COMENZANDO UNA NUEVA VIDA
En julio de 1940 Ilma y yo
decidimos ir a la asamblea de Sydney y después comenzar a participar en
la obra de predicar de tiempo completo, o, según decimos, servir de
precursores. Dejé mi trabajo como encargado del garaje, y vendimos todos
nuestros muebles, los cuales habíamos acabado de comprar. Llamé a
Norman para hablarle de nuestros planes. Él me dijo: “¡Espérame!
¡Espérame! ¡Yo también voy!” De modo que Norman y su hermana Beatrice se
unieron a nosotros.
Durante una asamblea fortalecedora
de la fe que se celebró el 24 de julio de 1940, los cuatro simbolizamos
nuestra dedicación a Dios por medio del bautismo en agua. Después de
eso, fuimos a la oficina sucursal de la Sociedad Watch Tower en Sydney y
pedimos que nos asignaran como precursores. Fuimos asignados a la
ciudad de Townsville, North Queensland.
La vida nueva
que acabábamos de emprender no era fácil. Pero era remuneradora, y nos
sentíamos felices porque confiábamos en que estábamos haciendo lo que
agradaba a Jehová Dios.
La temporada lluviosa de North
Queensland se extiende desde noviembre hasta enero. A veces caían
diariamente 39 centímetros, o más, de lluvia, lo cual causaba
inundaciones repentinas. En una ocasión estuvimos aislados por varios
días entre dos ríos desbordados. Cuando nuestro abastecimiento de
alimento se agotó, comimos tomates silvestres.
A medida
que la guerra mundial fue progresando, aumentó el prejuicio en contra
de los testigos de Jehová. En enero de 1941 el gobierno proscribió
nuestras actividades en Australia. Pero nosotros continuamos efectuando
nuestra obra de predicar.
Norman y yo salíamos el lunes por la mañana
para cubrir zonas rurales distantes. Solíamos montar dos cajas de libros
en una bicicleta, y en la otra llevábamos colchas, una sartén para
freír y un recipiente de agua para el té. Mientras tanto, Ilma y
Beatrice testificaban en el pueblo hasta que nosotros regresábamos el
viernes por la noche.
A veces nuestro suministro de
alimento se hacía escaso, y Norman y yo nos quedábamos sin comer por uno
o dos días. Luego intercambiábamos libros por alimento. O, en ciertas
ocasiones, cortábamos madera a cambio de una comida. De noche solíamos
dormir bajo el viejo puente de algún riachuelo, o, más frecuentemente,
bajo un árbol. Para mantener a raya a las multitudes de mosquitos,
quemábamos estiércol de ganado, un montón al pie de nuestra colcha y
otro montón a la cabeza.
AUMENTAN NUESTROS PRIVILEGIOS DE SERVICIO
Después
de unos meses de servir como precursores, regresamos un día a nuestro
hogar y encontramos una carta procedente de la Sociedad Watch Tower. Era
una invitación para servir en Betel, las oficinas centrales de la
sucursal de los testigos de Jehová en Sydney. Aceptamos con gozo. Pero
poco después de haber comenzado a trabajar nosotros en Betel, el
gobierno ordenó que todos los miembros de la familia de Betel salieran
del hogar, y expropió a la Sociedad.
Ilma y yo fuimos
asignados a trabajar en Melbourne. Durante la proscripción predicábamos
solo con la Biblia, y cada uno trabajaba sin compañía tan discretamente
como era posible. A veces nos sentíamos algo solitarios, pero recibimos
bendiciones. Ilma lo relata de esta manera: “Un día estaba trabajando
sola y prediqué a una señora de edad mediana acerca del paraíso
terrestre. Ella inmediatamente reconoció la verdad bíblica. Estudió y se
unió a nosotros, aunque para ese tiempo estábamos bajo proscripción.”
La proscripción fue quitada en junio de 1943.
Para el
año 1947 estábamos en la obra de circuito en New South Wales, donde
serví de representante viajero de los testigos de Jehová. Ahora se nos
extendió un nuevo privilegio... una invitación para asistir a la Escuela
Bíblica de Galaad de la Watch Tower, una escuela para entrenar a
misioneros en los Estados Unidos, en el estado de Nueva York. ¿Qué
haríamos?
Puesto que yo había dejado la escuela a los
14 años, sentí temor, porque pensaba que no estaba capacitado para
asistir a esta escuela.
Pero
al adoptar el punto de vista de que la invitación era la voluntad de
Dios, nuestra respuesta fue igual a la de Su profeta Isaías: ‘¡Aquí
estamos! Envíanos a nosotros.’ (Isa. 6:8)
Así,
en enero de 1948, y junto con otros 17 hermanos de Australia y Nueva
Zelanda —entre los cuales estaba mi anterior compañero de servicio de
precursor, Norman Bellotti— partimos hacia los Estados Unidos.
Después de cinco meses de intensa instrucción bíblica, recibimos nuestras asignaciones misionales. La nuestra fue el Japón.
