jehová, pero ella no se había bautizado como tal. Me asociaba con su familia, pero le decía a Yvonne que les impidiera que me hablaran de su religión.

Continué participando en las actividades de la Iglesia Presbiteriana; Yvonne continuó asociándose con los Testigos. No reñíamos por cuestiones religiosas, pero con el tiempo Yvonne comenzó a alejarse de los Testigos. Dejó de estudiar con ellos, se hizo muy mundana, empezó a celebrar las Navidades, el Día de Acción de Gracias, el Día de Año Nuevo y otros días feriados, y hasta se envolvió en la política.

Durante esos años oí muy poco acerca de los Testigos. Entonces, uno de ellos hizo cierto trabajo para mí y también para uno de mis amigos, el Dr. Ivy. El hombre habló con el Dr. Ivy sobre la venidera batalla de Armagedón. El médico conocía a Yvonne desde la infancia, así que la llamó y le preguntó: “Yvonne, a ti te criaron como Testigo. ¿Por qué no me habías hablado del Armagedón?”.

“Llamaré a mi hermano Don”, dijo ella, “y le hablaré para que él le explique.” El resultado fue que el Dr. Ivy y su esposa e Yvonne y yo comenzamos a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová, y Don Belloit conducía el estudio.

De modo que así comenzó todo, y para ese tiempo estaba dispuesto a escuchar. Me estaban comenzando a desagradar algunas de las cosas que sucedían en la iglesia a la que yo asistía. Era diácono, y parte de mi trabajo era solicitar promesas de dinero. Eso no me gustaba.

Veía a personas que no sabían cómo conseguirían el alimento para su próxima comida, y allí estaba yo pidiéndoles dinero.

Pagábamos a nuestro ministro 12.000 dólares anuales, y en aquel tiempo esa cantidad sobrepasaba lo que ganaba casi cualquiera de nosotros en la congregación. Uno de los diáconos, indignado por ello, dijo: “¿Por qué es que estos predicadores reciben siempre el llamamiento a una iglesia más grande? Nunca reciben el llamamiento a una más pequeña. ¡Siempre es a una iglesia más grande y a un salario mayor!”.

La doctrina eclesiástica también empezó a molestarme. Solíamos recibir el Presbyterian Survey, y ahí se publicó un artículo extenso sobre el infierno de fuego, el cual declaraba que éste era un lugar de tormento eterno para los inicuos. Yo sabía que eso no era cierto, que el alma no era inmortal, sino que:

cuando la gente moría dejaba de existir por completo. Si alguna vez llegaran a vivir de nuevo, tendría que ser mediante la resurrección.


¡Miren! Todas las almas... a mí me pertenecen. Como el alma del padre, así igualmente el alma del hijo... a mí me pertenecen. El alma que peca... ella misma morirá. (Ezequiel 18:4, 20)

Porque los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto, ni tienen ya más salario, porque el recuerdo de ellos se ha olvidado.

Todo lo que tu mano halle que hacer, hazlo con tu mismo poder, porque no hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el Seol, el lugar adonde vas (Eclesiastés 9:5, 10)

Porque el salario que el pecado paga es muerte, pero el don que Dios da es vida eterna por Cristo Jesús nuestro Señor (Romanos 6:23)

No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio (Juan 5:28 y 29)


Bueno, de todos modos, había empezado a estudiar la Biblia, y así fue como comencé a dejar las cosas que mencioné al principio. En primer lugar, dejé de asociarme con la Iglesia Presbiteriana.

Don Belloit había venido fielmente a nuestra casa cada semana durante cuatro o cinco años, y en cada ocasión estudiábamos por tres horas. Habíamos examinado a fondo varios libros, junto con la Biblia... él siempre lo apoyaba todo con la Biblia. Además, Yvonne y yo habíamos empezado a ir al Salón del Reino para asociarnos con la congregación de Testigos que se reunía allí.

Me impresionó la sinceridad y la amabilidad de ellos. Cierta noche ellos expulsaron a un Testigo que había cometido un pecado grave, y me dije a mí mismo: “Los presbiterianos, con quienes me asociaba, nunca harían eso”.

Los Testigos se esfuerzan vigorosamente por mantener moralmente limpias sus congregaciones.

Para ese tiempo estaba listo para dedicar mi vida a Jehová y bautizarme. Todavía fumaba, pero me las arreglaba para sólo fumar dos o tres cigarrillos durante el estudio. Sabía que los Testigos desaprobaban el hábito, pero aún no lo habían prohibido. Entonces, precisamente cuando quería bautizarme, ¡hubo un cambio en las normas y se prohibió del todo el fumar!

