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domingo, 1 de septiembre de 2013

¿Ha pecado usted contra el espíritu santo?


“Hay un pecado que sí incurre en muerte.” (1 JUAN 5:16.)
“ME OBSESIONA la idea de haber pecado contra el espíritu santo”, Aunque parezca extraño, ella era una persona que servía a Dios. ¿Es posible que un cristiano peque contra el espíritu santo o fuerza activa de Dios?

La Palabra de Dios indica que sí es posible cometer dicho pecado. Jesucristo dijo: “Toda suerte de pecado y blasfemia será perdonada a los hombres, pero la blasfemia contra el espíritu no será perdonada” (Mateo 12:31). La Biblia también nos advierte que “si voluntariosamente practicamos el pecado después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay cierta horrenda expectación de juicio” (Hebreos 10:26, 27). Y el apóstol Juan señaló: “Hay un pecado que sí incurre en muerte” (1 Juan 5:16). Sin embargo, cuando una persona peca gravemente, ¿es ella misma quien determina si el pecado que ha cometido lleva a la muerte?

El arrepentimiento conduce al perdón

Jehová es el Juez Supremo de los pecadores. En realidad, todos tenemos que rendirle cuentas, y sabemos que él siempre actúa con rectitud (Génesis 18:25; Romanos 14:12). Es Jehová quien determina si hemos cometido un pecado imperdonable y es él quien, como resultado, puede quitarnos su espíritu (Salmo 51:11). Ahora bien, tengamos presente que si estamos muy afligidos porque hemos cometido un pecado, es muy probable que nos hayamos arrepentido de verdad. Pero ¿en qué consiste el arrepentimiento genuino?

Arrepentirse significa cambiar de actitud con respecto a malas acciones que se han cometido o se pensaba cometer. Significa sentir pesar y abandonar la conducta pecaminosa. Si hemos cometido un pecado grave pero hemos dado los pasos que demuestran que estamos arrepentidos de verdad, nos consuelan las siguientes palabras del salmista:

“[Jehová] no ha hecho con nosotros aun conforme a nuestros pecados; ni conforme a nuestros errores ha traído sobre nosotros lo que merecemos. Porque así como los cielos son más altos que la tierra, su bondad amorosa es superior para con los que le temen. Tan lejos como está el naciente del poniente, así de lejos ha puesto de nosotros nuestras transgresiones. Como un padre muestra misericordia a sus hijos, Jehová ha mostrado misericordia a los que le temen. Pues él mismo conoce bien la formación de nosotros, y se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:10-14).

También nos consuela lo que dijo el apóstol Juan:

“En esto conoceremos que nos originamos de la verdad, y aseguraremos nuestro corazón delante de él respecto a cualquier cosa en que nos condene nuestro corazón, porque Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos condena, tenemos franqueza de expresión para con Dios; y cualquier cosa que le pedimos la recibimos de él, porque estamos observando sus mandamientos y estamos haciendo las cosas que son gratas a sus ojos” (1 Juan 3:19-22).

Sabemos que “nos originamos de la verdad” porque amamos a nuestros hermanos y no practicamos el pecado (Salmo 119:11). Si nuestro corazón nos condena por alguna razón, recordemos que “Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todas las cosas”. Él sabe que mostramos “cariño fraternal sin hipocresía”, que luchamos contra el pecado y que nos esforzamos por hacer su voluntad, y por eso tiene misericordia de nosotros (1 Pedro 1:22). Si además de manifestar amor fraternal y no practicar deliberadamente el pecado, confiamos en Jehová, nuestro corazón no nos condenará. Así, tendremos “franqueza de expresión” cuando le oremos a Dios. Y él, por su parte, nos contestará porque observamos sus mandamientos.

Personas que sí pecaron contra el espíritu

¿Qué pecados son imperdonables? Contestemos esta pregunta con algunos ejemplos bíblicos. Estos nos consolarán si hemos cometido un pecado grave y, a pesar de habernos arrepentido, seguimos sintiéndonos muy afligidos.

Veremos que lo más importante para determinar si un pecado es o no perdonable no es el pecado en sí, sino lo que motiva a la persona, lo que hay en su corazón y hasta qué punto actuó deliberadamente.