VIDA MISIONAL EN EL JAPÓN
Nuestra
primera asignación fue la ciudad de Kobe. Nuestro hogar misional estaba
ubicado en una montaña alta, lo cual nos daba una vista deleitable del
hermoso mar del Japón, con pintorescos barcos de todas formas y tamaños
que iban en una dirección u otra por las rutas marinas. Un faro, que
resplandecía fielmente día y noche, guiaba a los marineros para que
evitaran chocar con las rocas sumergidas.
Un bondadoso médico que vivía al lado de nosotros se sintió impulsado a decir:
“Este hogar misional se convertirá en una fuente de luz espiritual para las personas de esta vecindad.”
¡Cuán
ciertas resultaron ser sus palabras! En aquel entonces no vivían
Testigos en la ciudad de Kobe, pero ahora hay 20 congregaciones con unos
1.400 publicadores del Reino allí. Las dos hijas del médico se
bautizaron más de 20 años después en el área de Tokio.
Cuando
llegamos a la casa que sería nuestro hogar ésta necesitaba una buena
limpieza y no tenía muebles. La hierba del jardín estaba demasiado alta,
de modo que la cortamos y la regamos por el suelo y por tres semanas
dormimos sobre esta hierba con la ropa puesta, hasta que llegaron
nuestras pertenencias.
Al principio se nos hizo bastante difícil aprender el idioma, especialmente a mí.
Decía
a los hermanos cosas como “comer” (taberu) las ovejas en vez de
“alimentar” (tabesaseru) las ovejas, o apoyar los “fideos” (udon) de La
Atalaya en vez de apoyar la “campaña” (undo) de La Atalaya. No obstante,
los hermanos siempre me ayudaron amorosamente en estos puntos
difíciles, y seguimos adelante.
VIDAS TRANSFORMADAS... ALGO HERMOSO
Ilma
y yo llevamos ahora más de 31 años en el Japón. Este ha llegado a ser
nuestro hogar. Cuando llegamos, solo había tres Testigos nativos en todo
el país. Ahora hay más de 58.400 de nuestros hermanos y hermanas que
proclaman las buenas nuevas del Reino. Durante estos años he visto
muchas vidas maravillosamente transformadas... personas que eran
culpables de ‘transacciones dudosas’ en los negocios y otras que vivían
vidas muy inmorales.
Pero luego las verdades de la Palabra de Dios llegaron al corazón de ellas, ¡y qué hermoso ha sido ver la transformación!
Pero
para mí el cambio más dramático que una persona pudiera haber hecho en
su vida personal fue el de Kimihiro Nakata, el trastornado y violento
prisionero que había matado a dos hombres y que estaba en la sección
para los sentenciados a muerte. ¡Qué joven tan manso y bondadoso llegó a
ser! Era uno de los publicadores del Reino más celosos que he conocido.
Decía
a los visitantes: “Cuando miro por la ventana de mi celda y veo el
cielo azul, ¡cuánto desearía poder estar allá afuera ayudándoles a
predicar!”
No obstante, aun desde la
sección para los sentenciados a muerte Kimihiro ayudó a muchas personas.
Escribió a las familias de las personas a quienes mató, les testificó, y
ellas mostraron interés. También testificó extensamente a su propia
familia. Estudió Braille y transcribió al Braille el libro “Sea Dios
veraz,” el folleto “Estas buenas nuevas del reino” y artículos de La
Atalaya y ¡Despertad! Estas publicaciones se distribuyeron en diferentes
partes del Japón, incluso a escuelas para ciegos.
CONCENTRÁNDONOS EN LA ESPERANZA QUE ESTÁ POR DELANTE
El
10 de junio de 1959, un automóvil de la policía se detuvo frente a
nuestro hogar misional. Kimihiro había solicitado mi presencia en su
ejecución aquella mañana.
Nunca
olvidaré las últimas palabras que me dijo: “Hoy siento una confianza
firme en Jehová, en el sacrificio de rescate y en la esperanza de la
resurrección. Dormiré por un tiempo, y, si es la voluntad de Jehová, los
veré a todos en el paraíso.”
Kimihiro
murió para satisfacer lo que la justicia exigía, dando ‘vida por vida.’
Pero no murió como un criminal empedernido y sin esperanza, sino como
un fiel siervo dedicado y bautizado de Jehová.
Sí, he
visto vidas maravillosamente transformadas... la vida de Kimihiro, y mi
propia vida. Ilma, a pesar de que tiene problemas de salud, sigue siendo
mi fiel compañera en el servicio de tiempo completo, un privilegio de
que hemos disfrutado por más de 40 años. Ambos expresamos nuestro
agradecimiento a Jehová, el Dios que puede transformar vidas.
Articulo publicado en la revista "La Atalaya" del 01 de
Septiembre de 1981, publicada por los Testigos de Jehová; pueden
descargarse mas articulos del sitio oficial
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