¡Imagínese cómo me sentí! Claro, el fumar era perjudicial para mi salud. Sabía eso. Había sido un fumador empedernido por varias décadas, y todas las mañanas, al levantarme de la cama, tosía durante una hora y media. Pero con el transcurso de los años había hecho esfuerzos vigorosos por dejar de fumar... por lo menos ocho o diez intentos, y vez tras vez fracasaba.

De todas maneras, me resolví a tratar una vez más. Esta vez la motivación era más poderosa. Ahora había llegado a conocer a Jehová.

Ahora había meditado en las palabras de Jesús: ‘Ama a Jehová con todo tu corazón’ y —algo que aplica especialmente al hábito de fumar— ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’. (Mateo 22:37-39)

Durante mis cuarenta y cinco años en una religión ortodoxa nunca se me había enseñado a amar de ese modo a mi prójimo como a mí mismo.

Así que esta vez tenía que apoyarme en una fuerza de índole espiritual para luchar contra mi vicio. Pedía ayuda a Jehová en oración. Mi familia también oraba a Dios para que me ayudara a ganar la pelea.
  
Cierta noche me conmoví profundamente cuando oí a mi hija de cuatro años de edad, Kelly, orando a Jehová y diciendo: “Por favor, ayuda a papá a dejar de fumar”.

Fijé una fecha límite para dejar el hábito. En 1975 los testigos de Jehová iban a celebrar una asamblea grande. ¡La noche antes de la asamblea fumaría mi último cigarrillo! Durante los dos meses que precedieron a esa fecha estuve fumando más que nunca: cuatro cajetillas y media de cigarrillos diarias. Eso no era prudente, pero supongo que era una última especie de juerga, una despedida, un final sicológico. La noche antes de la asamblea de 1975 terminé mi último cigarrillo. No he encendido otro desde entonces.

No he recaído. Nunca volvería a ello. Pero el ansia de fumar vuelve, aun siete años más tarde. Si alguien dice que el fumar no envicia, ¡no le crean! Durante el primer año, todas las noches soñaba que estaba fumando. Incluso ahora tengo sueños de esa clase de vez en cuando. Llevo conmigo en el automóvil una bolsa de dulces de menta para tomar uno cada vez que siento un vivo deseo de fumar.

Aunque parezca extraño, cuando siento tal deseo, éste es precisamente tan fuerte como en el día en que dejé el hábito, pero afortunadamente solo dura unos cuantos segundos. Tengo que luchar constantemente, pero gracias a la bondad inmerecida de Jehová he ganado la guerra.

Luego me enfrenté al tercer desafío: Si para el cristiano es incorrecto fumar, ¿no sería incorrecto también proporcionar a otros tabaco para fumar? ¿Debería vender mi lucrativo negocio tabacalero? ¿Tendría que hacerlo?
 
Había conocido a algunos Testigos que habían dejado sus empleos por considerarlos impropios para cristianos... empleos que pagaban diez o quince mil dólares al año. Pero mi negocio tabacalero recaudaba en bruto varios millones de dólares al año.


Yo pagaba entre 100.000 y 110.000 dólares mensuales en impuestos estatales sobre las ventas.

En la industria tabacalera yo era el intermediario. Los grandes fabricantes compraban el tabaco a los granjeros, lo curaban, preparaban el producto final y lo empacaban. Entonces yo les compraba la mercancía y la vendía a los detallistas. La magnitud de la industria tabacalera es asombrosa. No solo se producen cigarrillos, sino también cigarros, tabaco de pipa, tabaco de mascar y tabaco en polvo. La mayoría de la gente no se da cuenta, pero el tabaco en polvo, por sí solo, es un negocio de grandes proporciones. Yo vendía toneladas de éste. Y en esta industria no hay recesión. De hecho: 

cuando azota algún período de dificultades, la gente se preocupa y fuma más que nunca antes. De modo que, ¿qué haría con mi compañía tabacalera?

Decidí venderla, y la vendí. Las duras pruebas de dejar aquellas tres cosas incorrectas habían terminado.

¡Todo eso había sucedido tan solo por tener un estudio bíblico con los testigos cristianos de Jehová! El punto culminante de aquel estudio llegó en 1975, cuando los cuatro estudiantes, el Dr. Ivy y su esposa e Yvonne y yo, nos bautizamos en una asamblea de los testigos de Jehová.


Articulo publicado en la revista ¡Despertad! del 08 de Enero de 1983, editada por los Testigos de  Jehová; para complementar la información pueden descargarse temas Biblicos en audio y pdf de la pagina oficial

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