Los líderes religiosos judíos del siglo primero que se opusieron con malicia a Jesucristo pecaron contra el espíritu santo. Ellos veían el espíritu de Dios en acción cuando Jesús realizaba milagros que honraban a Jehová, y sin embargo, atribuían el poder de Cristo a Satanás. Según Jesús, los que blasfemaban de ese modo contra el espíritu santo de Dios cometían un pecado que no se perdonaría “en este sistema de cosas ni en el venidero” (Mateo 12:22-32).

Blasfemar es emplear expresiones difamatorias, injuriosas o insultantes contra las personas o cosas sagradas. Como el espíritu santo procede de Dios, hablar contra ese espíritu es lo mismo que hablar contra Dios. Quienes hacen tal cosa y no se arrepienten no reciben perdón.

Lo que Jesús dijo sobre ese tipo de pecado muestra que él se refería a quienes se oponen deliberadamente a la actuación del espíritu santo de Dios. El espíritu de Jehová estaba actuando mediante Jesús y, aun así, los enemigos de Cristo atribuían ese poder al Diablo. De ese modo, cometieron el pecado de blasfemar contra el espíritu. Jesús dijo al respecto: “Cualquiera que blasfema contra el espíritu santo no tiene perdón jamás, sino que es culpable de pecado eterno” (Marcos 3:20-29).

Pensemos también en el caso de Judas Iscariote. Judas se comportaba de forma deshonesta, pues robaba dinero de la caja que se le había confiado (Juan 12:5, 6). Finalmente se puso de acuerdo con los gobernantes judíos para traicionar a Jesús por 30 piezas de plata. Es verdad que después de traicionarlo sintió remordimiento, pero en ningún momento se arrepintió de su pecado deliberado. Como consecuencia, Judas no es digno de ser resucitado, y por eso Jesús lo llamó “el hijo de destrucción” (Juan 17:12; Mateo 26:14-16).

Personas que no pecaron contra el espíritu
A veces sucede que un cristiano ya ha confesado un pecado grave y ha recibido ayuda espiritual de los ancianos de su congregación, pero sigue atormentándose con lo que hizo (Santiago 5:14). Si ese es nuestro caso, nos vendrá bien repasar lo que dicen las Escrituras sobre algunas personas que pecaron y fueron perdonadas.

Empecemos con el rey David, quien pecó gravemente con Bat-seba, la esposa de Urías. Desde su azotea, David vio a esta hermosa mujer bañándose en una casa cercana e hizo que se la llevaran al palacio para tener relaciones sexuales con ella. Cuando se enteró de que había quedado embarazada, tramó un plan para que su esposo, Urías, se acostara con ella y así encubrir el adulterio. Pero su treta falló, y entonces el rey se encargó de que Urías muriera en el frente de batalla. Luego, David se casó con Bat-seba, y ella le dio a luz un hijo que moriría poco después (2 Samuel 11:1-27).

Veamos cómo manejó Jehová el caso de David y Bat-seba. Dios perdonó a David, al parecer tomando en consideración factores como su arrepentimiento y el pacto del Reino que había hecho con él (2 Samuel 7:11-16; 12:7-14). Y seguramente Bat-seba también se arrepintió, pues tuvo el privilegio de ser madre del rey Salomón y antepasada de Jesucristo (Mateo 1:1, 6, 16). Si hemos cometido un pecado, recordemos que Jehová tiene en cuenta el hecho de que nos hayamos arrepentido.

El caso del rey Manasés de Judá también evidencia hasta qué punto Jehová está dispuesto a perdonar. Este monarca hizo lo que era malo a los ojos de Jehová. Levantó altares a Baal, adoró a “todo el ejército de los cielos” e incluso construyó altares para adorar a dioses falsos en dos patios del templo. Hizo pasar a sus hijos por el fuego, promovió las prácticas espiritistas e incitó a los habitantes de Judá y Jerusalén a actuar “peor que las naciones que Jehová había aniquilado de delante de los hijos de Israel”.

Las advertencias de los profetas de Dios no sirvieron de nada. Con el tiempo, el rey de Asiria se llevó preso a Manasés. Pero mientras este se hallaba en cautiverio, se arrepintió y oró humildemente a Dios una y otra vez. Como resultado, Jehová lo perdonó y lo colocó de nuevo en su trono en Jerusalén, desde donde fomentó la adoración verdadera (2 Crónicas 33:2-17).

Siglos después, el apóstol Pedro pecó gravemente al negar a Jesús (Marcos 14:30, 66-72). Sin embargo, Jehová lo perdonó “en gran manera” (Isaías 55:7). ¿Por qué? Porque se arrepintió de todo corazón (Lucas 22:62). Más tarde, en Pentecostés, quedó claro que Dios lo había perdonado, pues le concedió el privilegio de dar testimonio público acerca de Jesús (Hechos 2:14-36). Si Jehová perdonó a Pedro, ¿por qué no va a hacer lo mismo con los cristianos de la actualidad que se arrepienten de corazón? Como cantó el salmista, “si errores fuera lo que tú vigilas, oh Jah, oh Jehová, ¿quién podría estar de pie? Porque hay el verdadero perdón contigo” (Salmo 130:3, 4).

Cómo mitigar el temor de haber pecado
Algo fundamental es orar con sinceridad a Dios. Si hemos pecado, supliquémosle a Jehová que tenga en cuenta nuestra imperfección heredada e historial de fiel servicio y que nos perdone sobre la base del sacrificio redentor de Jesús y de su gran misericordia. Sabiendo que él es un Dios de bondad inmerecida, podemos pedirle perdón con la seguridad de que nos lo concederá (Efesios 1:7).

¿Y si alguien ha pecado pero es incapaz de orar porque el pecado le ha enfermado en sentido espiritual? El discípulo Santiago escribió sobre tal cristiano: “Que llame a sí a los ancianos de la congregación, y que ellos oren sobre él, untándolo con aceite en el nombre de Jehová. Y la oración de fe sanará al indispuesto, y Jehová lo levantará. También, si hubiera cometido pecados, se le perdonará” (Santiago 5:14, 15).

También puede suceder que alguien cometa un pecado y sea expulsado de la congregación por no haberse arrepentido hasta ese momento. Pero ni siquiera en ese caso el pecado es necesariamente imperdonable. El apóstol Pablo escribió con relación a un hermano ungido de Corinto que fue expulsado: “Esta reprensión dada por la mayoría es suficiente para tal hombre, de modo que, al contrario ahora, deben perdonarlo bondadosamente y consolarlo, para que de un modo u otro tal hombre no sea tragado por hallarse demasiado triste” (2 Corintios 2:6-8; 1 Corintios 5:1-5).

Sin embargo, para recuperarse en sentido espiritual, el pecador debe aceptar la ayuda bíblica de los ancianos cristianos y demostrar que está arrepentido de verdad. Tiene que producir “frutos propios del arrepentimiento” (Lucas 3:8).
Si a Jehová no le complace la muerte del inicuo, menos aún le complacerá perder a uno de sus siervos. Así pues, si tememos haber pecado contra el espíritu, alimentémonos sin cesar de la Palabra de Dios, especialmente de porciones tan consoladoras como los Salmos. Además, sigamos asistiendo a las reuniones y participando en la predicación del Reino. De este modo estaremos “saludables en fe” y no nos angustiará la posibilidad de haber cometido un pecado imperdonable (Tito 2:2).

Quienes teman haber pecado contra el espíritu santo hacen bien en preguntarse:

  • ¿He blasfemado contra el espíritu santo? 
  • ¿Me he arrepentido de verdad de mi pecado? 
  • ¿Tengo fe en que Dios perdona? 
  • ¿Soy un apóstata que ha rechazado la luz espiritual?

Al hacerse esas preguntas, lo más probable es que se den cuenta de que no han blasfemado contra el espíritu santo de Dios ni se han vuelto apóstatas. Si se han arrepentido y tienen fe en el perdón divino, está claro que no han pecado contra el espíritu santo.

¡Qué tranquilidad sentimos cuando estamos seguros de que no hemos pecado contra el espíritu santo! No obstante, hay varias preguntas que podemos hacernos sobre el tema del espíritu santo. “¿Me dejo guiar por el espíritu santo de Dios? ¿Manifiesto su fruto en mi vida?”.


Articulo de la revista La Atalaya 15 de Julio del 2007. Publicada por los testigos de Jehová. Pueden descargarse mas articulos de la pagina oficial en formatos pdf para su lectura, asi como mp3 y aac en audio.

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